Por Frank Ahrens, redactor del Washington Post, 19 de noviembre de 1995. Traducción: Frog2000.
Siendo los historietistas como son, es probable que las últimas viñetas de "Calvin y Hobbes" aún no se hayan dibujado. Ellos suelen hacer trazos. Garabatear. Se entretienen. Los plazos se reducen hasta empezar a dar miedo.
Sabemos cuándo se va a publicar. La última tira de "Calvin y Hobbes" va a aparecer el último día de 1995. En una concisa carta a su syndicate de hace tan solo una semana, su autor Bill Watterson escribió: "Mis intereses han cambiado y creo que he hecho todo lo que he sido capaz dentro de las limitaciones de los plazos y las viñetas pequeñas." A partir del 1 de enero, Calvin, el sardónico niño de seis años, y su mejor amigo, Hobbes, el tigre de peluche que el primero imagina que es de verdad, desaparecerán de 2.400 periódicos.
Hay dolor en el corazón de todo lo bueno. Cada relación amorosa, cada comida suculenta, cada velada maravillosa se ve embotada por el presentimiento de que no va a durar.
Desde el momento en que vi mi primer Calvin y Hobbes y quedé cautivado por su brillo cegador, supe, por supuesto, que algún día se terminaría. Pero peor aún, sabía exactamente cómo iba a hacerlo. Sabía lo que sucedería en esa última tira, por qué iba a suceder y cuál podía ser su significado. Y por qué estaba mal.
Al igual que Calvin y Hobbes, otras grandes historietas han muerto en su cúspide creativa o cerca de ella. Pero lo más frecuente es que se vayan demasiado tarde, mucho después de haberse convertido en autoparodias empobrecidas e impulsadas no por la visión o la energía de un artista sino por la, a veces, insidiosa economía del éxito. Las historietas exitosas son increíblemente rentables. Matarlas es un acto de imprudencia económica. Es más sensato lidiar con el agotamiento creativo contratando escritores de chistes, dibujantes de respaldo, entintadores y rotulistas. Muchas tiras funcionan así.
Bill Watterson nunca lo hizo. Durante nueve años ha dibujado cada viñeta y escrito él mismo cada palabra. Nunca le ha importado mucho el dinero. Siempre ha rechazado la explotación comercial de su creación, hasta el punto de perder, según una estimación conservadora, 10 millones de dólares al año. Esto se debe a que se ha negado obstinadamente a otorgar licencias de sus personajes, razón por la cual no hay tarjetas de felicitación "Calvin y Hobbes", ni imanes para frigoríficos de "Calvin y Hobbes" y, lo más sorprendente de todo, no hay tigres de peluche de Hobbes. Nunca antes un personaje de historieta había estado tan maduro –era tan acertado– para venderlo en el mercado. El infranqueable "no" del artista ha dejado a los especialistas en marketing masivo farfullando de exasperación y codicia desnutrida.
Watterson es notoriamente irritable, famoso por su aislamiento y de carácter ridículamente difícil. No escucharás su voz en este artículo porque se niega a ser entrevistado para su propia publicación, nunca ha querido. No verás su fotografía en estas páginas porque no permite que se tomen instantáneas de su persona. Sabemos muy poco sobre él: tiene 37 años y se parece, se dice, al padre de Calvin. Vive en Santa Fe, Nuevo México. Tiene esposa, gatos y, según la biografía no autorizada que más te creas, tiene tres hijos adoptados o ninguno.
En un artículo de 1987 publicado en Los Angeles Times (una de las pocas entrevistas de Watterson, realizada a regañadientes, en un momento en que su tira era joven y necesitaba publicidad) dijo lo siguiente sobre Calvin: "Creo que lo que estoy intentando hacer es ver el mundo a través de los ojos de un niño, donde toda experiencia es nueva, y se mira el mundo de forma fresca y sin prejuicios. Entonces le di a Calvin la capacidad de articular sus pensamientos".
Su tono de voz suena joven, inteligente y optimista.
Pero luego empezó a cambiar.
En un simposio de historietistas celebrado en 1990 en la Universidad de Ohio, Watterson se volvió contra sus colegas: "¿Por qué tantas tiras están mal dibujadas, por qué tantas ofrecen sólo los chistes y juegos de palabras intercambiables más simples? ¿Por qué las tiras de cómic están escritas por comités y dibujadas por asistentes? ¿Por qué algunas tiras son poco más que anuncios de muñecos y tarjetas de felicitación?
El mes pasado se editó "The Calvin and Hobbes, décimo aniversario", una recopilación de tiras. También incluye documentos escritos donde Watterson se posiciona (la mayoría dan sensación de buscar la tensa polémica o estar a la defensiva) sobre las transiciones en el cómic, la necesidad de disfrutar de períodos sabáticos, la fea amenaza de las licencias y la extinción de la integridad artística.
