Artículo originalmente aparecido en Rumur. Traducido por Frog2000.
--------------
Durante un par de años, el título por el que se conocía la película sobre el Dr. John Sarno en el que estábamos trabajando era el de "Story of Pain". Después de estudiar la problemática del dolor nos dimos cuenta de que podía estar bastante bien conectado con las ideas y el concepto que rodean al acto de contar historias para comunicar lo que nos ocurre. Nuestras historias existen mediante la conexión que tienen con las historias de otras personas así como con la narrativa cultural en la que nos encontremos inmersos. Nos comunicamos con el resto y con nosotros mismos. A base de historias. El título "Story of Pain" parecía dar completamente en el clavo, porque parecía expresar perfectametne todas estas conexiones.
Sin embargo, en cierto momento nos dimos cuenta de que era mejor que en el título de la película no apareciese la palabra "dolor [pain]", porque podía ser un problema. ¿Quién querría ir a ver una película sobre el dolor? Nos pasamos mucho tiempo dándole vueltas para intentar encontrar otros posibles títulos y finalmente dimos con "All The Rage". Parecía funcionar igual de bien a varios niveles diferentes. Casi parecía positivo, y tal y como nos ha señalado el Dr. Sarno, la rabia es el corazón de la idea que estábamos abordando.
Aún así la idea de la narrativa y de las historias que contamos sigue siendo una de las partes más importantes del filme. Dicho en términos científicos, las historias son evidencias anecdóticas, lo opuesto a los datos objetivos. Por otra parte, esta afirmación pasa por alto los fundamentos de la psique humana. Somos historias y nuestras historias toman otras formas y están cambiando constantemente. Si pasáramos por alto la fuerza con que nos afectan nuestras historias, tampoco podríamos ser capaces de ver la imagen completa. Hace un par de años leí "The Cure Within" de Anne Harrington, donde se echaba un vistazo a la historia de la medicina que tiene en cuenta los aspectos espirituales relacionados con el binomio mente-cuerpo. En el libro se señalaba que la forma de actuar de una persona mientras está hipnotizada siempre dependerá de su contexto cultural. Nuestras historias crean expectativas que afectan a nuestras acciones.
A menudo las historias de otras personas nos ofrecen una idea de nuestras propias motivaciones menos conscientes, así como de los procesos ocultos que guían nuestros pensamientos. Nuestra amiga Julie Cafritz conoció al Dr. Sarno hace mucho tiempo, y él la ayudó a revisar la historia de su dolor. Con suerte, su historia podría ayudarte a ver la tuya con otros ojos.
El siguiente artículo fue elaborado por la escritora, artista y música Julie Cafritz, que jugó un importante papel en la música underground de finales de los ochenta y los noventa.
En 1981 yo era la típica buena estudiante de instituto que se presionaba un montón para conseguir buenos resultados; estudiaba lo suficiente como para entrar en la universidad que quisiera elegir mi padre. Pero un día que había nevado, mientras volvía a mi casa desde el colegio me vi envuelta en un accidente con tres coches. Al llegar a casa noté un fuerte dolor de cabeza y decidí acostarme. Me fui a dormir y cuando me desperté no podía moverme, así de fuerte era el dolor que sentía en el cuello. Después de acudir a urgencias me enviaron a casa con un collarín ortopédico y un puñado de analgésicos. Durante las semanas siguientes hice los típicos ejercicios terapéuticos y físicos de estiramientos y para el cuello. Pero me supusieron poco o ningún alivio. Mi cuello ya no me torturaba con agudos espasmos pero disponía de una movilidad limitada y notaba un constante dolor sordo puntuado por episodios diarios de dolor agudo. Acudí a un traumatólogo y me hizo una radiografía y más pruebas de tracción y estiramientos. Me enviaron a una masajista, una médica rusa de 82 años que utilizaba todos sus treinta y pico kilos para dejarme molida, además de atiborrarme de polen de abeja. Después estuve acudiendo al Dr. Wu, con el que pasé varias semanas de encuentros donde se me aplicaban técnicas de acupuntura ineficaces y una aguja en el cartílago de la oreja con el que me succionaban seis veces al día.
