martes, 18 de septiembre de 2012

GOUDOU GOUDOU (5 de 10), por ANN NOCENTI

Goudou Goudou, 5 de 10. Posteado por Ann Nocenti el 13-12-2010 en Hilobrow. Aquí el post original. Traducido por Félix Frog2000.


Un joven sostiene una antigua roca, un pedazo de su casa derruida. Haití es un mar de piedras diseminadas en cascada, y entre esos escombros se esconde un zapato, una foto, una muñeca, una Biblia, los pedazos y tesoros de muchas vidas. La ciudad quiere limpiar las calles de los restos de la destrucción, pero el hombre de a pie lo considera un robo. Cada roca tiene un propietario en alguna parte. Los escombros no son baratos. Los escombros tienen un valor concreto.

Todos los “escombros” (los Haitianos pluralizan la palabra) se parecen entre sí. Son y no son el mismo. El joven viste una camisa azul a cuadros con el logo de Nike. Me muestra una mancha de color verde en la roca que sostiene, señala las paredes caídas de color verde de su casa. Pintura verde: la roca es suya. Apunta hacia las paredes de su vecino: color rosa. Y luego añade la roca verde a su montón. El sol está alto en el cielo, el aire calcáreo brilla de polvo, y por encima, los restos de arcos y pilares que hace dos semanas enmarcaban majestuosamente los salones han sido reducidos hasta convertirse en una silueta por el terremoto, ahora tan sólo sugieren la grandeza que se podía ver una vez, como las pinturas arquitectónicas de Chirico. 

Los días en Haití siempre se interrumpen por algún suceso surrealista, un acontecimiento que genera una pausa. Una pila de moldes de dientes. Un autobús “tap tap” que se ha estrellado contra el retrato pintado de Tupac Shakur apenas reconocible entre los restos de metal crujiente. Un inodoro encima de una montaña de escombros. Retratos de chiquillas en la pared de un salón de belleza, pedazos de rostros desaparecidos. Es difícil respirar.

El joven se arrodilla para clasificar las rocas. Tiene esperanzas por Haití. Lo que se ha dividido simplemente necesita ser unido de nuevo. A su izquierda se pueden ver algunas motas de color rosa, de verde a su derecha. Encuentra una foto de una mujer sentada en una silla. No es la suya. Se pasea por la calle mirando una casa tras otra. Intenta asegurarse de que la foto encuentre su camino hasta su hogar, la pondrá en manos de alguien que la amaba.

Mientras se escriben los artículos de opinión y los informes, y mientras va llegando la ayuda exterior en goteantes y finos chorritos, los haitianos reconstruyen Haití. Piedra a piedra, este hombre está reconstruyendo su casa.

Todos los días me subo a un moto-taxi para ir hasta la tienda donde doy clases de cine. Esta mañana el conductor conduce tan grácilmente como una niña, va envuelto en joyas, me dice que me ama. Le digo que me parece bien. Nos reímos. Durante el viaje hasta la tienda señalo una vaca, una casa, un caballo, un niño, un coche, cosas bonitas. El me dice “bèf, kay, chwal, ti gason, machin, bon bagay”. Me bajo del taxi, le digo que también lo amo, me despido.

Viajar a saltos en una motobike en Haití se parece a surfear sobre las olas de un paisaje extraterrestre. Entre sus vertidos, intactos, permanecen algunos edificios perfectamente calmados. Parece como si los escombros los estuviesen enmarcando. Las casas que aún siguen en pie están a salvo, humildes, disculpándose, temerosas. El terreno es como una mueca a la que le faltan unos cuántos dientes.

Bajo una losa que una vez fue un techo, un hombre está utilizando algunas grandes rocas como mesa para su negocio de reparación de sandalias. Las sandalias todavía esperan a que las reparen. El es quien lo hará. Las mujeres entran caminando flojamente con sus zapatos rotos y luego salen dando grandes zancadas.

Frente a los escombros de lo que fue “Jesús Ama La Peluqería”, las chicas se sientan y doman sus pelos rebeldes con laberintos de apretadas trenzas. Se ha producido un terrible terremoto, pero las mujeres tienen que seguir luciendo bellas. Incluso más aún. Siempre me ha sorprendido ver a las mujeres saliendo de la suciedad de los campamentos con un aspecto precioso.

Un niño pequeño se arrastra por debajo de una lona al exterior con un cochecito de juguete construido con una jarra de leche como armazón. Tiene la intención de divertirse. Su padre ha estado rebuscando entre un montón de basura para hacerle un juguete a su hijo. La vida no se detiene, incluso cuando parece hacerlo.

