viernes, 30 de noviembre de 2012

"DEDICATED FOOL", UNA ENTREVISTA CON JEFFREY EVANS

Una leyenda de culto local demuestra que la persistencia es una recompensa por sí misma. Entrevista de Bob Mehr (2006) para Commercial Appeal. Traducida por Frog2000.

Monsieur Jeffrey Evans sabe bien cuáles son las virtudes de trabajar bajo el radar. "Lo mejor de que te etiqueten como "artista aún no descubierto” es que tengo un amplio bagaje de veinte años de obra musical, por lo que si alguien quiere descubrirlo, ahí lo tiene a su disposición”, comenta Evans, líder durante mucho tiempo de Gibson Bros. y ´68 Comeback.

“Ya sabes, algunas bandas tienen una distribución apropiada, pero mis discos se pueden encontrar más fácilmente en los cajones de saldo y en los mercadillos del Ejército de Salvación”, dice. “Llevo 17 años con el mismo código postal, por lo que me siguen llegando mensajes de gente que me comenta: “me he pillado un disco de Gibson Bros. y creo que es magnífico, ¿vendréis a tocar a Seattle?” Pero lo que ocurre es que el grupo se separó en 1991... aunque gracias de todas formas, me encanta que te hayamos gustado.”

A pesar de haber sido durante más de dos décadas uno de los miembros más prominentes del rock americano “underground”, en realidad a Evans nunca le han alcanzado sus 15 minutos de fama. Como ocurre con sus héroes musicales y herederos espirituales (artistas como Charlie Feathers y Claude “Blues Boss” Long), el lugar definitivo de Evans en la historia de la música probablemente esté en los márgenes.

Mientras la música generalista tiende a venerar a los artistas por “rockear” con el corazón y con la cabeza, Evans siempre lo ha hecho con sentimiento desbordante, el mismo que se produce cuando se echa un polvo rápido en el asiento trasero del coche, con un innegable sentido del absurdo. Da rabia darse cuenta que algunas estrellas menores han ganado mayor protagonismo mientras sacaban dificultosamente adelante con un estilo de vertedero posmoderno una versión de segunda de las auténticas raíces de las que Evans ha sido pionero, pero el músico ha sido capaz de manejar con gran generosidad de espíritu la incómoda carga que supone ser un artista de culto viviente, un músico que actúa como faro de varias generaciones de colegas, músicos y seguidores.

Aunque parezca una década más joven, Evans cumplirá cincuenta el próximo año. “En realidad no pienso demasiado en ello”, dice. “Básicamente, creo que sigo viviendo el mismo tipo de vida que tenía con diecinueve años”. El músico continúa ofreciendo conciertos de forma regular con una amplia permutación de músicos, bastante frecuentemente con Ross “Baron of Love” Johnson, con quien interpreta una particular mixtura maníaca de música y comedia.
“Es como si hubiese llegado a un punto del que no soy capaz de volver”, dice. “Por supuesto, para mí, alguien como Carl Perkins es capaz de marcar la diferencia, porque estaba tocando música para no tener que volver a recoger algodón. Pero de igual modo tengo que darle a la música el crédito que se merece: he podido viajar a Europa un montón de veces y he visto y hecho cosas que no habría conseguido hacer de otra manera si no hubiese tenido esa conexión.”

Nativo de Finley, Ohio, Evans casi ha perseguido una carrera apartado de los focos. Aunque es un ardiente fan de la música y un coleccionista de discos desde la infancia, se sacó Bellas Artes en la Universidad de Ohio, especializándose en Fotografía, e incluso durante un tiempo estuvo dando clases en esa Universidad.

Evans llegó a Memphis hace veinte años, no mucho después de haber formado su primer grupo de verdad, la unidad de psychobilly llamada Gibson Bros. El grupo llegó a finales del ´86 para tocar con Tav Falco en la Fiesta Anual de Halloween que se celebraba en el Antenna Club. Demostró ser una experiencia que terminaría por cambiar la vida de Evans. “Fue tan diferente, tan demencial... la idea de celebrar una fiesta desde las nueve de la noche hasta las seis de la mañana era algo que nunca había visto en Ohio,” comenta. “Era una experiencia cultural totalmente diferente de las que solíamos experimentar.”

Evans empezó a visitar la ciudad y a asistir a eventos como “The Music and Heritage Festival”. “Como seguidor de la música de raíces tradicional estaba bastante bien enterado de las grabaciones de Junior Kimbrough, Jessie Mae Hemphill y R. L. Burnside, pero cuando me trasladé a Memphis pude ver que no sólo seguían vivos sino que también seguían tocando en directo (¡y todos en el mismo concierto!)”, dice Evans. “Recuerdo que me monté en el autobús desde Ohio para poder verlos, esa gente eran mis Beatles.”

En 1989 Evans decidió mudarse a Memphis, justo antes de que Gibson Bros. grabasen su segundo álbum, el clásico “Dedicated Fool”. El grupo se mantuvo como proyecto a larga distancia junto con sus compañeros de banda de Ohio durante unos cuantos años más antes de su ruptura final. Después de una pequeña etapa con la banda “Evans Hot Rod Gang”, 1992 lo vio aterrizar con el combo ´68 Comeback. El grupo estuvo resoplando durante casi toda una década, lanzando sin parar una sucesión de singles y discos cada vez más estridentes en el sello de Los Ángeles Simpathy for the Records Industry.
A mediados de los noventa Evans se convirtió en un nombre que molaba citar en los círculos del “underground”. Jon Spencer, colaborador ocasional que terminó convertido en estrella en solitario, habló sobre él en un artículo de un periódico de Los Ángeles que fue la excusa perfecta para que el Billboard reseñase la historia de Evans en 1996. “Fue divertido, porque en aquella época yo no tenía ni teléfono, me lo habían desconectado porque no podía pagar las facturas”, comenta Evans. “Así que tuve que pagar la factura telefónica para llamar al periodista, tuve que poner algo así como 3 dólares con 75 para poder hablar con el reportero. Después de haber pasado por tanto, fue cuando ya pude aparecer en la portada del Billboard.”

Capitalizando el creciente reclamo de la crítica, ´68 Comeback se pasó una buena temporada en ruta, viajando en el coche mortuorio plateado propiedad de Evans y reproduciendo furibundamente una larga serie de difíciles noches en vela. “Hay un cierto precio perverso a pagar en el hecho de ser el líder de un grupo compuesto por cinco personas que viajan juntas en un coche y que se afeitan y duchan en las áreas de descanso de las autopistas”, dice Evans. “Es probable que algo fuese mal en cuanto rebasamos el punto en el que la mayoría de la gente le gustaría abandonar y donde se empiezan a pensar las cosas de una forma más realista. Pero también fue una situación repleta de diversión.”

A finales de los noventa Evans empezó a llevar a cabo una importante cantidad de producciones en su estudio casero en Midtown, ofertando su marca de fábrica “lo-fi” y su estética High-Energy a grupos como Porch Ghouls, Lucero y Mr. Airplane Man. “Mi política siempre ha sido la de estar dos o tres generaciones por detrás de donde se encuentre ahora mismo la tecnología”, dice Evans. “Quiero decir, si el aparato no estaba a la venta en un mercadillo frente a un garaje, no quería usarlo.”

Según se iba levantando el nuevo Siglo, Evans giraba cada vez menos, y ´68 Comeback se quedó en punto muerto. “En realidad ´68 Comeback nunca se han separado oficialmente”, comenta. “Pero el teléfono dejó de sonar”. El último concierto propiamente dicho de la banda fue un memorable canto del cisne celebrado en 2001 en el festival “Las Vegas Shakedown”. Desde entonces, Evans ha ido engrosando una miriada de proyectos que incluye a C.C. Riders (con los componentes de Lost Sounds, Alicja Trout y [el tristemente fallecido] Jay Reatard) así como los Memphis Roadamasters y la reunión de músicos con base entre Memphis y Austin llamada South Filthy. Mientras tanto, sus canciones han sido grabadas por un rendido grupo de admiradores que incluye a Eugene Chadbourne, Jimbo Mathus y Jack Oblivian.
El año pasado Evans también empezó a indagar en su archivo de grabaciones y ha lanzado la serie de 6 cdr´s “Jeffrey Evans Archives”, que se añade así a su ya prodigiosa discografía.

