miércoles, 1 de marzo de 2017

LOST IN TRANSLATION: COMPRAR UN PRODUCTO LISTO PARA SU AUTO-DESTRUCCIÓN, por Bill Randall. (3 de 4)

Artículo de Bill Randall para The Comics Journal nº 249 (2002). Traducido por Frog2000. Parte 1, parte 2.

Voyeurs, Inc,
Hideo Yamamoto

El cine suele gravitar de forma natural alrededor de las historias de voyeurs, con importantes ejemplos como Dziga Vertov, pasando por Hitchcock y culminando con el Peeping Tom [El fotógrafo del pánico, 1960] de Michael Powell, o recientes entretenimientos paranoicos como Enemy of the State [Enemigo público, 1998], por no mencionar cualquier épica película experimental tan vacía como retorcidamente formal. Después de todo, el medio del cómic también va de observar lo que ocurre en la página. Por otro lado, los cómics no solo son para mirarlos, o al menos no lo son de la misma forma que las películas. Son más como un diario, o una fragmentación de la experiencia. Para mí, el mapa metafórico propuesto por Dylan Horrocks es lo más cercano que estamos de poder explicar qué son los cómics, y los mapas se encuentran bastante lejos de la fotografía. Esta última recoge un facsímil distorsionado de la realidad, mientras que los anteriores nos conducen hacia un mejor entendimiento de cómo son las cosas desde una perspectiva que no somos capaces de tener de primera mano. Si los cómics tienen algo que ver con la observación, es en la medida en que algunos de ellos no utilizan el lenguaje simbólico de la historieta, sino el dibujo puro. Después de todo, dibujar el contorno tan sólo consiste en una mano que sigue el movimiento del ojo a lo largo de los bordes de un cuerpo.

Voyeurs, Inc es un cómic de mirones, aunque no sea capaz de aprovechar la profundidad, o incluso los rasgos más superficiales, de la película de Powell. Juguetea con la fantasía de que detrás de las puertas cerradas de una gran ciudad no solo se pueden encontrar personas aisladas y solitarias, sino escapes sexuales de todo tipo. En cualquier caso, el dibujo es bastante afectado.
Bananafish

Como ocurre con Dance Till Tomorrow, el extenso manga shojo de Akimi Yoshida retrata situaciones sexuales, aunque desde una óptica homosexual. Para ello esboza una legión de guapos hombres dibujados como los personajes que aparecen en Akira, todos llenos de ira y practicando el sexo entre ellos. Ambientada en la mítica Nueva York de los ochenta implantada en la mente del lector japonés, Bananafish se las arregla para derramar una larga y envolvente historia de drogas psicoactivas, bandas rivales y organizaciones secretas que tratan de controlar el mercado. Aunque bastante buena, la traducción parece un poco libre:

Bueno, ese tío no es ningún gatito. Se parece más a un tigre come-hombres. Si pudiese, me mataría. Su preciosa cara lo hace incluso más aterrador.

Si lo lees en alto parece tremendamente irónico.

Sin proponérselo, Bananafish denuncia algunas de las limitaciones capaces de mermar el manga más popular: parece como si para convertirte en un mangaka tan solo tuvieses que aprender a dibujar una única cara desde todos los ángulos posibles y conseguir contratar a un buen dibujantes de fondos, luego te bastará con interiorizar los clichés del entretenimiento popular y utilizarlos a tu gusto: flashbacks sobre la infancia, secuencias de violencia ralentizadas, y montajes "emocionales" flotando alrededor de las cabezas chillonas de los personajes. Hablando de lo cuál, en todas estas series suelen aparecer un montón de cabezas. Por lo menos muchas de ellas tienen peinados diferentes, por lo que cada personaje resulta reconocible. Si, puede que esté siendo un poco injusto, porque el manga popular no se suele caracterizar por un dibujo atrevido, sino que sencillamente utiliza los constructos básicos de la narrativa para contar una historia entretenida y adictiva.

