sábado, 26 de enero de 2019

ALGUNAS ANOTACIONES SOBRE CLARK KENT Y SUPERMAN, por Frog2000

Lo que sigue es un texto que elucubré para el flyer que anunciaba la emisión en un verano de 2014 de "Superman: La Película" (Richard Donner, 1978) en el bar El Almacén de Reinosa. Por motivos tan farragosos como predecibles, no se llegó a emitir. 

Algunas anotaciones sobre Clark Kent y Superman.

1) Los Beatles, como dijo John Lennon, fueron más conocidos que Jesucristo, pero en mi opinión Superman es aún más conocido que los propios Beatles

2) Superman tiene mucho que ver con Jesucristo y con su padre, el Dios de la Biblia y el de la Torá. No es casualidad que los creadores del habitante de Krypton, Jerry Siegel y Joe Shuster, fuesen judíos. Como también lo es esta recreación del mito del gólem (un constructo humanoide superfuerte que ejecuta proezas increíbles) tan presente en su cultura, y que aderezaron con unas gotitas de ciencia ficción y de charmé urbano, modernizando así una leyenda, la del gólem judío, que era eminentemente rural.

3) Clark Kent es más importante que Superman, y por lo tanto que los Beatles y que Jesucristo. Si tuvieses la intención de vender una colección de cómics tan sólo narrando las historias de un tipo con súper-poderes que puede hacer lo que le plazca, como mucho llegarías a colocar en el mercado la cantidad de páginas equivalente a una Biblia o un Libro de Mormón, y nada más, porque el público potencial que comprase tu producto dejaría de adquirirlo la enésima ocasión en la que tu héroe todopoderoso salvase irremediablemente el mundo. Apenas unas resmas de papel si lo comparamos con el material que ha generado el Hombre de Acero desde que empezó su historia: en su haber se pueden encontrar docenas de colecciones con numeraciones que bien pueden provocar la envidia malsana de sus competidores de la Marvel (los derechos del Superhombre pertenecen a DC Comics). Títulos como "Superman" (de 1939), con 690 ejemplares, “Superman´s Girlfriend, Lois Lane” (de 1958), con 137 números, y la campeona, "Action Comics" (de 1938), la primera de todas las colecciones del defensor de Metrópolis y que llega a alcanzar la abultada cifra de 851 números publicados, por no hablar de los numerosos “spin-offs” de todo tipo que han ido apareciendo a lo largo de todos estos años, como la serie protagonizada por la prima de Superman, “Supergirl”, la dedicada al colega del héroe, “Superman´s Pal, Jimmy Olsen”, o aquella donde el protagonista unía fuerzas con el oscuro vigilante Batman.

Por lo tanto, si quieres que tu personaje funcione y venda muchas copias de tu producto, necesitarás un avatar humano con el que el espectador o el lector se pueda identificar. 

4) Tan ingente cantidad de papel se vio reforzada en los inicios de Superman por los productos ideados directamente para los nuevos medios de comunicación de masas americanos, la televisión y la radio, engendrando durante el proceso todo tipo de consumibles para críos y no tan críos: jarabes, tarteras, disfraces, muñecos, cromos, etcétera. Superman se convirtió en el icono americano por excelencia, pero como decía antes, sin el ser humano del que se disfrazaba para pasear entre los mortales, el periodista Clark Kent, el personaje no habría sido capaz de mantener tantos corazones en vilo ante los sucesivos continuarás que aparecían en sus aventuras, pues resulta indudable que el público siempre está más atento a lo que le acerca a sus héroes, en este caso la humanidad y ética que se atisba en el torpe Kent, a sus intentos por conquistar a su amada Lois Lane, o a la camaradería gestada con el resto de la plantilla de currantes del Daily Planet, que a las súper-aventuras que el efebo de mallas azules (el sueño húmedo de Nietzsche) vive casi en cada número, con amenazas calcadas entre sí que amenazan (valga la “rebuznancia”) en transformar la colección en una aburrida y súper-simplona ristra de hazañas omnipotentes que pueden terminar súper-saturando y súper-aburriendo al comprador. De ahí la invención de la Kriptonita, una amenaza policroma que convirtió la saga de Superman en algo más excitante (porque era un talón de Aquiles que podía matarlo), más apasionante (porque le quitaba sus superpoderes), más graciosa (como cuando el héroe se comía frente a su enemigo Lex Luthor un trozo de la sustancia que supuestamente le dejaba indefenso), o más estúpida (como cuando transformaba a sus amigos en simios inteligentes). 

5) La película de 1978, titulada de forma categórica “Superman: La Película” tiene un padrino de lujo, concretamente el escritor que nos regaló “El Padrino”, Mario Puzo. El director, Richard Donner, era casi un don nadie que apenas había llamado la atención con su anterior “La Profecía” (1976), y que con pulso nervioso recogió el guión arrojado por Puzo y filmó la mejor película de superhéroes de la historia. Un evento fílmico que no sólo supone un buen ejemplo de séptimo arte, sino que funciona como el catálogo perfecto de cómo se ha de presentar un cómic de superhéroes en pantalla grande, desde el origen del personaje titular, pasando por sus motivaciones, la pelea contra su(s) némesis, o la representación de cómo es el día a día de alguien que está acostumbrado a salvar el planeta un momento para hacerse el despistado y el pampinoplas en el siguiente. Pero el mérito de que el filme sea tan estupendo no sólo es de Richard Donner, sino que entre el equipo que tuvo la suerte de comandar el director se encontraban algunos de los mejores profesionales (de fotografía, de efectos especiales) que había en ese momento en Hollywood. Y sobre todo, con quienes consiguió encontrar el autor el auténtico trébol de cuatro hojas fue con los actores, con Christopher Reeve como Superman, Marlon Brando como Jor-El, Gene Hackman como Lex Luthor y Margot Kidder como Lois Lane

Concretamente, la química que se produce en pantalla entre Kent-Reeves y Lane-Kidder fue uno de los elementos clave para que la película se convirtiese en todo un éxito de taquilla. Es decir, de nuevo la exhibición de los elementos humanos se anteponía a los momentos de ciencia ficción de la cinta (y tiene muchos y excelentes.)

6) Siete artículos relacionados con este hijo de Krypton que demuestran por qué Superman es un personaje tan magnífico como multidisciplinar: 

6.1-All Star Superman (cómic, editorial ECC, Grant Morrison y Frank Quitely). ¿El mejor tebeo de Superman? Eso es mucho decir, pero este tomo enseña perfectamente el potencial del personaje para utilizarlo en historias sorprendentes y recontar la historia del género de los superhéroes en apenas doce numeritos de nada.