“Bueno, si has editado cien discos de los que se han vendido dos mil copias de cada uno, puede que no parezca que eres tan importante”, dice Evans. “Pero si echas un vistazo al otro punto de vista, es posible que 200.000 personas hayan comprado uno de tus discos. Ahora, si pones a todas esas personas juntas en un estadio al mismo tiempo podrías conseguir un concierto de la hostia. Se parecería a Fleetwood Mac o algo parecido. Por supuesto, es probable que fuese igual si solo asistiesen las 2000 personas que en realidad se han comprado todos tus discos.”

“De vez en cuando me encuentro con esa gente en sitios como el Gonerfest o cuando toco en Europa”, comenta. “Conozco a gente en Europa, y cuando voy a su casas me doy cuenta de que tienen algo así como catorce de mis discos. Es algo en plan: “guau, ibas en serio cuando estabas hablando de esta estúpida música.”

En la actualidad Evans se gana la vida vendiendo discos raros en eBay y, por supuesto, tocando su propia música. Aparte de las ocasionales incursiones en Europa, ha ido ofreciendo bolos en el circuito de Institutos del Sur, con respaldo de miembros de los Dexateens de Alabama. Ahora está planeando grabar su primer disco en solitario propiamente dicho desde 2001 con ese grupo durante el próximo año. Mientras tanto, en las estanterías se puede encontrar un nuevo single de South Filthy así como un acto rockabilly titulado The Gina Ferlina´s, con los que ha estado ensayando últimamente. También ha tocado algunos conciertos en la ciudad junto con Johnson, incluyendo una aparición en el Murphy un sábado noche, mientras abría para The Limes y Mouserocket.

“La razón para seguir es que ésto todavía sigue siendo divertido, sigue produciéndome la misma sensación que me maravilló la primera vez,” dice Evans. “Siempre hablo de aquella vez que con nueve años pude ver a los Rolling Stones en el programa de Ed Sullivan. Fue algo que me cambió la mente: “Hey, esto es lo que quiero hacer. Y sigo haciéndolo.”

“Seguro que habría estado muy bien tener el dinero suficiente como para quitarme todas las preocupaciones y quedarme como cuando tenía treinta años.” Pero en lugar de quedarme amargado, lo que siempre me he dicho es: “ya llegará mi turno”. Aunque eso sí, después de un tiempo tienes que afrontar la realidad y decirte que ya no tienes veinte años. Ya no estás en los huesos. No soy lo que actualmente está buscando el público. Pero estoy en paz conmigo mismo. Y en este punto estoy muy contento de poder seguir participando en el mundo de la música. Creo que eso es lo que hay que intentar conseguir: seguir tirando hacia adelante.”

jueves, 29 de noviembre de 2012

UNA CONVERSACION CON PENELOPE HOUSTON (THE AVENGERS)

Por Bill Kopp para MUSOSCRIBE, junio de 2012, traducida por Frog2000.

Uno de los más famosos y legendarios conciertos de los Sex Pistols fue el último que ofrecieron durante su gira por los Estados Unidos. En el escenario del Winterland de San Francisco desarrollaron un caótico y típico “set” de canciones, y mientras el “feedback” de la guitarra aullaba durante el final de “No Fun”, su versión de The Stooges, Johnny Rotten (que pronto retomaría su verdadero nombre, John Lydon) sonrió y le preguntó a la multitud: "¿Alguna vez habéis tenido la sensación de que habéis sido estafados?"

Aquellos que asistieron a esa actuación el 14 de enero de 1978 nunca podrían haberse sentido engañados: tan sólo fueron testigos de cómo se lo hacían los Pistols sobre un escenario (algo de lo que muy pocos estadounidenses podrían presumir en un futuro), y si llegaron con tiempo, además podrían haber visto al grupo telonero, los héroes locales The Avengers.

Liderados por una Penelope Houston que entonces tenía 19 años, The Avengers fue un intransigente acto punk de primer orden. A su manera, The Avengers eran tan políticos y provocativos como los Pistols. Su himno "We Are the One" aclara bastante bien lo que no somos "nosotros" (católicos, cerdos fascistas, Jesucristo, etcétera), pero de alguna forma también sigue siendo toda una declaración de intenciones. Las guitarras motosierra de Greg Ingraham y la implacable velocidad y demoníaco ataque de la sección rítmica formada por Danny Furious (batería) y Jimmy Wilsey (bajo) proporcionaban un telón de fondo sonoro justo-en-toda-tu-cara para la agresiva pero (de alguna manera) juvenil e inocente voz de Houston.

La banda nunca tuvo algo a lo que se pueda llamar apropiadamente “álbum”, a pesar de que después de su separación se aglutinasen varios temas piratas en vivo y en estudio para formar un (por otra parte) magnífico disco titulado como el nombre del grupo (que también se conoce como "The Pink Album"). Los propios Avengers durarían tan sólo dieciocho meses más tras su actuación en el Winterland. Houston comenzaría una carrera en solitario que impulsaría su música en lo que en aquellos momentos podría haber parecido una sorprendente y novedosa dirección.

Basados en el lado más folk del rock, a menudo los álbumes en solitario de Penelope Houston tenían más en común con Nick Drake o con Joni Mitchell que con su álbum rosado. (Como se supo más tarde, Avengers grabaron algunas pistas en las que la tonalidad de la voz de Houston se orientaba más hacia la melodía, pero esas canciones no estuvieron disponibles del todo hasta mucho más tarde. En la reedición en doble CD lanzada en el actual 2012 se incluye todo el material de Los Vengadores: el álbum original más un disco "bonus" más largo y con una calidad musical comparable a la del original.
Por otra parte, el trabajo en solitario de Penelope Houston es más variado tanto en estilo como en textura, y se ha caracterizado en gran parte por disponer de una marca de fábrica en la que se mezclan dulces melodías que engarzan perfectamente con unas letras irónicas. Todavía se puede encontrar un montón de rock and roll en las estilosas canciones con sabor americana del último disco de la cantante y compositora: “On Market Street”. En la entrevista una de las preguntas gira alrededor de cuál puede ser el elemento unificador de toda su música. "El hilo conductor es mi actitud frente a la vida", dice Houston. "Mi punto de vista personal. Tiene que haber algo propio que espero que exprese la forma en la que veo al mundo y" (riéndose a carcajadas) "le diga a la gente que es capaza de hacerlo mucho mejor." ("No me puedo creer que esté diciendo esto", añade, riéndose de nuevo.)

"Pero es cierto que en parte tengo esa actitud tan positiva, y este disco también viene de ella. A veces" (observa) “es divertido, y a veces es más amargo. No es que sólo intente expresar una sola emoción todo el tiempo, pero definitivamente creo que soy bastante crítica, hay algo oscuro en una buena parte de mis letras. Aunque al mismo tiempo, al enfrentarme a la vida sé que tengo bastante sentido del humor. Espero que todas estas cosas sean bien visibles y que mis letras resulten comprensibles para mi público."

Contando los de edición limitada, los álbumes en directo y las recopilaciones, Houston ha sacado 14 discos hasta el momento. Pero la cantante no etiqueta su música con algún tipo de concepto temático en mente. "En realidad, el disco tiene más que ver con algo parecido a la siguiente actitud: “Oh, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que he sacado un álbum, ¡y encima tengo compuestas un montón de canciones! Tan sólo tengo que escribir un par de temas más, y de esa forma tendré suficiente para un álbum completo". Houston comenta que “suelo escribir muy lentamente, y sólo cuando me siento inspirada".
Aunque Penelope Houston no llegó a tocar ningún instrumento sobre el escenario junto a The Avengers, en la actualidad sí que utiliza uno: el autoharpa. “Lo uso como herramienta para escribir canciones,” explica. Este instrumento forma una parte clara y distintiva de la mezcla en algunos de mis discos como “Cut You” (1996) y “Tongue” (1998). Pero nadie podrá encontrárselo en este  “On Market Street”. Houston ha tocado el instrumento en algunas de las pistas básicas, aunque se han eliminado de la mezcla final. La mayoría de las canciones del nuevo disco disponen de órgano Hammond o Piano Eléctrico Wurtlitzer, y tal y como explica Houston: "la gama de tonos del arpa y el rango de tonos de los teclados son muy parecidos, así que finalmente tuve que dejar el arpa de lado." Ella sostiene que el arpa produce "un sonido muy interesante, pero en realidad necesita gran cantidad de espacio. Y ese espacio estaba ocupado por el resto de instrumentos."

