jueves, 26 de mayo de 2016

LOST IN TRANSLATION: "¡HEY, CHICOS! ¡GEKIGA!" PARTE 2 DE 8, por Bill Randall.

Artículo aparecido en The Comics Journal nº 244 y 245 (2002). Traducido por Frog2000. Parte 1.

Sin embargo, en el gekiga se busca justo la intención opuesta. En lugar de crear todo un mundo entendido como una forma de escape hacia la fantasía, la preocupación es el aquí y ahora, lo terrenal. Para ello, los artistas gekiga describían sus propias realidades y de esa forma, e inevitablemente, representaban el mundo en el que estamos viviendo. En lugar de fantasías elaboraban pequeñas historias de polémico vigor. Dado el espectro de público deseado al que querían dirigirse los artistas del gekiga, a menudo sus historias también cubrieron temas proletarios. En mi reseña de La leyenda de Kamui [para The Comics Journal 227] lancé una teoría acerca de que, incluso en la actualidad, el Marxismo se ha mantenido en lugar prominente en el discurso del mundo intelectual japonés. De hecho, en los años 20 y 30 se podía casi garantizar que si alguien era un intelectual también sería marxista, o al menos lo habría sido alguna vez. Leer los panfletos y folletos traducidos por los discípulos de Marx suponía un rito de paso para los estudiantes del instituto y los intelectuales noveles, sin olvidar a los pensadores más serios, al igual que ocurría en las diversas culturas europeas. Además, durante esos años floreció una escuela de literatura proletaria que estaba muy bien ejemplificada por las obras de Yoshiki Hayama, el autor de Men Who Live on the Sea, y que había escrito la mayoría de sus obras durante sus frecuentes estancias en prisión por protestar por las condiciones laborales que se sufrían en la época. Como casi toda la propaganda, estas obras se pueden catalogar rápidamente como obras de su tiempo y se resienten cuando se leen más de una vez. No obstante, para disponer de una visión completa de la situación actual de la literatura, o incluso de la forma de pensar, resulta necesario haberlas conocido.

Preocupado por las clases sociales más bajas y visualmente tan escueto, el gekiga también se puede interpretar como un descendiente directo de dicha Escuela Proletaria. Sin embargo, según Japón empezaba a experimentar el milagro económico de los años de posguerra y crecía hasta convertirse en la segunda economía más importante del mundo, el Marxismo se fue pasando de moda. Después de todo, un boom económico garantiza docenas de relucientes cosas nuevas capaces de distraer la atención del público. Además, junto con dicho boom también empezó a incrementarse la urbanización y la alienación. El gekiga evolucionó junto con los tiempos, absorbiendo las preguntas existenciales predominantes de los sesenta. Por otro lado, la mayoría de los gekiga posteriores a aquellos años empezaron a tratar cuestiones que aludían a la alienación individual. A menudo utilizaban técnicas como el surrealismo y las situaciones grotescas para subrayar sus preocupaciones.

En este artículo me centraré en parte en el realismo grotesco de Yonchome no Yuushi, una obra de un solo volumen de Hajime Yamano. Más adelante nos aproximaremos a la utilización del surrealismo en las historias cortas de Yoshiharu Tsuge y Imiri Sakabashira, dos autores posteriores a los sesenta que le deben mucho al realismo escueto del gekiga de los cincuenta. Sin embargo, antes de ocuparnos de ellos debería comentar que todos tienen una deuda considerable con el hombre que por sí solo fue capaz de transformar el manga en los cincuenta.

GOOD-BYE 

En 1987, la ahora desaparecida Catalan Communications publicó "Good-Bye and Other Stories" [publicado en castellano por La Cúpula en 1984 con el título de "Qué triste es la vida y otras historias"], una traducción necesaria al inglés de los primeros trabajos de Yoshihiro Tatsumi. Este tomo en particular había sido traducido a partir de su edición española, que a su vez había sido traducida del japonés. Aunque en un principio las circunstancias que rodean la traducción pueden resultar molestas, los diálogos del tomo no es que sean precisamente complejos. Es cierto que el punto fuerte de Tatsumi no son los diálogos o el dibujo, o incluso la elaboración de pequeñas y perfectas joyas narrativas. A menudo, sus historias cortas recaen en las metáforas más obvias: un veterano impotente orina en un cañón en desuso años después de que haya acabado la guerra, por ejemplo, y por decirlo de alguna forma, sus caracterizaciones son minimalistas. Muchos lectores pueden encontrar que sus obras tienen una importancia más histórica que estética. Como documento de cómo era la vida de cierta parte de la sociedad japonesa durante los años posteriores a la devastadora Segunda Guerra Mundial, el propio volumen es historia viva. 

Pero todo lo anterior no quiere decir que la recopilación no posea ningún interés. Algunas de las historias, como "Progress is Wonderful! [¡Qué bonito es el progreso!]" y "The Sewers" [Las alcantarillas], atesoran una violenta taquigrafía en sus descripciones de las diversas realidades urbanas. En la primera historia un joven que trabaja como donante de esperma comienza a obsesionarse con una de las mujeres que visitan la clínica para ser inseminada artificialmente. Mientras empieza a acosarla será despedido a causa de su infertilidad. Su alienación respecto a sus compañeros de trabajo refleja la extrañeza de la reproducción mecanizada, y cuando el protagonista termine confrontando el objeto de su desesperada lujuria, ambos personajes se quedarán desconcertados y turbados como resultado. La ejecución de la historia, con un ritmo entrecortado y una completa ausencia de adornos, otorga a la narración una fuerza sencilla y natural. Se lee como si lo que ocurre en ella fuese algo inevitable. 
"Las alcantarillas", que probablemente sea la mejor historia de la colección, se centra en dos trabajadores que se adentran en las entrañas de la ciudad y roban baratijas de los cadáveres de niños abortados que unos padres llenos de remordimientos han arrojado a las alcantarillas. En su viñeta final se muestran los pies de los habitantes de la ciudad mientras pasan por encima de una tapa de alcantarilla, mientras la historia conecta los desagradables tejemanejes de estos dos hombres con la sociedad en general. El resto de la historia es absolutamente hermética, sensación enfatizada por los gruesos brochazos en crudo de los dibujos y unos personajes que parecen marionetas talladas en madera. El mundo de la superficie está inextricablemente unido a su repugnante bajo vientre. Ambos protagonistas forman parte de la sociedad, y la porquería que los recubre proviene de escaleras arriba. 

Esta implicación de toda la sociedad revela que Tatsumi es un artista preocupado y de alguna forma también lo convierte en un documentalista. Aunque no tenga la intención de contar historias "reales", presenta sus relatos con el suficiente y minucioso detallismo mundano como para hacer que sean representativos. Son historias del hombre de la calle, si es que ese hombre de la calle hubiese vivido en el Japón de posguerra. Definitivamente, estas sencillas narraciones logran su efecto a través de la fuerza colectiva. Si las tuviésemos en cuenta una a una, fácilmente se podrían descartar por simplistas. Sin embargo, cuando las leemos como un todo representan un muestrario fidedigno de la parte real de la vida japonesa que nunca aparece en los folletos de viaje.

(Continuará)

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