"Los historietistas que piensan que pueden ser tomados en serio como artistas mientras utilizan a los protagonistas de la tira para vender calzoncillos se están engañando a sí mismos", escribe.
No hay alegría en ninguna de estas palabras.
Calvin: ¿No es extraño que la evolución nos dé sentido del humor? Es extraño que tengamos una respuesta fisiológica ante lo absurdo. Nos reímos de las tonterías.
Hobbes, alejándose: Supongo que si no pudiéramos reírnos de las cosas que no tienen sentido, no podríamos reaccionar ante gran parte de la vida.
Calvin, ahora solo: No sé si eso es gracioso o realmente aterrador.
Las páginas de los cómics han reflejado durante mucho tiempo el estado de ánimo psíquico de Estados Unidos: no tanto lo que era Estados Unidos, sino cómo decidió verse a sí mismo. En la era de la Depresión, Dagwood Bumstead era el vástago pródigo de una familia adinerada que decidió desafiar a su padre, casarse por amor y abandonar su fortuna. Su historia supuso una parábola inspiradora para tiempos difíciles. En la vertiginosa y extravagante década de 1950, Dagwood evolucionó hasta convertirse en el oficinista torpe y bienintencionado que vivía en una zona residencial, tenía una esposa que trabajaba como ama de casa, adorable y tonta, y, cuando andaba alrededor del dispensador de agua en el trabajo, sufría el tormento de un jefe despótico. Dagwood era literalmente bidimensional y reflejaba su época con precisión.
En la caótica década de 1960, nadie estaba más a la vanguardia que Charles Schulz. Charlie Brown, Linus, Lucy y el resto atrajeron a toda una generación de lectores de historietas a un lugar nuevo y mágico: un mundo sin adultos. Un mundo donde los niños sabios sondearon cautelosa, dolorosa y fructíferamente las regiones centrales del éxito y el fracaso, la autoestima y el valor propios, el amor y el odio, Dios y el hombre. Aquí estaban los primeros niños de historieta completamente formados, no bufones revoltosos como Daniel, el Travieso.
Era fundamental que los padres estuvieran ausentes en Peanuts. Sin ellos, los niños podrían funcionar en su propio entorno sin restricciones, libres de la influencia corruptora de los adultos. Golpeados por la vida, los adultos sólo habrían ahogado las preguntas inocentes y candorosas de los niños que veían y sentían el mundo por primera vez. Y así podrían alcanzar su propia y auténtica sabiduría. Watterson, quien dijo que sabía que quería ser historietista cuando leyó Peanuts por primera vez, lo entendió.
Pero finalmente, Schulz se cansó, encadenado para siempre a sus personajes, como el Fantasma de Marley, pero desprovisto de ideas. Snoopy empezó a aparecer en anuncios de televisión de la aseguradora MetLife. La vida parecía ya lo suficientemente mala. Y empeoró.
En las décadas de 1970 y 1980, las tiras se alejaron por completo de los niños, tanto como sujetos protagonistas como de su audiencia potencial. Las mejores tiras eran neuróticas, cínicas, extrañas y políticas: historietas para una generación hastiada. Eran para, por y sobre los adultos. Incluso Garry Trudeau se tomó una pausa para permitir que Doonesbury, Zonker y el resto de sus personajes postadolescentes abandonaran la universidad y crecieran.
Daba miedo comprobar que las historietas infantiles, inteligentes e importantes habían desaparecido, de que los autores ancianos se contentaban con seguir alimentándonos con el pequeño Billy, que se pasa todo el día corriendo desenfrenadamente para ir a buscar el martillo de su padre en The Family Circus.
Luego, en 1986, llegaron Calvin y Hobbes.
Schulz fue el primero en comprender que los niños tienen una mente propia; Bill Watterson vivía dentro de esa mente. El truco central de Calvin y Hobbes era fresco e ingenioso. Cuando Hobbes aparecía en la tira en compañía de alguien que no fuera Calvin, era como un pequeño tigre de peluche de patas cortas y desafiladas, con los ojos abotonados. Estaba completamente fláccido e incluso se desplomaba un poco cuando lo sostenían, lo que subrayaba su falta de vida.
Pero cuando se quedaba a solas con Calvin, Hobbes era un magnífico ejemplar de gracia y poder atigrados, de seis pies de altura. Corría, saltaba, trepaba, se tumbaba, se acurrucaba. Estaba completamente vivo a base de la fantasía voluntaria de un niño que sabe que un animal de peluche no puede cobrar vida, pero no le importa, y así lo hace.
