Artículo de Bill Randall aparecido originalmente en The Comics Journal 258 (2004). Traducido por Félix Frog2000. Parte 1, parte 2, parte 3.
La forma de dibujar la escena de la cena de los protagonistas ilustra perfectamente lo habilidoso que es el autor para mostrar la rivalidad entre los dos hombres. Durante la conversación en la que el chaval empieza a explicar que ellos son dos personas que quieren vivir una vida tan normal como la de cualquiera, parece que esté dándose cuenta de la desesperación que subyace en sus propias existencias. Por su parte, Takama interpreta el papel de irónico abogado del diablo mientras intenta averiguar qué es lo que está sucediendo en realidad entre ellos. Toda la página consiste en un único dibujo de Takama, un grotesco primer plano de su rostro mientras está devorando el arroz, pero en un lateral se puede ver una viñeta donde aparece la pareja. Aunque nos quede meridianamente claro quién reclama estar más cerca de Maruka de los dos, en los ojos de ella refulge cierto sentimiento ambiguo, porque se puede ver que nunca se posan sobre su compañero, e incluso parecen estar siempre buscando a Takama.
Sin embargo, esta rivalidad no es sexual, por mucho que Kuroda subraye la vida sexual de la vida de la pareja cuando los dos aparecen bañándose juntos desnudos. En realidad, entre todos los personajes está sucediendo algo más complejo que lo que se puede ver en la superficie. Maruka parece hastiada, y es mucho más mundana que su joven, ingenuo y descarado compañero. También parece estar yendo a la deriva, por lo que busca que alguien más maduro como Takama pueda guiarla. La rivalidad alcanza el gimoteante final en el momento en el que el chico intenta robar a Takama a punta de cuchillo. En lugar de apoyarlo, Maruka coge sus pertenencias, se marcha fuera de la casa y hace auto-stop hasta que la recoge un viejo macarra que la conduce hasta la estación de tren. En lugar de desarrollar la escena del cuchillo como si fuese un melodrama de alto voltaje, Kuroda rebaja la intensidad manteniéndose fiel a sus personajes. Takama no saca las cosas de quicio por este arrebato insignificante, pero golpea en la nariz del chico mientras le dice cuánto le ha defraudado. Cuando le pregunta con burla dónde se habrá ido Maruka, el chico arranca a toda velocidad la camioneta de Takama para chocarse a continuación, gritando todavía el nombre de Maruka después de que llegue la ambulancia y los enfermeros lo suban a la camilla. Más tarde, Maruka llamará a Takama desde el bar de la estación para darle las gracias por haberse comportado de forma tan amable. Takama, rebosando sentimientos paternales, la reprende por montarse en el vehículo de alguien al que no conoce. Al final de la historia le vemos limpiándose los dientes, pensando que el hecho de haber conocido a la pareja le parece positivo. Considerando todos los problemas que le han generado, parece un pensamiento de lo más remarcable que encaja muy bien con su personalidad sencilla. Esta primera historia ofrece una buena medida de cómo afronta el protagonista su existencia, y establece el tono del resto de la serie. El optimismo no es un sentimiento que se pueda encontrar de forma habitual en la cultura pop japonesa, pero es lo que podemos descubrir en esta historia.
Otra de las historias, "Two People", profundiza más en la vida de Takama al darle la oportunidad a Kuroda de ahondar en el verdadero amor del protagonista. Esta premisa tan básica, aunque no parezca demasiado especial, le permite a Kuroda tratar las emociones de sus personajes con una precisión y sutileza inusitadas. Cuando comienza la historia, vemos cómo Takama le compra a un vecino granjero un pollo, a continuación le rompe el cuello y empieza a elaborar un guiso en la cocina. Mientras tanto, una mujer desprende la capota de su convertible y empieza a conducir. Resulta que es una vieja amiga, y que quizá todavía sienta un chispazo de atracción por el protagonista, por lo que esa misma noche cenarán juntos. Parecen una pareja extraña, ella tiene aspecto de ser alguien más urbano y sofisticado y Takama apenas se molesta en ponerse una camisa limpia para cenar con ella. Se sientan uno frente al otro, beben champán. Sin embargo, justo antes de que él la empiece a presentar su elaborado menú, ella se desmaya y a él no le queda más remedio que cenar solo. Veintidós horas después, ella se levanta y la cita llega a su fin.