6.2-Superman: Para Todas las Estaciones (cómic, editorial ECC, Jeph Loeb, Tim Sale). Los orígenes del personaje reformulados con un dibujo preciosista y un guión a juego. 

6.3-Superman, de Max Fleischer. Son los dibujos animados para televisión de 1940 que capturaban el espíritu de los cómics originales y que se convirtieron en un hito de la animación en general.

6.4-Superman: La Creación de un Superhéroe (libro, editorial Planeta, David Hernando). El autor nos sumerge en la creación y desarrollo del héroe en un libro sobre Superman, y sobre el cómic, excelentemente escrito. Se devora a toda pastilla.

6.5-Grandes Autores de Superman: John Byrne (cómic, editorial ECC, John Byrne). En 1986, el autor canadiense John Byrne investigó toda la saga de Superman desde los treinta y la reformuló para las generaciones de la Era de los yuppies, un trabajo de sintetización impecable. Son varios tomos, pero es el primero el que contiene completa la genial miniserie que lo empezaba todo, “El Hombre De Acero”.

6.6-Superman: ¿Qué Sucedió Con El Hombre Del Mañana?, y otras historias (cómic, editorial ECC, Alan Moore y varios dibujantes). El autor de Watchmen y V de Vendetta se encargó del héroe criado en Smallville y guionizó dos de las mejores historias (entre las cientos de miles que existen) del personaje, contándonos en la más célebre su probable fin.

6.7-Superman: Hijo Rojo (cómic, editorial ECC, Mark Millar y varios dibujantes). Una rareza, una historia que vuelve a imaginar a Superman a partir del presupuesto de que su nave se hubiese estrellado en la Unión Soviética en lugar de hacerlo en los Estados Unidos.

Casi todas las historias reseñadas tienen en común que se apoyan en el origen de la saga del personaje. Algunos autores lo retoman para deformarlo y expresar así argumentos diferentes, otros para volverlo a contar de forma rigurosa, pero introduciendo nuevos elementos que formen parte del mito inicial. Es tan poderosa esa primera historia que después de tanto tiempo no ha perdido fuerza. Siempre fresca, sirve para la parodia, el desguace posmoderno, para encajarla en un meta-relato que analiza el género de los héroes, o simplemente para homenajearla mediante un preciosista ejercicio de estilo.

7) Puede que "Superman: La Película" no demostrase fehacientemente que un hombre podía volar (tal y como bombardeaba su publicidad), pero sí que nos enseñó que un hombre de la calle podía transformarse en todo un superhéroe.

-Félix Frog2000

miércoles, 2 de enero de 2019

PLANTAS DE SANGRE: SHIGERU MIZUKI, KITARO Y LA INDUSTRIA DE LA SANGRE EN JAPÓN

Por Ryan Holmberg para The Comics Journal, 2015. Traducción: Frog2000.

En 1960, cuando Shigeru Mizuki comenzó a dibujar su legendaria serie Kitarō para el mercado de alquiler de manga kashihon, decidió revisar al bestial niño kamishibai no solo con el filtro de las dinámicas ilustraciones de los cómics de terror estadounidenses y su propia marca distintiva de humor inteligente, dos mediadores bien conocidos del autor, sino también en el contexto de una de las industrias más mancilladas del Japón de posguerra: los bancos de sangre.

En la primera historia de Kitarō, "Una familia de fantasmas" (Yūrei ikka), publicada en la antología de terror de corta duración Yōkiden (Cuentos de lo extraño y lo sobrenatural, de Tōgetsu Shobō, Tokio), un joven asalariado llamado Akiyama llega al trabajo por la mañana, y su jefe lo convoca de inmediato. "Quiero que investigues algo", le dice, "y lo mantengas en secreto. Verás, acaba de entrar un suministro de sangre de fantasmas en la compañía... y alguien que ha recibido una transfusión se ha convertido en un fantasma".

La reputación de la empresa está en juego, la compañía es un negocio próspero que ocupa un edificio de varios pisos en el corazón de la floreciente Tokio. Akiyama se dirige al hospital que ha informado de algo que parece una farsa. Pero efectivamente, el paciente al que le han hecho la transfusión se ha convertido en una bolsa de huesos cubierta de carne. Está técnicamente muerto, explican los médicos, pero de alguna forma sigue consciente y puede hablar.
El empleado busca en los documentos de la empresa para averiguar quién era el donante, algo poco probable en el mundo real debido a la forma de actuar de los bancos de sangre de Japón. Como veremos, Akiyama se sorprende al descubrir que la dirección mencionada es la suya. Le pregunta a su casera por el tema. Ella dice que ha visto algunas luces extrañas cerca del templo abandonado en la parte trasera de la propiedad. El protagonista decide echar un vistazo.

Para su asombroso y horror, se encuentra a una yurei japonesa con una lengua bífida de serpiente, y a su marido, una momia importada de los cómics estadounidenses (de "Servants of the Tomb" de Bob Powell, "Witches Tales" (1951), para ser más exactos). "Por favor, ten piedad de nosotros, porque pertenecemos a una raza oprimida [shuzoku]", le suplica el matrimonio al aterrado Akiyama, diciéndole que su especie ha sido relegada a los rincones más oscuros de la tierra hace mucho tiempo por culpa de que los humanos empezaran a proliferar como roedores. Enferma y sin recursos para pagar el tratamiento, la mujer yūrei se ha arriesgado a vender su sangre en la ciudad, algo nada raro para los desesperadamente pobres del Japón de posguerra. Mizuki protesta de que su deber es informar a su compañía inmediatamente sobre la verdad detrás del hombre contaminado, pero la momia le hace prometer que no dirá nada sobre el asunto hasta que su hijo, el futuro Kitarō, nazca sin problemas.

Contaminación de la clase baja por parte de los bancos de sangre de la nación como material para un cómic de horror: Mizuki aún no había acabado con la idea.