En el presente Houston está dividida entre la promoción de “On Market Street” (en su mayor parte (aunque no exclusivamente) a base de algunos conciertos en el área de la Bahía de San Francisco) y sus conciertos con unos reformados The Avengers (el guitarrista Ingraham es otro los miembros originales que ha vuelto al reunido grupo). El producto oficial, “The Pink Album”, está ayudando a renovar el interés en esta banda que tanto se había pasado por alto.

Mucha gente conocía únicamente a The Avengers por haberse leído el libro de Richie Unterberger “Unknown Legends of Rock’n'roll”, donde se les dedicaba un capítulo a Houston y a The Avengers. Cuando se publicó el libro (1996), el material de Avengers era extremadamente difícil de conseguir, incluso para aquellos pocos que lo conocían o que se habían preocupado de buscarlo. Eligiendo sus palabras cuidadosamente, Houston explica que el hecho de que el disco haya estado largo tiempo inacesible se debía a “cuestiones que concernían a quién era el poseedor de los derechos para poder editarlo”. Llevó mucho, mucho tiempo resolver el lío legalmente. Pero finalmente todo se ha resuelto. Su voz se apaga según añade juguetonamente: “Y... esa es mi frase oficial, la que soy legalmente capaz de decir," se ríe. Hablando en nombre de todos los miembros originales, Houston deja claro que están muy contentos de que finalmente hayan podido hacer que las canciones de The Avengers se encuentren disponibles para todo el mundo.

En el trabajo en solitario de Houston puedo apreciar cierta influencia de Jackie DeShannon. Al revisar algunos de los temas de “On Market Street” también me vienen a la mente The Band (“You Reel Me In”), The Kinks, (“USSA”) e incluso Suzanne Vega (“Winter Coats”). “Scrap” suena un poco como un cruce entre The Roches y The Violent Femmes. “Cuando era muy joven, incluso antes de estar en The Avengers,” recalca Houston, “escuchaba mucho a The Incredible String Band, Fairport Convention y Pentangle.” (“¡Ajá!”, replica el entrevistador.)
“Entonces, después de que The Avengers se separaran, mis grandes influencias fueron Tom Waits y (sí, estás en lo cierto) The Violent Femmes.” Penelope Houston es capaz de observar las influencias en su cambio de estilo: del punk al “folk, o folk-rock.” Ese enfoque a lo Tom Waits en el que utiliza “el instrumento dependiendo de lo que necesite la canción” la marcó profundamente. Por su parte, de los Violent Femmes aprendió que “podías hacer que la música fuese más tranquila, y tan escarpada y afilada como cualquier otra cosa punk.” De “The Band” tomó su enfoque musical de sonido “grandioso”, y no (o por lo menos no siempre) agresivo. A lo largo de su trabajo en solitario (aunque quizá nunca haya tenido anteriormente la misma fluidez que en “On Market Street”) Houston ha usado todas estas lecciones de forma muy efectiva.

Algunos artistas incluyen un libreto con las letras y otros no. En cada uno de los discos de Houston  se puede encontrar uno. Algunas de sus canciones empiezan como si la artista estuviese hablando de un tema concreto, o desde un punto de vista emocional determinado, pero luego las letras de la canción revelan que hay algo más en su interior. “All the Way" es un buen ejemplo: al principio se puede sentir como una canción de amor, pero el tema se desvela como algo más complicado, más matizado. Cuando se lo señalo a Penelope, me responde: "definitivamente tienes bastante razón. Creo que es porque la vida es muy compleja. No creo que ninguno de los temas sobre los que escribo en mis canciones sean lo suficientemente simples como para verse reflejados desde un sólo punto de vista". También está de acuerdo sobre el contraste entre su música y las letras. "Creo que cuando la gente escucha mi música les llega un montón: “Oh, esto es muy bueno", y luego, cuando escuchan la letra, se quedan en plan: “¡Auh! ¡Ouch!"

miércoles, 28 de noviembre de 2012

RUTA 66, NUMERO CINCUENTA



RUTA 66, NUMERO CINCUENTA (Abril, 1990)
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Nota: es necesario tener instalado Google Chrome para poder bajar el archivo.

¡Gary Glitter en portada y los Dead Kennedys en el interior del número cincuenta de Ruta 66! Javier S. Piñango retrataba al grupo de San Francisco de la siguiente forma:

"Sí, son los Kennedys Muertos vivitos y coleando, ejecutando -nunca mejor dicho- en directo una sulfúrica versión de "Holiday in Cambodia". Jello Biafra parece haber desayunado un batido de nitroglicerifetaminas. Los otros tres chicos, ¿comedidos?, un simple té relajante que los mantiene casi inmóviles. Biafra corre a derecha e izquierda, se retuerce, cae sobre el público como empujado por la apisonadora que sus tres compañeros conducen sin freno tras él. La gente le arrebata el micro, le pisotea. Al fin, alguien consigue llevarle de nuevo al escenario. Sus muecas son... ¿cómo diría yo?, demencia de "clase A". El volúmen del televisor no puede más. Parece que el aparato va a autoachicharrarse. Y mis oídos también. La velocidad puesta al servicio de un contundente cruce de cables. East Bay Ray estrangula la guitarra ajeno a todo lo que sucede a su alrededor. Klaus Flouride tiene cara de no haber roto un plato en su vida. D.H. Peligro aporrea la batería, al fondo de la imágen. Y "Holiday in Cambodia" es un misil sin control, una pelota de cemento y reverberación rebotando una y otra vez contra tímpanos y paredes. ¡Qué tiempos!"

Nota: No os perdáis los estupendos enlaces a algunos de los mejores discos de la historia que va desperdigando Koolthing BCN en los comentarios de cada Ruta 66.

martes, 27 de noviembre de 2012

REVISTA EL WENDIGO


Desde hace unas cuántas temporadas, en el blog EL CINE DE ULTRAMUNDO están subiendo bastantes números (¿escanearán la colección completa?) de la veterana revista El Wendigo para su inmediata descarga. Ya hay disponibles más de dos docenas, tanto de la primera hornada, como de la última (ver la imagen que ilustra éste artículo.) 

Mientras me encontraba felizmente descargando alguno de los primeros números (imposibles de conseguir en mercadillos y badulaques) caí en la cuenta de que ya había pasado todo un año desde que lanzaron el anterior ejemplar. La desaparición de la edición regular en papel me parece lamentable, pues ésta publicación especializada en la crítica de cómic, fundada en 1974, no sólo llevaba funcionando desde hace 30 años, sino que era otro de los referentes  (con sus más y sus menos, como el resto) del medio. El último número aparecido hasta la fecha fue el 117-118, de 2011, pero esperemos que el equipo al mando de la revista se ponga las pilas y mantenga, como mínimo, una cadencia anual. Por ahora nos queda su casilla oficial en internet. Algunos de los críticos del equipo mencionado también se encargan de repartir anualmente los prestigiosos premios Haxtur a lo mejor del año (en 2012, el Haxtur al mejor guión se lo llevó El Torres por "El Bosque de los Suicidas" y el de dibujo fue a parar a Alfonso Font por "Tex: Los Lobos Rojos"). Insisto, otro de los pocos magazines especializados que nos quedaban nos ha abandonado. Esto se parece cada vez más a un terreno cultural yermo, pues en mi opinión, la crítica especializada es la que se encarga de solidificar cada disciplina cultural, alentando el esfuerzo, premiando el talento y destruyendo a cantamañanas y emuladores...

SMURFIN´ USA

El reputado Kim Thompson escribe un artículo sobre Los Pitufos. En nuestro país “Smurf” (en inglés) equivale a Pitufo (en castellano). El título de la reseña juega con el nombre inglés de los personajes y la canción de Beach Boys "Surfin´ USA". El artículo apareció en The Comics Journal nº 75. Traduccíon de Frog2000.

Al testimoniar la salida de dos tomos de los Pitufos, el fatigado observador de cultura pop debería suspirar algo en plan: “Oh, no, ¡más Pitufos no!” Pero estos dos álbumes, “El Rey Pitufo” y “El Cosmonauta”, no son meros “spin-offs” más de una moda que se está extendiendo por toda la nación. En realidad son artículos con peso propio, la fuente a partir de la que ha florecido el fenómeno completo.

