jueves, 28 de abril de 2022

MELODY: DIARIO DE UNA STRIPPER, por Naomi Fry

Reseña de Naomi Fry para The Comics Journal, 2015. Traducción de Frog2000.

A principios y mediados de la década de los 80, Sylvie Rancourt se autoeditó Melody, un cómic narrado en idioma francés donde relata sus experiencias como joven bailarina de strip-tease en algunos clubes de Montreal. Inicialmente vendió el cómic a los dueños de los clubes (finalmente publicó seis números), y continuó desnudándose mientras tanto. Recopilado ahora en un solo volumen con traducción al inglés [y al castellano por Autsider Comics], el tipo de historia que se cuenta en Melody, así como las circunstancias un tanto inusuales de su creación, parecen lo suficientemente propicias como para llevar a cabo una reevaluación contemporánea: una lectura que intentará dar con algún hallazgo útil en este artefacto del pasado reciente donde se aúnan en una siempre conflictiva relación mujeres, dinero, poder y sexo. Una stripper que utiliza su cuerpo para llamar la atención de sus clientes, que pagan por verla, mientras simultáneamente usa su pincel para representar a dichos clientes parece una figura lista para cumplimentar un buen número de papeles ideológicamente interpretables, aunque casi con certeza contradictorios: una trabajadora sexual víctima de las circunstancias cuya única esperanza de liberarse de la red de mentiras que la rodean parece ser su trabajo intelectual; alguien convencida de poner su propia vida en solfa de una forma incisiva con un astuto ojo puesto en la ganancia, una especie de zorra al estilo de las brujas de antaño; una colaboracionista capaz de engañarse a sí misma y que, en su decisión de seguirse desnudando, se convierte en una decepción para las posibilidades emancipatorias del feminismo liberal; y etcétera.

Sin embargo, en Melody Rancourt frustra cualquier lectura ideológica categórica, porque la narrativa del cómic vacila entre los irregulares ritmos de la vida cotidiana y una cambiante subjetividad, a veces optimista, a veces llena de abatimiento. A diferencia de Pagando por ello de Chester Brown, otro tomo de memorias publicado por Drawn and Quaterly [La Cúpula en España] que, a pesar de su tenue descripción de algunas situaciones de la vida real, era en gran medida un argumentario en forma de cómic de tendencia libertaria y seguro de sí mismo a favor del trabajo sexual como un derecho humano inalienable, Melody es tan interesante porque no pretende ofrecer una saga teleológica ni tampoco una sola conclusión ética o política. Su mayor valor no reside en los significativos momentos de toma de decisiones y tomas y dacas vitales, sino en las pausas intermedias, las grietas y recovecos indeterminados de la vida. Sin duda, en Melody suceden muchas cosas, pero, por citar las palabras con las que da comienzo cada uno de los seis números, "este no es el principio ni el final, sino algo intermedio...", con puntos suspensivos, como si se intentase abarcar completamente los eventos matizados que tienen lugar a continuación. (Es como una versión más maleable de uno de mis comienzos favoritos, el enérgico pronunciamiento de Georg Lukacs al inicio de “¿Narrar o describir?”: “¡Empecemos in medias res!”) Rancourt ni siquiera aprovecha los acontecimientos más dramáticos para satisfacer las predecibles y facilonas leyes de la narrativa o para atribuir un sentido ideológico al mundo que percibe, cuyos convencionales puntos de referencia determinan a menudo cómo dar comienzo a las narraciones y dónde tienden a finalizar.

No sabemos de dónde proviene exactamente Melody. Sabemos que se ha mudado a Montreal hace poco; que tiene un padre y una madrastra con los que mantiene un contacto bastante tenue, y una tía y una sobrina con las que su relación es un poco más estrecha. Lo que tenemos claro es que su marido es penoso: Nick vende drogas sin mucho éxito; cada vez metiéndose en rollos más turbios; es un vagabundo, un proxeneta de ínfima categoría que se burla de Melody. Pero aunque su maldad es desafortunada (el lector entiende sin problema que es un perdedor, una influencia negativa), tampoco su vida se puede considerar una gran tragedia o es Nick el típico catalizador de situaciones en las que no gana nadie. Sobre todo es una persona decepcionante, aunque a veces sea dulce, y así son las cosas. Melody podría o no dejarlo tirado en cualquier momento. En cualquier caso, la intensa motivación y la rápida toma de decisiones que a menudo se suceden en otras historias dramáticas donde aparece un "mal novio" no hacen aparición en estas viñetas.