Las cabras se han hecho cargo de los tejados empinados de los edificios medio caídos. Las cabras tienen ardientes ojos amarillos y parecen ligeramente bizcas, con una expresión de locura en la mirada. Los perros se sientan a la sombra de los huecos frescos que han dejado los edificios derrumbados. Los animales saben cuando está llegando algo malo, se ocultan mientras golpea y se acomodan en el mismo instante en el que termina.

Un hombre vende garrafas de gasolina a la sombra de un autobús abandonado. Un agujero en la pared de un dormitorio ha dejado expuesta una cama, una silla, un cuadro. Una mujer se sienta en la cama. Da la sensación de ser una naturaleza muerta. No importa que las paredes hayan desaparecido, la vida sigue adelante.

Los escolares se pelean sobre las ruinas para entrar en una tienda de campaña que ejerce la labor de escuela provisional, llevan mochilas coloridas de Spider-man y Hello Kitty. Una lona azul se extiende a través de los dos polos desiguales de una tienda, dando la impresión de que parece una bestia de tres patas inclinada sobre una casa. Debajo, una mujer está sentada frente a una burbujeante y humeante olla sobre el fuego hecho de palos reunidos ese mismo día y el día anterior, y de nuevo, lo serán al día siguiente. Coloca su ropa sobre las piedras calientes para que se sequen. Hay filas de pequeñas camisetas, ropa interior para niños. Ha perdido su casa, pero sus hijos regresan a "esta otra casa" a por ropa limpia, a por una comida caliente.

El mundo se colapsa y, a pesar de todo, la vida sigue adelante. A pesar de todo, las cosas se reorganizan en un cálculo perfecto de vida. Como si hubiese un cálculo cósmico detrás del derrumbamiento de las cosas y de su alzamiento posterior. Una pila de palos, una columna de humo. Un niño juega lanzando un aro. Momentos perezosos y agradables. En todas partes las miradas de los ojos reflejan la destrucción y, a pesar de todo la vida sigue adelante. Ingenios rudimentarios que los chicos astutos recogen de entre los escombros, liberando trozos de metal que intercambiarán por comida. Garabatos de supervivencia.

Después de un desastre las cosas cambian y marchan a lo largo de peculiares caminos. Lo privado se derrama sobre el público, una redistribución aleatoria de objetos. Cuando cayeron las torres del World Trade Center, los que estábamos en la calle ese día pudimos fijarnos entre otras cosas en una lluvia de papel. Cogí parte de ellos al vuelo. El desorden de papel de alguien encerrado en una caja: facturas, notas, cartas. ¿Qué se puede hacer con todo eso? Restos de una vida. El rastro de papel de alguien que ya no está entre nosotros. ¿Sería demasiado presuntuoso asumir que ahora ya no tiene ningún valor? ¿O pertenece al archivo comunal de la catástrofe?

El gran diluvio apareció una vez y se marchó, arrebatando rastrillos y sillas de jardín, llevándose los botes, escaleras y remos que cubrían mi césped. Lo que dejó la inundación fue un coche de plástico rojo clavado en lo alto de un árbol, un “Tchotchke” en forma de vaca, una jarra oxidada repleta de grano mojado para los pollos. El detritus de una inundación. En esos momentos me pregunté quién habría recibido mi bote como legado sorpresa.

Acarreo la vaca “Tchotchke” por todo el camino hasta la casa de mi vecino. Su camión ha sido machacado por la inundación, ahora sus molduras están tan destrozadas que está condenado. Él está de pie encima de su caravana con los ojos desorbitados, un martillo en la mano, golpeando su casa. ¿Esto es tuyo?, le pregunto, ofreciéndole la vaca. Él la mira. Puedo sentir que algo emerge del interior de un túnel de rabia y se centra en mi ofrenda mundana. Se sienta. Mi esposa, dice, se pondrá muy contenta cuando vuelva. Empuña fuertemente la vaca. Creo que voy a llorar, así que me marcho.

¿Qué planea hacer el invisible gobierno de Haití para devolver la dignidad a los barrios históricos dañados? Los edificios se mantienen orgullosos a pesar estar incómodamente rodeados de escombros. He visto marcas en edificios que me recuerdan a las que se podían ver después del Katrina en Nueva Orleans: X y algunos números, un recuento de los muertos, de los rescatados. Pero ahora hay puntos, círculos: negros, verdes, amarillos, rojos. Las X son alarmantes. ¿Qué querrán decir?

