Artículo de Henry Rollins para LA Weekly, mayo de 2013, traducido por Frog2000.
Dado mi actual estado de agotamiento, me gustaría pediros inmediatamente disculpas por escrito. Aunque al finalizar el día creo que estoy demasiado cansado como para ni siquiera poder levantar un tenedor, he de decir que las cosas marchan bien.
Mientras estoy trabajando en una serie de televisión basada en hechos históricos que probablemente se emitirá a finales de este año, he estado viviendo un par de semanas en el área de Arlington, Virginia. Es algo que seguro que puede suponer una buena conversación, aunque primero deberíamos acabar la serie. Nuestro excelente productor ha puesto el listón muy alto, y todos estamos sacando las cosas adelante lo mejor que podemos.
Los días suelen comenzar muy temprano, con una reunión del equipo en la habitación de nuestro cámara principal. Los walkies son redistribuidos, cargados, los mecanismos se activan y nuestro productor desglosa las ubicaciones del día, las consideraciones que habrá que hacer y los posibles desafíos. Los permisos. Un montón de permisos. Nos informamos sobre quiénes son nuestros invitados, sobre sus plazos y horarios, la amplitud de sus conocimientos, etcétera. El personal se divide en grupos y se dirige a los diferentes vehículos y lugares donde tienen que acudir sorteando la maraña del tráfico matinal del Pentágono y su centro urbano.
Además de esos momentos misericordiosos en los que pillamos algunas tomas falsas, más o menos siempre estoy presente en cada filmación. Entrevisto a los estudiosos, a los expertos y a los experimentados veteranos en sus respectivos campos. Todos requieren una completa atención para poder seguir el ritmo. Mientras hablan sobre nombres y fechas, un surtido algo turbulento de información empieza a desfilar triunfalmente por mi cabeza. Mi trabajo es mantener todo en movimiento a lo largo del metraje, y de alguna forma, ¡animar a nuestros entrevistados para que no lancen sus puños en alto en señal de frustración y se marchen corriendo!
Aguanto lo mejor que puedo.
Al final del día nos arrastramos de nuevo a nuestras habitaciones para descansar durante unas horas. No mucho después de haber caído sobre una silla en un estado entre comatoso y paralítico, escucho el sonido familiar del crujido del papel por debajo de la puerta. Se trata de las más de 40 páginas de información que necesito para estar al corriente el siguiente día de trabajo. Leo todo lo que puedo hasta que no puedo más, pongo la alarma del despertador y apago las luces.
Muy pronto me despierto de nuevo. Termino la lectura, me doy una ducha, me tomo un café, un batido de proteínas y salgo a reunirme con la tripulación.
Este es el trabajo que he tenido la suerte de conseguir y estoy muy agradecido por ello, pero maldita sea, requiere un montón de mí. Es en este entorno de rendimiento, capacidad de adaptación y resistencia donde he ido evolucionando, y creo que me ha sentado bastante bien. Dicho esto, hace que vivir fuera de este mundo a menudo me resulte bastante difícil de afrontar.
Desde la ventana de la habitación donde estoy viviendo ahora se puede ver la Catedral Nacional. Está cerca de mi viejo barrio en Washington, DC. Caminando desde este edificio estoy tan sólo a unos kilómetros de distancia de la Casa Dischord. Yo estoy aquí, pero al mismo tiempo no lo estoy. Esta dualidad existencial es tan frustrante como emocionalmente confusa.
Ayer por la noche nos dimos cuenta de que llevábamos en esto alrededor de unas 2.000 horas. Fue nuestra "noche libre." Entré en la habitación y el agotamiento me golpeó como una estaca. Miré por la ventana hacia la Catedral e intenté ordenarme a mí mismo que saliese de la habitación, cogiese el coche y volviese al viejo barrio, pero pronto me di cuenta de que no iba a ir a ninguna parte.
Esto es lo que quiero hacer. Quiero agotar totalmente las tareas que se han quedado fuera de mi conjunto de habilidades. Quiero que mi determinación y mi ira sean capaces de enfocar mi energía. Quizá no sea la forma más fácil de actuar, y puede que no sea positivo para mi propia constitución, pero por lo menos no me siento viejo.
Alguien me preguntó si iba a salir de gira este verano para tocar lo que en este momento ya es música antigua. Le dije a la persona que no, porque en la actualidad mi futuro pasa por conseguir dejar atrás los caminos que he estado transitando en mi pasado.
