Por Richard Marschall para The Comics Journal nº 127 (1989). Traducido por Frog2000. Parte 1, parte 2.
Incluso la fantasía con la que Watterson impregna la tira, que aparece de forma bastante asidua, tiene repercusiones en aquello a lo que se enfrenta. La relación de Calvin con Hobbes es magia pura, y creo que deberían promulgar una ley contra las habladurías que a menudo han surgido en su contra. Dejadlo estar: sospecho que la planificación de Watterson es tan tenue como la del supuesto punto de vista freudiano que McCay imprimió en los sueños de Little Nemo, o las motivaciones de Herriman detrás del género cambiante de Krazy Kat. Estos historietistas se encogían de hombros y expresaban verdadera perplejidad tras ser preguntados para a continuación seguir pasándoselo pipa mientras dibujaban sus tiras de cómics. Por otro lado, los interludios del Capitán Spiff, las referencias a las películas de terror, las exploraciones liliputienses de Calvin haciendo uso de los electrodomésticos, todas nos cuentan algo sobre el niño protagonista, pero también sobre la América contemporánea. Aunque también deberíamos dejarlas pasar: Calvin y Hobbes es una de las pocas tiras que tienen varios niveles de lectura (o en la que se puede escoger uno solo de ellos), y en raras ocasiones nos trae ecos melancólicos de lo que les ocurrió a Pogo y Abner, cuando cercanas a sus respectivos finales empezaron a demandar de sus lectores que se las leyesen teniendo un solo nivel en cuenta (el estruendosamente político), lo que supuso un abrupto cambio en las intenciones de sus creadores y en lo que su público esperaba de ellas.
Es evidente que Calvin & Hobbes se puede tomar como una reflexión de nuestra época, para poder ver los árboles que forman el bosque. Los agoreros ya han empezado a etiquetar esta época como la Era de Reagan, cacareando sin control sobre yuppies, codicia y música New Age. De nuevo, todos son elementos que parecen estar más apropiadamente representados en Garfield. En su lugar, Calvin y Hobbes documenta nuestra forma de vivir, nuestra forma de expresarnos, cómo interactuamos entre nosotros, de formas tan frescas como desinteresadas. Es una tira que está al día y es consciente de sí misma.
La temática del adulto que actúa como un niño resulta mucho más fácil de planificar (o al menos se puede ver de forma más frecuente en la cultura), y ahí tenemos todo un muestrario compuesto por Laurel y Hardy, Lucy y al compungido Ralph Kramden, entre otros. Pero en los cómics también hemos podido disfrutar de forma bastante habitual de la premisa del niño que actúa como un niño. Por banal que suene, si se considera la veta humorística que se ha podido encontrar en las escenas de niños haciéndose cargo de otros a lo largo de todo este tiempo, y bajo la premisa de que hasta ahora nuestros hijos han sido la obsesión central de los historietistas de las tiras de cómics, hay unos cuántos autores que han sabido hacer las cosas perfectamente. El Skippy de Percy Crosby era un misántropo con el alma de un filósofo adulto en el cuerpo de un niño. Y solo en el momento en el que la Little Orphan Annie de Harold Grey perdió su vulnerabilidad original y se convirtió en indestructible fue cuando la tira empezó a resquebrajarse; Annie ya no era ninguna niña. Sin embargo, entre los niños que parecen reales más genuinos del cómic se pueden encontrar a los gamines rurales de Dwig (School Days, Huck Finn), los niños del Just-Kids de Ad Carter, los chicos que aparecen en Reg´lar Fellers, y (quizá el más cercano de todos a la personalidad de Calvin) Desp´rate Ambrose del S´Matter, Pop? de Charlie Payne.
En estas tiras reinaban las preocupaciones propias de la infancia (la ontología de la vida del niño), y los historietistas con más talento eran capaces de capturar, o de simular, lo que de verdad les preocupaba a sus pequeños protagonistas. Cualquiera puede etiquetarse como autor satírico si lo que suele hacer es describir a los adultos de una forma infantil. Para ello podemos aprovecharnos de las cosas "importantes" y ridiculizarlas. Pero solo los auténticos genios son capaces de recordar (aunque todos hayamos pasado por la misma experiencia) lo importantes que parecen las cosas sin importancia cuando eres un niño, y entonces mostrarnos al resto de nosotros esa perspectiva. Bill Watterson nunca se olvidó de ella, y tiene una forma mágica de recordárnosla sin ser condescendiente con nosotros o con los propios niños. Tampoco la edulcora. Sus breves guiones son mucho más que simples soportes del gag. Son placas de Petri donde se puede reconocer la niñez, compartir respuestas a algunas preguntas y mostrarles nuevas formas de reaccionar a las personas que nos importan.