Mi siguiente incursión fue en el mundo de los quiroprácticos, que me atosigaron con ajustes demasiado entusiastas y me desilusionaron a basa de suave toquecitos inútiles. No sentía ningún alivio. Un año más tarde, una resonancia magnética confirmó una "ruptura" de disco C6 / C7. Me aconsejaron operarme el cuello. Protesté y continué siguiendo un régimen de anti-inflamatorios, relajantes musculares de baja graduación, masajes y terapia física. Ninguno de ellos me ayudaba mucho para aliviar el dolor. Me recetaron Xanax, un medicamento contra la ansiedad que podía usarse sin haber sido prescrito como una forma de aliviar el dolor de espalda en algunos pacientes... hmmmm. Me encantaría saber quién fue al que se le encendió la bombilla y me recetó un medicamento psiquiátrico como tratamiento efectivo para pacientes con dolor crónico, pero no lo sabía. Estaba demasiado abatida como para resistirme y no volverme adicta a estas drogas legales. Las tomaba por la noche y me dejaban fuera de combate lo suficiente como para poder dormir, pero realmente no resolvían nada. Durante el día tomaba grandes cantidades de aspirinas, que se suponía se irían acumulando en mi sistema y me ayudarían. No lo hicieron. Pero sí que me jodieron mi tremendamente estresado estómago. Todo esto era el telón de fondo de este penúltimo o último año en el instituto.
Cuando me marché a la Universidad mi dolor se vino conmigo. El dolor aflojó y me otorgó algo de alivio durante un par de semanas del primer semestre, cuando un nuevo dolor provocado por una apendicectomía de emergencia (hmmm, definitivamente no creo que estuviese relacionada con el estrés) eclipsó brevemente mi dolor de cuello, pero tampoco duró mucho. Empecé a acudir a un cirujano ortopédico reconocido que me dijo que probablemente necesitaría una operación de fusión cervical pero que quería que me aplicaran una serie de inyecciones epidurales de esteroides durante seis meses, una cada mes. Estas calurosas inyecciones directas en mi canal espinal no sólo eran dolorosas, sino que además tenían el riesgo de producirme una parálisis temporal o permanente. Cuando durante mi quinta visita el paciente que estaba delante mío efectivamente sufrió una parálisis, les dije que de ninguna jodida manera iba a dejar que me tocaran más. Ese tipo solo había perdido temporalmente el uso de sus piernas, pero yo podía quedarme paralizada de cuello para abajo. ¡No, gracias, no quería algo así! Mejor una operación, por favor.
Así que a mediados de mi segundo año dejé la Universidad para que aparentemente me realizaran una operación de cuello que necesitaba con urgencia. Casualmente empecé a sufrir una leve crisis nerviosa. Pero, hmmmm, no importaba, volvamos sobre aquella inútil operación de cuello. Ya me habían advertido que me podría llevar todo un año sanar completamente después de la operación, así que la falta de resultados inmediatos no tenían por qué desalentarme. Y entonces este gran cirujano, y te aseguro que era bueno y que la cicatriz en la parte frontal del cuello quedaba bastante elegante, desautorizó su propia operación al decirme que algunas personas podían sufrir artritis por encima y por debajo de la fusión que había realizado. En otras palabras: "mis poderosas manos de cirujano han aliviado el foco de dolor y conseguido que ya no puedas sentirlo más, pero sin embargo también han facilitado que tu dolor pueda ser reemplazado por uno esporádico más misterioso." ¡Hurra! Todo esto era una buena forma de cubrirse el culo, por si acaso no había obtenido los resultados que andaba buscando. Normal que tuviera que decir algo por el estilo, porque antes de la operación había sido tan honesto como para avisarme que sólo había cerca de un 50% de éxito en lo que respecta a las fusiones cervicales. Ahora bien, en este punto lo que debería habérseme ocurrido era decirle algo inteligente en plan: "bueeno, Doc, si mi hernia es lo que causa todos los problemas y tú me la quitas, ¿no debería dejar de ser un problema?" Sí, claro, pero yo no era tan inteligente. Tampoco lo eran el resto de pacientes que se habían sometido a la operación. Y lo más trágico de todo, tampoco lo era él. En su lugar, como ocurre con la mayoría de médicos, tenía que crear una elaborada y enrevesada cháchara lógica que encajara perfectamente con mi historia de dolor irracional. Su discurso sonó en plan: "oh, la culpa era del disco cervical, pero ahora que la fusión ha inducido más presión sobre el disco de más abajo, y ahora que también este ha quedado herniado, eso es lo que te está causando el dolor en tu lado izquierdo, perdón, me refiero a que has comentado que era en el lado izquierdo, ¿no es cierto?". En realidad le había dicho: "bueno, a veces me duele en el lado izquierdo, pero sobre todo es en el derecho, aunque también en el izquierdo. Y... ah, a veces siento dolor en mi brazo izquierdo y en la pierna derecha." ¿Qué parte se supone que tenía que creerme de los razonamientos que me ofrecía? No tenían ningún sentido. De modo que sus respuestas tampoco lo tenían. Pude darme cuenta cuando barruntó un coloquial: "dolor atípico de izquierda a derecha". Algunos, mientras se lo estaba diciendo, igual asentían y se lo creían. Pero cuando yo asentía me seguía doliendo el cuello un montón.
