Artículo de James Van Hise para Comics Feature Collector´s Edition nº 3 (1984). Traducción: Félix Frog2000.
El terror no es un elemento que encaje de forma natural en las series de cómic, aunque la búsqueda por encontrar una forma efectiva de comunicarlo mediante la ecuanimidad propia del medio ha sido larga, y los fallos han sido mucho más habituales que los aciertos.
Aunque muchos otros tipos de series tienen su origen en las tiras de periódico que finalmente terminarían engendrando los propios comic books, en realidad, el sombrío y osado mundo del terror nunca se había adaptado en el cómic. Alex Raymond introdujo algún monstruo ocasional en Flash Gordon, pero el formato de la tira era más el de la aventura, y en esta y otras series de ciencia ficción nunca se llegó a intentar hacer uso del género de terror. El monstruo tan solo era un mero obstáculo que el héroe tenía que superar con su ingenio y su pistola láser, y los aspectos más espeluznantes de estos encuentros, explorados simultáneamente en los años 30 en Astounding Stories en historias como "El destructor negro" de A. E. Van Vogt, o "¿Quién anda ahí?" de Joseph W. Campbell, terminarían siendo capitalizados en el cine.
El terror en la ciencia ficción desplegada en los cómics no se aprovecharía hasta principios de los 40 en el "Spacehawk" de Basil Wolverton, para Target Comics, y en gran medida sería el único esfuerzo, pues los aliens que dibujaba el autor, aunque por lo general inteligentes, eran horriblemente feos, lo que dio como resultado que algunos jóvenes lectores escribiesen a la editorial para quejarse de su aspecto horripilante. La pura rareza de los monstruos de Wolverton no tuvieron parangón en los 40.
El terror en los cómics durante los 40 tomaba normalmente la misma forma de los cómics policíacos de finales de la década, o de los maníacos tarados encerrados en casas encantadas que (de nuevo), tan solo suponían un obstáculo para el héroe titular en lugar de formar parte de una historia terrorífica. El terror, tal y como se estaba utilizando, solo ejercía de elemento secundario en el desarrollo de la aventura. La popularidad cinematográfica del monstruo de Frankenstein interpretado por Boris Karloff en los 30, no tuvo su reflejo en el cómic hasta que en 1945 apareció la serie Frankenstein Comics. Pero incluso entonces, su enfoque estaba diseñado para evitar las críticas, porque tal y como dibujaba el monstruo Dick Briefer, Frankenstein era un personaje humorístico que incluso llegó a satirizar a Superman en su nº 8. La serie discurriría de igual forma hasta su número 18 de 1951, cuando recibió un saludable apoyo tras el éxito de la E.C. y otros tebeos de terror.
La E.C. también se acercó al género de refilón, empezando con cómics de crímenes (War Against Crime, Crime Patrol), y luego haciendo pruebas al incluir extrañas historias de horror para testar las reacciones del lector, y una vez comprobadas, modificar rápidamente la dirección de todas sus series. Los títulos de terror de la E.C., Crypt of Terror, Tales from The Crypt, Haunt of Fear y The Vault of Horror son recordados como el epítome de los cómics de terror, y se ha escrito sobre ellos y han sido examinados de forma pródiga durante las dos últimas décadas. No solo porque publicasen las mejores historias de terror de todas, sino también por su calidad. Como evidencia Tales From The Crypt de Russ Cochran, también tuvieron su cuota de historias desechables y sus narraciones con fórmula. Pero lo que logra que sigan siendo tan efectivos hasta hoy en día es que además de sus historias en plan "adivina quién es el hombre lobo o el vampiro de turno", también utilizaban el terror en viñetas para presentar ideas bastante raras. Tales From The Crypt nº 35 presenta el clásico "Midnight Mess!", sobre un restaurante para vampiros. La idea puede parecer humorística en el primer vistazo, algo que tampoco obvia el propio cómic, sobre todo cuando el desafortunado humano se equivoca y cree que su vaso contiene zumo de tomate en lugar de sangre. Las cosas se vuelven más salvajes cuando su hermana empieza a enumerar los platos del menú, donde se incluye "costra de patatas fritas... Sorbete de Sangre", y la cara de Harold va enfermando poco a poco. Es terror para leer con la sonrisilla en el rostro, pero la ambientación generada por el estupendo estilo artístico de Joe Orlando permite a la historia funcionar a dos niveles, a pesar de la terrorífica viñeta final donde insertan un caño en la vena del cuello del protagonista. Cuando el cómic se adaptó al cine en "Vault of Horror" [La bóveda de los horrores, 1973], la empresa encargada de distribuir la película aparentemente no supo ver el salvaje absurdo de la historia y presentó vergonzosamente a la audiencia un clímax realizado a base de una imagen congelada, lo cuál rememora en realidad el formato de un cómic. Sin embargo, alguien me contó que era algo exclusivo para la edición del estreno estadounidense y que la película no se había grabado de esa forma.
