¿Muerto el perro, se acabó la rabia?. Nadie lo diría, viendo que La Cúpula se ha (re)convertido en una flamante editora de Novelas Gráficas. Pero sus fieles compradores echamos de menos algo que aglutine a unos cuantos autores de postín y algunas opiniones interesantes en un formato un poco más económico.
El Víbora desapareció con su número 299 en diciembre de 2004, habiéndose batido el cobre en las trincheras del quiosco durante dos décadas y media.
Unos meses antes, el número 289 no estaba engalanado con una de las tiparracas con cuerpo de infarto que habitualmente nos encontrábamos en la portada y que no por tradicional era menos cutre, sino con un escueto, explícito “¿El Fin?” que pregonaba a los cuatro vientos que los buenos tiempos se habían acabado.
Superviviente de unos ochenta en el que los magazines de y sobre historietas (Cairo, Zona 84, Cimoc) campaban a sus anchas por los hogares españoles, haciendo de la lectura un hábito y del síndrome de Diógenes una virtud, tuvo competidores como Makoki o El Jueves, pero nunca fue desbancada como reyezuela del trono underground que se había ganado a pulso. Porque El Víbora era una revista moderna, mutante, que creció con los sucesivos relevos generacionales de sus lectores y atendió diferentes campos de expresión que los cortos de miras enfrentaron entre sí con estériles debates acerca de qué era mejor, si la línea chunga o la línea clara. En la revista del ofidio cabían todos los estilos.
Nacida en el submundo cultural barcelonés de los setenta, del que surgieron manifestaciones tan nutritivas como La Banda Trapera del Río o la revista Star, El Víbora (que en un principio iba a llamarse Goma-3)fue digna sucesora del “heroico” fanzine El Rollo Enmascarado, secuestrado por el Ministerio de Información y Turismo y absuelto en 1974. Muchos de los que participaron en dicho “Rollo” también plasmarían sus obsesiones éticas y estéticas en el primer retoño editado en La Cúpula de José María Berenguer, y financiado por un avispado Toutain, en aquel lejano año de 1979.
Ya en su primer número el subtítulo “Cómix para Supervivientes” anunciaba lo que sus responsables se traían entre manos. En sus páginas transitábamos de una historia a otra (en acelerado carrusel non-stop) sobrevolando fabulaciones sobre la realidad más descarnada, sumergiéndonos en arriesgados cruces entre el tebeo para marginados y la “marca de calidad” a la europea y golpeándonos contra un divertido surrealismo heredero de la primera Contracultura americana. Precisamente durante esta su primera etapa (hasta el número 70 u 80) El Víbora fue la heredera española de aquellos Anarchy Comix y Zap Comix que se erigieron en la otra forma de comunicación que ingeniaron los hippies a espaldas del Sistema.
Echando un vistazo a la plantilla de la primera época observamos que la revista ha sido la columna vertebral en la que se apoya el cómic español actual y que incrustó (a mazazos) la querencia por los autores menos comerciales del underground mundial. Firmas como Max, Nazario, Gallardo y Ceesepe se dieron la mano con los mejores descubrimientos de la explosión alternativa americana representada por los Hermanos Hernández, Charles Burns y Robert Crumb, pasando por la calidad sin enconsetar y con mayúsculas de Muñoz y Sampayo o apuestas tan arriesgadas en su día como las fábulas morales del genial Tatsumi, uno de los primeros autores japoneses publicados en nuestro país y que demuestra que la amplitud de miras de la editorial iba un poco más allá de la sempiterna cultura yanki.
Después de una etapa de transición entre sus números 81 a 140, en el que la publicación navegaba entre la antigua línea editorial y la búsqueda de un golpe de timón renovador, la aparición en sus páginas de autores como Peter Bagge, M. A. Martín, Rabo, Mauro Entrialgo y la labor como redactor jefe de Hernán Migoya desde 1992 a 1998, supuso un balón de oxígeno que haría que El Víbora alcanzase sus mejores entregas.
Desde su número 230 y a pesar de intentar evitar una rutina a la que el mercado volvió la espalda, la revista perdería ventas hasta su cierre definitivo. Exceptuando los evidentes altibajos que sufre un producto con un recorrido tan amplio, incluso en esta última etapa desfilarían las suficientes obras capitales (aquí se publicó "Ice Heaven" de Daniel Clowes por primera vez) como para echar de menos la desaparición de la revista. Sin la misma no podríamos entender tanto el mundo del cómic en general como el mercado comiquero de nuestro país en particular.
Y es que resulta doloroso comprobar que en estos últimos tres años no haya surgido ningún digno testigo que coja el relevo del finado si exceptuamos la esforzada labor realizada por los fanzines al uso (Malavida, Tmo, Cretino) o el esporádico bramido (a pesar de la distancia tanto en la forma como en el fondo) de El Manglar.
OBRAS APARECIDAS EN EL VIBORA QUE NUNCA HAN SIDO REEDITADAS:
Muchas de las grandes obras aparecidas en la revista serían recogidas en formato de novela gráfica pero otras nunca lo hicieron. De entre las mejores están:
-las aventuras en color de Amy Racecar surgidas del Balas Perdidas de David Lapham.
-Love and Rockets X de Beto Hernández, o cómo el autor de Palomar se sumerge en los suburbios angelinos que habitualmente retrata su hermano.
-Algunas historias cortas de los Bros. Hernández (entre ellas, la biografía de Frida Kahlo.)
-Juego de Luces, de Muñoz y Sampayo, tan impactante como cualquiera de las historietas protagonizadas por Alack Sinner, su creación más famosa.