Lo mismo ocurre con su trabajo como bailarina desnuda. Al principio de su carrera, Melody interroga a una compañera, quien la responde que su trabajo no le gusta: "¿Por qué no te dedicas a otra cosa?", y ella contesta: "Supongo que por las mismas razones que tú". “Cierto… por supuesto…”, reflexiona Melody, haciendo que el rostro dibujado por el primitivo trazo de Rancourt sin nariz, con los ojos muy abiertos y la boca ligeramente entreabierta sea aún más plano de lo habitual. (Es el tipo de cara que podría describir a una pre-adolescente aficionada a dibujar sus sexys muñecas Barbie una y otra vez, un trazo acompañado de cierta placentera y repentina conciencia de que algo novedoso se empieza a producir entre las piernas). ¿Cuáles serán los motivos de Melody para seguir? Podríamos adivinarlos (seguro que la falta de educación y la carencia de apoyo familiar jugarán algún papel), pero no encontramos ningún incentivo desesperado, o al menos ninguno que se describa como tal. Melody es joven y tiene lo que se considera un “buen cuerpo”. También necesita dinero para seguir viviendo, y desnudarse es una de las opciones disponibles. Ciertamente, puede ser un trabajo asqueroso, muchos de los hombres son asquerosos, con sus manos ocupadas en masturbarse y sus pantalones manchados de semen, pero tampoco es tan terrible. A veces el trabajo es bastante fácil, incluso divertido.

No es que Melody no sea exactamente introspectiva, o que sus sentimientos y opiniones no sean poderosos; es que a menudo se encuentran en pleno proceso de cambio y son reversibles. En su introducción, Chris Ware sugiere que la protagonista de Melody es como una niña, pero más bien diría que su sensibilidad es mucho más la de una mujer muy joven, en su mayoría indefensa, ocasionalmente poderosa, con un trabajo que necesariamente no se posiciona en ninguno de estos dos extremos. Sus sensaciones corporales antes, después y durante su ceremonia ritualística fluctúan constantemente, y los dibujos básicos de Rancourt nos sorprenden por su capacidad para transmitir dichas sensaciones. Melody retorciéndose en el escenario, con el rostro contraído por el placer o por el disgusto provocado por sus clientes menos agradables ("¡Vuelve! ¡Aún no hemos terminado de oler tu maravilloso aroma!"); con la boca torcida en una mueca (“¡Estoy gritando porque ya he tenido suficiente! No me gusta esta mierda y quiero irme a casa ahora mismo, ¿entendido?”); o suspirando de placer cuando Nick le chupa el pezón ("Oh, cariño").

La maleabilidad de Melody me recordó a la de la protagonista de Ulli Lust en su tebeo de memorias “Hoy es el último día del resto de tu vida” [La Cúpula], una obra ambientada así mismo a principios de los 80 y que además cuenta la historia de una chica que vive en los márgenes de la sociedad. Aunque Melody es mucho más monolítica y menos declaradamente política que Ulli, quien durante el transcurso de su cómic hace autostop por Europa como "anarquista", tal y como se describe a sí misma, ambas heroínas convertidas en dibujantes son las estrellas en estas novelas de descubrimiento en las que la novela y el descubrimiento aún siguen su curso, y podrían continuar igual a lo largo de muchos años. En ambas obras, la violencia y la explotación se convierten a menudo en disfrute y viceversa, una estructura vital en degradación donde el aburrimiento, el trauma, el placer y la ira se mezclan sin cesar, y nada dura tanto como para convertirse en la moraleja última de la historia.

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