Artículo de Alan Moore para Knockabout nº 9 (1985). Reeditado en Bacchus nº 56 (2000). Ilustraciones de
Eddie Campbell. Traducido por Frog2000.
Si estás leyendo este artículo en un entorno oscuro y con aroma a
madera que parece estar repleto de horquillas, gomas coloreadas y bolígrafos
vacíos con una mujer en su interior cuyo biquini se desvanece cuando le das la vuelta, entonces te puedo asegurar que (a) te has metido en el cajón superior
derecho de una cómoda, y (b) eres agorafóbico.
La agorafobia, el miedo a los espacios abiertos, es un
desorden psiquiátrico leve comparado con el resto, y en su mayor parte no causa molestia alguna a quien lo sufre, excepto en aquellos ejemplos
azarosos e impredecibles en los que alguien abre inadavertidamente el cajón del
aparador antes mencionado o cuando empieza a asomar por la parte superior de la cesta de
la ropa u ocurre alguna otra cosa de naturaleza similar, en cuyo caso es posible
que el sujeto empiece a sollozar, evacúe sus intestinos y se muerda con fruición sus propios
pulgares. Como ocurre tan a menudo con las discapacidades físicas o mentales,
la sociedad en general parece no ponerse de acuerdo en la forma
de reaccionar ante estos problemas únicos que padecen algunos individuos poco afortunados. No sólo sufren el problema de que tienen que murmurar disculpas
apresuradas y cerrar rápidamente la puerta después de descubrir que su madre se ha metido en la secadora, sino que el asunto, bastante real y de extensas consecuencias, llega mucho más allá.
Como país deberíamos preguntarnos qué es lo que podemos
hacer por los agorafóbicos que viven entre nosotros. ¿Cómo se podría eliminar su
sufrimiento? ¿Cómo ayudarles para que se vean a sí mismos como miembros
útiles de la sociedad en lugar de como molestias que se interponen en el camino
del trabajador que acude a comprobar el gasto en el contador del armarito situado debajo de las escaleras? A continuación ofrezco unas cuántas
sugerencias bastante útiles.
Para empezar, los eufemismos insultantes y
condescendientes como “el caso ese del armario” o la palabra “encierro” deberían
eliminarse inmediatamente de las conversaciones habituales. Lo mismo ocurre con
“obsesionado con la conejera”, “okupa de la cisterna”, “residente del frigorífico” y los restantes términos insensibles y abusivos que se suelen utilizar popularmente en la actualidad. Sé tan bien como cualquiera que mientras se esté disfrutando de una alegre convivencia y se suela bromear con los compañeros de trabajo,
será demasiado fácil olvidarse de lo políticamente correcto y no expresar cosas como “Mi tío Ron
está verdaderamente Obsesionado con las Cajas de Cerillas”, especialmente cuando
algún otro también pueda estar utilizando el mismo tipo de lenguaje. Sin embargo, será mejor entender cuanto antes que refrenarnos no es suficiente, así que deberíamos definitivamente proceder de una forma más taxativa. Quizá “Mi tío Ron es una persona a la que le gusta la vivienda reducida”
suene de una forma mucho menos ofensiva.
En segundo lugar, a medida que avanzamos en nuestros asuntos diarios todos podemos ser capaces de esforzarnos un poco y tomar sencillas precauciones para no molestar accidentalmente o provocar ansiedad alguna mediante unos momentos tan desafortunados y desconsiderados. Por ejemplo, la próxima vez que intentes alcanzar la caja de galletas con la intención de proporcionar un
acompañamiento a tu taza nocturna de Ovaltine, párate un minuto y piénsalo mejor.
Antes de quitar la tapa quizá sea mejor que levantes la lata con mucho cuidado para ver si el peso y el bulto de los lados te sugiere que puede contener las últimas cuatro cremas vagabundas que quedaban en su interior o en realidad, en su interior se encuentra encerrado tu dolorosamente introvertido hermano mayor que nunca ha sido
el mismo desde que accidentalmente fue abandonado en el tejado del World Trade
Center al cumplir los quince años. Golpea fuertemente el maletero
del coche antes de intentar abrirlo. Piénsalo dos veces antes de cortar sin cautela esas pieles
de patata para dejar que caigan en la papelera. A base de estos pequeños, y en
comparación, triviales pero considerados actos, podrás fácilmente aliviar las
molestias de los ciudadanos gravemente confinados a lo
largo y ancho de este país.
En tercer lugar, y bajo mi punto de vista creo que el más
importante a considerar, los agorafóbicos deberían disfrutar de unas largas y agradables
vacaciones. ¿Qué puede ser mejor para el muchacho o muchacha de limitado
“lebensraum” [espacio vital] que una excursión despreocupada alrededor de un
mundo soleado y brillante? Por supuesto, ese tipo de excursión les puede suponer serias
dificultades, pero si se aplica un poco el ingenio, ni siquiera el más ardiente defensor de la comunidad abreviada podrá alegar alguna objeción para convertirse en un auténtico cosmopolita. Mi intención con los siguientes consejos es intentar delinear unas cuantas sencillas instrucciones paso a paso que les faciliten unas vacaciones perfectamente viables.
