Visiones celestiales del infierno, Alan Moore y el arte sublime de William Blake. Artículo para The Guardian, 2019. Traducción: Frog2000.
Cuando hablamos sobre la representación lírica o pictórica de algún lugar, por lo general nos referimos a palabras e imágenes que celebran, o incluso indagan, en un emplazamiento concreto. Y sin embargo, dado que todas las obras creativas han surgido de las influencias que rodeaban su disposición geográfica, ¿no se podría decir que todo el arte es en realidad el arte del lugar, algo que solo podría haber surgido a partir de ese lugar específico en ese momento específico? Una ciudad, un prado, una casa, una calle: todos poseen su propia aura, su propia atmósfera, una condensación lírica nacida de la memoria y la historia. ¿Podría ser, sin embargo, que algunos lugares no solo posean un pasado engastado, sino también un futuro incrustado? ¿Podrían algunas obras de arte estar ya contenidas dentro de su ubicación de origen, inmanentes y en espera de ser descubiertas, de ser materializadas?
Si imaginamos que el mundo material que nos concierne puede tener un componente oculto donde existen visiones ficticias y fantásticas enterradas entre sus piedras y mortero esperando a ser reveladas, entonces podemos suponer que el Lambeth del siglo XVIII fue un centro neurálgico de dicha biodiversidad imaginaria. Por sí solo, Bedlam podría explicar este auge etéreo de la población, pero cerca, en los Edificios de Hércules, se encontraba la residencia de William Blake, lo que solo pudo haber contribuido a tan sublime infestación.
Hace tiempo que la casa de Blake ya no existe, lo único que asienta su memoria es un mural de Hércules que decora un bloque de pisos de reemplazo. Además de algunas representaciones contemporáneas, todo lo que sabemos sobre el sitio son los incidentes que su esposa, asociados y él mismo informaron que tuvieron allí lugar. Hay una pintura de la habitación de William y Catherine que irradia una gastada satisfacción. Hay anécdotas naturistas que sugieren que la pareja bien pudo reutilizar el jardín trasero como un Edén urbano. Pero el lugar que parece haber albergado los conceptos-formas más sorprendentes es el espacio liminal de transición representado por la escalera, el vestíbulo y el rellano. Fue en ese punto donde Blake conoció a dos de sus fantasmas más memorables: el amenazador "El Anciano de los Días" y el macabro "El fantasma de una pulga".
El último, pintado 25 años después del primero, fue el primero que se encontró. Blake y Catherine se mudaron al número 13 de los Edificios de Hércules en 1790 y, según el biógrafo de Blake, Alexander Gilchrist, ese mismo año Blake describió su único avistamiento de lo que él creía que era un fantasma. Manchada y escamosa, la espantosa aparición se precipitó escaleras abajo en su dirección, conduciéndolo hasta el edénico jardín, asustándolo más de lo que nunca volvería a estar. Luego Blake fue testigo de una segunda visita de una naturaleza muy diferente, y sin embargo, de nuevo se manifestó cerca de la escalera, flotando sobre el rellano.
Esta intimidante figura, el Anciano de los Días de Blake, se imbricó de inmediato en su mitología personal en evolución, y se convertiría en el frontispicio de su publicación de 1794, "Europa: Una Profecía". Esta severa entidad primordial acomete sus exactos y calculados juicios desde un trono en medio de las nubes, por encima de la mundana oscuridad del mundo. Posiblemente su asiento sea el mismo sol, pero aquí tiene un aspecto cóncavo, como uno de los "carros de fuego" de Blake, o también se asemeja a la ostentosa silla giratoria de un villano de Bond de los sesenta.
El compás con el que este creador azotado por el viento efectúa sus mediciones morales, junto con alguna peculiaridad de su postura, agazapada y absorta, volverían a aparecer un año después en "Newton" de Blake. Es probable que esta representación del padre de la deificada termodinámica y la apariencia apolínea sea satírica, una demostración de vanagloria ambiciosa, y el mismo concepto autoritario resulta evidente en el Anciano juez de Blake, porque, como Newton, divide el cosmos en movimiento, calor y gravedad. Esto, tal vez nacido del reciente descubrimiento por parte de Blake de su ascendencia morava o de las creencias cristianas disidentes con las que creció, parece una visión gnóstica del Todopoderoso como tirano auto-glorificado, un hacedor de un universo material penitenciario que podría llegar a adorarlo. Blake era un proto-anarquista. En su reacción a este avistamiento en el pasillo, podemos adivinar cómo vuelve sus ojos enormes y radicales hacia la religión convencional, encontrando su forraje insuficiente.
