Artículo de "Desde el Escritorio de Warren Ellis", Volumen uno (Avatar, 2000.) Traducido por Frog2000. Nota: la entrega anterior, titulada por el autor "El Romance Moribundo de Superman", la traduje anteriormente.
Otra noche consumida en el bar de nuestro hotel favorito, Frogg Manor. Situado a nueve acres de los bonitos jardines y ondulantes prados de la campiña de Cheshire, Frogg Manor tiene la distinción de ser el único hotel patrocinado de forma habitual por el Primer Ministro y por mí. No puedo hablar por John Prescott, pero Niki y yo siempre nos alojamos en la bonita habitación Wellington, la suite central más amplia, con un mobiliario estupendo, habitación extra para Lili y un pasillo secreto hasta el bar del hotel.
Niki está dormida, pero para mí es un momento de noche californiana: estoy en el bar, preparándome para dormir a base de whiskies. Springbank Campbeltown, de veintiún años, probablemente mi bebida favorita. También estoy completamente solo. Nadie ha hecho reservas en el exquisito restaurante de Frogg Manor esta noche (una de esas plácidas ocasiones que tiene lugar de vez en cuando, incluso en los establecimientos de cuatro estrellas, pero nos estamos saliendo del tema), así que cuando regresamos después de haber pasado el día y comido fuera, el propietario, John Sykes (al que también se le conoce como Jefe Frog, sí), aprovecha la coyuntura y se escapa para disfrutar de la noche. Pero deja el bar abierto únicamente para mí. Así que aquí estoy, ojeando su vasta y ecléctica colección de libros (las memorias sobre Robert Kennedy de Schlesinger, que reposan al lado de la obra de Victor Hugo encuadernada en piel, que se encuentra cerca de los cuatro volúmenes sobre la historia de Dinamarca, próximos a James Kelman y a un gigantesco libro de fotografías de la Tierra tomadas desde el Space Shuttle), bebiendo whisky de primera, renqueando detrás de la barra para rellenarlo con un cigarro entre los dientes, deteniéndome tan sólo para apuntar todo lo que voy tomando con un pulso progresivamente menos firme y una caligrafía más enmarañada, para que las cuentas sean exactas. Honesto hasta el último centavo. Después de todo, estoy en Frogg Manor. Me gustaría regresar de nuevo.
Reclinarme en esta serena decadencia, en una templada, silenciosa, vacía y preciosa Frogg Manor, me hace pensar en todos vosotros, el resto de los que pertenecen al negocio que he elegido, sudando como idiotas y arrastrando los pies como protuberancias sangrientas por San Diego. Un amigable foso de 44.000 personas. Recibo un email enviado desde la Convención de Cómics de San Diego mientras la dorada mañana refulge en la Wellington levantándome una sonrisa. Un correo que me informa sobre el consenso general al que han llegado mis amigos, colegas y otros bastardos que se encuentran allí, donde me indican que soy un tipo listo por no haber acudido. Lo leo, se lo comento a mi familia, que se unen a mi despiadado jolgorio, y luego empiezo a exprimir un fresco zumo de naranja y bajamos a desayunar en el invernadero, mientras vemos cómo los conejos silvestres retozan al sol de la mañana.
En realidad, ser un guionista no va sobre acudir a Convenciones. No va sobre apretones de mano, firmas y tarjetas de autorización. No. Nuestro secreto es simple, además de una estupidez: escribimos para vivir. Tan sólo para vivir.
Además, estoy seguro de que ya lo has escuchado antes, vivir bien es la mejor venganza posible.
Frogg Manor
20/21 de Agosto de 1998
Otra noche consumida en el bar de nuestro hotel favorito, Frogg Manor. Situado a nueve acres de los bonitos jardines y ondulantes prados de la campiña de Cheshire, Frogg Manor tiene la distinción de ser el único hotel patrocinado de forma habitual por el Primer Ministro y por mí. No puedo hablar por John Prescott, pero Niki y yo siempre nos alojamos en la bonita habitación Wellington, la suite central más amplia, con un mobiliario estupendo, habitación extra para Lili y un pasillo secreto hasta el bar del hotel.
Niki está dormida, pero para mí es un momento de noche californiana: estoy en el bar, preparándome para dormir a base de whiskies. Springbank Campbeltown, de veintiún años, probablemente mi bebida favorita. También estoy completamente solo. Nadie ha hecho reservas en el exquisito restaurante de Frogg Manor esta noche (una de esas plácidas ocasiones que tiene lugar de vez en cuando, incluso en los establecimientos de cuatro estrellas, pero nos estamos saliendo del tema), así que cuando regresamos después de haber pasado el día y comido fuera, el propietario, John Sykes (al que también se le conoce como Jefe Frog, sí), aprovecha la coyuntura y se escapa para disfrutar de la noche. Pero deja el bar abierto únicamente para mí. Así que aquí estoy, ojeando su vasta y ecléctica colección de libros (las memorias sobre Robert Kennedy de Schlesinger, que reposan al lado de la obra de Victor Hugo encuadernada en piel, que se encuentra cerca de los cuatro volúmenes sobre la historia de Dinamarca, próximos a James Kelman y a un gigantesco libro de fotografías de la Tierra tomadas desde el Space Shuttle), bebiendo whisky de primera, renqueando detrás de la barra para rellenarlo con un cigarro entre los dientes, deteniéndome tan sólo para apuntar todo lo que voy tomando con un pulso progresivamente menos firme y una caligrafía más enmarañada, para que las cuentas sean exactas. Honesto hasta el último centavo. Después de todo, estoy en Frogg Manor. Me gustaría regresar de nuevo.
Reclinarme en esta serena decadencia, en una templada, silenciosa, vacía y preciosa Frogg Manor, me hace pensar en todos vosotros, el resto de los que pertenecen al negocio que he elegido, sudando como idiotas y arrastrando los pies como protuberancias sangrientas por San Diego. Un amigable foso de 44.000 personas. Recibo un email enviado desde la Convención de Cómics de San Diego mientras la dorada mañana refulge en la Wellington levantándome una sonrisa. Un correo que me informa sobre el consenso general al que han llegado mis amigos, colegas y otros bastardos que se encuentran allí, donde me indican que soy un tipo listo por no haber acudido. Lo leo, se lo comento a mi familia, que se unen a mi despiadado jolgorio, y luego empiezo a exprimir un fresco zumo de naranja y bajamos a desayunar en el invernadero, mientras vemos cómo los conejos silvestres retozan al sol de la mañana.
En realidad, ser un guionista no va sobre acudir a Convenciones. No va sobre apretones de mano, firmas y tarjetas de autorización. No. Nuestro secreto es simple, además de una estupidez: escribimos para vivir. Tan sólo para vivir.
Además, estoy seguro de que ya lo has escuchado antes, vivir bien es la mejor venganza posible.
Frogg Manor
20/21 de Agosto de 1998
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