Unas palabras de Alan Moore sobre The Vorrh, de Brian Catling. Traducidas por Frog2000.
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Sin embargo, todas estas talentosas esferas se encuentran subordinadas a que ante todo Catling es escultor. Su conmovedora escultura sobre las ejecuciones que tuvieron lugar en la antigua Torre de Londres, un bloque de cristal tiernamente moldeado a tantísimos grados que requirió todo un año de refrigeración, a un grado diario, exhibe un sólido y en ocasiones peligroso procesado del material con toda la profunda y sincera humanidad que caracteriza el resto de su obra. La cualidad de lítica quietud de sus performances es escultural, así como también lo es la claridad en su forma de trabajar que interconecta su poesía con su escritura: da la sensación de que ha sido realizada a partir del triturado experimental y manual de elementos primarios hasta conseguir mixtificarlos en una nueva forma; un lenguaje amasado entre los dedos que transforma sus contornos en algo tan sorprendente como diferente. Dicha forma de proceder también se puede presenciar en la exitosa elaboración de mobiliario mental titulada "The Stumbling Block", o en la cruda evocación de la fisicidad de los tormentosos sucesos históricos sufridos por sus protagonistas que puede observarse en "Bobby Awl".
Pero sin embargo, creo que en ninguna otra parte se puede ver más elocuentemente la forma en la que Caitling modela la arcilla literaria que dentro de las páginas de la verdaderamente monumental "The Vorrh". Se puede ver perfectamente representado en la enorme densidad de la trilogía y en su ingeniosa combinación de corteza, metal, barro y piedra actuando todo junto para edificar un edificio en la mente del lector. Su actitud de artesano táctil nos llama desde la primera e inolvidable escena, centrada en la fabricación de un arco legendario. Dicha escena en cuestión, construida en torno a una breve descripción, podría ser leída como el tropo estándar de la fantasía y la mitología derivado a partir de Tolkien, Robin Hood y Rama, si no fuese por el material utilizado para construir el arma protagonista. Es a través de esta temprana revelación mediante la que se informa al intrigado y sorprendido lector de que si bien esta es una obra de fantasía, es una fantasía muy diferente de la que se ha encontrado hasta ahora en un género tan primario y del que tanto se ha abusado.
Primario porque en este terreno de las cosas que nunca ocurrieron tal vez se puedan ver los orígenes de la imaginación como una de las facultades humanas, y del que tanto se ha abusado por culpa de la paleta absurdamente limitada de conceptos que han terminado representando los rasgos e indicadores más identificables de la fantasía. Por definición, seguramente cada fantasía debería ser única e individual, el producto de una sola visión y una sola mente, con todas las idiosincrasias que componen dicha mente volcadas en cada átomo de la narrativa. Pero este es un género que se ha ido reduciendo por culpa de la perezosa estilización hasta convertirse en un estrecho lenguaje de significantes... magos, guerreros, enanos y dragones... un género sin espacio para El Progreso Del Peregrino de John Bunyan, que podría decirse que fue la primera fantasía sobre misiones y picaresca; o Un Viaje A Arturo de David Lindsay, con sus constantes vistas cambiantes y sus personajes transformistas; ni tampoco para libros extraordinarios como Gormenghast de Mervyn Peake o Gloriana de Michael Moorcock. Sin duda, es este un género que no parece poder contener las eternidades vegetativas de el The Vorrh de Catling.
Ten en cuenta que esto no quiere decir que esta épica y febril obra evite implacablemente las convenciones del género como bien pueden ser las armas legendarias, las monstruosidades sorprendentes o, para el caso, los bosques embrujados. Por el contrario, bajo el feroz abrazo del lenguaje de Catling y en el contexto del entorno alucinante y sorprendente de la obra, dicho material potencialmente desgastado se transforma en algo sustancialmente diferente, al igual que este género tan encorsetado y retrógrado se esfuerza mucho más por abarcar esta inclasificable extravagancia. Aunque previamente ya nos hayamos encontrado bosques encantados en la literatura fantástica, nunca se habían incluido antes modernas turberas irlandesas o las selvas del África colonial, entre otros diversos elementos ajenos.
Y aunque ya habíamos tenido la oportunidad de hacer uso de ángeles en nuestras ficciones, tampoco nos parecen tan impresionantes y conmovedores como esos Erstwhile privados de sus derechos. No es el caso, pero al ver su asombrosa originalidad The Vorrh podría ser fácilmente tomada por la obra de alguien que antes de este momento nunca se había leído una sola frase del género fantástico.