Así que en 1989, mientras seguía sufriendo una terrible ciática y esa molesta y esporádica "condición artrítica" en el cuello, entré en la oficina del Doctor John Sarno. Mi madre, que ya lo había visto anteriormente y cuyo dolor de espalda había hecho desaparecer, había intentado conseguir que me leyese su libro. Creo que ella solía darme una nueva copia de "Mind Over Back Pain" cada seis meses. Nunca llegué a leerlo. Pero finalmente, un día entré en la oficina del Dr. Sarno y allí estaba un hombre bajito con un tono de voz que sonaba enojado y con maneras muy suaves pero firmes, además de una reserva de paciencia aparentemente interminable. Se sentó y escuchó una versión aún más larga de la historia anterior que os he contado. Miró todos mis Rayos X, las resonancias magnéticas y los registros médicos de la operación. Luego me sometió a un examen: hizo rodar unos chismes arriba y abajo por mis brazos y piernas, me golpeó con un pequeño martillo de reflejos de color verde e hizo que me agachara e hiciese otros ejercicios para poder evaluar mis movimientos y observar cuándo me provocaban una mueca de dolor. Finalmente nos sentamos, o yo lo intenté, porque la ciática hacía imposible que pudiera sentarme normalmente. Y comenzó a hablar conmigo y a explicarme que todos los condicionamientos por los que había sentido dolor durante todos estos años, en realidad no facilitaban el poder saber todos los lugares donde podía reproducirse el dolor en cualquier momento. Así que tenía bastante sentido que todos los diversos tratamientos que me habían ofrecido a lo largo de los últimos ocho años no hubiesen solucionado el problema. Me explicó que la causa real de mi dolor era TMS, síndrome de miositis tensional. Mi cuerpo estaba causando una distracción física y una manifestación de mi estado emocional. Mi dolor era real. Las causas estaban basabas en el estrés y en la supresión de las emociones, específicamente la ira. Leí su libro. Después de asistir a dos de sus conferencias mi dolor crónico por fin se había ido. De vez en cuando sufro algunos brotes ocasionales, pero entonces los reconozco por lo que son, TMS, ¡y se vuelven a marchar!
Y entonces, ¿por qué acabo de relatar todos mis diversos tratamientos sin éxito con absoluto detalle y sencillamente no he ido al grano desde el principio y te he contado cuál fue la cura? Porque en este momento estarás sentado en la oficina de un quiropráctico o desembolsando 26 pavos por un poco de polen de abeja, o engullendo analgésicos, o corriendo a tu cita con el especialista o incluso considerando pasar por el quirófano para curar el dolor. Estarás gastando una cantidad infinita de tiempo y dinero persiguiendo una cura. ¡Alto! Echa un vistazo al tráiler de esta película. Léete el libro. Uníos a mí, hermanos y hermanas, en la lucha contra la ignorancia y la arrogancia del complejo médico-industrial y prestad vuestra ayuda para conseguir que se pueda terminar este documental en la campaña de Kickstarter de All The Rage!
