lunes, 21 de marzo de 2016

EN ALGUNOS LUGARES SIGUEN EN 1978: LOS NUEVOS RELOJES DIGITALES

Por WARREN ELLIS para The Squire, 2015. Traducido por Frog2000.

Sería 1978 más o menos. Creo que fuimos a ver Star Wars pocas semanas antes de mi cumpleaños en febrero, porque me parece que aquí, en el Reino Unido, estrenaron la película en Navidad. En ese entonces las películas americanas podían tardar unos seis meses en llegar a las carteleras de Londres, y luego pasaban algunas semanas más hasta que las proyectaban en las ciudades más pequeñas y en los pueblos. Yo vivía en un lugar que dicen que se encuentra a una hora de autobús de la ciudad con la sala de cine más cercana. Así que viajamos a la ciudad para comprar un reloj de pulsera, mi regalo por mi décimo cumpleaños. Sabía que quería uno digital. Recuerdo que mi hermano, tres años y medio mayor que yo, me dijo: “Supongo que te pillarás un “didge”. La verdad es que no tenía ni idea de que normalmente a los relojes digitales se les llamaba “didges”, o puede que mi hermano tuviese algún tipo de problema inconfesable.

Me fijé de inmediato en un reloj digital de la marca Star Wars que estaba en el escaparate de la tienda. Acababa de cumplir los diez años y hacía poco que había visto la película, así que era la edad perfecta para que la fantasía de  George Lucas me hubiese frito completamente mi diminuto cerebro. Me quedé pegado al cristal y dije que QUERÍA ESE RELOJ AHORA MISMO, POR FAVOR. Pero el precio era bastante elevado para nuestra economía familiar. Mi mamaíta no tenía trabajo y mi papaíto estaba enfermo, por lo que el dinero escaseaba. Pero Dios mío, quería poseer esa cosa. Porque cuando presionabas el botón rectangular de uno de los lados, en la pantalla se mostraba la hora en letras color rojo sangre. Era de "absoluta precisión", tan sólo se perdían algunos segundos al mes. Era el futuro. Y tenía que ser mío.

Lo más terrorífico sucedió al día siguiente, cuando mi madre me informó de que el reloj era demasiado caro como para poder llevarlo al colegio. Tenía que seguir llevando aquella mierda de marca desconocida a la que tenías que dar cuerda COMO SI YO FUESE UN CAMPESINO MEDIEVAL, ME ESTÁS VACILANDO, ESTAMOS EN 1978 y solo era un reloj analógico que me había ganado después de aprender a leer la hora hace ya miles de años. AHORA TENGO DIEZ AÑOS y no puedo aparecer por la escuela con esta mierda.

Diez años después podías conseguir un reloj digital en el mercado de abastos por una mísera libra. En ese punto ya estaba trabajando en mi primera novela gráfica, que trataba sobre un futuro en el que Internet no era más que una serie de jardines vallados informáticos.

Diez años más tarde, mientras la banda ancha se empezaba a ampliar, los jardines vallados de CompuServe y AOL se empezaron a derrumbar, y entonces nos habituamos a comprobar mediante nuestros teléfonos móviles el tiempo que iba a hacer ese día. Si nos adelantamos otros diez años en el futuro, empezaremos a ver noticias sobre fabricantes de relojes que están sufriendo los mismos problemas que los fabricantes de cámaras, uno de los negocios más dañados por la irrupción de los dispositivos digitales.

Y aquí estamos ahora mismo. Visita cualquier página de noticias sobre tecnología y desplázate brevemente hacia abajo por la pantalla. Así podrás clickear en una de las noticias sobre "La ofensiva desplegada para conquistar nuestras muñecas." Los relojes digitales han vuelto, son algo que hay que "llevar", un terminal de internet en nuestra muñeca. Incluso se han puesto a cortejarlos algunos periodistas tan metidos en este mundo y su jerga tan particular que en sus artículos sobre tecnología he visto que hablaban de la ropa conectada a la red como "camisas portátiles." Si quieres puedes leer enérgicos comentarios sobre el reloj de Apple (aún-no-está-a-la-venta) y su botón rectangular que hace que se activen cosas, sobre la duración de su batería, que al parecer hace que tan solo se retrase algunos segundos al mes. Yo mismo quiero ponerle una cadena dorada a mi teléfono, embutirlo en un bolsillo de mi chaleco y cada vez que mire la hora referirme a él como "mi reloj de bolsillo digital". Porque esa es la forma de llegar a un punto en el que pueda ser tan maleducado y prepotente como me de la gana: el decadente final del ciclo de innovaciones actual, el momento en el que la gente deja de tener ideas novedosas y empieza a añadir filigranas y orificios extra a las cosas que poseemos, vociferando que esto es el futuro.

Tampoco es que me guste demasiado la teoría cultural que se refiere a la retromania, todo ese charloteo acerca de que estamos viviendo en un estado de atemporalidad terminal donde no hay espacio para nada nuevo, porque todo lo viejo sigue sucediendo a la vez. Y ciertamente, el marchito fantasma de mi niñez interior de diez años hace mucho tiempo que ha sido asesinado por los placeres adultos, por lo que estoy absolutamente dispuesto a hacerme con un reloj de pulsera a la última que haga juego con un teléfono más a la última todavía, o incluso todavía más elegante, porque seguirá siendo mucho más cool que cualquier cosa que alguna vez nos haya prometido la ciencia ficción. Pero la fatídica verdad es que en este momento la tecnología de consumo no se encuentra en buena forma. No solo es que las cosas “no funcionen" de la forma en que se afirma que lo hacen, y que los servicios online sean cada vez más caros y funcionen peor, o que la inter-operabilidad de la red haya sido destruida por las peleas para atraer la atención del usuario y los trucos para hacerse con sus datos, sino que al parecer lo más importante de todo es que al final nos hemos comprado un reloj de trescientas libras que es capaz de conectarse a nuestro teléfono y que no hace absolutamente nada de lo que nuestros teléfonos no son capaces de hacer. Me parece un movimiento desesperado en un campo desesperadamente falto de ideas.

Además, esas cosas tienen un aspecto de mierda. Te lo ratifica alguien que en 1978 tenía en propiedad un reloj digital de Star Wars.

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