lunes, 16 de septiembre de 2013

COMENTARIOS SOBRE CRUMB 3: JOHN THOMPSON

Varios autores ofrecen sus impresiones sobre Robert Crumb y su trabajo. Artículo aparecido en Blab nº3 (1988). Traducido por Frog2000. 

1. JAXON
2. KIM DEITCH

3. JOHN THOMPSON

[John Thompson fue uno de los primeros autores underground. Nacido en Carmel (California), se trasladó a la Bay Area de San Francisco para pasar a formar parte de la latente escena de comix y etcétera que se estaba formando en la zona. Co-fundador de la antología de comix "The Yellow Dog", editó tres entregas de su título "Tales from the Sphinx" donde publicó sus propios cómics. Otras de sus obras fueron "Cyclops", "Eternal Comics" y "The Book of Raziel" y también fue el ilustrador de una de las ediciones de la novela-ensayo "Cosmic Trigger" de Robert Anton Wilson.]

Después de graduarme en la Universidad de California, estuve viviendo en Berkeley y trabajando en mi puesto de trabajo como objetor de conciencia en un ghetto negro de Oakland. Además, durante aquella época también estuve colaborando como historietista político en el "Barb" de Berkeley.

En la mañana del domingo del 31 de marzo de 1968, Lyndon B. Johnson apareció en mi televisor con un aspecto que parecía el de una de las caricaturas suyas que había estado dibujando para Barb. Gwen y yo nos quedamos asombrados y aliviados al escucharle decir que no se presentaría a la siguiente candidatura. Sus palabras provocaron sentimientos de alivio entre la comunidad radical de Berkeley, pero el alivio no duraría mucho. Tan sólo unos días más tarde me encontraba ayudando a un grupo de activistas negros de una iglesia para sacar su periódico mensual cuando en la radio sonó a todo volumen un boletín especial de noticias: habían disparado al Dr. Martin Luther King en las afueras de su habitación de hotel en Atlanta. Incontables activistas por los derechos civiles y en contra de la guerra como yo nos quedamos aturdidos con esa noticia. Y así fue como empezaron los cuatro meses más sombríos de mi vida. Durante los tres años anteriores, mis amigos y yo habíamos estado comprometidos de forma idealista, combatiendo los problemas sociales más importantes del momento. Nuestro optimismo alcanzó su techo durante el "Verano del Amor" de 1967, cuando Gwen y yo residíamos en Berkeley y Haight-Ashbury. Cuanto más se alejaba ese idílico verano, las manifestaciones cada vez eran más violentas y las cosas parecían volverse más oscuras.

Fue durante ese oscuro período de mi vida cuando conocí a Robert Crumb. Me había maravillado con las primeras historietas que había ofertado a través del Undeground Press Syndicate, que además le habíamos reimpreso en el "Barb". En abril estaba de visita en Nueva York y dibujé algunas portadas e historietas para "The East Village Other", un periódico que acababa de imprimir algunos de los dibujos de Crumb. Me dijeron que se había mudado a San Francisco, me dieron su dirección en Haight-Ashbury y me comentaron que le llamase. De vuelta a Berkeley, telefoneé a Crumb y me presenté. Mi trabajo en el cómic y para pósters le resultaban familiares, así que pareció interesarse cuando le dije que Joel Beck y yo estábamos intentando convencer a Don Schenker de Print Mint para publicar un periódico underground compuesto sólo por historietas que se iba a titular Yellow Dog. Bob me dijo que aunque no conducía, tenía planeado pasarse por Berkeley en una semana, así que le di mi dirección de la tienda de Clifton Street, donde vivíamos Gwen y yo.

Escuché su llamada en la puerta, fui a abrirle y cuando vi que definitivamente su aspecto no era el del chico de las flores que yo imaginaba que tendría me sobresalté un poco. La primera impresión me hizo fijarme en que su pinta y su forma de hablar eran únicas. No se parecía a ninguno de mis amigos dibujantes y hippies, pero a su manera era incluso más llamativo. Aunque era un año o dos mayor que yo (22 años), parecía más joven, su constitución parecía la de una percha delgada y desgarbada, tenía el pelo corto y gafas de culo de botella.
Estuvo revisando una copia de un enorme cómic esotérico que había dibujado y que se iba a publicar en apenas unos meses en una edición de mil ejemplares. Además le echó un vistazo a algunos de los cómics que había publicado mi amigo Joel Beck. Luego me informó de un proyecto que estaba intentando lanzar: su propio comic book, titulado Zap.

