martes, 20 de octubre de 2015

TINTA INVISIBLE, LOS INVISIBLES NÚMERO 24, VOLUMEN 1

Tinta Invisible, correo de LOS INVISIBLES nº 24, por Grant Morrison, traducido por Frog2000.

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Mark Millar está muerto.

No es que sea una noticia tan asombrosa, porque el famoso Millar zombie lleva muerto desde hace quince años y solo se toma un respiro de sus implacables y macabros festines cerebrales para escribir populares series de cómics como LA COSA DEL PANTANO, AZTEK, etc., blah, blah, blah...

Así que... mi agradecimiento a Mark por haber guardado el fuerte mientras yacía cerca de la extinción en la zona para enfermedades tropicales del Hospital Ruchill. Sinceramente, espero que muchos de vosotros no os hayáis sentido molestos con su majadera actitud y charla sin parar sobre los extraños estilos de vida alternativos de algunos de nuestros queridos seguidores. 

(Curiosamente, aunque también está de acuerdo en que Tinta Invisible es la mejor sección de correo que ha existido nunca de entre todas las que se tienen registros, Mark también me dijo que le preocupaba el excesivo número de personas realmente groseras que escribían a la colección. Imagínate.) 

Por otro lado, puede que haya engañado a muchos lectores con sus relatos tremendamente inexactos acerca de mi enfermedad. He aquí, pues (y más para mi propia tranquilidad que para la de cualquier otra persona) la verdadera historia contada por el auténtico afectado. Con todos mis respetos. Como los sufridos lectores sabrán, durante el año pasado he sido víctima de una serie de excéntricas infecciones, abscesos y otras dolencias inusuales. En lugar de intentar buscar las causas subyacentes, mis médicos se ocuparon de mis quejas administrándome una provisión interminable de antibióticos. Por lo que después de reunirme con Mark para una de nuestras clases regulares de Jeet Kune Do, llegué a casa y me desmayé en el suelo. Decidí acostarme durante varios días antes de darme cuenta de que no estaba mejorando demasiado. Entonces empecé a experimentar lo que los médicos llaman "un nivel severo": pérdida de temperatura combinada con temblorosos ataques, seguido de sudores, seguidos por más temblores fríos y fuera de control. Cuando llamaron a mi médico, me diagnosticó un "virus" y me recetó algunos antibióticos y un analgésico que se llama kapake. Los antibióticos me hicieron vomitar y el analgésico convirtió mis agonías en algo aún más exquisito, no sólo aumentando el nivel de dolor, sino sumergiendo mi mente en un mundo de color plateado, maleable, hecho de un material parecido a la arcilla. Todo me traía demasiadas reminiscencias de una experiencia con el LSD particularmente negativa que había sufrido una vez, y cuando mi creciente fiebre y mi delirio se unieron para provocarme las alucinaciones más pesadillescas y repugnantes que haya experimentado nunca, todo el afligido cuadro estaba casi completo.

En ese punto no fui capaz de comer, dormir o de moverme de la cama durante seis días y fue entonces cuando tuve claro que algo andaba mal. Estaba viviendo la "Escalera de Jacob": parientes muertos rodearon mi cama, coches fúnebres condujeron a través de la habitación, los ángulos de los marcos de las ventanas se convirtieron en grotescos y amenazantes entes Lovecraftianos. Podía sentir como si un monstruoso tocado hecho de pesado cristal o de roca estuviese aplastándome el cráneo con el fin de permitir que los poderes demoníacos pudieran acceder a mi cerebro. Todo me resultaba desconocido y estaba como imbuido de un aura de enfermedad, decadencia y perversión. (Véanse las escenas de MR. SIX como un intento de conseguir que un poco de esto quedase plasmado en papel.) Aunque en ese momento no quería creerlo, creo que había empezado a morirme.

Mi querida amiga, la Extraña Coincidencia de Mierda, comenzó entonces una extraña labor para sacarme del filo del abismo: a continuación tuvo lugar una extraña cadena de acontecimientos altamente improbables que hicieron que mi lamentable estado llamase la atención del doctor Paul Jackson, el más fresco y rock n´rollero de todos los que alguna vez he tenido el gusto de conocer. (Sin embargo, si las cosas hubiesen sido diferentes, si sólo un eslabón de la curiosa y casual cadena hubiese desaparecido y el diagnóstico hubiese recaído en las ineptas manos de mi médico original, yo no estaría aquí para escribir todo esto. Ese pensamiento me hiela la sangre cada vez que le doy una vuelta.) A pesar de ser un médico "ordinario" del Servicio Nacional de Sanidad, y no uno de esos consultores de una libra el minuto de Harley Street, la reputación de Jackson es tal que se ve requerido de forma regular para tratar a gente como Mick Jagger, los Shamen y los muchachos felizmente despreocupados de Ministry. Cada vez que alguna popstar enloquecida se pasa con demasiadas E´s poco fiables o con la dosis de ketamina, Paul Jackson limpia el desorden y luego recibe invitación para todas las fiestas más “cool”. No me podía creer la suerte que había tenido. De hecho, me confirmó que los analgésicos kapake me estaban haciendo más daño que otra cosa (creo que porque interferían con los bloqueadores que controlan la respuesta del cuerpo al dolor. Realmente el kapake estaba arrancando mi puerta contra el dolor de sus goznes), y luego me hizo un diagnóstico provisional de neumonía y detectó un posible colapso pulmonar.