Más tarde, durante ese mismo año de 1960, Mizuki cambió a su agotada editorial Tōgetsu Shobō por el diestro novato Sanyōsha, y reinició la serie de Kitarō incidiendo de nuevo sobre la sangre contaminada. El trabajo principal de Kitarō, como saben los fans, es salvar a los humanos de los elementos diabólicos y sobrenaturales. En el primer volumen de Kitarō, "Night Tales" (Kitarō yobanashi, con fecha de abril de 1960), Kitarō se involucra en el destino del famoso cantante Trunk Nagai, un homenaje al popular cantante de jazz kayōkyoku Frank Nagai. De su brazo derecho ha brotado una planta, el horrible "árbol sangriento" (kyūketsu ki). Sin saberlo, se lo implantaron en el cuerpo una oscura noche mientra viajaba en tren hacia la ciudad de Tokio. Ha sido cosa del Hombre Rata (Nezumi otoko), un famoso personaje del universo Kitarō. Tal y como su nombre indica, Rat Man es un roedor antropomorfo de gran tamaño. Pero en lo que nos concierne ahora, lo más importante es que es un apestoso y malvado vagabundo.
Nagai visita a un doctor para que le extirpen la planta. El médico le informa de que es demasiado tarde, que las raíces se han extendido demasiado dentro de su brazo. Eliminar la planta requeriría cortar su extremidad hasta el hombro. Es un caso urgente, porque todos los días este "árbol rojo" (akai ki), el nombre que le da el médico, aspira unos 500 cc (poco más de una pinta) de la sangre de su huésped, muy por encima de lo que el cuerpo puede reponer naturalmente a diario. Es un detalle revelador, ya que la cantidad es poco más del máximo de 400 cc que se pueden recoger con seguridad de cualquiera que done sangre en la vida real. Como estrella del pop que depende de su imagen, la carrera de Trunk Nagai no podría sobrevivir a la amputación de una extremidad. Así que opta por las transfusiones diarias para reemplazar la sangre perdida. Para pagar los gastos, debe entregar sus honorarios a un agente de un banco de sangre. "¡Ay de mí!", llora. "Tengo que trabajar como una bestia para poder seguir vivo cada día".

Trunk Nagai sobrevive a su terrible experiencia, pero a cambio pierde su humanidad. Poco después, una noche sobre el escenario, mientras está cantando una típica melodía sobre las dificultades por las que ha de pasar un hombre, Nagai se convierte en una bestia con la cara aplastada (para ser exactos, inspirada en "Sam Dora´s Box" de Steve Ditko, de "Strange Suspense Stories", 1954). Un mes más tarde, se sienta debajo de un toldo en un suburbio de Tokio, inmóvil y con la forma de una gigantesca pieza de madera, antes de terminar en una exhibición artística de ikebana de vanguardia en una elegante cafetería llamada The Panty a manos del fundador de la escuela Sōgetsu, Teshigahara Sōfū (una persona de la vida real, figura importante en la cultura japonesa de posguerra). Más tarde, de la madera crece una gran fruta, de la cual Trunk Nagai sale desnudo de su cascarón y vuelve a ser humano. Pero en este punto, Mizuki se había alejado del motivo principal del relato, la sangre contaminada, que originalmente había inspirado la transformación de Nagai de hombre a monstruo.
En la obra de Mizuki no escasean los vampiros, que van desde los del estilo Bela Lugosi hasta las chicas lindas y los guitarristas peludos de los que nunca podrías sospechar. Sin embargo, la historia original de Kitarō y la primera tarea del cazador de yōkais para salvar a una celebridad de los efectos nocivos de la contaminación de la sangre, indica que Mizuki también había prestado atención a las noticias. Como se puede adivinar, Mizuki estaba bastante obsesionado con incorporar a sus manga referencias extrañas de la cultura pop contemporánea, la política y los problemas sociales. Cuando a partir de 1965 retomó Kitarō para la Shōnen magazine, muchas de esas referencias empezaron a surgir de la televisión y el tokusatsu, probablemente porque la revista dependía de los contratos con los anunciantes. Mientras tanto, en la versión original de kashihon, es la cultura del pulp de hombres pobres y películas de serie B, cómics estadounidenses, kamishibai y cuentos populares, y escandalosos eventos actuales, lo que proporcionan la inspiración para Kitarō. Kitarō podría irse al inframundo infernal y volver, pero su punto de partida es el de los hombres que, como Mizuki, vivieron y trabajaron en los estamentos más bajos de Tokio. Hasta mediados de los 60, el comercio de la sangre era una parte integral y particularmente angustiosa de ese mundo.

La ciudad de nacimiento de Kitarō, tanto en la realidad como en la ficción, estuvo amenazada por los chupa-sangres. Y es probable que Mizuki, como muchos otros autores de manga con dificultades, los conociera personalmente. 

¿Bancos de sangre y cómics? El tema no es tan arbitrario como se podría pensar. En realidad, es una pareja bastante natural tanto en Japón como en Estados Unidos, aunque por razones completamente diferentes.

En el manga, los bancos de sangre nunca han sido un elemento importante de forma estándar. Pero es un motivo jugoso que se puede ver en momentos cruciales de la historia del medio, algo que sirve como una piedra de toque en la formación personal de varios artistas, y como punto de referencia en el muy celebrado vínculo entre el kashihon y los cómics inspirado por la pobreza y la infra-vida. Como explicaré detalladamente en la secuela del presente artículo, la mayoría de los artistas que abordaron el tema lo hicieron basándose en su biografía. Estas historias, sean hagiográficas o auto-despreciativas, presentan la venta de la sangre a los sombríos bancos de sangre como una forma esencial de supervivencia durante los años 50 antes de alcanzar la estabilidad o el éxito en los sesenta. También tenemos el caso único de Tadao Tsuge, quien estuvo trabajando en un banco de sangre en Tokio durante diez años desde mediados de los 50 hasta mediados de los 60, antes de crear una serie de manga sobre los vagabundos y sin hogar que solían vender allí su sangre, y sobre las prácticas espeluznantes y las pequeñas disputas laborales que sucedieron entre bastidores en la industria. A pesar de la variedad de perspectivas, estos artistas probablemente habrían estado de acuerdo con el punto básico de que la baiketsu ("sangre vendida") expresaba que crecer durante la posguerra, a pesar de sus promesas de abundancia para todos, se caracterizó por el aumento de las diferencias de clase.
También se puede ver en la obra de Mizuki. Pero lo que más destaca es su enfoque más estadounidense: "más estadounidense", no porque se haya apropiado en gran medida de los cómics de terror y ciencia ficción estadounidenses, sino en el sentido de que se parece a lo que uno se podía encontrar típicamente en los cómics de terror estadounidenses, que era el uso de la actualidad. Los eventos y problemas del día a día como una forma de actualizar los tropos establecidos de género. En el caso de Mizuki, estos incluían: la subversión por parte de lo sobrenatural del racionalismo científico, la interpretación de la falibilidad humana en términos demoníacos, y el primer plano del cuerpo como objeto escandaloso, capaz de provocar disgusto y miedo. La base kamishibai de Mizuki ciertamente ayudó en todo esto. Pero mientras los fans de la medicina y los médicos locos abundan en el kamishibai, la ciencia y la medicina no parecen haber sido tratadas en ese medio con el detalle y la especificidad de los cómics estadounidenses o en los manga de Mizuki, aunque sospecho que alguien podría demostrarme que me equivoco.