El Zap de Crumb abundaba en la influencia de Basil Wolverton, un oscuro historietista de los cuarenta cuyo trabajo yo admiraba desde siempre. Las habilidades narrativas de Bob tenían una fluidez parecida a las de la obra de Carl Barks, el dibujante de cómics familiares del Pato Donald para Disney. Le mostré a Bob mi colección de cómics viejos, amarillentos y con precio de diez centavos, y se fijó en algunos que le llamaron la atención, comentándome que él también era coleccionista.

A la semana siguiente visité a Bob en el viejo apartamento victoriano decorado con madera que tenía alquilado un par de bloques al sur de Haight Street. Conocí a su esposa Dana, que parecía extremadamente sombría y tenía sobrepeso. Dana tenía el pelo oscuro y fibroso y parecía infeliz, como si estuviese fuera de lugar en el exótico Haight. Bob me dijo que había nacido en Filadelfia, y que era el hijo de un Marine con bajos ingresos y de una madre con bastante fortaleza. A su hermano y a él les encantaba leer y dibujar cómics cuando eran jóvenes. Cuando se graduó en el Instituto en 1962, se marchó a trabajar a la American Greeting Card Company de Cleveland, y allí se quedó trabajando durante todo el día en un pequeño cubículo. Conoció a Dana y ambos crearon un mundo interior especial y personal a partir de su joven amor. Y se casaron.

Bob me dijo que un día, tan sólo unos meses después de casarse, cuando estaba regresando a casa en autobús como hacía habitualmente, en lugar de bajarse en su parada habitual siguió hasta el final de la línea. En ese punto, se apeó del autobús y se fue caminando hacia el oeste. Siguió caminando e hizo auto-stop sin ningún destino en mente, acabando en Haight-Ashbury. Telefoneó a Dana un par de semanas después, y ella se puso frenética. Le explicó que había dejado atrás su vida en Cleveland, pero Dana, que estaba preñada de su hijo Jessie, se marchó a la Costa Oeste para reunirse con Bob. Esto, me explicó Bob, era lo que hacía que Dana pareciese tan infeliz.

Crumb me dijo que había llevado su material para mostrárselo a varios editores, pero que aunque parecía que su trabajo les gustaba sinceramente, no tenía ningún comprador. Me dijo que se había reunido con Chet Helms de Family Dog, y que había estado dibujando algunos diseños para pósters, pero que Chet le había dicho: "Esto es magnífico, pero no es el tipo de imagen que intentamos transmitir." Le mostré al editor de "Barb", Max Scheer, más historietas de Bob, pero dijo que no era el tipo de punto de vista social o político que estaba buscando.

Presente a Joel Beck a Bob y estuvieron estudiando su respectiva obra con cuidadosa apreciación. Don Schenker de Print Mint tenía un extraño interés por la obra de Bob y le gustaron sus presentaciones para el Yellow Dog. Cuando el primer delgado número de Yellow Dog salió de imprenta, Bob y yo inmediatamente nos lo llevamos a Telegraph Avenue y lo empezamos a vender en la esquina de la calle. Bob detuvo por la calle a muchos transeúntes y les empezó a hablar sobre el nuevo periódico, y muchos lo compraron.
Cuando un amigo de Crumb editó el primer número de Zap en una prensa a la que tenía acceso, Bob se quedó bastante satisfecho. De nuevo, él y yo empezamos a parar a gente por la calle y se lo vendimos, y además dejamos algunos ejemplares en las tiendas de Telegraph Avenue y en Haight Street. Una tarde, Bob y yo nos montamos en un coche que parecía un trolebús y condujimos hasta North Beach y dejamos un puñado de Zaps en la librería City Lights de Lawrence Ferlighetti, en Columbus, cerca de Broadway.