Esta es una historia magnífica capaz de enseñar la sensibilidad con la que Kuroda se las arregla para captar los momentos más mundanos y líricos, y también un buen muestrario de cómo utiliza los diálogos y elabora mediante ellos a sus bien elaborados personajes. Para empezar, los dos protagonistas no podrían ser menos parecidos. De hecho, parecen no conocerse demasiado bien. Pero Kuroda dispersa cualquier tipo de duda mostrando cuidadosamente algunos de sus gestos. Mientras Takama se come solo su pollo a la cazuela, apoya su cabeza sobre su mano. Sus gafas reflejan la luz, así que no podemos ver sus ojos, pero el ángulo de sus manos y la curva de sus labios nos dicen todo lo que tenemos que saber, todos sus recuerdos y deseos. Más tarde, después de que ella se haya quedado adormilada, él se sentará a su lado y la cogerá de la mano mientras duerme, fumando continuamente. Kuroda no enseña cómo el protagonista se acerca un cenicero sin despertarla, pero cualquiera que se haya encontrado en una situación similar sabrá exactamente qué tipo de acrobacias pueden tener lugar entre viñetas. Los dos momentos descritos transcurren en apenas dos páginas, con dibujos parcos y pocas palabras, pero dan una pista del rico pasado en común de la pareja.
Cuando finalmente ella se despierta y entra en la cocina para ver si quedan sobras, Kuroda va hilvanando sus pasos según la conversación que tiene lugar en ese momento. Desde el mismo momento en el que ella se yergue hasta que se vuelven a quedar dormidos, la forma en la que ambos van evolucionando a lo largo de todas las escenas da la sensación de que nunca han dejado de hablar. Sin aparente esfuerzo, Kuroda estructura la escena (en realidad tres escenas, en la que él está cocinando, vistiéndose y comiendo) de tal forma que parece que la conversación centrada en la carne fuese lo único de lo que están hablando. En realidad, lo que están discutiendo entre líneas, al igual que cualesquiera dos personas con ritmos de vida diferentes, es cuánto les gustaría estar juntos. Sin embargo, a continuación (y superficialmente) la conversación parece consistir en una larga perorata de Takama centrada en su vehículo averiado recientemente. Ella le ofrece llevarle a comprar verduras al mercado en su Mercedes alquilado, y él no es capaz de imaginar cómo podrían caber los dos en un coche tan pequeño. Cuando ella se queda dormida de nuevo, él coge el coche para ir a observar algunas luciérnagas. Kuroda resume su relación en una página compuesta de cuatro viñetas. Ella se despierta brevemente, él la saluda con un "buenas noches", ella vuelve a quedarse adormilada, y él la dice: "que duermas bien". Al final de la historia, justo antes de que sus caminos se separen, ella es capaz de notar que siempre harán las cosas cada uno por su lado (comer, dormir, vivir). El final es amargo, porque evoca las oportunidades perdidas y la resignación ante las realidades de la existencia.
Fijarse en la narrativa de este experto resulta revelador, y cuando te enteras de que Kuroda ha pasado recientemente de la treintena lo convierte en algo todavía más impresionante. Su voz es única, capaz de fusionar un irónico y ácido sentido del humor con los aconteceres de la vida diaria minuciosamente detallados. Es más, el autor se aleja de los sentimentalismos, infantilizaciones o excesos que se han terminado convirtiendo en clichés del manga. Comparado con otras obras "adultas" como Division Chief, Kosaku Shima, Nasu parece el trabajo de un veterano bregado. Pero no lo es. Seguiré buscando las obras que Kuroda produzca en el futuro. A juzgar por sus logros actuales, creo que serán absolutamente brillantes.