En efecto, los dos álbumes muestran una inconfundible integridad tanto en su concepción como en su ejecución. A pesar de la versión de dibujos animados de los sábados por la mañana realizada por Hanna-Barbera, obviamente estos personajes están diseñados con una sensibilidad artística única y bien enfocada. Esa sensibilidad responde a la habilidad de Pierre Culliford, un historietista belga que firma su trabajo como “Peyo”. La influencia de Peyo en los círculos del cómic europeo es enorme. Junto con el magnífico Andre Franquin, virtualmente han definido el terreno de la historieta para niños desde los cincuenta, mientras que en la actualidad el medio rebosa de autores que se inspiran en Peyo, muchos de ellos artistas que empezaron su carrera como sus asistentes.

Random House ha elegido para probar (a ver cómo funcionan) dos historias de los Pitufos de cuarenta páginas, empaquetadas de una forma muy parecida a como suelen editarse en Europa: un producto de apariencia bonita y a todo color, con un precio excelente (2,95 $). “El Rey Pitufo” es una historia de principios de los sesenta, el primer álbum con una historia larga dibujado por Peyo después de haber ejercitado sus músculos en un par de historias cortas. Por otra parte, “El Cosmonauta” fue publicado por primera vez a principios de los setenta. A pesar de que me ha encantado releer ambos tomos (mi familiaridad con los personajes se remonta hasta hace década y media), prefiero “El Rey Pitufo” sin dudarlo.

Para explicar por qué, debería detenerme un momento y bosquejar cuál es el concepto central de la serie. La sociedad pitufa está formada por un pequeño pueblo situado en el exterior de un bosque durante la Edad Media Europea. Bajo el benevolente mandato de su barbado patriarca, el Papá Pitufo, los 99 pequeños gnomos de color azul restantes trabajan y juguetean y afrontan los desafíos del último plan lanzado por el malvado hechicero Gargamel, que podría consistir en diferenciar los dialectos de las partes norte y sur de la aldea.

Fundamental para la naturaleza de la serie, y clave para entender cuál es su atractivo, es la relación paternal entre Papá Pitufo y los otros 99 pequeños pitufitos. (Por cierto, se trata simplemente de una cuestión de autoridad y responsabilidad, ya que la reproducción sexual de los Pitufos es un tema que nunca se ha tratado en la serie, aunque sí que han existido algunos casos limítrofes. En la segunda historia larga de Peyo, “La Pitufina”, se trataba de forma sorprendente el cambio que se produce durante la pubertad en los varones adolescentes, con leves referencias a la misoginia y la fascinación por las mujeres.) La autoridad de Papá Pitufo es definitiva e incuestionable, y su sabio y prudente liderazgo le ofrece a la serie una base sólida y confortable que la convierte en una colección popular entre los niños y entre los que desean rememorar brevemente las alegrías que experimentaron durante su infancia. Una de las razones de que “El Rey Pitufo” sea mi álbum favorito es porque creo que fortalece esta premisa básica a base de invertirla durante toda la historia. Con la restitución del orden al final del tomo se genera un sorprendentemente poderoso sentimiento de alivio.
“El Rey Pitufo” podría describirse como una “Rebelión en la Granja” (George Orwell, 1945) contado para los niños y con final feliz. Papá Pitufo tiene que marcharse del pueblo para realizar un encargo. En cuanto se ha ido, los Pitufos empiezan a discutir quién debería gobernar el pueblo mientras su líder está ausente. Por lo general, la pueril anarquía de los pitufos evita que las cosas lleguen demasiado lejos, pero sin embargo, en esta ocasión, y a través de la combinación de la suerte y la astucia, uno de los pitufos descubre cuáles son los procesos de la política, llegando a valerse de los mismos para adquirir una posición de poder. Después de convencer a sus colegas pitufos de que tienen que elegirlo como líder, consigue consolidar su poder y empieza a abusar de él. Para empezar, hace erigir monumentos con su efigie, convierte hábilmente una manifestación en su contra en una elogiosa mediante el proceso de contratar a los manifestantes como su propia guardia personal, proporcionándoles armas, arroja a prisión al inofensivo pitufo bromista por culpa de una de sus bromas sin importancia... El antagonismo sigue aumentando, por lo que empieza a fermentarse un movimiento clandestino, y en el momento en el que regresa Papá Pitufo el pueblo se encuentra inmerso en una guerra civil a gran escala.

Como “El Rey Pitufo” está narrado como si fuese una fábula para niños, no dispone de las específicas referencias que Orwell entretejió en su “Rebelión en la Granja”, pero Peyo (y su ingenioso guionista ayudante, Yvan Delporte) son capaces de adaptar hábilmente la historia del ascenso político hasta un nivel en el que un niño podría entenderla sin que la narración pierda estructura dramática por el camino. En un primer vistazo la historia podría incluso resultar un poco absurda, sobre todo porque la mayor parte de nuestras necesidades y deseos humanos (con la notable excepción articulada por Freud sobre el sexo) no cambian demasiado a medida que crecemos sino que van refinándose. Como resultado, cuando el Rey Pitufo explota la credulidad y la codicia de sus compañeros para ser elegido, o explota el amor propio de otros para construir un ejército, o cocina un primitivo patriotismo con la ayuda de medallas y discursos, los paralelismos con el mundo “real”, con el mundo adulto, se convierten en algo que casi resulta opresivo.

“El Rey Pitufo” funciona como un modelo a escala perfecto sobre el poder y la política que podría resultar pavoroso si no fuese por su tranquilizador final, la mágica disolución de la guerra fratricida que se ha ido generando, gracias al regreso de la figura paterna. A pesar de que el álbum sea una especie de historia genérica sobre el ascenso al poder, Delporte y Peyo no se resisten, especialmente durante la la segunda parte, a lanzar referencias más o menos obvias sobre la Historia de Francia, especialmente sobre la Revolución de 1789. “El Rey Pitufo”, vestido con un traje dorado, evoca visiones del famoso Luis XIV, “el Rey Sol”, y cuando el pitufo bromista es encerrado en prisión, dudo que no haya un solo niño francés que no recuerde la Bastilla de forma instantánea, un icono histórico que en la cultura francesa tiene tanta importancia como el Motín del Té en la cultura norteamericana. Estos ejemplos de humor al estilo de Astérix probablemente no sean tan asequibles para el niño americano promedio (o para el americano promedio, pausa...), pero al igual que Astérix, los pitufos disponen de las capas suficientes como para mantener maravillados a los lectores de otras culturas.

Lo más divertido de “El Rey Pitufo” es su elaborada trama y el humor dulce que se entrelaza en la historia, compuesto de gags y juegos de palabras (y no es menos divertido su lenguaje, marca de la serie, consistente en reemplazar una de cada diez palabras por la palabra “pitufo”). Además hemos de resaltar los encantadores y amigables dibujos que conducen al lector hasta el suelo de las arboledas, como si se hubiesen reducido mágicamente hasta tener el tamaño de un gorrión. Pero creo que el auténtico secreto de los pitufos reside en que es un mundo en el que siempre te puedes refugiar, un reino diminuto de dulzura y calidez, una mágica Tierra De Nunca Jamás en donde la felicidad se extiende desde aquí hasta la eternidad, donde los momentos difíciles son rápidamente superados.
En “El Cosmonauta” también aparece esa misma dulzura como premisa. Uno de los pitufos está obsesionado con la idea de viajar hasta otro planeta para explorarlo. Cuando lo intenta con su cohete casero y este no funciona se queda completamente decepcionado, pero el resto de pitufos conspiran para hacerle creer que ha alcanzado el planeta haciéndolo dormir plácidamente con un narcótico, colocándolo en el cohete, y luego arrastrándolo hasta un cráter de tierra yerma y disfrazándose de alienígenas. Desafortunadamente, el Cosmopitufo se queda tan prendado del lugar que decide quedarse allí para siempre, con la consiguiente angustia de sus camaradas, que no quieren pasarse el resto de sus vidas viviendo en esa montaña simulando ser los “Tufos”. Después de varios intentos fallidos, finalmente logran disuadirlo para que “regrese al Planeta Tierra”, repitiendo toda la charada de la nave espacial, pero al revés. La historia no tiene mucho más que esta premisa, y tiene menos lectura que “El Rey Pitufo”, porque Peyo redujo el número de filas de viñeta por página de cinco a cuatro. Pero no es una mala historia corta (y hay algo conmovedor en todos los problemas por los que pasan los Pitufos para hacer feliz a su compañero obsesionado). Además, el dibujo de Peyo tiene la apariencia sencilla y suelta de un autor que ha llegado a su plena madurez creativa. Aún así, hay otras historias de los pitufos mejores para imprimir.