Pasarían veinte años antes de que los primeros y más agresivos espectros vistos por Blake en Lambeth se materializaran visibles y malignos en forma de un fresco trabajado en temple y oro sobre un panel de madera, diminuto incluso en comparación con el resto de sus composiciones inusualmente pequeñas. Las circunstancias peculiares de esta tardía revisión invitan a un exámen minucioso: en 1818, mientras vivía con Catherine en South Molton Street, Blake recibió la visita de su amigo y mecenas, el acuarelista locamente enamorado de la astrología John Varley. Cuando la conversación se centró en el único avistamiento de un fantasma de Blake dos décadas atrás en Lambeth, Varley pidió una descripción del fantasma y, en lo que tuvo que ser una situación escalofriante, Blake afirmó que estaba viendo a la criatura allí mismo ante ellos mientras estaban hablando, y le pidió a Varley que le alcanzara sus materiales de dibujo.
En mitad de esta sesión en parte espiritista / en parte conversacional descrita por Varley se produjo un incidente inquietantemente persuasivo, cuando Blake hizo una pausa durante su trazado y explicó que su misterioso modelo acababa de abrir la boca, obligándolo a elaborar un detalle de la mandíbula hasta que el sujeto volvió a retomar su pose anterior. Al año siguiente, Varley, un espiritista frustrado que jamás había visto un espíritu, le encargó a Blake que elaborase más el boceto hasta convertirlo en un retrato terminado que formaría parte de una serie propuesta titulada "Cabezas Visionarias". Y así fue como en 1819, el horrible visitante de 1790 de Blake finalmente salió a la luz en un escenario manchado y crujiente, fue su debut en el embarrado mundo de la materia y la sensación.
Tal y como lo imaginó el ángel susurrante de Lambeth, el amenazante y de alguna manera presumido comportamiento de la abominación parece teatral, una actuación consciente para el espectador. Glosada por Blake, la pulga es el alma transpuesta de un asesino atrapado en una forma que, aunque sedienta de sangre y poderosa, es demasiado poca cosa como para convertirse en un poderoso motor de destrucción. Así condenado, se jacta de su dominio mínimo y alardea de una crueldad que ya no podrá desplegar. Sin nada más que el sombrerete de una bellota como su cuenco de sangre, con una espina como navaja en su improvisado patio de prisión, este antiguo demonio ha sido degradado y ya no resulta un peligro. En su caída, ahora más travieso que maléfico, el maníaco homicida casi nos resulta conmovedor.
Enmarcado por las cortinas raídas con una estrella que va cayendo por el fondo pintado, algo en la mirada del monstruo parecido a un búho y su forzada postura me llevó a tomármelo como una premonición de Sir William Withey Gull, el Jack el Destripador sugerido en "From Hell", mi obra junto a Eddie Campbell. De nuevo, da la sensación de algo que alguna vez tuvo su propia grandeza imaginada, su propia magnificencia oscura con cierta capacidad de auto-exoneración, reducido ahora a una sórdida narrativa de periódico sensacionalista donde se publican las carnicerías sin sentido. Una picadura de pulga banal en la muñeca de la Historia. La pesadilla gótica lame su boca y posa sobre la angosta plataforma, entre el agrio miasma astral. Erosionado y envejecido, el crepitante y moteado fondo tan solo realza la brillante oscuridad entre la que el violento espectro representa su purgatorio, plantado encima de las tablas descoloridas, el cielo cayendo para siempre.
En el pasillo del número 13 de los Edificios de Hércules, Blake contempló a las deidades austeras y a los demonios vapuleados. Es gracias a su alma generosa y ardiente que el cielo no se libró de su mirada feroz y crítica, ni el infierno de su simpatía.
