Goudou Goudou, 2 de 10. Posteado por Ann Nocenti el 22-11-2010 en Hilobrow. Aquí el post original. Traducido por Félix Frog2000.
-Goudou Goudou 1
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Lo olemos antes de encontrárnoslo, la mitad del cuerpo colgando de una
alambrada de púas, como si se hubiese quedado atascado y hubiese muerto
mientras esperaba un rescate que nunca terminó de llegar. Ayer no estaba, pero su muerte
se ha producido hace muchos días, por lo que... ¿quién lo ha puesto donde está ahora? Inflado, casi
a punto de estallar, como si alguien hubiese soplado demasiado aire en un muñequito hinchable. Las patas rígidas como las de una mesa. Es un pitbull
atigrado, una raza poco común entre los perros callejeros genéricos que pueden
verse por Haití. Nos miramos confusos hasta que alguien sugiere que ha sido plantado justo delante de nuestra tienda de campaña para asustarnos.
Nuestra tienda de campaña al estilo militar de M.A.S.H. se
encuentra sobre un campo bananero esparcido que pertenece a un grupo de
campesinos. Unos currantes pasan de largo vestidos con camisas amarillas,
supongo que para realizar alguna buena acción. Cuando perdimos nuestra escuela de
cine con el terremoto, nos dejaron meter en una habitación los ordenadores y
las cámaras que mis alumnos habían salvado de una lluvia de escombros,
ofreciendo también una tienda para dormir, y otra tienda militar
enorme para utilizar como aula para las clases.
Cada día mis alumnos cuentan algunas historias, las desarrollamos, averiguamos
a quién vamos a entrevistar, y luego salimos corriendo en moto-taxis,
filmando al estilo de la guerrilla. Luego volvemos a la tienda para digitalizar
las escenas y nos ponemos a revisar escenas de películas clásicas con la intención
de mantener vivo el juju. La tienda está embarrada y caliente. Los pollos, los
cerdos y los niños entran y salen libremente. En el aire se respira una tonalidad como de situación de emergencia, como si las historias que quiero contar
muriesen si no se las hace una rápida intervención. Nos encontramos al lado del
aeropuerto, envueltos por una nube de polvo sin fin, bajo el rugido de los
aviones militares canadienses, norteamericanos, de los oriundos de Sri Lanka y
Venezuela, de los helicópteros de la ONU, de los aviones privados de los
dignatarios y celebridades que vienen de visita.
Somos un grupo nervioso, especialmente cuando estamos bajo cemento (por la oleada de rumores sobre otro
terremoto inminente y por culpa también de los numerosos temblores secundarios
que convierten el suelo debajo de nuestros pies en un mar embravecido.) Las
tiendas parecen estar relativamente seguras. A veces, un mango maduro golpea
nuestra carpa y la mitad de mis estudiantes se marchan corriendo para, a
continuación, volver riendo nerviosamente, compartiendo el jugoso mango que han
capturado como botín.
El perro muerto se convierte en un gran evento y genera
ondas de paranoia. La culpa es mía: las dos películas que he proyectado esta semana son “El Padrino” de Coppola y “Amores Perros” de González Iñárritu.
Mis estudiantes se quedan asombrados con la escena de
la-cabeza-del-caballo-en-la-cama que aparece en El Padrino. Los peces muertos
envueltos en papel de periódico, las cabezas cortadas de caballo en la cama,
todo ello supone un nuevo y extraño voodoo, “mensajes-con-bomba-fétida” al estilo
mafioso. Y ahora tenemos nuestra propia misiva hinchada y canina. Incluso el
título “Amores Perros" [Love-Dogs] es capaz de crisparnos los nervios. ¿Ha puesto alguien el perro como señal de que quizá nos hemos propasado tras la acogida inicial?
La tienda está sucia y resulta demasiado espeluznante quedarse en ella, así que salimos a filmar. Les digo a Enette y Bellegarde que
vayamos a rodar a los de “Payasos Sin Fronteras”, van a actuar en una escuela para
chicas de grado medio.
Nos quedamos rondando por el patio de la escuela, una de las
pocas que no ha sido reducida hasta los escombros, mientras esperamos a los
payasos. Un puñado de tíos pre-púberes están pasando el rato en la entrada. Uno lleva un lazo rosa largo anudado alrededor de su cuello que desaparece por debajo de su camisa y luego asoma por su entrepierna,
colgando todo a lo largo, suelto como una lengua desplegada o una polla perezosa. Parece estar masturbándose cerca de los columpios y su cosa salta y se agita. Se oyen risitas de
las chicas, pero todo parece muy inocente. Me pregunto si soy yo la única
persona que ve su actividad como un comportamiento lascivo.