Aunque en anteriores reseñas he podido ser cruel con los traductores, no podría dejar de comentar la labor de los artífices de la palabra que han traducido estos tomos: Anthea Bell y Derek Hockridge. Bell y Hockridge son bien conocidos por sus traducciones superlativas de Astérix. En su trabajo se combinan la fluidez y la gracia con una esmerada fidelidad al original, una obra de arte por sí mismo. Como de costumbre, han realizado un espléndido trabajo. A veces puede que algún anglicismo le parezca algo extraño al lector americano (“Hullo!” como exclamación de sorpresa, etc), pero la naturaleza de cuento de hadas de los Pitufos consigue que el acento británico parezca algo natural. También me gustaría comentar que el editor americano ha cambiado escrupulosamente el británico “travelled” por el más americano “traveled”, así que me doy cuenta de que Random House no ha tomado atajo alguno mediante la edición británica del tebeo.

Dicho esto, será mejor que ignores las figuritas de los personajes, los dibujos animados televisivos y las colchas y que te pilles un álbum de los Pitufos. Se convertirá en un clásico genuino e instantáneo para los niños de cualquier hogar. Creo que la colección se merece la mejor de las suertes.

lunes, 26 de noviembre de 2012

POST-POPEYE PUNK: ENTREVISTA CON KAZ (1 de 2)

Entrevista realizada por John Kelly para The Comics Journal nº 186, traducida por Frog2000.

*** Página Oficial de Kaz.
*** Autsaider Cómics ha editado tres tomos de Submundo, además de la antología de historietas "Sidetrack City". Anteriormente apenas se había editado algo del autor, algunas historias cortas en Nosotros Somos los Muertos y en El Víbora.

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Kazimieras G. Prapuolenis, o el artista anteriormente conocido como Kaz, empezó a destacar desde sus comienzos como uno de los componentes de la escena cultural de los cómics de finales de los setenta gracias a sus apariciones en el RAW de Art Spiegelman (junto con sus compañeros de la Escuela de Artes Visuales Drew Friedman y Mark Newgarden). Las primeras tiras, una mezcla vanguardista de punk rock y la clásica estética de cómic, notificaron la llegada de una nueva voz tan innovadora como asentada en los formatos tradicionales del medio. Al igual que sus compañeros y alumnos en RAW, Gary Panter (con quien comparte más de un puñado de influencias) y Charles Burns, el estilo de Kaz ha ido evolucionando hasta llegar a un punto en el que es reconocible de una forma instantánea, sobre todo cuando aparece en la obra de otros dibujantes a los que ha "influido".

Descendiente de inmigrantes lituanos, Kaz nació en 1959 en Hoboken (Nueva Jersey). El autor dispone de un impresionante y gigantesco corpus artístico compuesto de la historieta e ilustración que ha ido realizando a lo largo de su carrera para Weirdo, Bad News, the East Village Eye, The Village Voice, Details, Nickelodeon, The New Yorker, Swank, Eclipse, N.Y. Rocker, Screw y Bridal Guide, además de otras muchas creaciones para diferentes cómics, revistas y fanzines.

A partir de 1992, su tira semanal “Underworld” [la primera entrega se ha titulado en castellano: Submundo: Cómics Bestias y un Poco Raros, Autsaider Cómics] empezó a aparecer en periódicos semanales alternativos de todo el país. Además, junto con Glenn Head co-editó la antología de cómics “Snake Eye”, y cuenta con tres recopilaciones de su obra disponibles en Fantagraphics: Buzzbomb, Underworld, y más recientemente, Sidetrack City. Otros proyectos incluyen la portada de “My Cousin, My Gastroenterologist”, el libro del novelista Mark Leyner, diversos trabajos para colecciones de “trading cards” editadas por Topps y diseños de juguetes basados en Pee-wee Herman, así como varios proyectos para internet y de animación en los que actualmente se encuentra trabajando.

Kaz vive en un desordenado apartamento repleto de cultura pop en el Upper West Side de Manhattan junto a su novia Linda Marotta, una compradora de libros de “Shakespeare and Company” y crítica literaria de la revista Fangoria. Lo que sigue es la entrevista que aparecía en The Comics Journal nº 186.
TRABAJANDO EN LAS FÁBRICAS

JOHN KELLY: Antes de empezar a hablar sobre tu aprendizaje como historietista, ¿quieres comentar algo para comenzar?

KAZ: Los comix underground me hicieron ser lo que soy.

KELLY: ¿Acudiste a la Escuela de Arte nada más acabar el instituto?

KAZ: No, antes estuve trabajando más o menos durante un año.

KELLY: ¿Y qué hacías?

KAZ: Estuve desempeñando unos cuántos trabajos en algunas fábricas. El primer trabajo que tuve fue en una factoría llamada Springboard Records que poseía la licencia para prensar los álbumes de los Chipmunks [Alvin y las Ardillas]. Mi cometido allí era barrer el suelo. Ese fue mi primer trabajo nada más acabar el instituto. La verdad es que me resultaba completamente desalentador pensar que iba a estar así durante el resto de mi vida. Los conductores de las carretillas elevadoras me compadecían tanto que me levantaban en lo alto con las horquillas de sus vehículos y me depositaban en las estanterías superiores de la nave, y allí me quedaba durmiendo durante toda la tarde. También tuve otro trabajo en una fábrica llamada Boyle-Midway que era donde se hacían los botes de spray “Black Flag”. Además fabricaban limpiadores de alfombras, para hornos y todo tipo de cosas parecidas. Era un trabajo en una cadena de montaje. Te sentabas allí, junto a la cinta transportadora, y tenías que vigilar la cinta para que no se cayese la tapa de los botes. Había que taparlos de nuevo. Si tenían una fuga tenías que tirarlos a la basura. El lugar más peligroso de toda la cinta estaba justo después de la habitación del compresor, donde metían el limpiador de hornos dentro de las latas. Cualquiera de esos recipientes podía estallar en cualquier momento. Una noche me encontraba sentado allí con mis gafas de seguridad de torpe, fantaseando sobre alguna cosa, y escuché una explosión. Alcé la vista y mi rostro se quedó completamente empapado de líquido limpiador de hornos. También sentí cómo se alzaba mi cuerpo y entonces mi cabeza se introdujo dentro de una fuente de agua. Un compañero de trabajo me comentó que pensaba que mis ojos estaban llenos de spray. También estuve trabajando en una fábrica donde se montaban aparatos de aire acondicionado. Era otro de esos empleos en una cadena de montaje que atontan la mente. Tenía una pistola remachadora para ir poniendo los tornillos, y mi trabajo consistía en colocar dos tornillos que sujetaban la unidad de frío al aparato de aire acondicionado. Eso era todo. Así todo el día. Las máquinas iban pasando por la cinta sin parar. Se parecía a la película “Tiempos Modernos”. El lugar era grande, caluroso y muy ruidoso. Algunos de mis amigos, que también trabajaban allí, dejaban caer “Black Beauties”, que perforaban los tanques de compresión de abajo, sólo para romper con la monotonía. Su tarea consistía en forrar las cajas de cartón con espuma de plástico que tenía un sólido pegajoso en uno de los lados. Así que dejaban que esos rollos gigantes se cayeran. Un día uno de ellos se enrolló esa espuma alrededor de la cabeza hasta parecerse a una momia y se alejó de la cinta. Se fue por toda la fábrica caminando como si estuviese en un sueño. La gente se apartaba de su camino. Por fin llegó a la enfermería donde declaró: "¡Me duele el cerebro!" Fue despedido en el acto.
KELLY: ¿Cuánto tiempo estuviste trabajando en esos sitios?