Padre de Calvin: Los deportes son buenos para ti. Aprendes a ganar con gracia y a aceptar la derrota. Forjan el carácter.
Calvin: ¡Cada vez que he desarrollado mi carácter me he arrepentido! No quiero aprender a trabajar en equipo. No quiero aprender a ganar y perder. ¡Diablos, ni siquiera quiero competir! ¿Qué hay de malo en divertirse únicamente, eh?
Padre de Calvin: Cuando seas mayor, no te estará permitido.
Calvin: Razón de más para hacerlo ahora.
Calvin es hijo único. Un dato importante. Los niños sin hermanos suelen tener dos opciones para buscar compañía: los padres y nadie. Cuando eres hijo único, solo estás tú. Como no tienes compañeros, no hay nada que te obligue a seguir siendo un niño, aparte de tu propia biología. El campo de juego del hogar se inclina hacia la edad adulta, por lo que puedes hacer una de las dos cosas siguientes: crecer más rápido o seguir siendo conscientemente un niño durante el mayor tiempo posible.
Calvin encarna lo que más queríamos ser: pensadores adultos en un mundo de niños. Nos ofrece un impulso indirecto. ¿No es fabuloso ser un poco más inteligente de lo que deberíamos ser en cualquier situación? ¿Para sentir que vamos un paso por adelante?
"Si supiera entonces lo que sé ahora..."
La clave para seguir siendo niño reside en la fantasía. A medida que nos hacemos adultos, nuestra visión se estrecha de ese panorama completo de la infancia hasta convertirse en una visión de túnel. Perdemos la capacidad de pensar en la fantasía, aunque probablemente la necesitemos más que nunca. Nos la sacan a golpes algunas cosas que son cognoscibles. Simplemente no tenemos tiempo para ella. Se nos dice que es, como mínimo, improductiva y, en el peor de los casos, insalubre. Con demasiada frecuencia, las fantasías infantiles se convierten en fijaciones y obsesiones adultas.
Lo que falta es la alegría.
Calvin: Todo este asunto de Santa Claus simplemente no tiene sentido. ¿Por qué todo ese secretismo? ¿Por qué todo el misterio? Si ese tipo existe, ¿por qué nunca se muestra y nos lo demuestra? Y si no existe, ¿qué sentido tiene todo esto?
Hobbes: No lo sé. ¿No es una fiesta religiosa?
Calvin: Sí, pero en realidad, tengo las mismas preguntas sobre Dios.
Calvin recibió su nombre de Juan Calvino, el reformador protestante del siglo XVI. Juan Calvino era un asceta. Creía que la condición humana era un abismo donde el hombre se había perdido, un laberinto del que no podía escapar.
El Calvin de Watterson es un chico provocativo y resuelto a la acción, un nihilista puro: vive plenamente en el ´corpus´ de cada momento.
Thomas Hobbes fue un filósofo y especialista en ética del siglo XVII, más conocido por esta cita: "Y la vida del hombre, solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve".
El Hobbes de Watterson, el tigre de peluche, es el filósofo-consejero, la típicamente sensata voz de la razón que cuestiona si simplemente pegarse plumas de papel en los brazos realmente le va a permitir volar a su amigo. Pero Hobbes no es su padre: nunca le dice a Calvin que no puede o no debe intentar volar con las plumas de papel pegadas a sus brazos. De hecho, en el precipicio le da a Calvin el empujón crucial en un temerario intento por hacerlo volar. Si Calvin es el ello, Hobbes es el yo.
Calvin: ¿Por qué supones que estamos aquí?
Hobbes: Porque hemos caminado hasta aquí.
Calvin: No, no... Me refiero a aquí en la Tierra.
Hobbes: Porque la Tierra puede albergar vida.
Calvin: No, quiero decir, ¿por qué estamos en cualquier lugar? ¿Por qué existimos?
Hobbes: Porque hemos nacido.
Calvin: Olvídalo.
Hobbes: Lo haré. Gracias.
Se ha escrito mucho sobre la sobrecarga sensorial que nos produce la sociedad contemporánea, su capacidad para fracturar y privar a las personas de sus familias, sus valores y de sí mismos. Cada vez más, nos sentimos desnudos frente a un mundo que va más rápido y es más agreste, más ruidoso y vacío. Anhelamos encontrar un marco de referencia. Es por eso que no nos sorprende, cuando no hay nadie más alrededor, que empecemos a sacar una copia desgastada de Dr. Seuss para leerla en voz alta, simplemente para encontrar el lugar encantador y cálido al que nos transporta: "No me gustan los huevos verdes y el jamón/ No me gustan, Juan Ramón." Estamos en nuestro capullo. A salvo.