El terror relacionado con la ciencia que sale mal fue una de las estratagemas favoritas de la E.C., y no estuvo mejor empleado que en "The Rover Boys", publicado en Tales From The Crypt nº 37. En la narración aparecía un doctor que busca venganza (contra la junta médica que ha revocado su licencia) trasplantando sus cerebros al cuerpo de unos perros. Aunque la credibilidad de la situación hace aguas cuando los perros introducen su cerebro en un caballo, la historia sigue siendo extrañamente efectiva gracias al magnífico dibujo de Graham Ingels. Graham Ingels fue etiquetado como el mejor dibujante de cómics de terror por una buena razón.
E.C. reconocía la importancia del dibujo en sus historias, y aunque era imposible acertar siempre después de tener que inventar diariamente una historia corta completamente nueva, sin duda lo intentaron. Una de sus historias de terror más efectivas emplea la tan maltratada temática de la venganza de una forma sorprendente y conmovedora. "Shadow of Death", del Tales From The Crypt nº 39, nos enseña que el terror más efectivo puede depender de una idea de lo más bizarra. En este caso, el concepto de una sombra que de repente cobra vida y busca venganza. La maestría de Ingels para caracterizar a sus personajes nunca estuvo mejor que en su retrato de un vendedor de periódicos tullido agredido por un competidor sin escrúpulos. Resulta asombroso leer las viñetas en las que la sombra del viejo se levanta y empieza a caminar, una hazaña imposible de duplicar por el propio anciano. Descrita con los mínimos textos de apoyo, la sombra posee un montón de marienismos y expresiones, incluso podemos atisbar en la silueta una mirada de regocijo cuando se apropia de las sombras de una pala y un hacha. Ni antes ni después he vuelto a ver algo parecido en el medio, y en esas siete páginas, vemos cómo el cómic aprovecha su formato de una manera que demuestra una superioridad absoluta sobre la narrativa. Incluso Stephen King en su mejor momento no sería capaz de evocar la misma sensación que las sombras representadas por Graham Ingels. Su diseño comunica un montón, y además parecen moverse por su propia cuenta de una forma genuina, capturando la estrecha cercanía que siempre han tenido los cómics con el cine, aunque por lo general su potencial apenas haya sido explotado. El propio Stephen King reconoce la influencia de la E.C. en su psique emergente, tal y como dejó escrito en su libro Danza Macabra:
"De niño, me aficioné al género con los tebeos de horror de William B. Gaines Weird Science, Tales From de Crypt, The Vault of Horror… además de todos los de los imitadores de Gaines (aunque como un buen disco de Elvis, los tebeos de Gaines, eran a menudo imitados, pero nunca igualados). Estos tebeos de horror de los cincuenta, aún siguen siendo para mí el epítome del horror, esa emoción que subyace bajo el terror; una emoción ligeramente menos refinada porque no pertenece únicamente a la mente. El horror también provoca una reacción física mostrándonos algo que es físicamente perturbador.
Veamos una de las típicas historias de la E. C.: La esposa del protagonista y su amante, deciden librarse del protagonista para poder huir juntos y casarse.
En casi todos los tebeos de lo extraordinario de los cincuenta, las mujeres son vistas como una fruta demasiado madura, tentadoramente carnales y sexuales, pero en última instancia malvadas: zorras asesinas y castradoras que, como la mantis religiosa, sienten una necesidad casi instintiva de rematar el acto sexual con canibalismo. Estos dos canallas, que podrían haber salido tal cual de una novela de James M. Cain, llevan al pobre obtuso del marido a dar un paseo en coche y el amante le mete una bala entre ceja y ceja. Atan un bloque de cemento a una pierna del cadáver y lo arrojan desde un puente al río. Dos o tres semanas más tarde, nuestro héroe, un cadáver viviente, emerge del río, podrido y comido por los peces. Se arrastra en busca de su querida esposa y de su amiguito… y no precisamente para invitarlos a tomar unas copas, sospecha uno. Un fragmento de diálogo de esta historia que nunca he olvidado es:
«Voy en tu busca, Marie, pero tengo que ir despacio… porque se me siguen desprendiendo trocitos…» .
En "La pata de mono" lo único que se ve estimulado es la imaginación. El lector se encarga de hacer el trabajo por sí mismo. En los tebeos de horror (así como en los pulps de horror entre 1930 y 1955), también se apela a las vísceras. Como ya hemos indicado, el anciano de "La pata de mono" tiene oportunidad de desear la inexistencia de la terrible aparición antes de que su frenética esposa pueda abrir la puerta. En Tales From The Crypt, la Cosa de Ultratumba sigue ahí cuando la puerta
se abre, grande como la vida misma y el doble de fea."
(Continuará)
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