De todos modos, aunque solo sea para ayudar a desentrañar las particularidades del manga, consideremos brevemente el ejemplo de los cómics estadounidenses, donde los bancos de sangre, las sanguijuelas y las transfusiones milagrosas u horrendas no son demasiado infrecuentes. Como demuestra la larga lista de ejemplos del blog de Polite Dissent [ya no se puede acceder], estos elementos aparecen regularmente en los cómics de terror de principios de la década de 1950 y en los cómics de superhéroes de los años 60 y principios de los 70, con algunos ejemplos que se remontan a los cómics de crimen, superhéroes y fantasía de los años 30. El tema de la transfusión parece haber sido el más común y, a juzgar por los ejemplos ilustrados en Polite Dissent, ha cambiado muy poco en siete décadas, oscilando entre los super-poderes que otorga y los super-monstruos que produce, dependiendo de si estamos hablando sobre un cómic de superhéroes o uno de terror. La mayoría de las historias presentan transfusiones indirectas del brazo de una persona a otra a través de tubos y bolsas. Como práctica general de transfusión, creo que después del desarrollo de instalaciones seguras para almacenar y transportar sangre después de la Segunda Guerra Mundial, es algo muy raro. Pero, de nuevo, en la mayoría de estas historias, obtener la sangre de alguien específico para ponerlo en otra persona específica es el motivo principal para presentar el tropo.
Con un interés casi pre-moderno en la magia de la transfusión, lo que estas historias terminan pasando por alto es la complejidad del comercio de sangre moderno y la intrusión del "otro" dentro de esa institución. En la década de los treinta, lo normal en cuanto a las transfusiones era comprar la sangre a extraños (personas de los que existían datos y a los que se podía rastrear, pero sin embargo, personalmente desconocidas para el receptor). Con la aparición de los bancos de sangre en 1939, la despersonalización y la mercantilización se hicieron aún más extensas, ya que el sistema se basaba en el almacenamiento y distribución de sangre procedente de donantes anónimos. Es esta estructura segmentada y cuasi industrializada la que ha creado, social y médicamente, las mayores promesas y los mayores problemas para la sangre durante el Siglo XX. La idea en la mayoría de las transfusiones en los cómics, la ficción médica de que la sangre tiene atributos de la personalidad de una persona que se replican cuando se transfiere a otra, fue una superstición contra la que la industria médica tuvo que luchar para establecer un sistema viable de recolección y distribución de sangre, especialmente para poder superar los temores sobre la raza y la clase de los donantes. Aislada en la sala de cirugía, la transfusión parece una forma de reanimación o posesión espiritual. Pero cuando se integran como parte de una industria de la sangre más amplia, comienzan a aparecer elementos más socialmente complicados.

Por supuesto, gracias a la figura central del vampiro, parecía de lo más normal que los bancos de sangre fueran apropiados para el género de terror. En todo el mundo, el "vampiro" ha sido un epíteto común de los bancos de sangre con fines de lucro que se aprovechan de los pobres, ya sean los que se encuentran en los barrios de América, o en años posteriores, los centros industriales de plasma del Tercer Mundo. Los "chupa-sangres" y sus variantes no eran tan comunes en la literatura japonesa sobre bancos de sangre, pero como muestra el manga de Mizuki, para los japoneses era muy sencillo hacer la conexión. Por supuesto que no he rebuscado muy profundamente, pero los primeros cómics que he visto que se ocupan de los bancos de sangre con un mínimo de comentario social los hicieron, como es lógico, los artistas de los cómics de la EC. Con sus ojos siempre atentos para descubrir el horror de la vida real, y con sus oficinas en el Bowery, en la 225 de la Calle Lafayette, resultaría curioso que los bancos de sangre no hubiesen aparecido en los títulos de la EC.
Cuando otros cómics de terror de los cincuenta se ocuparon de la sangre, lo hicieron solo para continuar con el tropo de la transfusión. En la web de Polite Dissent se puede leer "¡I Prowl at Night!", de Syd Shores (1952), donde sin saberlo, a un hombre le hacen una transfusión de sangre del hombre lobo que accidentalmente ha matado con su coche, y luego le transfiere la maldición a su esposa, o "One Door From Disaster" (1954) de Lou Cameron, donde una transfusión de sangre no logra limpiar a una mujer de un contagio vampírico. En su momento un milagro divino, la transfusión es ahora una solución errónea o un desastre diabólico, aunque este cambio probablemente reflejase las convenciones de género más que el cambio de opinión pública con respecto al suministro de sangre, que en ese momento estaba bajando rápidamente por los tubos (para cualquier persona interesada en el tema, recomiendo los libros de Douglas Starr o Kara Swanson, que se citarán en la sección de comentarios).

En contraste, EC Comics, y en total conformidad con los estereotipos que se estaban desarrollando, ubicaron el horror no dentro de la ciencia médica en sí, sino en el sistema segmentado de compra, almacenamiento y venta de sangre de la Época de la Banca. El problema (tal y como se dieron cuenta muchos) del comercio de sangre, era que había demasiadas personas involucradas que no eran médicos, y que por lo tanto había muy poca ética médica que controlase la avaricia del mercado. Por lo tanto, los intermediarios de la sangre eran otro de los aspectos del horror.
Primero empecemos por "The Reluctant Vampire" de  Jack Davis y Al Feldstein (Vault of Horror, n. 20, 1951). Su estrella es un vigilante nocturno que trabaja en un banco de sangre de la ciudad. Se llama señor Drink. Como vampiro, considera que su trabajo es sumamente conveniente, ya que le proporciona un suministro de alimento sanguíneo y se quita de encima la molestia de salir y asesinar inocentes. Cubre sus huellas revisando los registros por la noche. Pero entonces, una de las noches no están los registros. "¿Qué voy a hacer?", grita el señor Drink. "Descubrirán que falta sangre... ¡y me descubrirán!"

Hace todo lo posible para reponer lo que ha tomado mediante una ola de asesinatos y sangrado de víctimas. Pero no es suficiente. "Damas y caballeros", anuncia en una reunión de personal el señor Cross, gerente del banco de sangre: "a menos que este centro absorba el doble de la cantidad de sangre que ha estado recibiendo hasta ahora, la oficina central nos va a clausurar". Esto preocupa al señor Drink, porque el cierre significaría tener que volver a ser un vampiro al uso. Así que decide continuar vaciando de sangre a varios sujetos, al menos hasta que los negocios se estabilicen. "Tomaré poco para mí. El resto, al banco de sangre... y cambiaré los registros". El señor Drink tiene tanto éxito que el ejército (ignorante de cómo se ha mejorado su negocio) le otorga al señor Cross una medalla por su arduo trabajo y patriotismo.