Afuera todo transcurre demasiado rápido, es demasiado hiperactivo. Nuestra reserva de maravillas se ha agotado. La gente quiere correr sobre motos de nieve, no construir muñecos de nieve. Cultivamos tomates con esteroides durante todo el año, deleitándonos con lo conveniente, diluyendo la perfección de un solo tomate pequeño arrancado directamente de la vid a finales del verano.
¿Lo que queda? Ya ni siquiera se puede descubrir alguna fuerza fundamental de la naturaleza. Sólo hay cuatro y todas han sido encontradas. Los físicos están a punto de idear una "Teoría del Todo", es decir, una teoría final que, una vez instalada, lo explique todo, y todos los físicos puedan entonces marcharse a casa.
La esperanza sufre un duro golpe a medida que pasan los años. Miramos a nuestro alrededor y vemos tan pocos éxitos (tan pocos matrimonios enamorados, niños bien adaptados, personas singularmente felices) que nos damos cuenta de que, al menos, el éxito parece una combinación muy improbable de habilidad, paciencia, trabajo duro, suerte ciega y providencia. Lo que sí vemos es cuántas oportunidades nos brinda la vida para doblar las rodillas. Nos preguntamos si el modo predeterminado de la vida es el fracaso. Nos cansamos.
Calvin nunca se cansó, jamás. Y nunca perdió la esperanza porque nunca perdió la imaginación.
Bien, ahora llega su final.
No se sabe cómo, Watterson ha decidido terminar las cosas el 31 de diciembre. No se sabe cuál va a ser su última viñeta, ni siquiera si el autor reconocerá que es la última. Quizá la tira del 31 de diciembre parezca igual que la del día anterior: un chiste independiente que, sólo por su apariencia, implique otro mañana mismo. Pero el 1 de enero, simplemente no habrá otro. Los cómics de la página del periódico se reorganizarán y se colocará un reemplazo en el espacio en blanco donde habría estado la tira de Calvin y Hobbes. Presumiblemente, en muchos periódicos el reemplazo será una de las nuevas tiras de cómic más populares de Estados Unidos: la divertida, cruel y malhumorada "Dilbert", sobre el cinismo corporativo, las traiciones y la deshumanización del trabajador estadounidense.
Independientemente de cómo Watterson elija acabar con Calvin y Hobbes, en realidad sólo habrá un final. Y si no es en la página del periódico, vivirán en mi cerebro para siempre.
El 31 de diciembre es domingo, por lo que Calvin y Hobbes aparecerá en color y en viñetas grandes. Como debe ser. El dibujo será típicamente vívido, con colores elásticos, fabulosos contrastes en varias escalas, ángulos que parecen estudiados por un director de fotografía, un dominio de la luz y la sombra digno de Degas, fotogramas que se mueven con velocidad y frenesí.
Como la tira se fija en las estaciones, nevará. Las dos primeras viñetas de la historieta del domingo son generalmente una broma que funciona de forma autónoma y que marca el tono del resto de la tira de ese día. Quizá en la primera viñeta, Calvin se lanzará a toda velocidad por una pendiente nevada ridículamente empinada sobre un trineo, con Hobbes sentado a su espalda, agarrándose con todas sus fuerzas y cuestionando la sabiduría que puede haber detrás de iniciar dicho descenso. Estarán en el aire.
En la segunda viñeta, quedarán enterrados en la nieve. Primero la cabeza, solo sobresaldrán las piernas y el trasero. Hobbes hará un comentario sarcástico sobre la falta de previsión de Calvin, y Calvin amenazará a Hobbes de forma violenta.
Luego, construirán juntos un muñeco de nieve. Uno junto al otro, empujarán una pequeña bola de nieve hasta convertirla en una grande, que será la base del muñeco. Calvin se limpiará la frente. Hobbes le recordará a Calvin que los tigres son tropicales. Mantendrán una conversación, y será algo sobre los adultos.
Calvin dirá que escucha algo; tal vez sea un monstruo.
"¿Qué es eso?" le preguntará a Hobbes.
"Es sólo tu imaginación", le responderá.
Luego Calvin se dará la vuelta por un momento para darle forma a la cabeza del muñeco de nieve. Necesitará ayuda para levantarlo y colocarlo sobre el torso, por lo que llamará a su mejor amigo, Hobbes. Pero Hobbes no responderá.
Calvin se dará la vuelta.
Hobbes estará allí. Pero será pequeño y con relleno, de patas cortas y sin afilar, y ojos de botón. Estará desplomado sobre la nieve, fláccido, sin vida.
Calvin parpadeará. "Eh."
Y luego simplemente se alejará de la página, dejando atrás a su tigre de peluche, el muñeco de nieve inacabado y su maravillosa, maravillosa infancia.
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