El estilo de dibujo de Watterson también es muy especial. Tan salvaje como me parecen su temática y sus antecedentes, en su trazo soy capaz de ver el elemento definitivo que me hace dejar de ser un pesimista cada vez que observo las tiras de periódico modernas para transformarme en un prudente optimista. Calvin & Hobbes ha sido capaz de reafirmar el valor del dibujo, el talento como algo sagrado, la importancia de la composición, el resultado que es capaz de producir el artista competente. La esterilidad gráfica no es algo que necesariamente abunde en muchas de las tiras de periódico, pero en esta línea, el propio syndicate de Watterson (Universal Press Syndicate) ha sido un reincidente habitual, firmando contratos con amateurs sin habilidad alguna para el dibujo. Watterson ha sido capaz de resucitar las sensaciones del artista dotado, haciéndonos recordar que las mejores tiras de cómic deberían estar dibujadas de forma grandiosa.
¿Podría esto ser revolucionario? ¿El hecho de que un historietista sea capaz de dibujar tan bien? En 1989 eso es lo que parece, porque Bill Watterson puede dibujar maravillosamente bien. Utiliza su pincel como un maestro. Sus personajes exhiben una miriada de expresiones, pero además demuestran personalidad, incluso antes de que lo hagan a través de sus diálogos. Sus composiciones son tan admirables que resultan inspiradoras, los negros están colocados en su sitio justo, su sombreado es juicioso, la perspectiva y anatomía están deliciosamente distorsionadas. Es evidente que Watterson conoce a Walt Kelly, y que recientemente ha descubierto a George Herriman. Diseños, motivos, patrones, su propio toque personal, todo puede verse en Calvin and Hobbes en un momento en el que los historietistas están empezando a descubrir formas de eliminar detalles de lo que evidentemente consideran una labor penosa.
Lo más impresionante es la forma en la que Watterson emplea ángulos y puntos de vista. Hace veinte años, Pat Oliphant empezó a adoptar composiciones poco ortodoxas (primeros planos, vistas desde el suelo) en sus tiras políticas, vistas panorámicas, efectos dramáticos de gran alcance, cielos tormentosos, etcétera, y Watterson está haciendo cosas parecidas en su tira. Extraño en el caso de los historietistas políticos que han ido apareciendo últimamente en el terreno de las tiras, Watterson es el primer artista que ha dejado atrás la tira política en adoptar estas llamativas pautas. De esa forma, mirar su tira, incluso antes de leer el diálogo, antes de fijarse en el argumento, antes de echar un vistazo a las irresistibles expresiones, resulta interesante de inmediato.
Es probable que la breve permanencia de Watterson entre el grupo de historietistas políticos fuese un buen período de entrenamiento, pero seguro que la frustración que supuso su esfuerzo por evolucionar en la profesión sería a la larga una mejor enseñanza: aunque atemperado, Bill Watterson parece haber adoptado un sentido de la perspectiva sobre sí mismo, su creación, y la profesión que resulta admirable.
(Por supuesto, a veces también se puede ir demasiado lejos con todo ese rollo de la grandeza-ante-la-adversidad-y-el artista-hambriento-en-su-buhardilla. Recuerdo la anécdota de Churchill durante el bombardeo, mientras las bombas llovían sobre Londres. Alguien le dijo: "Puede que esto sea una bendición disfrazada" . Churchill carraspeó: "en parte bendición, en parte disfraz".)
Durante años, la única concesión consistente en la obra de Watterson ha aparecido en las páginas de las publicaciones de Richard Samuel West. Algunas revistas como Target suelen incluir trabajos y entrevistas de los historietistas políticos más importantes, y en ella también se han podido ver portadas y anuncios de "Watterson" o "W". Por lo general, todo hay que decirlo, su trabajo era mejor que cualquiera de los que aparecían en la revista. Mucho antes de que llegase Calvin y Hobbes, fue en este magazine donde empezó a surgir un culto occidental leal y perceptivo de devotos de la obra de Watterson.