Te digo esto porque bien podrás contar con que durante los meses de verano habrá bandas por las que han pasado unos cuántos años que volverán a reunirse y a pasear por escenarios de todo el mundo para tocar música "vintage." Quizás se encuentren en una especie de misión "proustiana" en la que tienen que recuperar lo que habían perdido. He leído entrevistas en las que los músicos aseguran que es ahora cuando realmente pueden tocar esta música. No lo dudo, pero ahí reside el problema. Los músicos no deberían tocar música. La música debería tocar a los músicos.
Las bandas que piensan que han dominado la Música ya no están luchando contra la bestia. Piensan que han sido capaces de doblegar la música. Pero no lo han hecho.
La música no se puede dominar. Lo que ellos piensan que es control y dominio no sólo es arrogancia, sino que es mucho peor, es una enorme indiferencia ante la música. En pocas palabras, la música ya no los toca a ellos. La música se ha buscado combatientes más dignos.
Por eso he dejado de girar con una banda. Desplegué mis puños y ya no había nada allí. Me rompió el corazón, pero estaba claro del todo. La Música había cambiado. Tal fue mi respeto por su ilimitado poder que me enfrenté a esta verdad y seguí adelante en busca de nuevas batallas.
Afortunadamente, la música es sólo uno de los miles de animales con los que me he enredado en mi vida, y en ese tipo de conflicto la edad no tiene ningún sentido. La vida es corta. Cuando la bestia se deshace de uno, tienes que encontrar el coraje de encontrar otra. Cuando intenta acabar contigo es cuando definitivamente la fiesta acaba de empezar. De lo contrario, la vida se convierte en un lento retiro.
A cada uno lo suyo. Así es como yo llevo mi propio "show".
Así que por mucho que viajar por trabajo me acerque hasta donde me crié, con toda esa familiaridad en el aire y los recuerdos que aparecen como blancos en un campo de tiro, ahora creo estar mucho más centrado en conseguir sacar adelante este nuevo empeño. No siempre me quedo totalmente satisfecho con las partes que he hecho bien, pero siempre me enojo con las partes en las que fallo.
Y en este contexto, lo que más me interesa no es ganar sino seguir peleando.
Dado mi actual estado de agotamiento, me gustaría pediros inmediatamente disculpas por escrito. Aunque al finalizar el día creo que estoy demasiado cansado como para ni siquiera poder levantar un tenedor, he de decir que las cosas marchan bien.
Mientras estoy trabajando en una serie de televisión basada en hechos históricos que probablemente se emitirá a finales de este año, he estado viviendo un par de semanas en el área de Arlington, Virginia. Es algo que seguro que puede suponer una buena conversación, aunque primero deberíamos acabar la serie. Nuestro excelente productor ha puesto el listón muy alto, y todos estamos sacando las cosas adelante lo mejor que podemos.
Los días suelen comenzar muy temprano, con una reunión del equipo en la habitación de nuestro cámara principal. Los walkies son redistribuidos, cargados, los mecanismos se activan y nuestro productor desglosa las ubicaciones del día, las consideraciones que habrá que hacer y los posibles desafíos. Los permisos. Un montón de permisos. Nos informamos sobre quiénes son nuestros invitados, sobre sus plazos y horarios, la amplitud de sus conocimientos, etcétera. El personal se divide en grupos y se dirige a los diferentes vehículos y lugares donde tienen que acudir sorteando la maraña del tráfico matinal del Pentágono y su centro urbano.
Además de esos momentos misericordiosos en los que pillamos algunas tomas falsas, más o menos siempre estoy presente en cada filmación. Entrevisto a los estudiosos, a los expertos y a los experimentados veteranos en sus respectivos campos. Todos requieren una completa atención para poder seguir el ritmo. Mientras hablan sobre nombres y fechas, un surtido algo turbulento de información empieza a desfilar triunfalmente por mi cabeza. Mi trabajo es mantener todo en movimiento a lo largo del metraje, y de alguna forma, ¡animar a nuestros entrevistados para que no lancen sus puños en alto en señal de frustración y se marchen corriendo!
Aguanto lo mejor que puedo.
