Reflexión publicada originalmente en Morning, Computer, 2015. Traducida por Frog2000.
Ayer mi hija y yo fuimos a ver MAD MAX: FURIA EN LA CARRETERA y la verdad es que nos lo pasamos estupendamente. Por la noche hicimos la cena, abrimos una botella de vino y vimos otra película después de zapear un poco por los canales de televisión. Nos detuvimos en una cadena donde estaban emitiendo la película original de MAD MAX. Aterrizamos justo durante la primera parte, cuando Max todavía no se ha vuelto loco. En ese momento la esposa de Max estaba pateando las pelotas de un tío. Mi hija no había visto esta película de MAX antes de Furia en la Carretera, y de repente me chilló: "¡Espera un poco! Esta no parece una película apocalíptica ni de coña! "
Se le olvidaba que las películas de Mad Max tienen una continuidad narrativa propia desde el punto en el que colapsa la Sociedad hasta que se llega a originar un culto en torno a la gasolina -y el agua-, justo cuando el fin del mundo ha tenido lugar del todo. El propio Max pasa de ser un policía con nervio al hombre completamente hecho polvo de Furia en la Carretera que, durante la primera mitad de la película, se ha convertido más o menos en un animal que parece aullar mientras reposa sobre sus patas traseras y que más tarde quedará reducido a un saco ensangrentado. De ser esposo y padre pasa a convertirse en objeto médico.
Alguien me contó un día que MAD MAX es “su Star Wars.” Su mito moderno. Un mito de la Época del acero y el petróleo que terminó derivando en una Era mucho más oscura. Si lo observamos como un continuo, este ciclo de películas casi se podría interpretar como una advertencia que nos están intentando hacer llegar desde 1980. Una cápsula del tiempo que nos sigue contando historias desde su propio compartimento interior. Furia en la Carretera no parece una película moderna. Más bien es un regreso a la cinematografía clásica y su forma de contar las cosas. Es como una llamada de atención sobre las pesadillas que tuvimos que atravesar a finales del siglo pasado.
Ayer mi hija y yo fuimos a ver MAD MAX: FURIA EN LA CARRETERA y la verdad es que nos lo pasamos estupendamente. Por la noche hicimos la cena, abrimos una botella de vino y vimos otra película después de zapear un poco por los canales de televisión. Nos detuvimos en una cadena donde estaban emitiendo la película original de MAD MAX. Aterrizamos justo durante la primera parte, cuando Max todavía no se ha vuelto loco. En ese momento la esposa de Max estaba pateando las pelotas de un tío. Mi hija no había visto esta película de MAX antes de Furia en la Carretera, y de repente me chilló: "¡Espera un poco! Esta no parece una película apocalíptica ni de coña! "
Se le olvidaba que las películas de Mad Max tienen una continuidad narrativa propia desde el punto en el que colapsa la Sociedad hasta que se llega a originar un culto en torno a la gasolina -y el agua-, justo cuando el fin del mundo ha tenido lugar del todo. El propio Max pasa de ser un policía con nervio al hombre completamente hecho polvo de Furia en la Carretera que, durante la primera mitad de la película, se ha convertido más o menos en un animal que parece aullar mientras reposa sobre sus patas traseras y que más tarde quedará reducido a un saco ensangrentado. De ser esposo y padre pasa a convertirse en objeto médico.
Alguien me contó un día que MAD MAX es “su Star Wars.” Su mito moderno. Un mito de la Época del acero y el petróleo que terminó derivando en una Era mucho más oscura. Si lo observamos como un continuo, este ciclo de películas casi se podría interpretar como una advertencia que nos están intentando hacer llegar desde 1980. Una cápsula del tiempo que nos sigue contando historias desde su propio compartimento interior. Furia en la Carretera no parece una película moderna. Más bien es un regreso a la cinematografía clásica y su forma de contar las cosas. Es como una llamada de atención sobre las pesadillas que tuvimos que atravesar a finales del siglo pasado.