1-Anunciando Las Vacaciones
Al enfrentarse a la perspectiva de un crucero por el mundo, casi cualquiera que sufre agorafobia se puede poner a gritar hasta
echar abajo el armario donde se encuentra, por lo que en todo caso será mejor no decirle nada sobre sus vacaciones hasta el último minuto. Si su anuncio resulta inevitable, se debe intentar suavizarlo de la mejor forma posible, evitando frases como "lo que necesitas es salir y moverte más a menudo por el exterior" o "¿qué te parece respirar un poco de aire fresco
y revitalizante?”, porque podrías causarle bastante estrés. En su lugar intenta echar un
vistazo a las necesidades del agorafóbico arrojando una luz más positiva sobre el asunto. Empieza la conversación con frases parecidas a la de “he oído decir que en
Italia hay algunas agradables cabinas para ducharse”. Creo que los
resultados te pueden sorprender gratamente.
2-Gestiones Para El Viaje
Cuando se empiezan a realizar todas las gestiones para que los
agorafóbicos disfruten de su viaje, en realidad solo hay que tomar en consideración un par de cuestiones
alternativas claramente definidas. La
primera, quizá la menos dificultosa y la que consume menos tiempo,
consiste sencillamente en llamar a la embajada Nigeriana e informar de que
tienes a un disidente expatriado en tu país con opiniones bastante críticas
sobre su gobierno actual que actualmente tiene su residencia en la guantera
de tu Renault. En menos tiempo de lo que lleva decir “cuchillada”, los
representantes de la embajada llamarán a tu puerta portando una jeringuilla repleta de drogas inusuales, lista para ser bombeada en el brazo del incauto
viajero antes de que comience su viaje, una innovadora forma de evitar la
incomodidad del vuelo que las aerolíneas más progresistas del mundo
han sido sorprendentemente reacias a insertar en sus programas. Para continuar, el turista hibernado puede ser introducido en el interior de una caja de embalaje etiquetada como valija diplomática y transportado alrededor del mundo, quizá la mejor forma de viajar para cualquier refugiado de caja de zapatos
convencido. La única desventaja puede ser que utilizando esta forma de transporte el viajero quizá no llegue a su país de destino. Lo más seguro es que el tranquilo turista
sea torturado, forzado a renunciar a todas las afiliaciones políticas que ha abrazado previamente y condenado a encarar un pelotón de
fusilamiento. Es el motivo por el que muchos trotamundos expertos prefieran escoger la
segunda opción mencionada un poco más abajo, mediante la cuál se puede completar la circunnavegación del globo sin tener la necesidad de poner un
pie más allá de la puerta de casa. En nuestra siguiente sección trataremos primorosamente este método.
3-Pretender Que Estás En Torremolinos Cuando, De Hecho, En
Realidad Estás En El Armario Donde Se Suele Orear La Ropa
No es tan difícil como parece. Recuerda, el destinatario de
tu generosidad puede que casi esté patéticamente ansioso por evitar cualquier
oportunidad de vislumbrar un objeto que se encuentre más allá de cuatro metros de donde está en ese mismo momento, por lo que es posible que acepte con gratitud la
sugerencia de que un viaje es mucho más confortable y divertido si
tiene que llevar una bolsa de plástico de Sainsbury en la cabeza durante la
duración del mismo. En cuanto sean incapaces de utilizar su visión, la decepción que puede acarrear el viaje simulado será bastante menor.
Primero tienes que convencerlos de que van a ser embutidos en
un taxi y transportados al aeropuerto. Para hacerlo, siéntalos en una silla
pobremente tapizada y enciende la emisora “Radio One” tan alta como puedas para
evitar que noten la ausencia del ruido del motor. Si recalcan el hecho de que
no se sienten como si estuviesen en movimiento, háblales elogiosamente de la
suspensión del coche con un ronco e irreconocible acento cockney hasta que dejen
de hablar sobre el tema. Para añadir más verosimilitud a la experiencia, deberías saber que ayuda mucho gritar: “por el amor de dios, sal del carril lento
o pisa el acelerador, bastardo negro de las narices” en cuidadosos intervalos espaciados a lo largo de toda la duración del “viaje”.
Después de aproximadamente una hora y media, infórmales de
que acaban de llegar al aeropuerto y pídeles ochenta y ocho libras. Mientras
rebuscan en su monedero, encajona su cabeza dentro de una papelera forrada de
papel albal elegida por su resonancia y adoptando un “falsetto” femenino
vagamente inteligible, anuncia que su vuelo está a punto de salir en cinco minutos. De forma
casi invariable, emitirán un quejido ansioso debajo de su bolsa,
lanzarán un puñado de diez libras al imaginario taxista, y luego, dándose la
vuelta, corretearán a toda velocidad contra la pared del salón hasta chocar contra
ella, quedando inconscientes en el suelo. Antes de que vuelvan en sí, siéntalos en un
sillón situado frente a la pared a menos de un metro de
distancia, con sus rodillas necesariamente flexionadas bajo su barbilla en posición incómoda, postura en la que permanecerán las siguientes ocho horas.