Luego estuvimos revoloteando por las calles de North Beach, que una vez fueron la meca de los beatnik, justo al otro lado de Broadway y cerca de Chinatown. Solíamos charlar animadamente sobre algunas ideas para futuros pósters y cómics. Bob no sólo tenía un entusiasmo optimista, sino que poseía una verdadera visión. La verdad es que no le resultaba fácil encontrar algún elemento en mi cómic Cyclops que le gustase, pero teníamos un montón de intereses en común. Tampoco había participado en los movimientos de protesta como lo había hecho yo, pero había experimentado con lo que él llamaba "las drogas que expanden la conciencia", algo que le preocupaba mucho a Dana. Me dijo que en sus "viajes", a veces Bob sentía que era la reencarnación de los historietistas de los 30, y en algunas ocasiones que era un "cartoon" de los treinta renacido como humano.

A Dana, mi esposa Gwen realmente le cayó bien, porque tenía un montón de cualidades que resultaban fáciles de admirar. Una tarde me fui a hablar con Bob sin Gwen, mientras él estaba dibujando en su pequeño estudio en la parte trasera de su apartamento. Después de aparcar en la esquina mi motocicleta Norton, subí por las escaleras de madera hasta la puerta delantera y toqué en ella tres veces. Dana me respondió y saludó, y luego me dio a conocer a un par de chicas de 19 años que estaban en la sala de estar de la parte delantera. Inmediatamente me sentí atraído por Robin Marmo, una rubia llena de curvas de la que Bob se había hecho amigo en Haight Street.

Durante el siguiente par de semanas empecé a ver a Robin bastante a menudo, porque ella y su novia de Watsonville se habían apoderado del suelo de la sala de estar de Bob por la noche. El padre de Robin había sido un soldado italo-americano. Se había reunido con su madre después de regresar del frente, pero cuando ella se quedó embarazada rehusó casarse. El rechazo lo dejó hecho polvo y se suicidó. Cuando Robin nació en tan incómoda situación, su madre cortó realmente los vínculos con ella, así que se la entregó a su abuela para que la criase.

A Bob le gustaba Robin, y aunque decía que no le divertía leer poesía, a veces comentaba que apreciaba mucho sus poemas. A Dana no le gustaba mucho la atención que en mi posición de hombre casado le prestaba a la señorita Marmo. Sin embargo, lo que Dana no sabía era que por culpa de las presiones de los meses precedentes, la relación de Gwen con Joel Beck y el "affair" actual de Gwen con otro hombre habían conducido a nuestra separación.

Ese mismo mes Bob y yo nos topamos con un portafolio de dibujos a lápiz y tinta mientras estábamos en una librería en Telegraph Avenue. Editados de forma autónoma, eran los dibujos de un joven artista que había dejado Kansas para irse a Haight-Ashbury: S. Clay Wilson. Aunque a Bob le gustaba el estilo de dibujo de Clay, yo lo encontré basto y feo. A Wilson parecían preocuparle visualmente los piratas sado-masoquistas, las motoristas lesbianas fuera de la ley, los freaks tullidos y los demonios crueles. Mi primera impresión fue que aunque era agradable (y además tenía mi póster del "chico de las flores" en su pared), también tenía un punto de vista sobre su talento magnificado. Creo que con Bob hizo buenas migas.
En aquella época los amigos dibujantes de mi mujer a veces discutían sobre la forma en la que las mujeres eran retratadas en el arte. Yo simpatizaba muchísimo con sus puntos de vista acerca de que el arte de vanguardia era capaz de retratar a las mujeres de una forma positiva. Ciertamente, la obra de S. Clay Wilson, Rory Hayes y otros historietistas underground no tenía mucho que ver con mis estándares de belleza femenina. Hice un esfuerzo por retratar a las mujeres tan bellamente como pudiese, como en el póster que hice para el concierto en el Avalon de los Youngbloods. Cuando más tarde Crumb empezó a describir el sexo y la violencia en su obra de una forma que parecía muy sexista y degradante para las mujeres, mis sentimientos sobre el tema se aclararon más aún, y sentí que ese material era contraproducente para los objetivos de los dibujantes jóvenes e idealistas.