Cuando hablamos sobre la representación lírica o pictórica de algún lugar, por lo general nos referimos a palabras e imágenes que celebran, o incluso indagan, en un emplazamiento concreto. Y sin embargo, dado que todas las obras creativas han surgido de las influencias que rodeaban su disposición geográfica, ¿no se podría decir que todo el arte es en realidad el arte del lugar, algo que solo podría haber surgido a partir de ese lugar específico en ese momento específico? Una ciudad, un prado, una casa, una calle: todos poseen su propia aura, su propia atmósfera, una condensación lírica nacida de la memoria y la historia. ¿Podría ser, sin embargo, que algunos lugares no solo posean un pasado engastado, sino también un futuro incrustado? ¿Podrían algunas obras de arte estar ya contenidas dentro de su ubicación de origen, inmanentes y en espera de ser descubiertas, de ser materializadas?
Si imaginamos que el mundo material que nos concierne puede tener un componente oculto donde existen visiones ficticias y fantásticas enterradas entre sus piedras y mortero esperando a ser reveladas, entonces podemos suponer que el Lambeth del siglo XVIII fue un centro neurálgico de dicha biodiversidad imaginaria. Por sí solo, Bedlam podría explicar este auge etéreo de la población, pero cerca, en los Edificios de Hércules, se encontraba la residencia de William Blake, lo que solo pudo haber contribuido a tan sublime infestación.
Hace tiempo que la casa de Blake ya no existe, lo único que asienta su memoria es un mural de Hércules que decora un bloque de pisos de reemplazo. Además de algunas representaciones contemporáneas, todo lo que sabemos sobre el sitio son los incidentes que su esposa, asociados y él mismo informaron que tuvieron allí lugar. Hay una pintura de la habitación de William y Catherine que irradia una gastada satisfacción. Hay anécdotas naturistas que sugieren que la pareja bien pudo reutilizar el jardín trasero como un Edén urbano. Pero el lugar que parece haber albergado los conceptos-formas más sorprendentes es el espacio liminal de transición representado por la escalera, el vestíbulo y el rellano. Fue en ese punto donde Blake conoció a dos de sus fantasmas más memorables: el amenazador "El Anciano de los Días" y el macabro "El fantasma de una pulga".
El último, pintado 25 años después del primero, fue el primero que se encontró. Blake y Catherine se mudaron al número 13 de los Edificios de Hércules en 1790 y, según el biógrafo de Blake, Alexander Gilchrist, ese mismo año Blake describió su único avistamiento de lo que él creía que era un fantasma. Manchada y escamosa, la espantosa aparición se precipitó escaleras abajo en su dirección, conduciéndolo hasta el edénico jardín, asustándolo más de lo que nunca volvería a estar. Luego Blake fue testigo de una segunda visita de una naturaleza muy diferente, y sin embargo, de nuevo se manifestó cerca de la escalera, flotando sobre el rellano.
Esta intimidante figura, el Anciano de los Días de Blake, se imbricó de inmediato en su mitología personal en evolución, y se convertiría en el frontispicio de su publicación de 1794, "Europa: Una Profecía". Esta severa entidad primordial acomete sus exactos y calculados juicios desde un trono en medio de las nubes, por encima de la mundana oscuridad del mundo. Posiblemente su asiento sea el mismo sol, pero aquí tiene un aspecto cóncavo, como uno de los "carros de fuego" de Blake, o también se asemeja a la ostentosa silla giratoria de un villano de Bond de los sesenta.
El compás con el que este creador azotado por el viento efectúa sus mediciones morales, junto con alguna peculiaridad de su postura, agazapada y absorta, volverían a aparecer un año después en "Newton" de Blake. Es probable que esta representación del padre de la deificada termodinámica y la apariencia apolínea sea satírica, una demostración de vanagloria ambiciosa, y el mismo concepto autoritario resulta evidente en el Anciano juez de Blake, porque, como Newton, divide el cosmos en movimiento, calor y gravedad. Esto, tal vez nacido del reciente descubrimiento por parte de Blake de su ascendencia morava o de las creencias cristianas disidentes con las que creció, parece una visión gnóstica del Todopoderoso como tirano auto-glorificado, un hacedor de un universo material penitenciario que podría llegar a adorarlo. Blake era un proto-anarquista. En su reacción a este avistamiento en el pasillo, podemos adivinar cómo vuelve sus ojos enormes y radicales hacia la religión convencional, encontrando su forraje insuficiente.