KAZ: Más o menos durante un año. Estaba sufriendo una especie de crisis. Me estaba desenganchando de la droga, al igual que el personaje principal de mi tira “The Little Bastard”. Una mañana me estaba colocando cerca de la cinta transportadora, y cuando empecé a retroceder hacia mi puesto, pude ver claramente como desaparecía toda la fábrica. Se parecía al final de una vieja historieta donde la oscuridad iba envolviendo toda la imagen, dejando un pequeño redondel que se va cerrando hasta que incluso ese círculo desaparece. Luego perdí el conocimiento. Me desperté en la ambulancia. Después me enteré por las histéricas mujeres puertorriqueñas que trabajaban a mi lado que me había caído en la cinta transportadora y que había empezado a sacudirme mientras mi cabeza se golpeaba contra la cinta. Mi pistola de tornillos, que estaba en posición de "encendido", estaba aleteando contra mi entrepierna. Nadie quería tocarme. Estaban convencidos de que yo era un adicto a las drogas, así que de todos modos asumieron que estaba sufriendo una ¡sobredosis! Más tarde, el doctor del hospital me comentó que había sufrido algún tipo de convulsión, pero no estaba demasiado seguro de cuál podía ser el motivo. Dos semanas más tarde me enteré que ese mismo médico se había volado la tapa de los sesos. De hecho, aunque estaba bastante avergonzado volví a mi puesto. Todo el mundo se mantenía a distancia esperando que me quedase colgado de nuevo. Fue entonces cuando decidí escuchar a mi corazón. Siempre había estado jugueteando con la idea de convertirme en dibujante. Y me parecía que si no lo intentaba me moriría allí mismo, en la fábrica. Así que dejé el trabajo y me marché a la Escuela de Arte, donde mis cuelgues podrían ser más placenteros.

KELLY: Todo eso ocurrió en Hoboken.

KAZ: No, fue cuando estaba viviendo en Rahway, un suburbio de Nueva Jersey.
KELLY: ¿Cuándo llegaron tus padres a este país?

KAZ: Mi padre llegó a principios de los cincuenta, más tarde, a finales de la década, llegó mi madre. Él fue el responsable de traerse a la familia de mi mamá, ya que ambos eran refugiados lituanos. Habían escapado de Lituania, que se había vuelto comunista. Mi padre era un nacionalista lituano que se había visto obligado a luchar con los rusos durante la Segunda Guerra Mundial. En ese momento los países bálticos eran un verdadero desastre, primero estuvieron allí los alemanes y luego los comunistas y entre todos acabaron por aplastarlos del todo. [A mis padres] los rozaron un montón de balas y casi terminaron siendo fusilados por un pelotón de fusilamiento alemán. ¿O era un pelotón de fusilamiento ruso? Todo me suena bastante confuso. Tengo esa imagen en la cabeza de mi padre, corriendo por un campo de batalla como si fuese Charlie Chaplin y jadeando de un sitio para otro. Con el tiempo, la CIA se puso en contacto con él para que se pusiera a espiar a los comunistas, pero mi padre se dio cuenta de que si aceptaba ese trabajo no pasaría demasiado tiempo en este mundo. Había una forma clandestina de llegar a Estados Unidos, así que cogió y la utilizó. Lo único que quería ser hasta ese momento era sacerdote en una colonia de leprosos.

KELLY: ¿Y qué hizo para ganarse la vida cuando llegó aquí?

KAZ: Empezó a trabajar en una fábrica. No tenía ninguna otra habilidad y tampoco interés alguno en mejorar su inglés. También organizó algunas protestas anti-comunistas y dio clases a los hijos de inmigrantes lituanos. Soñaba con regresar algún día a su amada patria. Mi madre era ama de casa y más tarde también estuvo trabajando en las fábricas.

KELLY: ¿Así que naciste en Hoboken, Nueva Jersey, en 1959?

KAZ: Nací en 1959. Tengo una hermana gemela que se llama Laima. Ambos tenemos nombres lituanos. También tengo otros dos hermanos menores, Vincent y Thomas.
KELLY: ¿Cómo fue crecer en ese sitio?

KAZ: Éramos pobres. Vivíamos en una casa comunal junto con varios vecinos. Nos comprábamos la ropa en el Ejército de Salvación. Nos comíamos la horrible comida lituana de mi madre. Pero es que no sabía hacer algo mejor. Mi padre tenía dos trabajos, por lo que nunca estaba en casa. Jugábamos en la calle, en los parques de la ciudad, en edificios abandonados, en los muelles de Hoboken. Fuimos “Dead End Kids”. Siempre había grandes fiestas familiares donde los adultos se emborrachaban y los chicos se volvían locos. Mi juguete favorito era un frasco de burbujas para el baño de la Ardilla Alvin. Sin embargo, el Ejército de Salvación también vendía juguetes, así que siempre teníamos un montón de basura por toda la casa. Pude ver en la televisión un montón de programas infantiles y dibujos animados. Desde la ventana de mi dormitorio se podía ver el Empire State. Luego, para cuando cumplí diez años mis padres consiguieron ahorrar dinero suficiente como para entregar el pago inicial de una casa en Rahway, Nueva Jersey, así que nos trasladamos a las afueras. Los vecinos de al lado tenían un gran patio con columpios. Pensaba que era un parque público, por lo que nos pusimos a jugar allí hasta que vinieron a echarnos. Fue mi primer contacto con alguien que tenía algo más grande y mejor de lo que tenía yo. Así que en lugar de “Dead End Kids” nos convertimos en “Little Rascals”. Jugábamos en el bosque y construíamos coches con grandes cajas de jabón para jugar a las carreras, también montábamos casitas en los árboles. Pero siempre supe que mi familia era diferente. Por ejemplo, en casa nos veíamos obligados a hablar sólo en lituano. Mis amigos estaban convencidos de que se trataba de una broma, como si estuviésemos hablando galimatías sólo para reírnos de ellos. Nadie había oído hablar de Lituania, yo mismo estaba empezando a dudar de su existencia. Mi padre nos obligó a tomar clases de lituano en una parroquia católica en Elizabeth, NJ, el sábado por la mañana. ¡El sábado por la mañana! En ese momento estaba profundamente enganchado a los dibujos animados que echaban por la televisión. Cada semana mi padre lo pasaba muy mal para conseguir meternos en el coche. Nos escondíamos bajo el porche, encima de un árbol, en cualquier sitio. Yo no se lo podía contar a ninguno de mis amigos. En esas clases nos veíamos obligados a participar en danzas populares de Lituania. Mi hermano y yo pisábamos intencionadamente los pies de los otros bailarines con la intención de que nos expulsaran. Finalmente, un día me escapé de la clase en mitad de una lección y me negué a volver. Mi padre no pudo hacer nada para convencerme de lo contrario. Intentó pegarme y todo. Pero uno de mis héroes en ese momento era Papillon, así que fui capaz de soportar cualquier cosa que me echase. Con el tiempo terminé ganando y de esa forma pude seguir viendo Scooby Doo con toda la alegría de mi corazón.
“ES UN ARTISTA”

KELLY: ¿Cómo te fue en el instituto?

KAZ: Oh, fue algo miserable, toda una tortura. Era un mal estudiante. Lo pasaba mal, y eso que intentaba interesarme ​​en lo que enseñaban en las clases. Más tarde me enteré de que mi instituto era uno de los peores del Estado. Lo intenté de verdad. Intenté ser alguien normal con todas mis fuerzas. Incluso en un momento dado me uní a un equipo de béisbol para jugar una liga. Pero en realidad no solía participar, porque todos mis compañeros de equipo jugaban para ganar el campeonato, así que yo me quedaba sentado en el banquillo todo el tiempo. He ganado dos trofeos, pero apenas he tocado un balón. Tan sólo mis propias bolas. Pasé por algunos períodos en los que solía unirme a algunos clubes y otros en los que me convertía en un completo solitario. Sencillamente me quedaba en casa y me ponía a ver la televisión. La mayoría de mis amigos eran unos inadaptados. También tuve citas con chicas y tenía algunas amigas. Algunos niños pensaban que yo era genial porque sabía dibujar. Se decían: "Es un artista. Él es un artista.” Hasta que finalmente me convertí en uno. Mis notas eran muy malas pero sabía que no era un estúpido. Simplemente los estudios no me importaban ni una mierda. Fueron cuatro años de cárcel en los que me pasé contando las horas.

KELLY: ¿Viajabas regularmente a la ciudad en esa época?

