Goudou Goudou, 9 de 10. Posteado por Ann Nocenti el 31-01-2011 en Hilobrow. Aquí el post original. Traducido por Félix Frog2000.
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Acaban de reparar nuestra rueda. Es la hora de marcharse. Espero con
interés la siguiente detención y pausa, los universos de espirales derivados de las mismas.
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El día del terremoto me transformé en una máquina. Estuve
procesando un flujo incesante de mensajes de correo electrónico, troleando las pantanosas aguas de los “media”, desplazándome por las procelosas olas del tráfico de
datos y bits intentando dar salida a los informes sobre el
terreno realizados por mis estudiantes de cine, pretendiendo cosechar y alentar
donaciones de todo tipo, desde las que estaban formadas por pastillas de jabón hasta un sistema de filtración de
agua que cuesta 40.000 dólares. Mi cuerpo se afligía por mi retorcido
crispamiento sobre el teclado, los ojos vidriosos puestos sobre la pantalla.
Después de dos semanas de insistir a los medios de
comunicación, nuestra escuela de cine ha conseguido una cobertura bastante sustancial: la CNN emite metraje realizado por los estudiantes, hemos conseguido comisiones para realizar más películas para la TV canadiense, hemos almacenado algunos suministros donados de un sin fin de sitios, listos para ser enviados por barco a Jacmel.
Conduzco frenéticamente para que me de tiempo a coger un avión con destino Haití. Pero Haití no permite que las personas se conviertan en máquinas funcionales. Todos los días, sin excepción, las cosas se rompen. Los
haitianos no sólo tienen una excepcional paciencia, sino además una admirable
capacidad para soportar obstinadamente los largos tiempos de interrupción.
Un día rutinario: ponemos rumbo a las colinas para hacer una
película sobre agronomía. Todo el mundo llega tarde, el conductor se ausenta
sin permiso, una de las ruedas se desinfla y se convierte en jirones. Encontramos una tienda de
automóviles, en realidad sólo son unas barras talladas a mano con bramante enrollado y envueltas en plástico, pero es suficiente como para crear un espacio
del que los jóvenes mecánicos se sientan orgullosos.
Todo lleva más tiempo de lo que debería en Haití, por lo que
me doy un paseo por el pueblo. Veo a un niño amarrar a su burro y alejarse. El
burro tuerce su cabeza hacia atrás para mascar la paja que lleva en la
desintegrada bolsa de tela atada a su silla de montar. ¿Debería interrumpir al burro y no dejar que se comiese la silla de montar? No lo hago. Me quedo felizmente
escondida en la sombra. En el abrasador brillo del sol exterior se percibe algo brutal. Uno de mis amigos haitianos me dice que incluso si en Haití no cogiese la malaria, podría pillar el pensamiento de malaria. Es decir, que el pensamiento
se podría introducir por ciertos meandros y marchar a la deriva por mi cerebro. Goteando sudor febril. Se refiere a los pensamientos que llenan las pausas que se van produciendo.
Veo un chico atar en un árbol a su cabra para que pueda mordisquear un brote de malas hierbas. Mientras espera juguetea con la
larga cadena. Se ata de pies y manos. Ata uno de los eslabones a una botella de plástico y tira
de su nuevo juguete. La enrolla y desenrolla y la atesora en la mano. Cuando la
cabra empieza a mordisquear sus pantalones cortos, la desata y pasa al
siguiente parche de hierba verde.
Las mujeres caminan acarreando de todo. Se sientan en fila a la espera de las camionetas para comprar gas,
tejiendo universos de espirales en el pelo del resto de las que esperan.
Me quedo mirando un árbol que crecerá para siempre por el agujero de un
neumático desechado. Te juro que veo cómo el neumático está empezando a estallar. Mis ojos están hambrientos. Me imagino que dentro de
veinte años nuestro neumático arruinado habrá sido dividido en dos por el árbol.
El niño vuelve con sus recados realizados, listo para cargar a su burro. Me pregunto si estará enojado por culpa de la silla de montar desinflada que ha masticado el animal.
Entonces me fijo en que también lleva una brazada de paja bajo el brazo. Tranquilamente vuelve a
forrar su silla de montar, se sube encima y se marcha. La silla de montar también es el
comedero del animal.
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