lunes, 24 de julio de 2017

LOST IN TRANSLATION: "THE WAY WE WERE", SOBRE DOUSEI JIDAI (2 DE 4)

Artículo de Bill Randall para The Comics Journal nº 295 (2009). Traducido por Frog2000. Parte 1

La mayor diferencia, y el logro más extenso de Kamimura, es su dibujo. Echa un vistazo a cualquier página de su obra y estarás contemplando una composición sorprendente, diseñada a base de gestos líricos y fluidos. En Dousei Jidai, los árboles se convierten en porciones de dibujo al estilo sumi-e. Las calles nocturnas de Shinjuku se transforman en pinturas blancas sobre terreno oscuro, y sus estaciones ferroviarias están increíblemente repletas de enloquecidos garabatos realizados a base de líneas y círculos. Sobre todo Kyoko, el personaje principal del libro, parece vivir y respirar en la página. El autor es capaz de dibujarla tímida, seductora, burlona, maternal, en la agonía de la pasión, sufriendo un dolor insoportable. En otras palabras, hace que esté viva.

Esta alquimia entre la mano, la tinta y el ojo me sigue desconcertando un montón. Algunos personajes son capaces de permanecer vivos incluso después de leerlos. Pienso en las chicas de Hoppers, o en el protagonista de Pies Descalzos, aunque no en los personajes estrella de Tezuka, cuya reutilización me hace pensar en un teatro de marionetas. Del mismo modo, los personajes de Dan Clowes viven a través de sus palabras, no de sus dibujos. Y sospecho que Dave Sim debe haber celebrado largas negociaciones con su vibrante reparto para que cualquiera dijese e hiciese lo que él quería.

No se trata de la calidad de la obra, sino de la vitalidad de la línea que define al personaje. En Dousei Jidai, el trazo de Kyoko es mucho más brillante que el de Jiro. Además funciona a pesar del dibujo de la figura bastante rígido de Kamimura. Japón nunca ha sido capaz de igualar la tradición europea de dar vida al personaje, por lo que su ritmo poco humano revela algunas deficiencias. Pero no importa, porque Kamimura lo sobre-compensa con sus impresionantes composiciones e innovadoras historias. Y la química de Kyoko trasciende sus limitaciones. Parece como si fuese su auténtica musa.

Desafortunadamente para ella, es una musa propia de una cultura que lleva tratando sobre las mismas desde hace mucho tiempo. En el folclore, las mujeres son putas y demonios. Todavía hoy son putas y demonios, a veces madres, y más a menudo cuadros vivientes. El mejor y más inteligente uso de esta tendencia es el relato corto de Junichiro Tanizaki titulado "Mr. Bluemound". En este cuento, una estrella de cine encuentra el diario de su marido y director en el que intenta explicar su muerte. Entre otras cosas, detalla un encuentro con un fan obsesivo de su mujer que había reconstruido de forma precisa su cuerpo a base de rastrear todos los rasgos y detalles de las películas del marido que ella ha protagonizado. Los dos hombres empiezan a competir por ver quién sabe más sobre su cuerpo, intercambiando así esencia por superficie. En cierto modo, ella se convierte en el papel en donde ellos escriben sus obsesiones.
Hay más artistas del gekiga, porque Dousei Jidai es gekiga (ese viejo género para adultos con cerebro que puede que lo único que anide en su cerebro sea sexo y violencia), que también se expresan a través de los cuerpos de las mujeres. Yoshihiro Tatsumi flagelaba a sus lectores mediante la impotencia espiritual, y Yoshiharu Tsuge recorrió aguas caudalosas mediante el uso de retratos humanos escogidos personalmente. Miles de artistas menores suelen trabajar de una forma semejante. Una de las expresiones más recientes es el Lolicon, fantasías protagonizadas por niñas mágicas, o incluso podemos referirnos al "arte" del bondage. Todos son ejemplos obsesivos, y el arte japonés está repleto de ellos.

Las raíces de estas obsesiones son profundas. En Occidente solemos congratularnos describiendo a Japón como un país sexista. Pero si queremos buscar un análisis más profundo, recomiendo el estudio de Ian Buruma titulado Behing the Mask. Sus ejemplos, de décadas o siglos de antigüedad, todavía resuenan en la actualidad. Incluso uno de los cómics de Kamimura, Sachiko´s Happiness, le sirve de ejemplo. Está protagonizado por una madre prostituta, Sachiko, que vive de su oficio. Buruma recuerda que "los adultos bien educados" japoneses suelen leer la obra mientras se les saltan las lágrimas por una historia que en América provocaría o bien aturdido silencio o bien risa agonizante.

Mientras tanto, Kyoko sufre. Dios mío, que si sufre. Es cierto que las simpatías de Kamimura están claramente de su lado, rompiendo con la actitud de la mayoría de los artistas de gekiga anteriores, incluso porque el autor dibuja más bellamente que ellos. No obstante, el personaje sufre las molestias diarias de una mujer que vive y trabaja con hombres. Sufre como una mujer que está en una edad que le cierra la mayoría de las puertas. Y sufre por tratar de vivir por amor. Cuando se da cuenta de que Jiro y ella deberían haberse casado, comienza a sentirse agraviada por su pareja. Eventualmente, un cambio en sus borrosas circunstancias la obliga a tomar una acción drástica que también terminará fracturando su espíritu. Jiro parece darse cuenta de sus fracasos cuando lo trasladan al hospital. Pero ya es demasiado tarde, aunque me estoy anticipando.

La trama de Dousei Jidai persigue la relación de los amantes a lo largo de tres etapas. Cada una lleva aproximadamente un tercio de la historia, encajando perfectamente en cada uno de los tres volúmenes reeditados. Este diagrama esquemático le permite a Kamimura tomarse su tiempo para llegar hasta el final. El argumento se balancea entre el eterno presente, la calma sin preocupaciones del día a día, y los cambios drásticos, demasiado rápidos, de su vida conjunta.

(Continuará)

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