Julie Cafritz
--------------
Durante un par de años, el título por el que se conocía la película sobre el Dr. John Sarno en el que estábamos trabajando era el de "Story of Pain". Después de estudiar la problemática del dolor nos dimos cuenta de que podía estar bastante bien conectado con las ideas y el concepto que rodean al acto de contar historias para comunicar lo que nos ocurre. Nuestras historias existen mediante la conexión que tienen con las historias de otras personas así como con la narrativa cultural en la que nos encontremos inmersos. Nos comunicamos con el resto y con nosotros mismos. A base de historias. El título "Story of Pain" parecía dar completamente en el clavo, porque parecía expresar perfectametne todas estas conexiones.
Sin embargo, en cierto momento nos dimos cuenta de que era mejor que en el título de la película no apareciese la palabra "dolor [pain]", porque podía ser un problema. ¿Quién querría ir a ver una película sobre el dolor? Nos pasamos mucho tiempo dándole vueltas para intentar encontrar otros posibles títulos y finalmente dimos con "All The Rage". Parecía funcionar igual de bien a varios niveles diferentes. Casi parecía positivo, y tal y como nos ha señalado el Dr. Sarno, la rabia es el corazón de la idea que estábamos abordando.
Aún así la idea de la narrativa y de las historias que contamos sigue siendo una de las partes más importantes del filme. Dicho en términos científicos, las historias son evidencias anecdóticas, lo opuesto a los datos objetivos. Por otra parte, esta afirmación pasa por alto los fundamentos de la psique humana. Somos historias y nuestras historias toman otras formas y están cambiando constantemente. Si pasáramos por alto la fuerza con que nos afectan nuestras historias, tampoco podríamos ser capaces de ver la imagen completa. Hace un par de años leí "The Cure Within" de Anne Harrington, donde se echaba un vistazo a la historia de la medicina que tiene en cuenta los aspectos espirituales relacionados con el binomio mente-cuerpo. En el libro se señalaba que la forma de actuar de una persona mientras está hipnotizada siempre dependerá de su contexto cultural. Nuestras historias crean expectativas que afectan a nuestras acciones.
A menudo las historias de otras personas nos ofrecen una idea de nuestras propias motivaciones menos conscientes, así como de los procesos ocultos que guían nuestros pensamientos. Nuestra amiga Julie Cafritz conoció al Dr. Sarno hace mucho tiempo, y él la ayudó a revisar la historia de su dolor. Con suerte, su historia podría ayudarte a ver la tuya con otros ojos.
El siguiente artículo fue elaborado por la escritora, artista y música Julie Cafritz, que jugó un importante papel en la música underground de finales de los ochenta y los noventa.
En 1981 yo era la típica buena estudiante de instituto que se presionaba un montón para conseguir buenos resultados; estudiaba lo suficiente como para entrar en la universidad que quisiera elegir mi padre. Pero un día que había nevado, mientras volvía a mi casa desde el colegio me vi envuelta en un accidente con tres coches. Al llegar a casa noté un fuerte dolor de cabeza y decidí acostarme. Me fui a dormir y cuando me desperté no podía moverme, así de fuerte era el dolor que sentía en el cuello. Después de acudir a urgencias me enviaron a casa con un collarín ortopédico y un puñado de analgésicos. Durante las semanas siguientes hice los típicos ejercicios terapéuticos y físicos de estiramientos y para el cuello. Pero me supusieron poco o ningún alivio. Mi cuello ya no me torturaba con agudos espasmos pero disponía de una movilidad limitada y notaba un constante dolor sordo puntuado por episodios diarios de dolor agudo. Acudí a un traumatólogo y me hizo una radiografía y más pruebas de tracción y estiramientos. Me enviaron a una masajista, una médica rusa de 82 años que utilizaba todos sus treinta y pico kilos para dejarme molida, además de atiborrarme de polen de abeja. Después estuve acudiendo al Dr. Wu, con el que pasé varias semanas de encuentros donde se me aplicaban técnicas de acupuntura ineficaces y una aguja en el cartílago de la oreja con el que me succionaban seis veces al día.