Pero de nuevo, el señor Drink se topa con problemas. Una secretaria de la compañía se da cuenta de que el inventario del banco aumenta inexplicablemente después del horario de cierre. Cuando escucha las noticias de que se han cometido asesinatos parecidos a los de los vampiros, suma dos y dos. El gerente decide informar a la policía. “Esta medalla le pertenece a él. Duplicó el registro del centro de donación de sangre, no fui yo", explica el gerente mientras se acercan al ataúd del señor Drink. "Bueno, póngalo sobre su pecho, señor Cross", dice un detective de la policía, y luego, CRACK CRACK CRACK, fija el premio al corazón del diligente vigilante con una gruesa estaca de madera.
Puede que Davis y Feldstein insinúen indirectamente el comportamiento poco ético que tenía lugar en los bancos de sangre urbanos, pero el asunto se trata de forma explícita en "Pickled Pints" de Graham Ingels (Vault of Horror, no. 29, 1953). También termina como una historia de vampiros, pero dicho elemento solo aparece repentinamente en la última página. El resto de la historia es un diálogo dramatizado sobre los peores abusos de la industria de la sangre, que a principios de los años 50 se vio asediada por problemas médicos, legales y sociales. En apariencia, Ingels los consideraba lo suficientemente horripilantes como para llevar a cabo una historia de terror casi sin adornos con ellos.

"Pickled Pints" empieza con una descripción literal de lo que es "exudar alcohol". Un vagabundo del Bowery se queda mirando por la ventana de un bar el vaso de cerveza tentadoramente burbujeante de alguien, cuando de repente un hombre bien vestido lo agarra por el hombro y le dice: "¿Te gustaría tener un compañero para beber?" Y aclara: "No te estoy ofreciendo un trago, sino la oportunidad de ganar diez dólares para que te puedas comprar uno. ¡Sin trampa! ¡Solo te llevará unos minutos! Todo lo que tienes que hacer es convertirte en donante de sangre."

Sin embargo, el cambio de sangre por cerveza de la historieta es del tipo más miserable. Aunque la sangre era un comercio relativamente organizado y respetable en los Estados Unidos en los primeros años durante la década de 1920, donde se apoyaba la imagen del donante profesional como un hombre leal y caritativo, las cosas se complicaron durante la Gran Depresión. Las agencias comerciales que actuaban como intermediarios entre donantes y hospitales se multiplicaron a principios de los años 30, causando sentimientos conflictivos dentro de la profesión médica. Los hospitales y los pacientes necesitaban los servicios de estas agencias para asegurarse un suministro de sangre adecuado, pero también sabían que sus métodos comerciales podían ser cuestionables y que sus estándares de higiene eran escasos. Esta situación, el comercio de sangre de mala calidad por culpa de una economía de mercado no supervisada, había dado comienzo a fines de los años 30, y comenzó a dejar establecida la imagen estereotipada del "donante de sangre profesional", el perdedor cuyo único medio de supervivencia es vender su sangre a delincuentes de la medicina.

Por lo tanto, en la época de Ingels el comercio de sangre no sugería nada más que oportunidades para la hipocresía y la explotación. La historia continúa: "El vagabundo del Bowery había subido las desvencijadas escaleras del antiguo edificio al estilo loft y golpeado la puerta llena de cicatrices y restos de maltrato". Detrás de él, encuentra a otro "personaje saturado de alcohol" como él, dispuesto a donar su sangre, dejando a la vista los agujeros en las puntas de sus zapatos, con ganas de ganar dinero fácil a cambio de una pinta de su sangre. La Vieja Bruja, una anfitriona similar al Guardián de la Cripta más famoso de EC, nos informa que, como "todo el mundo sabe", diez dólares por pinta es una estafa, porque los bancos de sangre privados pagan entre treinta y cuarenta. Sin embargo, estos sitios no compran oficialmente a la gente insalubre. Pero en "Pickled Pints" están más que felices de sortear la ética médica comprando pintas a precio módico a los donantes de casas de recogida del Bowery. Para Ingels, incluso a los bancos de sangre legítimos se les puede echar en cara su "legitimidad" revisando algunas situaciones espantosas.

El trato empieza a desmoronarse cuando los donantes de sangre se vuelven codiciosos. Entra otro borracho. Acuerdan comprarle una pinta, pero cuando se desmaya mientras empiezan los primeros goteos, lo exprimen para conseguir mayor cantidad sin que se entere. Mientras ocurre, el vagabundo muere. Se corre la voz. Ya nadie venderá a estos compradores de sangre. Los borrachos valoran sus vidas más que el alcohol barato. Entonces, ¿qué hacen los ladrones? Comienzan a atacar a hombres en la calle, de forma mucho más ansiosa que el señor Drink. Los golpean y luego los arrastran hasta un desván para desangrarlos una pinta, dos o tres antes de que se mueran. Como en "The reluctant Vampire", el comercio de sangre no solo explota a los pobres urbanos, sino que los ataca y los asesina.
Una noche, después de un día en que solo ha acudido un vendedor voluntario, los delincuentes ven una puerta abierta en otro piso del edificio, un apartamento que creían completamente abandonada. Dentro encuentran a un hombre harapiento que duerme en un ataúd. "Ciertamente no hemos tenido que ir muy lejos para encontrar a nuestro primer tonto de la noche", bromean, y lo sacan de su lecho y lo llevan a la habitación. Pero este primer imbécil es también el último, porque en realidad es, sorpresa, sorpresa, un vampiro que estaba durmiendo. El sol se pone cuando lo colocan sobre la mesa de operaciones. Cuando se despierta, chupa a los vampiros metafóricos hasta dejarlos secos. Haz bien tu trabajo es la moraleja de la historia.

Me arriesgaría a adivinar que, aunque trabajaba a un tiro de piedra del Bowery, sin embargo Ingels no tenía un profundo conocimiento de la economía de la Skid Row. Cuando los vagabundos de "Pickled Pints" se vuelven adictos al dinero fácil, el malvado médico de Ingels se preocupa de que algunos empiecen a acudir hasta tres veces en un solo mes. En la vida real, eso no sería nada. Supongo que entregarían diez o veinte pintas antes de que un médico pirata comenzase a sentir cierta picazón en la conciencia. Pero aparte de los detalles, la imagen básica que transmite la historia es perfectamente válida: la industria de la sangre está llena no solo de vampiros, sino también de vampiros de gente en las últimas que se aprovechan de los pobres.