Cuando recuperen la consciencia, comentáles que apaguen sus cigarrillos e infórmales de que si miran hacia el pasillo central, la azafata les mostrará cómo se tiene que
usar el salvavidas para evitar cualquier eventualidad que haga que el avión aterrice
forzosamente sobre el mar. Que sean incapaces de observar dicha
demostración posiblemente vital de precauciones básicas de seguridad generará
una genuina sensación de malestar indistinguible de la que suelen experimentar
los pasajeros de un vuelo regular mientras se encuentran a bordo. Anuncia la película que se va a poder ver durante el vuelo (comprobando la programación en la radio o en el “TV Times” ) y
luego enciende el televisor. Si te aburres durante las siguientes siete horas, ¿por qué no anunciar alguna “turbulencia aérea” mientras agarras
intermitentemente las orejas del sillón del pasajero desde la parte de atrás y
lo empiezas a agitar violentamente de un lado al otro? Para cualquier otra eventualidad idea “tu propia forma de hacer las cosas” y la parte más difícil habrá
terminado. Todo lo que nos queda es la tarea de proveer una creíble
aproximación a los países que tu nervioso personaje de alta sociedad va a empezar a visitar.
4-Finlandia En Tu Baño
Este destino es uno de los más fáciles. Se puede emular casi con
cualquier cosa, por la sencilla razón de que nadie ha estado en Finlandia antes ni tiene la menor idea de qué aspecto puede tener, especialmente nadie que viva dentro
de un saco. Para sugerir el clima amargo y Ártico necesitaremos un ventilador
eléctrico, a menos que seas uno de esos lo suficientemente afortunados como para disponer de aseo exterior, en cuyo caso tan sólo tendrás que dejar la puerta
abierta. El ruido del tanque rellenándose puede pasar por las olas rompiendo
suavemente en un cercano fiordo, incluso aunque en realidad en Finlandia no haya
fiordos. Ciertamente, nadie que se haya pasado toda su infancia dentro de una lata
de té va a poder contradecir a un oriundo de la zona. Si le dices que hay fiordos en
Finlandia, está casi garantizado que no te lo va a discutir. Si sigue
inclinándose por discutir la idea, arroja un ladrillo en la taza del inodoro
que provoque un fuerte chapoteo y comenta bien alto: “Oh, oh, ¡Ahí va otro misil
de crucero ruso! Han hecho un buen trabajo haciendo que aterrice en ese
fiordo de allí.”
5-Japón En Tu Despensa.
Como Japón es una de las naciones más seriamente
abarrotadas y angostas de todo el planeta, el mejor lugar (sin discusión) para reconstruir tu propia "Tierra del Sol Naciente" puede ser la despensa doméstica ordinaria. Simplemente mete a través de la ventana de la despensa una cañería
de desagüe para favorecer la atmósfera adecuada y luego pasa al revés a 78 rpm una cinta
grabada con voces de gente charlando. Si tu
“turista” abre la boca para preguntar algo torpe o embarazoso sobre el
país o sus tradiciones, aprieta fuertemente un pedazo de pescado crudo contra su cuerpo y bruscamente coméntale que examine qué le parece la producción de un famoso
productor de microchips nipón. Te aseguro que excepto para los dedos más exigentes, un puñado de “Shreddies” [cereales] presentados
en una bandeja para hornear podrían pasar por un artístico circuito en
miniatura para cualquiera.
6-Suecia En Tu Cocina
Sitúa a tu ahora-completamente-hastiado explorador en el arcón
congelador, rellena el sumidero del mismo con pudin de leche y luego intenta
desatascar vigorosamente al turista utilizando una ventosa de fontanero convencional
mientras le preguntas qué opina sobre los espectáculos de sexo en directo. La
temperatura por debajo de cero del congelador debería prevenir adecuadamente
que alcance determinado punto de excitación, ese mediante el cuál, la situación se puede convertir en algo dificultoso o incluso inmanejable, aunque en los casos más
extremos deberías utilizar tu propio juicio.
7-Sudamérica En Tu Invernadero
Espero que el título lo explique perfectamente. Todo lo que
necesitas es un generador eléctrico pequeño, un rollo de cable de cobre y un
par de pinzas de cocodrilo y la ilusión será completa.
Obviamente no tiene mucho sentido que siga describiendo la variedad de delicias como Botswanaland En Tu Callejón
o La República De China En Tu Dormitorio De Invitados. Por ahora, cualquiera interesado en proporcionar este desinteresado servicio para algún inquilino inhibido, las técnicas básicas deberían haber quedado claras, independientemente de la habitación a utilizar de la que sea partidario. Con tan sólo un poquito de imaginación, estoy seguro de que se te irán ocurriendo un montón de adornos y embellecimientos de tu propia autoría.
Por ejemplo, ¿qué hay de la inserción de varias letales y singulares
enfermedades que se pueden adquirir en los trópicos? ¿O un improvisado registro
exhaustivo cuando el turista se encuentre intentando regresar a sus “Costumbres Británicas” habituales? Las
posibilidades son infinitas.
Gracias por intentar escucharme.
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