Las niñas comienzan a fluir desde las aulas. Salen en
oleadas, como pollitos, vestidas con uniformes azules y cintas azuladas en su pelo. Chirrían, el sonido del edificio es como si estuviese repleto de un
enjambre de langostas. En el aire se nota como un zumbido de agitación, una
sensación que se produce justo antes de que un torrente de lluvia divida el
cielo en dos. El tsunami azul sigue llegando, fluyendo como una piscina, inundando
el patio. En este momento estamos instalando el trípode y conectando el cable a la jirafa.
Bellegarde comienza a filmar el metraje "de anticipación", mientras
que Enette busca un lugar donde asegurarse de que su micrófono pueda
capturar cualquier sonido que puedan producir los payasos. En las necesidades que afectan a todas estas niñas se nota algo siniestra, el aire está copado de oscura maldad. Las chicas han pasado por todo tipo de infiernos y anhelan un momento de alegría de una forma demasiado intensa.
Una niña pequeña me pregunta, ¿qué es un payaso? Le contesto
que son una cosa medio divertida, medio atemorizante, como las máscaras de Kanaval.
Aquí llegan los payasos. Cruzan con encanto a través de la caliente
mezcla en un todo-terreno negro de cristales tintados, saltan al exterior en un
estallido de color tocando bocinas en forma de claxon, las caras
contorsionándose en una mueca payasa que parece demandar "¡Reíos de una vez,
maldita sea!" Oleadas de niñas vestidas de azul zumban a su alrededor, los
profesores, desesperados, tratan de detenerlas, y nosotros somos zarandeados
por la primera línea de niñas pequeñas. Nos encontramos indefensos. No es que
precisamente las podamos hacer retroceder de un empujón, además, cada una de
ellas es inocente, tan sólo una masa anhelante convertida en una fuerza de
destrucción. Bellegarde no es capaz de sostener quieta la cámara y yo intento ayudarla para que se estabilice. Enette está intentando pasar velozmente a través de
las oleadas tirando del cable de la jirafa. Una sonrisa pícara aparece en su
pequeño rostro, una que yo interpreto como mitad divertida y mitad aterrorizada.
Los payasos saltan y gritan y giran sus paraguas y se dan
batacazos, bromas tambaleantes que para ellos forman parte de sus rutinas. Son
ardientes, su maquillaje, sus sucios disfraces, lo intentan duramente, pero
hay algo furioso en su desesperación por obtener risas del público. Las
carcajadas de las niñas se están convirtiendo en algo incontrolado e
incontrolable, su asombro, su alegría chillona... es demasiado. Los payasos se fijan en que algunas de las niñas son derribadas por las prisas del resto por
verles. Saltan dentro de su coche y se alejan en un suspiro, las chicas se marchan
gritando confusamente. Me pregunto si lo que sienten es alegría o sencillamente
frustración de algún tipo alimentada a la fuerza por una diversión que han
tenido que tragarse demasiado rápido para su gusto.
Perseguimos a los payasos hasta Pinchinat para su próximo
bolo, para luego frenar en seco los moto-taxis con los que íbamos disparados por las atestadas
calles. En el campamento la gente parece estar más preparada para los payasos,
tal vez porque el caos suele reinar día y noche en este lugar. Un puñado de hombres son
capaces de formar un gran círculo de niños en derredor. Les dicen que se den la mano unos a otros y que
nunca rompan la cadena para intentar mantener a raya a la multitud. Más tarde, un centenar de
topetazos y caídas, cambios de ropa, desfiles, caminatas sobre zancos y sonidos de
bocina nos producen anchas sonrisas, nos levantan el ánimo y
nos hacen quedarnos suspendidos en algún lugar por encima de la miseria. La
amenaza de la tormenta que se avecinaba desde que descubrimos el perro muerto, aderazada por el follón que montaron las niñas antes, se ha desvanecido.
Más tarde, cuando le entrego las cintas a la responsable de
la ONG de “espacios de amigos de la infancia”, que nos han contratado para que
filmemos a los payasos, le susurro que en parte del metraje se pueden ver escenas de
alborotos, por si quisiera editarlo.
Al regresar a la tienda que hace las labores de escuela veo que
han enterrado al perro, pero extrañamente lo han hecho cerca de nosotros, y no demasiado profundamente, por lo que persiste el hedor. Corren algunos rumores: nos
hemos sobrepasado en nuestra estancia, es un apestoso mensaje que nos envían
para que devolvamos algo. Pero nada es cierto, puede que tan sólo sea
un perro muerto. En Haiti es de lo más normal: torbellinos de rumores nos empiezan a golpear como malos vientos para alejarse a continuación, a nadie parece
importarle que se esclarezca la verdad, porque de alguna forma, las
sospechas y sus secuelas suelen resolver algunas cosas. Aunque rara vez sepamos lo que está ocurriendo realmente.
En otras palabras, solemos interpretar lo que nos interesa interpretar.
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