Que yo sepa, Mizuki no conocía estos cómics sobre los bancos de sangre estadounidense. No importa. No es que el comercio de sangre de mala muerte fuese monopolio estadounidense. De hecho, la situación en Japón era mucho peor. Y era lo suficientemente conocida por muchos autores de manga, incluido Mizuki, como para que sus horrores fuesen tanto hechos vividos personalmente como ficción imaginada importada al estilo EC, de la otra mitad de la sociedad.

Adentrémonos un poco en el contexto histórico. Es posible que lo que exponga a continuación te suene demasiado alejado del manga, pero es importante para dar empaque a dicho contexto. Antes de celebrar a este o aquel artista por sus representaciones del lado oscuro de Japón, uno debería tener una idea de cómo era realmente esta sociedad. Quiero evitar el efecto Tatsumi, donde la intensidad de la experiencia (especialmente la experiencia negativa o degenerada) y la extrema expresión terminan siendo interpretadas como realismo incondicional y autenticidad desnuda. Después de todo, existe una diferencia entre los tabloides sensacionalistas y la no-ficción más dura.

La sangre era un gran negocio en el Japón de posguerra. Como muchas industrias del país, su crecimiento estaba ligado a la guerra pasada y presente de una forma maravillosamente inquietante.

En los primeros años posteriores a la guerra, plagados de escasas oportunidades de empleo y una gran inflación y un creciente mercado negro, los bancos de sangre, conocidos en Japón por su nombre en inglés y su traducción literal ketsueki ginkō, supusieron un salvavidas para los pobres. Durante la guerra, la donación pública de sangre no había sido popular en Japón, pero, sin embargo, el país estaba bien preparado para recolectar, almacenar y procesar sangre y plasma para transfusiones por una razón bastante desagradable: el Dr. Naitō Ryōichi, fundador y presidente de Nihon, el Banco de Sangre (Nihon buraddo banku, más tarde renombrado como "Green Cross"), el banco de sangre más grande de Japón, y durante un tiempo el más grande del mundo, había visto de primera mano cómo se extraía el producto de los sistemas circulatorios de la gente mientras ejercía su cargo como jefe de la Unidad 731, la división de guerra bacteriológica secreta del ejército japonés. Menos escandaloso, Naito también ayudó a crear la Asociación Patriótica de Donantes en 1943, durante el inminente bombardeo de ciudades japonesas, aunque fracasó por falta de apoyo. En 1951, cuando planeó el Banco de Sangre Nihon, las importantes conexiones de Naitō le permitieron requisar maquinaria para procesar plasma del gobierno, que anteriormente había sido utilizada por los militares. Nihon Pharmaceuticals (Nihon seiyaku), la segunda compañía de sangre más grande, también tenía empleados a antiguos médicos de la Unidad 731 entre el personal.

En cuanto empezaron los militares japoneses, los estadounidenses se apresuraron a intervenir más tarde. Los historiadores coinciden en que la Guerra de Corea fue un factor importante en el relanzamiento de la economía japonesa. Las industrias que más se beneficiaron fueron, naturalmente, las que estaban relacionadas con los pertrechos de guerra: acero, ropa, jeeps, petroquímicos y napalm, por ejemplo. Como las Naciones Unidas tenían una serie de hospitales de respaldo ubicados en Japón, la sangre, y especialmente el plasma sanguíneo, también se demandaban con premura. El plasma procedente de Japón también se enviaba al frente. Mientras tanto, en Estados Unidos, la Oficina de Movilización para la Defensa de los Ciudadanos Estadounidenses dijo que: "no importa si la sangre proviene de un japonés, un escocés, un negro o un indio del este", instándolos a donar para la Guerra de Corea y presagiando la consanguinidad internacional que causó tantos problemas en el comercio mundial de sangre después de los años 70.

Anunciado en la prensa como "el primer banco de sangre en Japón", el GHQ estadounidense montó un centro de recolección de sangre en Tokio en julio de 1950, diez días después del estallido de la Guerra de Corea. La Cruz Roja, activa en Japón desde finales del siglo XIX, hizo lo mismo al establecer numerosos centros de donación en y cerca de las principales ciudades japonesas. Sin embargo, su orgullo y alegría era el nuevo Centro de Sangre de Tokio, situado en el Hospital de la Cruz Roja en Hiroo. Su objetivo era implantar un verdadero sistema y cultura de la donación en Japón, y como tal se celebró en la prensa, al igual que esfuerzos similares llevados a cabo en un puñado de laboratorios universitarios de investigación.
Aunque la mayoría de estos artículos parecen haber aparecido en revistas médicas y de salud pública, las revistas para niños también intentaron ayudar a cultivar una cultura de la donación. Por ejemplo, en un "informe manga" para la Schoolgirls Friend (Jogakusei no tomo, noviembre de 1953), el dibujante de cómics Negishi Komichi situaba al lector en el Centro de Sangre de Tokio.

"Los bancos de sangre suenan como algo aterrador propio de una novela detectivesca", comienza, "pero si piensas en ellos como centros de sangre, como el hermano mayor de los centros deportivos, podrás entrar sin problema. Todo está limpio y ordenado. Las enfermeras son amables y los médicos atentos y profesionales." Después de donar sangre, según una ilustración al estilo de Matsumoto Katsuji, los donantes son invitados a descansar en una elegante sala de estilo occidental, donde se les sirve té y pasteles mientras se relajan en lujosas sillas, rodeados de elegantes pinturas al óleo. El propio Centro de Sangre está construido para parecerse a una mansión de un manga shojo. De hecho, todo el reportaje de Negishi parece ser un llamamiento de género. “Ningún poder científico es capaz de crear esta noble sangre. Solo los humanos lo tienen. Y con solo donar un poco de sangre, se puede salvar la noble vida de una persona. Qué grandísimo amor. ¡Es amor por la humanidad!" En el corazón de este "noble negocio" está, por supuesto, la Cruz Roja.

Sin embargo, la realidad era que la Cruz Roja estaba teniendo problemas en Japón. En su primer año después de su apertura (1952), el Centro de Sangre de Tokio solo pudo atraer a 507 donantes. En 1954, ese número había caído hasta unos exiguos 103 en una de las ciudades más pobladas del mundo. Uno de los obstáculos eran las supersticiones que sostenían que donar sangre invitaba a la ira de los antepasados ​​y a la destrucción del cuerpo. Un problema mucho mayor fue, como se ha mencionado anteriormente, la casi ausencia de una tradición de donación voluntaria.