Al igual que ocurre con las obras maestras de este huidizo e impreciso género, no podemos darnos cuenta de las complejidades y fantasmagorías de The Vorrh sin que nos asalte la creciente certeza de que el desarrollo de la historia tiene que ofrecer mucho más que los propios giros y torsiones del argumento. Al igual que ocurría con el laberinto ritual de Gormenghast que evocaba tan astutamente la Inglaterra del S. XX, o con el Tormance de Lindsay, que parecía hablar sobre cuestiones tanto de sexualidad como de metafísica, también en The Vorrh aparecen furtivas sugerencias acerca de un mundo que se quedó obsoleto y se esfumó para ser reconfigurado posteriormente de forma radical, vuelto a recomponer en base a una especulativa cartografía de espacios interiores de los territorios que están por llegar, y con la psicología personal interpretada como si fuese la maleza que los puebla. Quimeras hechas de baquelita que recuerdan a las interminables clases trabajadoras que vivían en interiores de color sepia en la década de los ´50, ambientes crepusculares victorianos que evocan al conjunto de niños perdidos del Imperio [posible referencia en el texto original al libro "Lost Children of the Empire" de Joy Melville y Philip Bean], todo un manojo de domingos lluviosos en los que nada se puede hacer, de grabados de animales inverosímiles esbozados con vivos trazos, de derviches, de labios Ubangi agrandados, de hombres que portan armas anticuadas. En su collage de elementos al estilo Ernst y su conjunto escultórico manufacturado con objetos encontrados, el debut de Catling se construye a horcajadas de una literatura de futuribilidad sin restricciones y a partir de los escombros añorados de un pasado que poco a poco se está disipando.
El distintivo enfoque de los personajes protagonistas que puede encontrarse en The -Vorrh también es digno de mención. Enunciando un listado de historias oscuras pero no por ello menos reales que termina estableciendo un mosaico escabroso y profundo en un mundo lo suficientemente próximo, Catling nos presenta a Eadweard Muybridge, el famoso anatomista, en una reunión increíble pero realista con Sir William Whitey Gull, el supuesto anatomista de Whitechapel. La historicidad de dicha reunión ni por un instante parece forzada en medio de un desfile de melancólicos parias con monóculo e inquietantes antropófagos acéfalos. Ampliamente sumergidas en el amplio abanico del que es capaz este desatendido paraíso de borroso verdor presentado en The Voohr, en ningún momento parece tener prioridad ninguna de las tramas, ni la principal ni la más fantástica, y cada una de ellas incursiona en la otra favoreciendo una insidiosa fluencia que parece hecha del kudzu que reescribe el recuerdo y deja el pasado antes inmutable listo para ser invadido. Da la impresión de que al igual que ocurre con cualquier mitología o romance genuinos, de alguna forma todos estos hechos impensables tienen que haber ocurrido alguna vez, o quizá de alguna forma y en algún momento tendrán lugar en el interior del ser humano.
Seguramente la primera obra prominente de fantasía del Siglo y que bien podría figurar entre las mejores que se han escrito en el género, en The Vorrh se nos presenta un organismo inmaterial en expansión que deja al lector boquiabierto con sus semillas y esporas, fomentando así un nuevo crecimiento y amenazando con una tremenda reforestación de su imaginación.
A base de comedias de costumbres que tienen lugar entre caballerizas y arcos de media luna, y que han perdido cualquier significado, o heroísmos egoístas atravesando pantanos seudo-medievales y poco rigurosos, nuestras obras están siendo cada vez más superadas por la experiencia y se han quedado demasiado angostas como para describir, contener o incluso nombrar las circunstancias de la actualidad. Pero entre los arbustos que crecen de una forma tan novedosa en de The Vorrh se plantean nuevas rutas y nuevas motivaciones implícitas en la siniestra viridiana moteada que nos presenta. Mientras inevitablemente las cuadrículas grisáceas y urbanas de nuestras ideologías y formas de pensar van cayendo en el abandono y la desesperación, la pasmosa obra de Catling ofrece alternativas viables y una significativa obra para la evasión de trópicas posibilidades.
Y de esa forma nos da la bienvenida hacia tan inhóspito terreno.
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