Artículo de Bill Randall para The Comics Journal 247 (2002). Traducido por Frog2000. Parte 1.
La visión de Matsunaga no es tan nihilista. Y además el autor tiene un completo control de sus habilidades creativas, que como dibujante, y especialmente como narrador, superan a la de la mayoría de sus compañeros del medio. Muchos de los que operan en el mundo de la serialización se hacen ayudar por asistentes, demostrando que así se funciona de forma más limitada en lugar de tener plena libertad. No es el caso de Matsunaga. Las historias también se ven beneficiadas por su longitud. Como los editores insisten en continuarlas una vez rebasado el punto en el que se deberían haber acabado, la mayoría de las series más populares se suelen estropear por culpa de la devoción de sus fans. A pesar de que originalmente fuese publicada en Spirits, una revista de manga tremendamente popular, en los tres tomos de 250 páginas que conforman la obra, Matsunaga entrega una historia de estructura perfecta y completamente orgánica. Cada tomo finaliza en un momento ideal, formando tres unidades con consistencia interna que conforman una narración más larga. Una vez recogidas en tomo, sus páginas no muestran evidencia alguna de que hayan sido previamente serializadas. En otras palabras, el autor es un maestro del ritmo y hace alarde de un profundo conocimiento de cómo se han de ir estructurando los episodios para generar finalmente una obra narrativa mayor.
Además, Matsunaga no tiene miedo a la hora de cambiar el ritmo. Si bien la historia prosigue linealmente, con frecuencia se queda en pausa para poderse centrar en algunos elementos vitales para su desarrollo. En la secuencia del final del segundo volumen, el clímax que pondrá fin a todos los conflictos coge una velocidad de crucero para de repente detenerse por completo. Durante esta secuencia, el autor va saltando entre por lo menos cuatro escenas diferentes, incluyendo una estampida de los yakuza, un combate entre ninjas y samuráis, un conflicto final entre Bakune y su vieja némesis Shiroyama y las correrías de la yakuza Renge mientras vigila todo lo que ocurre desde su helicóptero. Estas luchas finalmente se terminan mezclando con otras y sus participantes intercambiándose de enemigo, lo que ya sería lo suficientemente abrumador si además no tuviésemos que tener en cuenta las páginas cruzadas con efectos de sonido que empujan los límites entre viñetas, así como la rotunda fisicidad del dibujo de los personajes. A medida que se va incrementando la acción, sobre todo durante la estampida de los yakuza (donde se utiliza una técnica de impresión para las viñetas donde parecen repetirse y salirse ligeramente de tono), el efecto es como si la propia impresora no fuese capaz de contener las páginas. Igualmente, Matsuyama incrementa de forma juiciosa el uso de las líneas cinéticas, y las viñetas crecen de forma cada vez más desordenada según la historia va progresando. Sin embargo, en cuanto las peleas finalizan las cosas presentes en la viñeta empiezan a disminuir, las viñetas se reducen, las composiciones parecen menos elaboradas, casi como si la historia empezase a respaldar a Renge para que esta pueda hacer su entrada y limpiar todo el desaguisado. El efecto es elegíaco.
Matsunaga también varía su forma de dibujar dependiendo de la historia. Como ocurre con casi todos los manga, el autor enfatiza la plasticidad de los personajes y la solidez del mundo en el que se mueven, pero no deja que limite su estilo de dibujo. Los diferentes personajes demandan técnicas diferentes. Un personaje como Purima, que es el carácter habitualmente amable y posiblemente el único simpático de toda la obra, parece como si estuviese dibujado por un niño, con trazos limpios y redondeados. Sin embargo, Shiroyama ha dedicado su vida a odiar a Bakune con singular devoción y está consumido por su intención de acabar con él, por lo que su cara está diseñada como si hubiese sido dibujada a base de cortes y trazos nudosos. Según se va incrementando su odio, se incrementará también la angulosidad y deformidad de su rostro, hasta que parezca más que nunca tallado en madera en lugar de carne. A lo largo de la obra Matsunaga utiliza varios estilos en sus diferentes personajes. Por ejemplo, es un caricaturista excelente, y a menudo borda los estereotipos existentes con los que dibuja a algunos y los retuerce mediante salvajes variaciones. Go, el policía de ultra-derecha, parece un viejo policía de antiguas historias de manga, mientras que otros están dibujados de forma que recuerdan a primates. La horda de los yakuza muestra variaciones de los diferentes arquetipos, y los personajes se comunican con el dialecto de Osaka y llevan tatuada la espalda, algo que esencialmente parece el catálogo épico de los diferentes tipos de personaje del gremio. Matsunaga nunca se cansa de dibujar figurantes y la obra está salpicada por miles de caras individuales.