A diferencia de Gran Bretaña y Estados Unidos, durante la guerra no se hicieron esfuerzos concertados en Japón para organizar campañas de donación de sangre a escala nacional. Como resultado, la primera línea militar estuvo mal abastecida, y la donación de sangre nunca quedó establecida como un bien común. Después de la guerra, Estados Unidos y Gran Bretaña institucionalizaron un sistema de créditos de sangre, con campañas públicas que informaban a las personas que donar era una parte esencial para poder recibir. Mientras tanto, el seguro nacional de salud en Japón garantizaba un suministro gratuito a los pacientes, lo que representaba otro inconveniente para convencer a la gente de la necesidad de donar. "Incluso la Cruz Roja Japonesa, que comenzó como un servicio no remunerado", escribe Douglas Starr en su adictiva historia de la sangre, "encontró imposible atraer voluntarios y empezó a pagar a sus donantes en 1955". Lo que sucedió en los Estados Unidos en los años 50, cuando se establecieron bancos de sangre con fines lucrativos cuyos proveedores eran principalmente los pobres urbanos, se desarrolló en Japón a una escala múltiple mucho más grande. Cuando la industria de la sangre se convirtió en un problema público importante a principios de los años 60, se decía que el 97.5 por ciento del suministro de sangre del país provenía de estas compras. En los Estados Unidos, las cifras eran de alrededor de un 60 por ciento, aunque variaba de un Estado a otro.

La palabra clave era baiketsu, que significa "sangre vendida" o, en ocasiones (un homónimo escrito con diferentes kanji) "sangre comprada". Mientras que en muchos otros países se produjo una formidable oposición en contra de los bancos de sangre comercializada por razones éticas y médicas, en Japón inicialmente pocas personas disintieron. Por el lado de la oferta, a principios de los 50 suponía 400 yenes por cada 200 cc (0,42 pintas), por lo que vender sangre era económicamente mejor opción (al menos a corto plazo) que, por ejemplo, trabajar en la construcción, donde se pagaba una tasa estándar de 240 yenes por cada día de trabajo. El margen de beneficio antes de vender a los hospitales era de alrededor del 300 por ciento, mucho más alto (como dos veces más) del estándar en los Estados Unidos. Pero como el seguro de salud nacional japonés cubría las transfusiones de forma gratuita, a pocos les importó.

De todos modos, los hospitales y los pacientes necesitaban desesperadamente la sangre. "Incluso las cirugías levemente complicadas requerían importantes transfusiones en la época", escribió un activista médico. "Luego, con la llegada de la sociedad del automóvil, se produjo un aumento drástico en los accidentes de conducción, lo que exacerbó aún más la falta de reservas de sangre. Había todo un mercado de vendedores para los bancos de sangre comercializada del baiketsu. Y, por supuesto, no es que los bancos de sangre comerciales funcionasen como negocios de buena voluntad. Como empresas comerciales que eran, perseguían la ganancia. Sin embargo, lo que suministraban eran transfusiones de sangre. Por lo tanto, uno esperaría que ejercieran con moderación y una ética comercial por voluntad propia". Por supuesto, no era así. Y como el mercado del vendedor que iba directamente a los hospitales garantizaba vía libre sobre el producto final, se produjo un flujo interminable de personas pobres que aseguraron un mercado de vendedores con escasos recursos para los bancos. En 1964 ya no eran 200 cc, sino 400 cc (0,84 pintas) lo que se pagaba por el equivalente (1650 yenes) del trabajo pesado de un día. Recuerda, eran 500 cc lo que extraía el árbol rojo de Mizuki diariamente en 1960 antes de convertir a su víctima en madera.

La industria de la sangre comercializada se volvió loca. En 1951, el Banco de Sangre Nihon y Nihon Pharmaceuticals poseían una planta cada una. Para 1955, juntos se jactaban de tener veinte por todo el país. Mientras que los médicos en los Estados Unidos luchaban desesperadamente por mantener la comercialización de la sangre con el disfraz de "servicio" médico, en Japón se producía un reconocimiento sincero del comercio de sangre como industria. Tanto las compañías farmacéuticas como la prensa se referían a los centros de recolección principalmente como kōjō (fábricas) o la palabra inglesa “planta”, enfatizando de esa forma el procesamiento y la fabricación, no el almacenamiento y la distribución, que implicaría la metáfora bancaria, y que, como ha demostrado Kara Swanson, dominaba el discurso en los Estados Unidos. Eran fábricas de cuerpos, no bancos para el cuerpo.

Como los productos sanguíneos eran una operación fabril, la importación de materia prima era inevitablemente una visión desconcertante. La escena humana alrededor de los bancos de sangre llamó la atención de muchos periodistas. "En los días más ocupados había tal vez mil, en los días habituales unos pocos cientos, formando una larga fila frente a la fábrica", informaba Mainichi Shinbun en 1950 en un artículo sobre la planta farmacéutica de Nihon, situada en el barrio Katsushika de Tokio. “Los donantes empiezan a luchar por posicionarse en la fila a partir de las cinco de la mañana. Dado que las puertas solo se abren a las ocho, las personas intentan mantenerse calientes haciendo fogatas, a veces destrozando la cerca de la fábrica o la de una casa privada cercana para usarlas como leña. Los empresarios compran y venden fichas con las que se puede conseguir una posición privilegiada en la fila, mientras que a otros donantes los golpean y les roban las fichas".

El dibujante Tsuge Tadao describe como parte de su genfūkei (su "paisaje primario", el lugar donde se forma primero la conciencia y al que siempre se regresa) haber sido testigo, cuando era un crío a principios de los años 50, de cientos de "personas lumpen" esperando hoscamente para que les extrajeran sangre en la planta de Katsushika. “Simplemente se paraban complacientes formando una larga fila, con la vista fija en el suelo y oliendo a polvo y sudor. La calma colgaba en el ambiente como un extraño mal." A mediados de los 50 formaría parte del personal de la planta, algo sobre lo que hablaré más adelante.

Otros recuerdan escenas mucho peores en otras ciudades, como en Osaka, por ejemplo. Antes de implantar bancos de sangre oficiales, los indigentes solo podían vender su sangre a intermediarios. La muerte por vender demasiado no era muy extraño. Los trabajadores más desalmados podían encontrar trabajo como "lanzadores" (nagekomiya), contratados para arrojar cadáveres a los ríos o al mar. En la planta Kyōbashi del Banco de Sangre Nihon de Osaka, fundada en 1951, las contradicciones simbólicas eran más claras en cuanto se ponía el sol. Según recordaba alguien, a menudo se veían decenas de personas desmayadas debajo de las vías del tren elevado que atravesaba Kyōbashi, inmovilizadas por haber vendido demasiada sangre y sordas a los ruidosos trenes de carga que transportaban tanques y artillería estadounidenses un poco más arriba.