Mi siguiente incursión fue en el mundo de los quiroprácticos, que me atosigaron con ajustes demasiado entusiastas y me desilusionaron a basa de suave toquecitos inútiles. No sentía ningún alivio. Un año más tarde, una resonancia magnética confirmó una "ruptura" de disco C6 / C7. Me aconsejaron operarme el cuello. Protesté y continué siguiendo un régimen de anti-inflamatorios, relajantes musculares de baja graduación, masajes y terapia física. Ninguno de ellos me ayudaba mucho para aliviar el dolor. Me recetaron Xanax, un medicamento contra la ansiedad que podía usarse sin haber sido prescrito como una forma de aliviar el dolor de espalda en algunos pacientes... hmmmm. Me encantaría saber quién fue al que se le encendió la bombilla y me recetó un medicamento psiquiátrico como tratamiento efectivo para pacientes con dolor crónico, pero no lo sabía. Estaba demasiado abatida como para resistirme y no volverme adicta a estas drogas legales. Las tomaba por la noche y me dejaban fuera de combate lo suficiente como para poder dormir, pero realmente no resolvían nada. Durante el día tomaba grandes cantidades de aspirinas, que se suponía se irían acumulando en mi sistema y me ayudarían. No lo hicieron. Pero sí que me jodieron mi tremendamente estresado estómago. Todo esto era el telón de fondo de este penúltimo o último año en el instituto.
Cuando me marché a la Universidad mi dolor se vino conmigo. El dolor aflojó y me otorgó algo de alivio durante un par de semanas del primer semestre, cuando un nuevo dolor provocado por una apendicectomía de emergencia (hmmm, definitivamente no creo que estuviese relacionada con el estrés) eclipsó brevemente mi dolor de cuello, pero tampoco duró mucho. Empecé a acudir a un cirujano ortopédico reconocido que me dijo que probablemente necesitaría una operación de fusión cervical pero que quería que me aplicaran una serie de inyecciones epidurales de esteroides durante seis meses, una cada mes. Estas calurosas inyecciones directas en mi canal espinal no sólo eran dolorosas, sino que además tenían el riesgo de producirme una parálisis temporal o permanente. Cuando durante mi quinta visita el paciente que estaba delante mío efectivamente sufrió una parálisis, les dije que de ninguna jodida manera iba a dejar que me tocaran más. Ese tipo solo había perdido temporalmente el uso de sus piernas, pero yo podía quedarme paralizada de cuello para abajo. ¡No, gracias, no quería algo así! Mejor una operación, por favor.
Así que a mediados de mi segundo año dejé la Universidad para que aparentemente me realizaran una operación de cuello que necesitaba con urgencia. Casualmente empecé a sufrir una leve crisis nerviosa. Pero, hmmmm, no importaba, volvamos sobre aquella inútil operación de cuello. Ya me habían advertido que me podría llevar todo un año sanar completamente después de la operación, así que la falta de resultados inmediatos no tenían por qué desalentarme. Y entonces este gran cirujano, y te aseguro que era bueno y que la cicatriz en la parte frontal del cuello quedaba bastante elegante, desautorizó su propia operación al decirme que algunas personas podían sufrir artritis por encima y por debajo de la fusión que había realizado. En otras palabras: "mis poderosas manos de cirujano han aliviado el foco de dolor y conseguido que ya no puedas sentirlo más, pero sin embargo también han facilitado que tu dolor pueda ser reemplazado por uno esporádico más misterioso." ¡Hurra! Todo esto era una buena forma de cubrirse el culo, por si acaso no había obtenido los resultados que andaba buscando. Normal que tuviera que decir algo por el estilo, porque antes de la operación había sido tan honesto como para avisarme que sólo había cerca de un 50% de éxito en lo que respecta a las fusiones cervicales. Ahora bien, en este punto lo que debería habérseme ocurrido era decirle algo inteligente en plan: "bueeno, Doc, si mi hernia es lo que causa todos los problemas y tú me la quitas, ¿no debería dejar de ser un problema?" Sí, claro, pero yo no era tan inteligente. Tampoco lo eran el resto de pacientes que se habían sometido a la operación. Y lo más trágico de todo, tampoco lo era él. En su lugar, como ocurre con la mayoría de médicos, tenía que crear una elaborada y enrevesada cháchara lógica que encajara perfectamente con mi historia de dolor irracional. Su discurso sonó en plan: "oh, la culpa era del disco cervical, pero ahora que la fusión ha inducido más presión sobre el disco de más abajo, y ahora que también este ha quedado herniado, eso es lo que te está causando el dolor en tu lado izquierdo, perdón, me refiero a que has comentado que era en el lado izquierdo, ¿no es cierto?". En realidad le había dicho: "bueno, a veces me duele en el lado izquierdo, pero sobre todo es en el derecho, aunque también en el izquierdo. Y... ah, a veces siento dolor en mi brazo izquierdo y en la pierna derecha." ¿Qué parte se supone que tenía que creerme de los razonamientos que me ofrecía? No tenían ningún sentido. De modo que sus respuestas tampoco lo tenían. Pude darme cuenta cuando barruntó un coloquial: "dolor atípico de izquierda a derecha". Algunos, mientras se lo estaba diciendo, igual asentían y se lo creían. Pero cuando yo asentía me seguía doliendo el cuello un montón.