Vago por el histórico distrito de Jacmel con dos de mis alumnos, Ilrique "Fouki Fouka " y Huguens, filmando los edificios. Entrevistamos al propietario del Hotel Florita, que está restaurando las partes caídas de su edificio a pesar de que la ciudad le ha entregado una orden judicial. Axelle, una elegante y bronceada haitiana vestida de tonos tulipán: camisa magenta, vestido carmesí, zapatos color burdeos, labios fucsia; su casa de ladrillo rosado y metal de color óxido y pintura melocotón. Nos habla de la estructura de hierro fundido importado de Escocia hace cien años, el esqueleto robusto que se encarga de asegurar su edificio. Nos muestra que muchas de las grietas de las paredes son superficiales, y sin embargo la ciudad ha estampado en su fachada un punto rojo mortal. De esta forma, a lo largo y ancho de Haití, las familias se enterarán de que sus casas están marcadas para ser destruidas: una X roja estampada en el interior de un punto. ¿Cómo puedes quedarte de pie frente a un bulldozer? "En ciertos países", dice Axelle, "demoler una casa se considera un acto de guerra".

Punto negro: ok, punto rojo: destrucción, punto amarillo: ¿quién sabe?

De todos modos, ¿de quiénes son todos estos escombros? ¿De quién es la tragedia, de quién los problemas? La miseria es la nueva moneda. Cuando se están haciendo bien las cosas nadie envidia los alquileres de lujo, las piscinas, los todo-terrenos, los gordos sueldos de las múltiples organizaciones de ayuda. Pero el humanitarismo supone un gran escándalo. La miseria es el producto en venta y por el que competir. La miseria inspira una guerra de ofertas entre los contratistas extranjeros. El dinero fluye mientras la miseria permanece intacta.

Más tarde me encuentro con el mismo desconocido que me ha conducido hasta la escuela. No necesito un paseo, pero él insiste, me lleva hasta el bar cerca de la carretera. Me dice, ¿me sigues amando? Por supuesto, le digo, siempre. Nos reímos. Nunca lo volveré a ver.

Mientras estoy sentada en el bar me encuentro con una panda de chavales ingleses que son voluntarios. Han venido para construir refugios. Un hombre se queja de lo mal construidos que estaban los edificios, que es culpa de los haitianos que se hayan derrumbado. Ven los montones de piedras como un monumento al fracaso. Otro se siente despreciado: nadie le ha dado las gracias después de haber estado trabajando durante todo el día. ¿Has venido por ese motivo? ¿Para que te lo agradezcan? , contesta él borracho mientras golpea la mesa. Quiero que me den las debidas gracias.

Paso un tiempo con la gente de la “OCHA UN” [Office for the Coordination of Humanitarian Affairs], “Ministerio de Equipos”, tal y como los llaman. Equipos para refugios, equipos para alimentos, equipos migratorios. Bienintencionados, amargados, frustrados, resentidos, de todos los colores. Las conversaciones son regresiones infinitas sobre la lógica. Ellos esperan que la gente sepa cómo son las cosas. En una tienda de campaña en mitad de la nada, con nada para cargar el teléfono, la radio, ¿qué es lo que deberías saber?

En Haití se pueden reunir unos pocos gourdes para lograr comprar unos minutos de teléfono. Los minutos se agotan. Por todas partes los haitianos dicen: “Me he quedado sin minutos.”

No hay más tiempo, dicen los Haitianos. Me he quedado sin minutos.

La Humanidad es desordenada. Necesita, quiere, desea, desespera. Todo trata sobre arte, música, solidaridad, engaño, maldad, robo, inspiración, lágrimas, gemidos, fracaso, psicosis, soledad, brillantez, sufrimiento, suerte, carencias, hambre, persistencia.

Me meto dentro de una luz que es demasiado delicada como para ser una luz o demasiado densa como para poder habitar dentro. El tipo de luz y calor tan denso que el aire parece estar compuesto de alguna cosa, un mundo fundido en blanco. Un mundo ungido. Anhelo desaparecer.

Al día siguiente, cuando llego a mi tienda de campaña-escuela, los estudiantes se han marchado. Alguien les ha asignado la tarea de ordenar una montaña de zapatos no coincidentes de uno de los cargamento de ayuda. Se trata de una colosal pérdida de tiempo. Tenemos películas por hacer, historias que documentar. Pero de alguna forma, alguien al cargo en este lugar tiene necesidad de que los zapatos no coincidentes sean reagrupados. Es un pedazo monumental de ilógica, pero sencillamente, los lunáticos tan sólo tienen que ordenarlo. Mis estudiantes faltarán diez días a la escuela por ese poco de locura conjurada.

Meses después, los escombros aún siguen por todas partes. Abajo, en la playa, algunos artesanos están plasmando delicadas pinturas sobre trozos de escombros y fragmentos de vidrio.

Lo llaman Arte del Terremoto. Les compro algunos fragmentos.

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Aquí se puede ver “A Legacy Under Rubble”. 

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