KAZ: Cuando descubrí que había una estación de tren en Rahway que conectaba con Nueva York, empecé a hacer novillos y a explorar la ciudad. Todas las estaciones de televisión que se podían sintonizar en Nueva Jersey retransmitían desde Manhattan. No sabíamos lo que estaba pasando en nuestra propia ciudad natal, pero de Nueva York lo conocíamos todo. De todos modos, yo me sentía como si estuviese viviendo allí. Cuando me enteré de que existían sitios como el CBGBs y el Max Kansas City, y que allí me podían servir licor sin problema, me pasaba por allí prácticamente todas las semanas.
KELLY: ¿También ibas a ver grupos y conciertos?

KAZ: Fue justo cuando empezó la escena punk (1975, 1976), así que me metí de lleno. Ramones, Blondie, Richard Hell. Más tarde me empecé a interesar por las bandas de punk británicas. Para un chico como yo era tremendamente emocionante. He leído todas las publicaciones sobre rock que existen. A mis amigos les gustaban todas las bandas supervivientes de los sesenta: Led Zeppelin, Stones, Who. Aunque a mí también me gustaban mucho, en el rock había aparecido un nuevo movimiento que prácticamente se estaba gestando en nuestro patio trasero. Nunca pude convencer a nadie para que me acompañase a ver a esas bandas. Se solían burlar de mí. Por lo que a ellos respectaba, el punk apestaba y estaba hecho para maricones. Yo estaba alienado de todos. Con mis vaqueros rotos y mi chupa de cuero, destacaba mucho en la tranquila ciudad de Rahway. Cuando pasaban en sus camionetas a mi lado, me gritaban: "¡el punk rock es una mierda!".

KELLY: ¿Leías Creem?

KAZ: Creem, Rock Scene, Circus… en realidad no las leía todas, porque tampoco había artículos de verdad. Miraba las fotografías y al resto lo echaba una ojeada por encima.

KELLY: ¿También estabas dibujando en esa época?

KAZ: Empecé a dibujar en el instituto. En todos los cursos la clase de dibujo siempre era mi favorita. No había reglas. En dibujo era donde más me esforzaba. En el instituto había un chico, Bernard, que se sentaba delante mío y solía dibujar esos monstruos increíblemente divertidos, en su mayoría los monstruos que hacía Big Daddy Roth. Empecé a imitarlo para conseguir también un poco de atención. Además, hacerlo era más entretenido que las matemáticas. También se le daba bien dibujar coches. Yo era bueno con los monstruos, por lo que solíamos comparar notas y nos partíamos de risa. En realidad yo era muy bueno dibujando sombreados en el pupitre de la escuela. Su superficie era agradablemente esmaltada. Nos gustaba dejar aquellas elaboradas batallas entre monstruos y coches que el portero limpiaba al final del día. Incluso entonces nos molestaba bastante cuando algún otro niño copiaba alguno de nuestros dibujos: "¡Hey! ¡Eso me lo has copiado, ladrón!" Mientras tanto, ¡yo lo había estado copiando todo de la revista MAD!

KELLY: Le pasa a muchos.
KAZ: En aquella época leía un montón de cómics, pero no compartía mi pasión con nadie.

KELLY: ¿Era algo secreto?

KAZ: No lo escondía, pero ningún conocido mío leía cómics. Algunas veces, cuando no tenía a nadie con quien salir por la calle, acababa cogiendo mis cómics y me ponía a leerlos. Después de un tiempo me convertí en un adicto a los cómics. Empecé a comprarlo todo. Me encantaba Spider-Man, Conan y todas esas extrañas series que Kirby estaba haciendo para DC como Los Nuevos Dioses y “Forever People”. Empecé a rastrear los números anteriores de Nick Furia, Agente de SHIELD, y los de “Not Branch ECCH!” Muy pronto estaba raspando el fondo de las cubetas para comprar también los cómics de Jimmy Olsen y el Madhouse Funnies de Archie. Cualquier jodida cosa para no tener que afrontar la realidad. Empecé a dibujar mis propios cómics de superhéroes caseros, que eran absolutamente patéticos.

KELLY: Bueno, mira lo que estabas intentando emular...

KAZ: Entonces descubrí el cómic underground y todo cambió.

KELLY: ¿Cómo ocurrió?

KAZ: Ya sabes, después de que has empezado a coleccionar los suficientes comic books, los que tienes se te empiezan a quedar en nada, porque sólo salen una vez al mes. Entonces terminas con montones de otras cosas y finalmente empiezas a leer los anuncios para comprar más. Pero en esa época no solían aparecer anuncios para conseguir números anteriores, ya sabes, los de la Edad de Oro y la Edad de Plata, así que mandé una carta a uno de los catálogos de la época. En la parte de atrás de uno de esos catálogos se anunciaban algunos cómics underground que recordaba que en una ocasión había visto en una “head shop”, pero entonces era demasiado joven como para comprarlos. Me llevó un par de meses reunir el valor necesario como para pedir alguno de los títulos. Les dije que tenía 18 años, que era mayor de edad, me sentí un mal chico. Sabía que iba a comprar algo bastante desagradable. Algo peor que Mad o National Lampoon. Bueno, las dos primeras revistas que me enviaron fueron Rubber Duck y una copia del tercer número de Zap, el de la historia de S. Clay Wilson titulada “Captain Piss Gums and his Pervert Pirates”. Bueno, me dejó bastante alucinado. ¡Aparecían unos personajes de dibujos animados follando, metiéndose drogas y cortando las pollas de los demás! Escondí los ejemplares debajo de una tabla suelta del suelo, en el ático, y rápidamente me fui a por más. En esa época no me permitían leer la revista MAD en casa, porque mi mamá había visto una vez una contraportada en la que aparecía un hippie crucificado en una aguja hipodérmica y me dijo que le parecía un sacrilegio. ¡Y ahora yo había hecho entrar al “Capitán Piss Gums” y a Joe Blow!
Aunque me parece que en National Lampoon había visto algo parecido. Me encantaba la sección titulada "Funny pages". Yo era un gran fan del “Dirty Duck” de Bobby London. Entre mis colegas historietistas actuales no mola mucho decir que te gustaba “Dirty Duck”, pero yo pensaba que era muy divertido. También me encantaba Vaughn Bodé, otro que tampoco parece molar ahora, pero me gustaba la forma que tenía de trazar todo un universo surgido de su mente. Mitología y naves espaciales. Todo era muy singular y parecía estar empapado de drogas y cultura hippie. Era como el Tolkien del cómic underground. “Cheech Wizard” era muy divertido. Cobalt 60 anticipaba los cómics que saldrían más tarde en Heavy Metal y el estilo cyberpunk. Y además él era un verdadero excéntrico que vestía con ropa de mujer y que murió accidentalmente durante un escarceo sexual. ¿Qué más se puede pedir? Esa idea de crear tu propio mundo privado siempre me ha fascinado. Por eso me gustaban tanto las series de Kirby.

KELLY: A mí me gustaba comprarlas solamente para mirarlas.

KAZ: Claro, tienen buen aspecto incluso hoy en día. Son bastante increíbles. Toda esa maquinaría demente. Sus personajes parecen estar hechos de granito. Todos tienen expresiones como si estuviesen sufriendo un dolor de cabeza permanente. Sus guiones eran verdaderamente contundentes y al mismo tiempo alucinantes. Los personajes estaban siendo arrojados de un lado a otro constantemente a través de fallas temporales y puertas-trampa que te enviaban hasta otras dimensiones.

KELLY: Cuando estabas en el instituto en Nueva York, ¿también solías acudir a las convenciones de cómics?

KAZ: Oh, no. ni siquiera sabía que existían. No tenía ni idea. La primera vez que entré en una tienda de cómics me pareció una experiencia muy extraña. En cierto modo incluso me asustó. Fue porque estaba bastante oscuro y todo el material estaba metido en cajas. Olía muy mal. Era el universo pre-Jim Hanley y St. Mark´s Comics.

