lunes, 3 de octubre de 2016

LOST IN TRANSLATION: BAKUNE YOUNG (4 DE 5)

Artículo de Bill Randall para The Comics Journal 247 (2002). Traducido por Frog2000.  Parte 1parte 2, parte 3.

A pesar de la seriedad que pueda revestir la implicación política del autor, la mayoría de los hechos cómicos pasados de rosca que se pueden leer en los dos volúmenes anteriores encajan perfectamente con el tercero. Particularmente, los asaltos de Renge contra la pandilla del Kitty Hawk tienen un sabor de oscura slapstick, y la primera reaparición de Bakune en la que le echa una mano un decrépito viejo es tan horripilante como histérica, especialmente si nos fijamos en la incrédula reacción de las autoridades. De hecho, toda la historia del tercer volumen se asienta sobre la ridícula idea de que una mujer pueda tener la maña suficiente como para conseguir que un buque de guerra ataque la capital de una nación. Por lo menos en los dos primeros tomos la historia parecía tan remotamente plausible como la de una película yakuza: la lucha de un hombre solitario cercano a lo súper humano contra criminales y policías. Al menos en el papel, ambos volúmenes parecen relatos de género ideados rápidamente y profundamente ineptos, como si no fuesen demasiado conscientes de lo que parecen estar parodiando. Pero sin embargo, el tercer volumen es ridículo hasta el extremo, aunque finalmente consiga dar en el clavo no sin cierto esfuerzo.

Su argumento puede parecer bastante absurdo, pero es que la mayor parte de la obra lo es. Matsunaga desarrolla las temáticas habituales y amplifica todo los clichés hasta convertirlos en algo pop. La mejor comparación que se puede hacer no es con otro cómic, sino con el cine: sus estrategias recuerdan mucho a autores de la Novelle Vague como Jean-Luc Godard, o mejor aún, el autor japonés de la nueva-ola Seijun Suzuki. Las películas de Suzuki bordean la misma frontera entre nihilismo y significado mientras amplifican su forma de hacer las cosas hasta llegar a un punto de saturación. Además están repletas de acción gore, parodias de varios géneros y melodramas hiper-tensos: por ejemplo, Branded to Kill [Marcado para matar, 1967] pone en escena un guión manufacturado sobre un matón y lo retuerce hasta convertirlo en un irreconocible y amanerado documento existencial, completado por una femme fatale sin alma y un combate final encima de un ring de boxeo. Si para hacer una película lo único que necesitas es una pistola y una mujer, para hacer un manga quizá te baste con líneas cinéticas y explosiones.

De acuerdo, los argumentos de Bakune Young no parecen tener mucho sentido: ni los primeros asaltos del propio Bakune contra la organización yakuza ni tampoco los subsiguientes contra la policía y las críticas contra el mismo Japón. La única motivación que se ofrece del personaje son un par de elementos extraídos de su infancia: una foto de un anuario y un ensayo que escribió en su juventud. La motivación psicológica encaja en la obra como unas esposas podrían encajar en las novelas de Jane Austen: ni hacen falta ni van a mejorarlas. El mejor material depende de que el autor sea capaz de violentar las estructuras sociales, la narrativa y las convicciones del género. Por eso, en cierto momento de la historia podemos ver a Bakune bailando la danza del cangrejo mientras alguien intentar acribillarlo, y por eso Sorigami juega a la ruleta rusa mientras inexplicablemente una pandilla de yakuzas le ruegan que deje de hacerlo.

A pesar de todo el embrollo que da forma a la obra, en el fondo se formulan preguntas fundamentales acerca del karma y la metafísica. Bakune se pregunta si al final tendrá que pagar retribuciones divinas por sus acciones y pecados. Sin embargo, tampoco es que se le vea demasiado preocupado.

(Continuará) 

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