Al final del día nos arrastramos de nuevo a nuestras habitaciones para descansar durante unas horas. No mucho después de haber caído sobre una silla en un estado entre comatoso y paralítico, escucho el sonido familiar del crujido del papel por debajo de la puerta. Se trata de las más de 40 páginas de información que necesito para estar al corriente el siguiente día de trabajo. Leo todo lo que puedo hasta que no puedo más, pongo la alarma del despertador y apago las luces.
Muy pronto me despierto de nuevo. Termino la lectura, me doy una ducha, me tomo un café, un batido de proteínas y salgo a reunirme con la tripulación.
Este es el trabajo que he tenido la suerte de conseguir y estoy muy agradecido por ello, pero maldita sea, requiere un montón de mí. Es en este entorno de rendimiento, capacidad de adaptación y resistencia donde he ido evolucionando, y creo que me ha sentado bastante bien. Dicho esto, hace que vivir fuera de este mundo a menudo me resulte bastante difícil de afrontar.
Desde la ventana de la habitación donde estoy viviendo ahora se puede ver la Catedral Nacional. Está cerca de mi viejo barrio en Washington, DC. Caminando desde este edificio estoy tan sólo a unos kilómetros de distancia de la Casa Dischord. Yo estoy aquí, pero al mismo tiempo no lo estoy. Esta dualidad existencial es tan frustrante como emocionalmente confusa.
Ayer por la noche nos dimos cuenta de que llevábamos en esto alrededor de unas 2.000 horas. Fue nuestra "noche libre." Entré en la habitación y el agotamiento me golpeó como una estaca. Miré por la ventana hacia la Catedral e intenté ordenarme a mí mismo que saliese de la habitación, cogiese el coche y volviese al viejo barrio, pero pronto me di cuenta de que no iba a ir a ninguna parte.
Esto es lo que quiero hacer. Quiero agotar totalmente las tareas que se han quedado fuera de mi conjunto de habilidades. Quiero que mi determinación y mi ira sean capaces de enfocar mi energía. Quizá no sea la forma más fácil de actuar, y puede que no sea positivo para mi propia constitución, pero por lo menos no me siento viejo.
Alguien me preguntó si iba a salir de gira este verano para tocar lo que en este momento ya es música antigua. Le dije a la persona que no, porque en la actualidad mi futuro pasa por conseguir dejar atrás los caminos que he estado transitando en mi pasado.
Te digo esto porque bien podrás contar con que durante los meses de verano habrá bandas por las que han pasado unos cuántos años que volverán a reunirse y a pasear por escenarios de todo el mundo para tocar música "vintage." Quizás se encuentren en una especie de misión "proustiana" en la que tienen que recuperar lo que habían perdido. He leído entrevistas en las que los músicos aseguran que es ahora cuando realmente pueden tocar esta música. No lo dudo, pero ahí reside el problema. Los músicos no deberían tocar música. La música debería tocar a los músicos.
Las bandas que piensan que han dominado la Música ya no están luchando contra la bestia. Piensan que han sido capaces de doblegar la música. Pero no lo han hecho.
La música no se puede dominar. Lo que ellos piensan que es control y dominio no sólo es arrogancia, sino que es mucho peor, es una enorme indiferencia ante la música. En pocas palabras, la música ya no los toca a ellos. La música se ha buscado combatientes más dignos.
Por eso he dejado de girar con una banda. Desplegué mis puños y ya no había nada allí. Me rompió el corazón, pero estaba claro del todo. La Música había cambiado. Tal fue mi respeto por su ilimitado poder que me enfrenté a esta verdad y seguí adelante en busca de nuevas batallas.
Afortunadamente, la música es sólo uno de los miles de animales con los que me he enredado en mi vida, y en ese tipo de conflicto la edad no tiene ningún sentido. La vida es corta. Cuando la bestia se deshace de uno, tienes que encontrar el coraje de encontrar otra. Cuando intenta acabar contigo es cuando definitivamente la fiesta acaba de empezar. De lo contrario, la vida se convierte en un lento retiro.
A cada uno lo suyo. Así es como yo llevo mi propio "show".
Así que por mucho que viajar por trabajo me acerque hasta donde me crié, con toda esa familiaridad en el aire y los recuerdos que aparecen como blancos en un campo de tiro, ahora creo estar mucho más centrado en conseguir sacar adelante este nuevo empeño. No siempre me quedo totalmente satisfecho con las partes que he hecho bien, pero siempre me enojo con las partes en las que fallo.
Y en este contexto, lo que más me interesa no es ganar sino seguir peleando.
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