KELLY: Recuerdo que cuando tenía diez años entré en mi primera tienda de cómics y me quedé paralizado. Todo lo que quería estaba dentro, fue muy traumático... ¿Cuándo empezaste a imitar los estilos de otros dibujantes en tu obra?
KAZ: Después de mi completo fracaso intentando dibujar cómic de superhéroes, prácticamente dejé de dibujar hasta que descubrí los “undergrounds”. Me gustaba imitar las portadas de los comic books de Crumb y me di cuenta de que ese estilo de dibujos animados me resultaba muy natural. Recuerdo que una vez copié una portada de Mr. Natural con acuarelas. A mi mamá le gustó tanto ese dibujo de Mr. Natural que lo colgó en la pared del salón. Así que fue muy alentador. El trabajo de Crumb fue muy importante para mí, porque dibujaba con un estilo que pude darme cuenta que había visto en otros cómics, pero sus historietas estaban ideadas sin fórmulas preconcebidas. Para mí eran absolutamente impactantes. Así que acepté el desafío elaborando mi propio comic book underground, que se tituló “Bird Turd Funnies”, aunque nunca llegué a terminarlo. El trabajo de Crumb es tan orgánico y auténtico que no puedo alabarlo lo suficiente. ¡Viva Crumb!

Otra influencia importante fue una edición en tapa dura de los cómics de Krazy Kat que solicité por correo. De nuevo, otro artista había creado su propio universo con un estilo de dibujo engañosamente sencillo. Me sentí como si pudiese caminar por el Condado de Coconino y degustar la tinta. Había una foto de George Herriman que solía mirar una y otra vez hasta que entraba en trance. Era una foto donde aparecía sentado frente a su mesa de dibujo, con un sombrero de tres picos, soñando con sus cómics. Yo fantaseaba con que era él y estaba sentado en la oficina de un periódico donde trabajaba para intentar cumplir los plazos. Dick Tracy, de Chester Gould, supuso otra importante influencia. Me gustaba recortar las tiras dominicales y pegarlas en un álbum. Mientras las leía una y otra vez, iba aprendiendo poco a poco la mecánica de la narración de historietas. En Penn Station, Nueva York, había una librería donde en uno de los estantes se podía ver una copia en tapa dura de “The Celebrated Cases of Dick Tracy”. En la polvorienta portada no aparecía ningún título. Tan sólo un dibujo de perfil del famoso Dick Tracy. Cada vez que mi familia y yo volvíamos de Nueva York tras asistir a un espectáculo o al circo, y nos quedábamos esperando en la estación el tren que nos llevaría a casa, me quedaba mirando esa portada. Era demasiado tímido como para pedirle a alguien que me bajase el tomo para poder echar un vistazo al interior. Pensar que ese gran libro contenía nada más y nada menos que los cómics de Dick Tracy de los años 40 me estaba volviendo loco. Me quedaba mirando la cubierta hasta que me quedaba hipnotizado. Finalmente ahorré el dinero suficiente como para comprarlo y me quedé completamente enamorado. Era oscuro, violento y extraño, y estaba narrado con un estilo que yo era capaz de imitar. Todavía se puede ver la influencia de Chester Gould en mi estilo de dibujo.
KELLY: Dick Tracy es una de las tiras favoritas de mucha gente, aunque muchos nunca lo admitirían.

KAZ: ¿No lo admitirían? ¿En serio? Dick Tracy es la tira seminal de los historietistas que dibujan cómics policíacos y de crímenes. Sin ella y sin los criminales grotescos que inventó Chester Gould no existiría Batman. Cada viñeta es como un dibujo plano que cada vez te mete más en el oscuro y retorcido mundo del hampa a lo “cartoon” de Chicago. Me parece que sus dibujos son como gráficos noir. Muy siniestros. También me puse a coleccionar las viñetas de “Crimestoppers Textbook”.

KELLY: La verdad es que siempre ofrecían los mejores consejos. Recuerdo que en una aseguraban que si eras una anciana, sería mejor que no dejases entrar a cualquiera en tu casa para que utilizara el teléfono. ¿Has leído Nancy?

KAZ: Me leí Nancy sin ni siquiera pensar mucho en lo que estaba haciendo. A veces recortaba la tira porque aparecía editada en el periódico local. No fue hasta que llegué a la Escuela de Artes Visuales y a asistir a las clases de Art Spiegelman y Jerry Moriarty, además de empezar a  dibujar el “Jack Survives” para RAW, cuando empecé a fijarme y a informarme un poco más sobre Nancy. Moriarty tenía una manera muy beatnik-zen de hablar sobre Bushmiller que realmente me enrollaba un montón. Pronto Nancy se convirtió en una tira famosa entre la gente de RAW. Cada vez que alguien decía que era estúpida o decían que no pillaban por qué nos gustaba tanto, cerrábamos los ojos y sonreíamos. Nancy era tan cursi que estaba más allá de lo cursi. De alguna forma su autor se introdujo en esa especie de meta-mundo por el que sólo los maestros zen saben navegar.

KELLY: Fue justo antes de que Bushmiller falleciese.

KAZ: Cierto. [Un momento de silencio.]

KELLY: Y sin embargo no estudiaste la obra de Dondi.

KAZ: Me lo he leído todo. Siempre estaré enamorado de Smoky Stover. Incluso cuando era niño ya lo estaba. Recuerdo estar leyéndolo sin enterarme de nada. Lo que sí que entendía era “Spooky”, la tira del gato que aparecía en la parte inferior. Recuerdo que de niño me parecía que Little Orphan Annie tenía demasiado texto y no la suficiente acción, aunque recuerdo que me gustaba mucho “Maw Green”. Nadie habla de la influencia del “Maw Green” de Harold Gray en mi trabajo.

KELLY: Supongo que Smoky Stover te impactó mucho.

KAZ: Seguro. Pero no lo pensé hasta mucho más tarde, cuando empecé a investigar cuál era el tipo de sensibilidad y el estilo de dibujo más adecuado que debía utilizar. Por ejemplo, en la historia que hice para el tercer número de Snake Eyes titulada "Zak Smoke." El aspecto de esa tira era intencionadamente ridículo, porque la historia en sí era muy oscura y deprimente. Zak vislumbra su muerte inminente y luego empieza a correr detrás de uno de los símbolos de la muerte y se da de bruces contra otro hasta que la tira termina con su iluminación repentina. El símbolo iba brotando como los juegos de palabras cursis que surgían como setas a lo largo de toda la tira de “Smokey Stover”.
“ESCUELA DE ARTES VISUALES”

KELLY: ¿Por qué elegiste la Escuela de Artes Visuales de Nueva York?

KAZ: Fui allí porque alguien me dijo una vez que la “SVA” era la Escuela de los dibujos animados y la ilustración, que es como creo que solían llamarla. Así que acudí con el portafolio de dibujos que había hecho durante mis años en el instituto. En realidad había hecho una tira que se llamaba “Mr. Roach”, y mi idea era la de presentarla en uno de los “syndicates” para conseguir publicarla diariamente en un periódico. Era bastante mala. Estaba mal escrita y mal dibujada. Ni siquiera tenía buenos gags. Pero sí que hice algunas cosas bien. Tenía como el equivalente de seis semanas de trabajo. Aprendí mucho acerca de las fotocopias. Pagué toda la tirada y fui enviando ejemplares a todos los “sindicatos” y éstos me la fueron rechazando uno tras otro. También me puse a enviar copias de la tira a algunos dibujantes, para ver qué me comentaban sobre ella. El único que me contestó fue Russell Myers, que dibujaba “Broom Hilda”. Fue muy alentador. Su carta estaba escrita con el color verde habitual de Broom, y estaba incluida dentro de un sobre verde en el que se podían ver a todos sus personajes retozando. Para mí fue muy emocionante. Pensé: "¡puede que en realidad sí que me pueda dedicar a esto!" También me dijo que lo mejor es que fuese a la Escuela de Arte y aprendiese a dibujar.

KELLY: ¿Qué te decían los “sindicatos” de tiras de prensa en sus cartas de rechazo?

KAZ: Uno de ellos básicamente me dijo que no había forma de que alguna vez imprimiesen una tira sobre una cucaracha [risas], así que enseguida empecé a hacer cosas “underground”. Me sigue gustando el formato de tira diaria. Pero creo que mi sensibilidad y mi humor están más en sintonía con el “underground”. Los guiones de “Underworld” pasaron por todas las etapas de aprobación. Una semana eran clasificados para mayores de 18, la siguiente ya eran aptos.

KELLY: Bueno, creo que la tira se parece mucho a una tradicional. Me refiero a que es en blanco y negro y que…

KAZ: Tienes razón, y los chistes tratan sobre heroína, muerte y mutilación.

KELLY: Pero si cambiases un par de palabras parecería una de las clásicas.

KAZ: Es porque la diseñé de esa forma a conciencia. Para atrapar la atención. Para que pareciese más atractiva.

(Continuará)

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