(Continuará)
La visión de Matsunaga no es tan nihilista. Y además el autor tiene un completo control de sus habilidades creativas, que como dibujante, y especialmente como narrador, superan a la de la mayoría de sus compañeros del medio. Muchos de los que operan en el mundo de la serialización se hacen ayudar por asistentes, demostrando que así se funciona de forma más limitada en lugar de tener plena libertad. No es el caso de Matsunaga. Las historias también se ven beneficiadas por su longitud. Como los editores insisten en continuarlas una vez rebasado el punto en el que se deberían haber acabado, la mayoría de las series más populares se suelen estropear por culpa de la devoción de sus fans. A pesar de que originalmente fuese publicada en Spirits, una revista de manga tremendamente popular, en los tres tomos de 250 páginas que conforman la obra, Matsunaga entrega una historia de estructura perfecta y completamente orgánica. Cada tomo finaliza en un momento ideal, formando tres unidades con consistencia interna que conforman una narración más larga. Una vez recogidas en tomo, sus páginas no muestran evidencia alguna de que hayan sido previamente serializadas. En otras palabras, el autor es un maestro del ritmo y hace alarde de un profundo conocimiento de cómo se han de ir estructurando los episodios para generar finalmente una obra narrativa mayor.
Además, Matsunaga no tiene miedo a la hora de cambiar el ritmo. Si bien la historia prosigue linealmente, con frecuencia se queda en pausa para poderse centrar en algunos elementos vitales para su desarrollo. En la secuencia del final del segundo volumen, el clímax que pondrá fin a todos los conflictos coge una velocidad de crucero para de repente detenerse por completo. Durante esta secuencia, el autor va saltando entre por lo menos cuatro escenas diferentes, incluyendo una estampida de los yakuza, un combate entre ninjas y samuráis, un conflicto final entre Bakune y su vieja némesis Shiroyama y las correrías de la yakuza Renge mientras vigila todo lo que ocurre desde su helicóptero. Estas luchas finalmente se terminan mezclando con otras y sus participantes intercambiándose de enemigo, lo que ya sería lo suficientemente abrumador si además no tuviésemos que tener en cuenta las páginas cruzadas con efectos de sonido que empujan los límites entre viñetas, así como la rotunda fisicidad del dibujo de los personajes. A medida que se va incrementando la acción, sobre todo durante la estampida de los yakuza (donde se utiliza una técnica de impresión para las viñetas donde parecen repetirse y salirse ligeramente de tono), el efecto es como si la propia impresora no fuese capaz de contener las páginas. Igualmente, Matsuyama incrementa de forma juiciosa el uso de las líneas cinéticas, y las viñetas crecen de forma cada vez más desordenada según la historia va progresando. Sin embargo, en cuanto las peleas finalizan las cosas presentes en la viñeta empiezan a disminuir, las viñetas se reducen, las composiciones parecen menos elaboradas, casi como si la historia empezase a respaldar a Renge para que esta pueda hacer su entrada y limpiar todo el desaguisado. El efecto es elegíaco.
Matsunaga también varía su forma de dibujar dependiendo de la historia. Como ocurre con casi todos los manga, el autor enfatiza la plasticidad de los personajes y la solidez del mundo en el que se mueven, pero no deja que limite su estilo de dibujo. Los diferentes personajes demandan técnicas diferentes. Un personaje como Purima, que es el carácter habitualmente amable y posiblemente el único simpático de toda la obra, parece como si estuviese dibujado por un niño, con trazos limpios y redondeados. Sin embargo, Shiroyama ha dedicado su vida a odiar a Bakune con singular devoción y está consumido por su intención de acabar con él, por lo que su cara está diseñada como si hubiese sido dibujada a base de cortes y trazos nudosos. Según se va incrementando su odio, se incrementará también la angulosidad y deformidad de su rostro, hasta que parezca más que nunca tallado en madera en lugar de carne. A lo largo de la obra Matsunaga utiliza varios estilos en sus diferentes personajes. Por ejemplo, es un caricaturista excelente, y a menudo borda los estereotipos existentes con los que dibuja a algunos y los retuerce mediante salvajes variaciones. Go, el policía de ultra-derecha, parece un viejo policía de antiguas historias de manga, mientras que otros están dibujados de forma que recuerdan a primates. La horda de los yakuza muestra variaciones de los diferentes arquetipos, y los personajes se comunican con el dialecto de Osaka y llevan tatuada la espalda, algo que esencialmente parece el catálogo épico de los diferentes tipos de personaje del gremio. Matsunaga nunca se cansa de dibujar figurantes y la obra está salpicada por miles de caras individuales.
(Continuará)
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