Finalmente, resulta importante hablar sobre la faceta de los temas más recurrentes de la tira. Hay chistes que surgen de la premisa básica de la "vida real" de Hobbes, y las relaciones entre Calvin y el tigre. Hay rutinas habituales formadas por los paseos del Capitán Spiff, que liberan al chico de Hobbes y le permiten volar solo. También están las ocurrencias ocasionales co-protagonizadas por Susie. O las situaciones donde se enumeran los resultados de las encuestas sobre la efectividad como padre del padre de Calvin (Charles Schulz, fan de la obra de Watterson, me dijo una vez que al final estas escenas podrían ser capaces por sí mismas de suplantar la relación del protagonista con el tigre.) Otra de las cosas que en primera instancia deberíamos apreciar de Calvin y Hobbes es que parece oponerse a cómo deberían ser las cosas: lo que impresiona de la tira no sólo es la calidad de sus temas sino su variedad.
Cuando las cosas son frescas, variadas e impredecibles para el lector de una tira de calidad, sabes que lo mismo está ocurriendo con el historietista que se sienta todos los días frente a su mesa de dibujo y se enfrenta a la hoja de papel en blanco. Bill Wattterson no solo crea felizmente, además es todo un retador. Nos reta a ver el mundo de igual forma a como lo ve su niño, y se reta a sí mismo para presentárnoslo de las diversas formas que el niño lo vive mágicamente en el interior de la tira, y lo hace de formas que ningún otro historietista actual es capaz de mostrar.
En algún sitio existe una especie de Pequeño Salón de la Fama de los cómics que (de hecho) es bastante honorable. Una vez estuvo lleno de pequeñajos, los Brownies, los Kewpies, los Teenie Weenies. Luego llegaron los niños, Yellow Kid, The Katzenjammer Kids, Charlie Brown y compañía. Más tarde, Calvin se ha aupado hasta lo alto del pedestal y todavía nadie ha sido capaz de echarle de allí. Ni nadie va a poder hacerlo.
Pero no le des la espalda mucho tiempo. A veces, este niño lanza cosas muy raras con su cerbatana.
Incluso la fantasía con la que Watterson impregna la tira, que aparece de forma bastante asidua, tiene repercusiones en aquello a lo que se enfrenta. La relación de Calvin con Hobbes es magia pura, y creo que deberían promulgar una ley contra las habladurías que a menudo han surgido en su contra. Dejadlo estar: sospecho que la planificación de Watterson es tan tenue como la del supuesto punto de vista freudiano que McCay imprimió en los sueños de Little Nemo, o las motivaciones de Herriman detrás del género cambiante de Krazy Kat. Estos historietistas se encogían de hombros y expresaban verdadera perplejidad tras ser preguntados para a continuación seguir pasándoselo pipa mientras dibujaban sus tiras de cómics. Por otro lado, los interludios del Capitán Spiff, las referencias a las películas de terror, las exploraciones liliputienses de Calvin haciendo uso de los electrodomésticos, todas nos cuentan algo sobre el niño protagonista, pero también sobre la América contemporánea. Aunque también deberíamos dejarlas pasar: Calvin y Hobbes es una de las pocas tiras que tienen varios niveles de lectura (o en la que se puede escoger uno solo de ellos), y en raras ocasiones nos trae ecos melancólicos de lo que les ocurrió a Pogo y Abner, cuando cercanas a sus respectivos finales empezaron a demandar de sus lectores que se las leyesen teniendo un solo nivel en cuenta (el estruendosamente político), lo que supuso un abrupto cambio en las intenciones de sus creadores y en lo que su público esperaba de ellas.
Es evidente que Calvin & Hobbes se puede tomar como una reflexión de nuestra época, para poder ver los árboles que forman el bosque. Los agoreros ya han empezado a etiquetar esta época como la Era de Reagan, cacareando sin control sobre yuppies, codicia y música New Age. De nuevo, todos son elementos que parecen estar más apropiadamente representados en Garfield. En su lugar, Calvin y Hobbes documenta nuestra forma de vivir, nuestra forma de expresarnos, cómo interactuamos entre nosotros, de formas tan frescas como desinteresadas. Es una tira que está al día y es consciente de sí misma.
El niño que actúa como un adulto es una transmogrificación social que ha dejado su marca justo en mitad del Siglo XX. Estos niños se han hecho ahora reales, no son ni un sueño ni una imposición. Su profeta fue Charles Schulz y su discípulo es Bill Watterson. Sin embargo, (de nuevo aquí tenemos todos esos diferentes niveles de los que hablamos), Calvin (maduro, cínico, enrollado, sarcástico, locuaz, quizá demasiado inteligente) no pierde su condición quintaesencial de niño. Sigue siendo un niño. Frecuentemente actúa como uno, aunque no caiga en la infantilidad.