Incluso sin el sorprendente contraste con lo que ocurría en Estados Unidos, los vínculos entre la sangre y las disparidades económicas en Japón eran obvios. La prensa informaba acerca de vendedores de todo el espectro social: "estudiantes, trabajadores de a 240 yenes por día [nikoyon], oficinistas y amas de casa de todas las clases" (1954), lo que simplemente era un indicador de la amplitud de las dificultades económicas después de la guerra, no de la amplitud de la caridad japonesa. Incluso a principios de los 50, antes de que la economía mejorase, los principales y paradigmáticos vendedores de sangre eran, como en los Estados Unidos, personas sin hogar y desempleados. De hecho, muchas plantas se ubicaron intencionalmente en vecindarios pobres y mercados laborales cercanos para tener un acceso más fácil a sus habitantes.

Cuando la Guerra de Corea acabó en 1953, la demanda de plasma desapareció prácticamente de la noche a la mañana. Fue un duro golpe para la incipiente industria. Pero al año siguiente se aprobó una ley que aseguraba un crecimiento continuo. Al clasificar la sangre como un producto farmacéutico, la ley esencialmente le dio a los "bancos de sangre" vía libre para recolectar, procesar y distribuir lo que era un tejido humano sensible y patológicamente susceptible. Una empresa con la tecnología y los conocimientos técnicos del Banco de Sangre Nihon podría convertir la sangre que extraría en productos de plasma fraccionado, como la gammaglobulina y la albúmina. Sin embargo, el mercado más grande y más lucrativo fue el de sangre para transfusiones. Las compañías farmacéuticas crecieron rápidamente con las ventas de este tipo de sangre, pero también lo hicieron cientos de pequeñas "agencias intermediarias de donantes" (kyōketsu assen gyōsha), que organizaron la donación de sangre a los hospitales por una tarifa.

Aunque algunos de estos intermediarios descendían de la Asociación de Transfusión de Sangre (Yuketsu kyōkai), establecida para beneficiar a veteranos y civiles heridos durante la Segunda Guerra Mundial, la mayoría eran operaciones opacas con raíces en los mercados negros de la Era de la Ocupación. Su nombre en las calles, completamente merecido, era "comerciantes de sangre" (chi no akindo). Algunos actuaron de una forma más horrible que los carniceros del Bowery de "Pickled Pints" de Graham Ingels. "En una habitación llena de un olor como a fermentación, los hombres enfermos de tez amarilla observan débilmente las actividades del médico", informaba Weekly Manga Sunday sobre uno de esos equipos a los que se les murió un donante por vender de más. “La entrada es un desastre. Incluso durante el día, los interiores son oscuros. Los tatami están deformados y prácticamente han vuelto a ser paja. Un paso en el interior, y la nariz es violentamente asaltada con ese olor a fermentación exclusivo de las personas sin hogar. Allí, los donantes profesionales (conocidos como derrochadores, "spenders") esperan una llamada de la oficina mientras se quedan sentados alrededor de una mesa de kotatsu calentada, que brilla de sudor y suciedad”.

Los cambios en la ley cerraron misericordiosamente la mayoría de estos chanchullos a finales de los años 50, pero solo para aumentar el número de "derrochadores" (se solía usar la palabra en inglés, "spenders") para los bancos de sangre "legítimos". Que los problemas eran endémicos era obvio para cualquier visitante de los barrios bajos japoneses. Por ejemplo, en un estudio de los "distritos flophouse" (doya gai) de varias ciudades realizado en 1964, el sociólogo Carlo Caldarola informaba de lo siguiente: "En todos los distritos de doya visitados, uno de los problemas sociales más agudos parecía ser el tildado como baiketsu o práctica de venta de sangre. Hay dos categorías distintas de vendedores de sangre. Una está compuesta por aquellos que venden su sangre solo ocasionalmente, durante un período de desempleo prolongado o en caso de alguna otra emergencia. La otra categoría está formada por los que son clientes habituales de un banco de sangre. Por lo general, estimulan una sobre-producción de sangre en su organismo tomando tabletas hematogénicas (zōketsuzai) cada dos días, lo que les permite ganarse la vida casi exclusivamente mediante la práctica del baiketsu. Un vendedor de sangre habitual puede vender 200 C.C. de su sangre hasta cuarenta veces o más por mes y recibir 400 yenes en cada ocasión. El practicante habitual de baiketsu es aquel que se gana la vida sin trabajar a expensas de los recursos sanguíneos de su propio cuerpo. Es posible que aún pueda gastar una cantidad sustancial de dinero en juegos de azar y bebidas. Para algunos doya, esta parece ser la forma de vida más inteligente”.

Aunque es uno de los primeros artículos del problema del baiketsu en inglés, el texto de Caldarola solo repite sobre lo que ya se había informado ampliamente en la prensa japonesa durante años, desde principios de los 50. Lo novedoso de esta cobertura en los años 60 fue el cada vez mayor grado de acceso a los interiores de las plantas. Periodistas y activistas médicos empezaron a acudir de forma encubierta, disfrazados de vagabundos, apareciendo en mercados de trabajo diurno como San'ya (Tokio) y Kamagasaki (Osaka), preguntando casualmente sobre qué-dónde-cómo vender sangre, y luego infiltrándose en las plantas para vender sangre ellos mismos y ver lo que realmente estaba ocurriendo.

Particularmente influyente fue un artículo de Ishikawa Gan, periodista de Asahi Shinbun que trabajó en la policía de Asakusa. “A las ocho de la mañana”, escribió Ishikawa, “los trabajadores de San’ya han enfilado a sus trabajos de día, y la marea humana de la calle está de retirada. Es entonces cuando un grupo de cincuenta o sesenta personas comienza a reunirse en el parque Tamahime del vecindario. Gente con jikatabi y tsutsukake, madres con delantales que llevan a sus hijos... Si miras más de cerca, sus caras, todas y cada una, parecen extrañamente pálidas. Entonces un autobús se detiene ante el grupo. El conductor viste de blanco. La gente lucha frenéticamente, como batallando, para atravesar la puerta. Los que se quedan atrás esperan al próximo autobús... Este es el autobús de cortesía del vendedor de sangre enviado por los bancos de sangre a San’ya. Su destino es la planta Katsushika o la planta Ōji [de Nihon Pharmaceuticals]. Cuatro o cinco autobuses llegan en horarios establecidos tres o cuatro veces al día". Al regresar de la planta por la mañana, algunas personas se apresuran a tomar un autobús hasta otra planta para realizar una segunda venta de sangre por la tarde. Finalmente, este tránsito de autobuses, en palabras de un activista de San’ya, "los salvadores del infierno", se detuvo por la presión de la investigación policial.

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