De hecho, Bananafish puede ser muy adictiva, pero también el líquido anti-congelante. La serie de Yoshida se puede tomar como un poderoso periplo fascista de finales de los ochenta protagonizado por un Schwarzenegger que acaba de conocer a Woo. Nunca antes unos muñecos de papel habían sonado tan profundos, lo cuál está bien, pero si seguimos con las comparaciones con el cine (que me parece que es lo que llevo haciendo todo el día), aquí hay menos de Seijun Suzuki que de Yasaharu Hasebe: la serie no es capaz de trascender sus raíces. Por otro lado es larga, y a los vendedores eso les gusta mucho. Demonios, si te quieres comprar cada uno de los tomos recopilatorios que han aparecido hasta ahora, vas a tener que gastarte 95,70 dólares americanos, y si vives en Tennessee, además debes añadir diez pavos de impuestos.
Even a monkey can draw manga,
Koji Aihara y Kentaro Takekuma
Short Cuts,
Usamaru Furuya 

Estas dos series están entre los mejores trabajos artísticos de todo Pulp. Por un lado, el estilo de Usamaru Furuya es muy interesante. También autor de Palepoli, Usamaru Furuya se encargaba de la tira de cuatro viñetas para Secret Comics Japan, y al igual que en aquellos cómics, demuestra una capacidad para cambiar de estilo que resulta muy difícil de ver en la actualidad. Estoy tentado de decir que es uno de los artistas de manga más puros que he visto hasta ahora, excepto por el hecho de que la mayor parte de su trabajo salta entre un estilo y otro tan a menudo que no estoy seguro de cómo es su verdadero dibujo. Por otro lado, Koji Aihara y Kentaro Takekuma se aproximan a lo que hace Furuya, y cualquier otro artista, porque sus maníacas entregas sobre la industria del manga son habilidosas sátiras de todos y cada uno de los dibujantes de la industria. Su Manga Michi también era horriblemente negativo, y como le ocurre a Short Cuts, su dibujo era de primera.

Sin embargo, para entender bien las dos series se requiere un conocimiento bastante específico de la cultura japonesa, por lo menos para poder disfrutarlas mínimamente. Por un lado Short Cuts se las arregla para satirizar el fenómeno de las "ko-gals", las adolescentes trendy obsesionadas con la moda que suelen deambular por las calles de Shinjuku, y que algunas veces tienen relaciones cuestionables con hombres mayores a cambio de dinero. Es posible que los fans occidentales conozcan este fenómeno por los artículos de Giant Robot o películas como Bounce! Ko-Gals. Como mínimo, Short Cuts requiere un cierto entendimiento del "lolicon", el complejo de "Lolita" que extrañamente abunda entre los hombres japoneses. Solo en ciertas ocasiones las obras centradas en el lolicon han alcanzado popularidad en Occidente, entre ellas Gunsmith Cats, la obra de Ken'ichi Sonoda. A los occidentales les parece un género rarísimo, para los fans son capaces de excusarlo, aunque los avergüence un poco. La mayor parte de la sátira de Furuya se centra en el fetichismo de los medios por las ko-gals, pero pone más atención en los lujuriosos dibujos de sus personajes femeninos, por lo que termina convirtiéndose en lo que intenta satirizar.

Por su parte, Even a Monkey también necesita que el lector esté familiarizado con la maquinaria de la industria del manga, así como con sus tendencias y modas más importantes. En espíritu se parece un poco al desfile sin fin de minicomics que se ríen de las convenciones del cómic, o por poner otro ejemplo más importante, a las historias que aparecen en el "Eltingville" de Evan Dorkin. Solo revisten interés en la medida en que te interese lo que satirizan, y como suele ocurrir con las parodias de la teología Neo-Calvinista y el buen arte performance, no importa lo poco aguda que sea la sátira, porque su audiencia potencial la encajará sin dudarlo. Por otro lado, la brecha entre los chicos que aparecen en Eltingville y los artistas que lo hacen en Even a Monkey es bastante profunda. Dorkin aprovecha algunas verdades sobre los personajes, mientras que Aihara y Takekuma se embarcan en un salvaje y destructivo viaje. Si pillas las bromas es bastante divertido, pero cuando has leído el suficiente manga del malo te empiezas a preguntar si no estarás gastando tu vida. La traducción de ambas series para el público occidental me parece intrínsecamente extraña, porque el lector necesita un conocimiento más profundo de lo que retratan. Creo que Pulp las incluyó con la idea de educar a su lector, por lo que supongo que en el momento en el que el proyecto de la revista se fue a pique, cualquier fan era capaz de entender las bromas de las series. O eso, o como la revista estaba condenada de todos modos, los editores pensaron que podían hacer lo que les daba la gana. Sin embargo, es bastante habitual que los productos culturales importados de otros países suelan venderse como "universales", incluso el primer anime y el manga traducidos tendían a parecerse a los géneros americanos más populares, fuesen de ciencia ficción o fantasía. Dependiendo mucho del grado en el que el público occidental haya interiorizado las cosas que satirizan, al final incluso la publicación de Short Cuts o Even a Monkey puede tener sentido. También dependerá de si el proselitismo detrás de este tipo de detritos pop tiene algún valor inherente. Yo diría que no.

(Continuará)

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