Mi obra también apareció de forma regular en "The San Francisco Express Times". Barbara Garson, una feminista, había hecho algo de dinero con McBird, una sátira de Lyndon B. Johnson, y junto a su marido radical de pelo ensortijado, Marvin, había fundado dicho periódico. Escribí una reseña del último número de Zap en donde criticaba la forma en la que las mujeres habían empezado a ser descritas en el arte "hippie". Aunque Marvin vetó mi crítica, el editor de arte, Wes Wilson, simpatizó mucho conmigo. Como yo, Wes había intentado retratar la belleza femenina en sus pósters, y no le había gustado mucho ver cómo la violencia y el sexo eran descritos tan grotescamente en la prensa underground.

Una noche de julio de 1968, Bob y yo nos despedimos de Dana, montamos sobre mi motocicleta y condujimos hasta Market Street para ver una película. El cine estaba tan repleto en aquella "matiné hippie" especial que creí que no íbamos a poder ver la nueva, épica y espectacular película de Stanley Kubrick, 2001. Cuando nos metimos dentro, sólo nos pudimos sentar en primera fila y mirar boquiabiertos hacia el gran escenario y la pantalla. Crumb se había tomado algo de LSD, pero gracias a Dios, yo pasé de hacerlo. La mayoría del público parecía haberse fumado o tomado algo, y creo que eso es lo que potenció el aprecio que sintieron por esta obra maestra de la ciencia ficción.

Con los ojos abiertos, Crumb miraba fijamente a la pantalla sin parpadear y parecía estar divirtiéndose con cada escena de la película. Estaba tan "puesto" que a veces su boca se quedaba abierta colgando y su nuez de Adán se movía nerviosamente. La mayoría de los efectos especiales y las interpretaciones le gustaron a todo el mundo, la mayor parte de la tensión del guión me dejó atrapado. Las escenas apocalípticas finales eran tan personales que sencillamente la película casi me vuela la cabeza, y sufrí un intenso ataque de ansiedad, una necesidad compulsiva de echarme a correr fuera del cine, mis ojos se abrieron como platos por el pánico.
Después, Crumb y yo discutimos sobre la película y las implicaciones y posibilidades que había en el futuro de la humanidad que se apuntaban profundamente en ella. Más tarde nos enteramos que Rick e Ida Griffin habían estado en el mismo pase colgados de LSD.

Más tarde, durante ese mismo mes, Robin y yo llevamos a Bob a una actuación de Blue Cheer en el Avalon Ballroom. Por lo general, a Bob no le gustaba el acid-rock estridente y a todo volumen, y este grupo, cuyo nombre provenía en un principio de una especie de LSD especialmente potente, puso sus amplificadores tan altos como pudo. En el primer disco del grupo para Philips, "Vincebus Eruptum", aparecía un guitarrista de pelo largo, Leigh Stevens. Yo conocía al bajista, el pequeño y nervioso Dickie Peterson, que ahora estaba aullando las letras de "Summertime Blues" con vibrante convicción. Paul Whaley marcaba sus ritmos a la batería de forma tan vehemente que pude ver que sus manos sangraban con el impacto, y un par de veces las baquetas ensangrentadas salieron disparadas. El rugido de su cacofonía sonaba a veces como la música punk, pero rezumaba de "angst" psicodélico. El concierto de Blue Cheer en el Avalon Ballroom fue filmado por un grupo que le había hecho una propuesta a un programa de televisión semanal que se llamaba "Live from the Avalon". El técnico de la cámara de vídeo filmó a Bob bailando, aunque estoy seguro de que no sabía ni quién era. También nos filmó a Robin y a mí bailando bajo la luz estroboscópica de "Doctor Please". Esta fue una de las raras ocasiones que pude ver (lo que más tarde se llamaría) "vídeos de rock" filmados en San Francisco.