La temática del adulto que actúa como un niño resulta mucho más fácil de planificar (o al menos se puede ver de forma más frecuente en la cultura), y ahí tenemos todo un muestrario compuesto por Laurel y Hardy, Lucy y al compungido Ralph Kramden, entre otros. Pero en los cómics también hemos podido disfrutar de forma bastante habitual de la premisa del niño que actúa como un niño. Por banal que suene, si se considera la veta humorística que se ha podido encontrar en las escenas de niños haciéndose cargo de otros a lo largo de todo este tiempo, y bajo la premisa de que hasta ahora nuestros hijos han sido la obsesión central de los historietistas de las tiras de cómics, hay unos cuántos autores que han sabido hacer las cosas perfectamente. El Skippy de Percy Crosby era un misántropo con el alma de un filósofo adulto en el cuerpo de un niño. Y solo en el momento en el que la Little Orphan Annie de Harold Grey perdió su vulnerabilidad original y se convirtió en indestructible fue cuando la tira empezó a resquebrajarse; Annie ya no era ninguna niña. Sin embargo, entre los niños que parecen reales más genuinos del cómic se pueden encontrar a los gamines rurales de Dwig (School Days, Huck Finn), los niños del Just-Kids de Ad Carter, los chicos que aparecen en Reg´lar Fellers, y (quizá el más cercano de todos a la personalidad de Calvin) Desp´rate Ambrose del S´Matter, Pop? de Charlie Payne.
En estas tiras reinaban las preocupaciones propias de la infancia (la ontología de la vida del niño), y los historietistas con más talento eran capaces de capturar, o de simular, lo que de verdad les preocupaba a sus pequeños protagonistas. Cualquiera puede etiquetarse como autor satírico si lo que suele hacer es describir a los adultos de una forma infantil. Para ello podemos aprovecharnos de las cosas "importantes" y ridiculizarlas. Pero solo los auténticos genios son capaces de recordar (aunque todos hayamos pasado por la misma experiencia) lo importantes que parecen las cosas sin importancia cuando eres un niño, y entonces mostrarnos al resto de nosotros esa perspectiva. Bill Watterson nunca se olvidó de ella, y tiene una forma mágica de recordárnosla sin ser condescendiente con nosotros o con los propios niños. Tampoco la edulcora. Sus breves guiones son mucho más que simples soportes del gag. Son placas de Petri donde se puede reconocer la niñez, compartir respuestas a algunas preguntas y mostrarles nuevas formas de reaccionar a las personas que nos importan.
El estilo de dibujo de Watterson también es muy especial. Tan salvaje como me parecen su temática y sus antecedentes, en su trazo soy capaz de ver el elemento definitivo que me hace dejar de ser un pesimista cada vez que observo las tiras de periódico modernas para transformarme en un prudente optimista. Calvin & Hobbes ha sido capaz de reafirmar el valor del dibujo, el talento como algo sagrado, la importancia de la composición, el resultado que es capaz de producir el artista competente. La esterilidad gráfica no es algo que necesariamente abunde en muchas de las tiras de periódico, pero en esta línea, el propio syndicate de Watterson (Universal Press Syndicate) ha sido un reincidente habitual, firmando contratos con amateurs sin habilidad alguna para el dibujo. Watterson ha sido capaz de resucitar las sensaciones del artista dotado, haciéndonos recordar que las mejores tiras de cómic deberían estar dibujadas de forma grandiosa.
¿Podría esto ser revolucionario? ¿El hecho de que un historietista sea capaz de dibujar tan bien? En 1989 eso es lo que parece, porque Bill Watterson puede dibujar maravillosamente bien. Utiliza su pincel como un maestro. Sus personajes exhiben una miriada de expresiones, pero además demuestran personalidad, incluso antes de que lo hagan a través de sus diálogos. Sus composiciones son tan admirables que resultan inspiradoras, los negros están colocados en su sitio justo, su sombreado es juicioso, la perspectiva y anatomía están deliciosamente distorsionadas. Es evidente que Watterson conoce a Walt Kelly, y que recientemente ha descubierto a George Herriman. Diseños, motivos, patrones, su propio toque personal, todo puede verse en Calvin and Hobbes en un momento en el que los historietistas están empezando a descubrir formas de eliminar detalles de lo que evidentemente consideran una labor penosa.