Mientras seguían realizando las pruebas, empecé a empeorar. Curiosamente, uno de los elementos más preocupantes de todo el episodio resultó ser el sabor de mi propio sudor, porque estuve exudando toda la sal y minerales fuera de mi cuerpo y cuando empezó a resbalar por mi cara me dí cuenta de que tenia un suave regusto como de cerveza desbravada. Es una de esas pequeñas cosas que a menudo provocan el más fundamental de los miedos. Por último, en la noche del jueves, durante un momento despejado entre las ráfagas de alucinación y horror, pude vislumbrar cómo algo se cernía sobre el lugar donde me encontraba reposando.

Imagina mi sorpresa cuando miré hacia arriba y pude ver a Nuestro Señor Jesucristo, o un facsímil razonable del mismo, brillando como un pez radioactivo. Sin embargo, no era el Jesús tradicional, sino un extraño y gnóstico Cristo que se anunció con las palabras: "Yo no soy el Dios de tus padres, soy el Cristo Oculto", y luego me dedicó un increíble y misterioso sermón alegórico que ojalá hubiese sido capaz de transcribir. (Algunos de los textos sobreviven como las palabras que he puesto en la boca de la imagen de Cristo que aparece en la octava página de la historia de este número.) Me dijo que yo había llegado a un punto donde o bien podía morirme o quedarme para participar en algún tipo de próximo Apocalipsis (siento decepcionar a quienquiera que pudiese haber estado esperando a que abrazase la joven y glamurosa muerte que tan a menudo he elogiado, pero decidí que quería vivir.) Todo esto no significa absolutamente nada, por supuesto, porque dado el tipo de cosas que he escrito para LOS INVISIBLES y el estado de mi mente, fue más un shock que el poco probable incidente de que Buda, Alá, Odin, Tangaroa y sólo Dios sabe quién más, se hubiesen sentado en mi sofá a comerse mis tortillas. Sin embargo, sentí que mi corazón entraba en crisis y que, subjetivamente al menos, toda la experiencia fue completamente satisfactoria tanto visual como místicamente. Me comprometí a permanecer en el mundo durante, al menos, una buena temporada.

Al día siguiente me llevaron al hospital e inmediatamente me conectaron a un gotero intravenoso. De hecho, resultaba que tenía los pulmones gravemente infectados y me encontraba en un avanzado estado de septicemia o envenenamiento en la sangre. Según los médicos, probablemente habría sufrido un shock séptico y muerto en unos pocos días más si no hubiesen empezado a inundarme las venas con antibióticos intravenosos de forma intensiva. Les asaltó la sospecha de que mi propio corazón pudiese estar infectado, pero una dolorosa y desagradable sonda a través del esógafo no reveló nada. Y así fue. Vencí la infección y finalmente trastabillé fuera del hospital con los brazos tan llenos de rastros de agujas y contusiones que parecía como si me hubiese presentado a unas pruebas para un papel para Trainspotting. También perdí catorce libras y media de peso, y todo lo que podía ver en el espejo era a uno de esos bastardos esqueléticos que lucharon contra Jason y sus colegas Argonautas. Por supuesto, ya ha pasado un tiempo, y mientras escribo esto me siento bastante recuperado, aunque no completamente fuera de peligro. Todavía me siguen haciendo pruebas para encontrar recónditos trastornos en mi sangre, que en cualquier cantidad podrían ser los que estuvieron detrás de mi reciente propensión a reproducir una infección, y acabo de cometer el error de revisar mi "Guía Médica Casera" para ver qué tipo de condicionantes podrían dar como resultado el daño de mis células blancas del que me han informado los médicos ¡Trasplantes de médula ósea! ¡Leucemia! ¡El Horror!

De todos modos, dejando la hipocondría a un lado, lo que más me llama la atención de todo el episodio es la misteriosa forma en la que inconscientemente sabía lo que me estaba pasando. Buscando en el último año de ejemplares de Los invisibles, casi puedo rastrear el desarrollo de mi enfermedad cuando me fijo en mi obsesión cada vez más creciente con las entidades virales y la invasión bacteriana desde el más allá, ¿lo pillas? King Mob creía que su cara estaba siendo devorada, y un mes o dos más tarde brotaba un absceso en mi mejilla. King Mob tenía un pulmón colapsado y ¡bingo! me internan en un hospital. La Señorita Dwyer y sus espeluznantes amigos de las Zonas Febriles comenzaban a desencadenarse en estas páginas mientras los estafilococos hacían estragos en mi sistema inmunológico. ¿Energía que proviene del subconsciente o cómics vudú? Tú decides. De cualquier forma, King Mob lo tendrá más fácil en el previsible futuro. 

Mientras tanto, este es el único foro público que poseo, así que espero que no te importe si te robo un poco más de tiempo para agradecerles a Gordon Goudie, Graeme Wilson y el doctor Paul Jackson las partes más inverosímiles e inesperadas que jugaron en el hecho de salvarme la vida. Igualmente quiero darles las gracias a mi mamá, mi papá, a Leigh, Magdalena, Marcos, Jim, Ronnie, Ulric, Danny y a todos los demás que renunciaron a su tiempo y lo gastaron conmigo a lo largo de todo el mes del horror. Gracias a los médicos, enfermeras y auxiliares del Ruchi ll (y especialmente a Anne por las zanahorias crudas.) Y por encima de todo, gracias a la gente de DC que me enviaron tantas flores, mi habitación del hospital parecía el ataúd de Liberace. Por último, gracias a todos los aficionados y profesionales que me animaron enviando mensajes con sus buenos deseos a través de internet. Si hiciese una lista, estaría aquí todo el día. Y sabes bien si estarías en ella.

Bueno, esto empieza a sonar como un discurso de aceptación del Oscar y estoy a punto de perder mi reputación como el cínico Rottweiler anarquista del cómic. La acción habitual del correo regresará el próximo mes junto con el emocionante anuncio de los "grandes cambios" que se van a producir en la colección. ¿Podrás esperar?

-Grant

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