Así que en 1989, mientras seguía sufriendo una terrible ciática y esa molesta y esporádica "condición artrítica" en el cuello, entré en la oficina del Doctor John Sarno. Mi madre, que ya lo había visto anteriormente y cuyo dolor de espalda había hecho desaparecer, había intentado conseguir que me leyese su libro. Creo que ella solía darme una nueva copia de "Mind Over Back Pain" cada seis meses. Nunca llegué a leerlo. Pero finalmente, un día entré en la oficina del Dr. Sarno y allí estaba un hombre bajito con un tono de voz que sonaba enojado y con maneras muy suaves pero firmes, además de una reserva de paciencia aparentemente interminable. Se sentó y escuchó una versión aún más larga de la historia anterior que os he contado. Miró todos mis Rayos X, las resonancias magnéticas y los registros médicos de la operación. Luego me sometió a un examen: hizo rodar unos chismes arriba y abajo por mis brazos y piernas, me golpeó con un pequeño martillo de reflejos de color verde e hizo que me agachara e hiciese otros ejercicios para poder evaluar mis movimientos y observar cuándo me provocaban una mueca de dolor. Finalmente nos sentamos, o yo lo intenté, porque la ciática hacía imposible que pudiera sentarme normalmente. Y comenzó a hablar conmigo y a explicarme que todos los condicionamientos por los que había sentido dolor durante todos estos años, en realidad no facilitaban el poder saber todos los lugares donde podía reproducirse el dolor en cualquier momento. Así que tenía bastante sentido que todos los diversos tratamientos que me habían ofrecido a lo largo de los últimos ocho años no hubiesen solucionado el problema. Me explicó que la causa real de mi dolor era TMS, síndrome de miositis tensional. Mi cuerpo estaba causando una distracción física y una manifestación de mi estado emocional. Mi dolor era real. Las causas estaban basabas en el estrés y en la supresión de las emociones, específicamente la ira. Leí su libro. Después de asistir a dos de sus conferencias mi dolor crónico por fin se había ido. De vez en cuando sufro algunos brotes ocasionales, pero entonces los reconozco por lo que son, TMS, ¡y se vuelven a marchar!
Y entonces, ¿por qué acabo de relatar todos mis diversos tratamientos sin éxito con absoluto detalle y sencillamente no he ido al grano desde el principio y te he contado cuál fue la cura? Porque en este momento estarás sentado en la oficina de un quiropráctico o desembolsando 26 pavos por un poco de polen de abeja, o engullendo analgésicos, o corriendo a tu cita con el especialista o incluso considerando pasar por el quirófano para curar el dolor. Estarás gastando una cantidad infinita de tiempo y dinero persiguiendo una cura. ¡Alto! Echa un vistazo al tráiler de esta película. Léete el libro. Uníos a mí, hermanos y hermanas, en la lucha contra la ignorancia y la arrogancia del complejo médico-industrial y prestad vuestra ayuda para conseguir que se pueda terminar este documental en la campaña de Kickstarter de All The Rage!
Julie Cafritz
No hay comentarios:
Publicar un comentario