-Los reportajes en forma de cómic de Peter Bagge.
-Bitch y Surfing on the third Wave de Miguel Angel Martin.
MAS INFORMACIÓN.
El Víbora desapareció con su número 299 en diciembre de 2004, habiéndose batido el cobre en las trincheras del quiosco durante dos décadas y media.
Unos meses antes, el número 289 no estaba engalanado con una de las tiparracas con cuerpo de infarto que habitualmente nos encontrábamos en la portada y que no por tradicional era menos cutre, sino con un escueto, explícito “¿El Fin?” que pregonaba a los cuatro vientos que los buenos tiempos se habían acabado.
Superviviente de unos ochenta en el que los magazines de y sobre historietas (Cairo, Zona 84, Cimoc) campaban a sus anchas por los hogares españoles, haciendo de la lectura un hábito y del síndrome de Diógenes una virtud, tuvo competidores como Makoki o El Jueves, pero nunca fue desbancada como reyezuela del trono underground que se había ganado a pulso. Porque El Víbora era una revista moderna, mutante, que creció con los sucesivos relevos generacionales de sus lectores y atendió diferentes campos de expresión que los cortos de miras enfrentaron entre sí con estériles debates acerca de qué era mejor, si la línea chunga o la línea clara. En la revista del ofidio cabían todos los estilos.
Nacida en el submundo cultural barcelonés de los setenta, del que surgieron manifestaciones tan nutritivas como La Banda Trapera del Río o la revista Star, El Víbora (que en un principio iba a llamarse Goma-3)fue digna sucesora del “heroico” fanzine El Rollo Enmascarado, secuestrado por el Ministerio de Información y Turismo y absuelto en 1974. Muchos de los que participaron en dicho “Rollo” también plasmarían sus obsesiones éticas y estéticas en el primer retoño editado en La Cúpula de José María Berenguer, y financiado por un avispado Toutain, en aquel lejano año de 1979.
Ya en su primer número el subtítulo “Cómix para Supervivientes” anunciaba lo que sus responsables se traían entre manos. En sus páginas transitábamos de una historia a otra (en acelerado carrusel non-stop) sobrevolando fabulaciones sobre la realidad más descarnada, sumergiéndonos en arriesgados cruces entre el tebeo para marginados y la “marca de calidad” a la europea y golpeándonos contra un divertido surrealismo heredero de la primera Contracultura americana. Precisamente durante esta su primera etapa (hasta el número 70 u 80) El Víbora fue la heredera española de aquellos Anarchy Comix y Zap Comix que se erigieron en la otra forma de comunicación que ingeniaron los hippies a espaldas del Sistema.
Echando un vistazo a la plantilla de la primera época observamos que la revista ha sido la columna vertebral en la que se apoya el cómic español actual y que incrustó (a mazazos) la querencia por los autores menos comerciales del underground mundial. Firmas como Max, Nazario, Gallardo y Ceesepe se dieron la mano con los mejores descubrimientos de la explosión alternativa americana representada por los Hermanos Hernández, Charles Burns y Robert Crumb, pasando por la calidad sin enconsetar y con mayúsculas de Muñoz y Sampayo o apuestas tan arriesgadas en su día como las fábulas morales del genial Tatsumi, uno de los primeros autores japoneses publicados en nuestro país y que demuestra que la amplitud de miras de la editorial iba un poco más allá de la sempiterna cultura yanki.
Después de una etapa de transición entre sus números 81 a 140, en el que la publicación navegaba entre la antigua línea editorial y la búsqueda de un golpe de timón renovador, la aparición en sus páginas de autores como Peter Bagge, M. A. Martín, Rabo, Mauro Entrialgo y la labor como redactor jefe de Hernán Migoya desde 1992 a 1998, supuso un balón de oxígeno que haría que El Víbora alcanzase sus mejores entregas.
Desde su número 230 y a pesar de intentar evitar una rutina a la que el mercado volvió la espalda, la revista perdería ventas hasta su cierre definitivo. Exceptuando los evidentes altibajos que sufre un producto con un recorrido tan amplio, incluso en esta última etapa desfilarían las suficientes obras capitales (aquí se publicó "Ice Heaven" de Daniel Clowes por primera vez) como para echar de menos la desaparición de la revista. Sin la misma no podríamos entender tanto el mundo del cómic en general como el mercado comiquero de nuestro país en particular.
Y es que resulta doloroso comprobar que en estos últimos tres años no haya surgido ningún digno testigo que coja el relevo del finado si exceptuamos la esforzada labor realizada por los fanzines al uso (Malavida, Tmo, Cretino) o el esporádico bramido (a pesar de la distancia tanto en la forma como en el fondo) de El Manglar.
OBRAS APARECIDAS EN EL VIBORA QUE NUNCA HAN SIDO REEDITADAS:
Muchas de las grandes obras aparecidas en la revista serían recogidas en formato de novela gráfica pero otras nunca lo hicieron. De entre las mejores están:
-las aventuras en color de Amy Racecar surgidas del Balas Perdidas de David Lapham.
-Love and Rockets X de Beto Hernández, o cómo el autor de Palomar se sumerge en los suburbios angelinos que habitualmente retrata su hermano.
-Algunas historias cortas de los Bros. Hernández (entre ellas, la biografía de Frida Kahlo.)
-Juego de Luces, de Muñoz y Sampayo, tan impactante como cualquiera de las historietas protagonizadas por Alack Sinner, su creación más famosa.
-Los reportajes en forma de cómic de Peter Bagge.
-Bitch y Surfing on the third Wave de Miguel Angel Martin.
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