Pasarían veinte años antes de que los primeros y más agresivos espectros vistos por Blake en Lambeth se materializaran visibles y malignos en forma de un fresco trabajado en temple y oro sobre un panel de madera, diminuto incluso en comparación con el resto de sus composiciones inusualmente pequeñas. Las circunstancias peculiares de esta tardía revisión invitan a un exámen minucioso: en 1818, mientras vivía con Catherine en South Molton Street, Blake recibió la visita de su amigo y mecenas, el acuarelista locamente enamorado de la astrología John Varley. Cuando la conversación se centró en el único avistamiento de un fantasma de Blake dos décadas atrás en Lambeth, Varley pidió una descripción del fantasma y, en lo que tuvo que ser una situación escalofriante, Blake afirmó que estaba viendo a la criatura allí mismo ante ellos mientras estaban hablando, y le pidió a Varley que le alcanzara sus materiales de dibujo.
En mitad de esta sesión en parte espiritista / en parte conversacional descrita por Varley se produjo un incidente inquietantemente persuasivo, cuando Blake hizo una pausa durante su trazado y explicó que su misterioso modelo acababa de abrir la boca, obligándolo a elaborar un detalle de la mandíbula hasta que el sujeto volvió a retomar su pose anterior. Al año siguiente, Varley, un espiritista frustrado que jamás había visto un espíritu, le encargó a Blake que elaborase más el boceto hasta convertirlo en un retrato terminado que formaría parte de una serie propuesta titulada "Cabezas Visionarias". Y así fue como en 1819, el horrible visitante de 1790 de Blake finalmente salió a la luz en un escenario manchado y crujiente, fue su debut en el embarrado mundo de la materia y la sensación.
Tal y como lo imaginó el ángel susurrante de Lambeth, el amenazante y de alguna manera presumido comportamiento de la abominación parece teatral, una actuación consciente para el espectador. Glosada por Blake, la pulga es el alma transpuesta de un asesino atrapado en una forma que, aunque sedienta de sangre y poderosa, es demasiado poca cosa como para convertirse en un poderoso motor de destrucción. Así condenado, se jacta de su dominio mínimo y alardea de una crueldad que ya no podrá desplegar. Sin nada más que el sombrerete de una bellota como su cuenco de sangre, con una espina como navaja en su improvisado patio de prisión, este antiguo demonio ha sido degradado y ya no resulta un peligro. En su caída, ahora más travieso que maléfico, el maníaco homicida casi nos resulta conmovedor.
Enmarcado por las cortinas raídas con una estrella que va cayendo por el fondo pintado, algo en la mirada del monstruo parecido a un búho y su forzada postura me llevó a tomármelo como una premonición de Sir William Withey Gull, el Jack el Destripador sugerido en "From Hell", mi obra junto a Eddie Campbell. De nuevo, da la sensación de algo que alguna vez tuvo su propia grandeza imaginada, su propia magnificencia oscura con cierta capacidad de auto-exoneración, reducido ahora a una sórdida narrativa de periódico sensacionalista donde se publican las carnicerías sin sentido. Una picadura de pulga banal en la muñeca de la Historia. La pesadilla gótica lame su boca y posa sobre la angosta plataforma, entre el agrio miasma astral. Erosionado y envejecido, el crepitante y moteado fondo tan solo realza la brillante oscuridad entre la que el violento espectro representa su purgatorio, plantado encima de las tablas descoloridas, el cielo cayendo para siempre.
En el pasillo del número 13 de los Edificios de Hércules, Blake contempló a las deidades austeras y a los demonios vapuleados. Es gracias a su alma generosa y ardiente que el cielo no se libró de su mirada feroz y crítica, ni el infierno de su simpatía.
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