Durante ese mes el médico me dijo que creía que Robin y yo podíamos tener una especie de enfermedad de transmisión sexual especialmente dañina que los soldados se traían de Viet-Nam, una que no respondía bien al tratamiento con penicilina. Así que nos inyectó una fuerte dosis de estreptomicina y nos dijo que condujésemos directamente a casa y que nos fuésemos a dormir. Así que puse mis húmedos pies en las sucias escaleras de la clínica y salí a las desoladas calles de San Francisco.

Acabé en el escenario de una película donde Woody Allen, el director cinematográfico, estaba filmando una escena con ladrones para su próxima comedia "Take the Money and Run" [Coge el dinero y corre, 1969]. Pero para mí no había ni dinero ni sitio al que correr, y el dolor de mi entrepierna me había puesto de mal humor. Según estaba conduciendo por Panhandle, en Golden Gate Park, me sentí tan enfermo que tuve que parar el coche y tumbarme sobre la hierba veraniega. Robin me cogió de la mano mientras yo lloriqueaba compulsivamente sobre el miserable lugar que me parecía el Mundo en general. La mala salud, la pobreza y el desempleo afectaron a mi espíritu. Gwen solicitó el divorcio el 22 de julio y se lo concedieron sin problemas el 8 de agosto. Sus padres pagaron a su abogado, aunque no se presentaron a declarar, a sabiendas de que eso aceleraría el proceso. Hablé con mis padres sobre el divorcio, y aunque simpatizaban conmigo y estaban muy preocupados por los problemas que tenía en Berkeley, mi relación con ellos siempre estuvo en horas bajas. Solían presionarme mucho para que me cortase el pelo, y dejase la Bay Area y me conformase con una vida dentro del "mainstream", algo que no quería hacer.
El enorme estrés que estaba padeciendo me hizo sufrir un dolor casi constante (un dolor que yo le atribuía a mi odio por la sociedad). Aunque tenía un punto de vista muy negativo acerca de lo que podía ver en el espejo, las mujeres veían que mi melancólico sufrimiento tenía una especie de atractivo heroico, o por lo menos así lo veía Robin. El estrés me produjo insomnio, carecía de las mínimas condiciones de vida, y padecí una dieta irregular. Ver a mi amigo chutándose heroína en mi baño y muchas otras cosas me estaba pasando peaje. Empecé a tener fantasías sobre chutarme también yo mismo, o de clavarme un cuchillo en el estómago, pero mi miedo a la muerte "tanatofóbico" me hizo esforzarme por sobrevivir, enviando una desesperada petición de auxilio.

Robin siempre estaba cuidándome y consolándome y me escribió muchos poemas de amor, pero no era capaz de reconfortar mi espíritu. La depresión es una horrible enfermedad que golpea a miles de personas en sus primeros veinte. Al no recibir tratamiento de una forma profesional, mi enfermedad suponía una agonía personal que cada vez me estaba enterrando de una forma más profunda. Para la mayoría de jóvenes creativos, 1967 ofreció "El verano del amor" en Haight-Ashbury, y 1968 ofertó "el verano de la confusión" en Haight y en Berkeley. Como muchos otros en aquella época, no es que estuviese sufriendo severos "ciclos de humor masculino", sino una miríada de síntomas de profunda depresión.

El año 1968 fue de gran alboroto. En lugar de ser consumido por él, Crumb transformó sus propios conflictos en los primeros Zaps. Me parece importante recordar que sólo el primer Zap fue producto del "Verano del Amor" de 1967 y todo su boyante optimismo. La obra de Crumb posterior fue producto del problemático y decepcionante año que le siguió, y a menudo suele hablar sobre esos números de forma muy grotesca y perturbadora. Finales de 1968 y principios de 1969 fueron tiempos dificultosos para Crumb y para otros historietistas del "underground", y esas dificultades tuvieron un profundo efecto sobre su trabajo.

Veinte años después, ciertamente sigo sin mirar 1968 de forma nostálgica como los "buenos viejos tiempos" en aquel enloquecido y salvaje Haight-Ashbury. En su lugar, recuerdo tiempos verdaderamente difíciles, aunque también fue una época en la que los historietistas "underground" fueron muy productivos y he de confesar que me sigue pareciendo de bastante relevancia.

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