Lo más impresionante es la forma en la que Watterson emplea ángulos y puntos de vista. Hace veinte años, Pat Oliphant empezó a adoptar composiciones poco ortodoxas (primeros planos, vistas desde el suelo) en sus tiras políticas, vistas panorámicas, efectos dramáticos de gran alcance, cielos tormentosos, etcétera, y Watterson está haciendo cosas parecidas en su tira. Extraño en el caso de los historietistas políticos que han ido apareciendo últimamente en el terreno de las tiras, Watterson es el primer artista que ha dejado atrás la tira política en adoptar estas llamativas pautas. De esa forma, mirar su tira, incluso antes de leer el diálogo, antes de fijarse en el argumento, antes de echar un vistazo a las irresistibles expresiones, resulta interesante de inmediato.
Es probable que la breve permanencia de Watterson entre el grupo de historietistas políticos fuese un buen período de entrenamiento, pero seguro que la frustración que supuso su esfuerzo por evolucionar en la profesión sería a la larga una mejor enseñanza: aunque atemperado, Bill Watterson parece haber adoptado un sentido de la perspectiva sobre sí mismo, su creación, y la profesión que resulta admirable.
(Por supuesto, a veces también se puede ir demasiado lejos con todo ese rollo de la grandeza-ante-la-adversidad-y-el artista-hambriento-en-su-buhardilla. Recuerdo la anécdota de Churchill durante el bombardeo, mientras las bombas llovían sobre Londres. Alguien le dijo: "Puede que esto sea una bendición disfrazada" . Churchill carraspeó: "en parte bendición, en parte disfraz".)
Durante años, la única concesión consistente en la obra de Watterson ha aparecido en las páginas de las publicaciones de Richard Samuel West. Algunas revistas como Target suelen incluir trabajos y entrevistas de los historietistas políticos más importantes, y en ella también se han podido ver portadas y anuncios de "Watterson" o "W". Por lo general, todo hay que decirlo, su trabajo era mejor que cualquiera de los que aparecían en la revista. Mucho antes de que llegase Calvin y Hobbes, fue en este magazine donde empezó a surgir un culto occidental leal y perceptivo de devotos de la obra de Watterson.
Finalmente, resulta importante hablar sobre la faceta de los temas más recurrentes de la tira. Hay chistes que surgen de la premisa básica de la "vida real" de Hobbes, y las relaciones entre Calvin y el tigre. Hay rutinas habituales formadas por los paseos del Capitán Spiff, que liberan al chico de Hobbes y le permiten volar solo. También están las ocurrencias ocasionales co-protagonizadas por Susie. O las situaciones donde se enumeran los resultados de las encuestas sobre la efectividad como padre del padre de Calvin (Charles Schulz, fan de la obra de Watterson, me dijo una vez que al final estas escenas podrían ser capaces por sí mismas de suplantar la relación del protagonista con el tigre.) Otra de las cosas que en primera instancia deberíamos apreciar de Calvin y Hobbes es que parece oponerse a cómo deberían ser las cosas: lo que impresiona de la tira no sólo es la calidad de sus temas sino su variedad.
Cuando las cosas son frescas, variadas e impredecibles para el lector de una tira de calidad, sabes que lo mismo está ocurriendo con el historietista que se sienta todos los días frente a su mesa de dibujo y se enfrenta a la hoja de papel en blanco. Bill Wattterson no solo crea felizmente, además es todo un retador. Nos reta a ver el mundo de igual forma a como lo ve su niño, y se reta a sí mismo para presentárnoslo de las diversas formas que el niño lo vive mágicamente en el interior de la tira, y lo hace de formas que ningún otro historietista actual es capaz de mostrar.
En algún sitio existe una especie de Pequeño Salón de la Fama de los cómics que (de hecho) es bastante honorable. Una vez estuvo lleno de pequeñajos, los Brownies, los Kewpies, los Teenie Weenies. Luego llegaron los niños, Yellow Kid, The Katzenjammer Kids, Charlie Brown y compañía. Más tarde, Calvin se ha aupado hasta lo alto del pedestal y todavía nadie ha sido capaz de echarle de allí. Ni nadie va a poder hacerlo.
Pero no le des la espalda mucho tiempo. A veces, este niño lanza cosas muy raras con su cerbatana.