lunes, 3 de febrero de 2014

COMENTARIOS SOBRE CRUMB (y 28): ALAN MOORE

Varios autores ofrecen sus impresiones sobre Robert Crumb y su trabajo. Artículo aparecido en Blab nº3 (1988). Traducido por Frog2000. 

1. JAXON

2. KIM DEITCH
3. JOHN THOMPSON
5. JOEL BECK
6. TRINA ROBBINS
7. HARVEY PEKAR
8. ACE BACKWORDS 
9. SAVAGE PENCIL
10. TOM VEITCH
11. SPAIN RODRIGUEZ 
12. JOSH ALAN FRIEDMAN
13. BETO HERNANDEZ
14. GEORGE HANSEN 
15. DON DONAHUE 
16. BOB BURDEN
17. JUSTIN GREEN
18. DANIEL CLOWES
19. LESLIE CABARGA
20. CHESTER BROWN
21. RICHARD SALA
22. REVERENDO IVAN STANG
23. RALPH STEADMAN
24. JAY LYNCH
25. BRUCE N. DUNCAN 
26. DREW FRIEDMAN
27. CHARLES SCHNEIDER

28. ALAN MOORE 

[Algunos lo califican como el mejor guionista de cómics del mundo y puede que esa afirmación sea cierta o puede que no, pero entre su vasta producción se pueden encontrar tres obras que han ayudado a que el medio crezca un par de palmos más. En Embryoel fanzine sobre Alan Moore en castellano, puedes disfrutar todo tipo de información sobre el guionista inglés, así como catar su producción más esquiva y regocijarte con documentados ensayos que recorren su obra y vicisitudes vitales.]

Nací en 1953, así que a mediados de los sesenta tenía unos temerarios quince años, la edad en la que has empezado a interesarte por las chicas, te has dado cuenta de que ellas no están interesadas en tu persona, y como resultado tienes que empezar a escribir poesías mórbidas sobre la bomba atómica. Sin embargo, lo que diferenciaba a los adolescentes de ese período del sin número de generaciones anteriores, era que por primera vez en la historia del planeta parecía que las cosas habían entrado en sintonía con nuestros trastornos glandulares personales. La civilización que se podía ver documentada en los periódicos y en la televisión parecía tan histérica, caliente, excitable y confusa como nosotros. Todo era enormemente novedoso y desconcertante. Por mi parte, al quedar expuesto al catálogo de cómics de la E.C. y otras exóticas influencias durante mis años de formación, el desarrollo de una actitud racional hacia la vida supuso la parte más difícil. Después de absorber las sátiras al límite del Mad de Kurtzman ya no podía volver a mirar el mundo sin darme cuenta de su absurdo. Además, aunque la hubiese conocido tarde, familiarizarme con la línea de terror y pavor de la E.C. significaba que tampoco podía mirar las situaciones que ocurrían a mi alrededor sin captar las atrocidades implícitas en ellas.

Como cúlmen de toda esta ambigüedad, parecía como si estuviese ocurriendo algo nuevo. Teniendo en cuenta que me encontraba en una etapa muy impresionable de mi desarrollo, cuando incluso la existencia de las lámparas de lava parecían augurar un nuevo milenio, no las tenía todas conmigo que estuviese experimentando la sensación de que la cultura iniciaba una metamorfosis. La música de la radio había empezado a sonar muy extraña, teñida con la exclusiva psicodelia inglesa a lo “Haunted Nursery” de la época, y algunas de las personas que veía por la calle vestían de forma muy singular, con parches de viejos uniformes de los Grenadiers brillantemente coloreados, o Union Jacks pintadas a mano en sus gafas de sol. Más allá de la música, la ropa y el colorido, me llegaba la fuerte impresión de que definitivamente algo estaba pasando en la calle que iba a abrir la sociedad en canal para cambiarla para siempre.

Hasta los cómics que me habían sustentado desde mi infancia no parecían inmunes a este terremoto sísmico. Mi reciente descubrimiento de que había otros aficionados al comic book me había llevado a encontrar el último Witzend de Wally Wood, una publicación que aunque podría considerarse al límite de lo comercial, fue mi primera introducción tentativa a ese concepto del que tanto había oído hablar en toda esa música “underground”, el de que también podía existir algo parecido a un cómic underground. Las contribuciones de Vaughn Bodé al Witzend me habían picado la curiosidad, también me había quedado impresionado con la excelente obra de George Metzger en la “Graphic Story Magazine” de Bill Spicer, pero sin embargo, no estaba preparado para mi primera exposición al “hardcore” de los comic books underground que tendría lugar meses después.
Recuerdo el domingo en cuestión de una forma vívida. Estaba deambulando malhumorado por el mercado de la esquina del centro de la ciudad de Northhampton sin tener nada mejor que hacer, y seguí mi camino hasta el puesto de periódicos, revistas y cómics que frecuentaba de forma esporádica desde que había empezado a comprar en él mis primeros cómics de Superman y Batman siete u ocho años antes. El aspecto del puesto era el mismo de siempre, con sus aburridos y redondeados pisapapeles de hierro asegurando que las páginas en cuatricomía de los periódicos no aletearan, y las largas cajas de madera de revistas usadas. Sin embargo, un elemento novedoso llamó mi atención: colgado del techo de lona del puesto, entre las implacables mandíbulas de un oxidado clip de pinza, estaba tendida una revista que nunca había visto antes. Su nombre, rotulado con dos letras brillantes de colores primarios, era "Oz", y fue el adelantado primer magazine underground de Inglaterra. Lo que más me llamó la atención de este encuentro inicial fue la ilustración para la portada de la revista. Ahí estaba, en papel higiénico barato y áspero e impresa en llamativa tinta de impresión sin diluir. Contra un fondo de palmeras ella posaba con una mano levantada hacia su seductora cabeza, su rosada lengua ondulando alrededor de sus carnosos labios mientras miraba por debajo de unos fruncidos párpados morados que armonizaban con la aureola de sus pechos de chocolate de un aspecto increíblemente sólido. En un curioso estilo de letra de calendario que de alguna forma armonizaba con el tono del dibujo, se podía leer una leyenda dispuesta por encima de su cabeza: “¡Como para chuparse los dedos de bueno!”

Me enamoré de Angelfood McSpade. El “shock”, el daño que esa única imagen produjo en mi sistema nervioso fue complejo, y al mismo tiempo, incomprensible.

Por otro lado, al mirarlo en retrospectiva creo que he empezado a entender un poco la desorientación que me produjo mi primera exposición a la obra de Robert Crumb. En primer lugar, y lo más obvio de esa imagen en particular, era su abierta sexualidad. Al no tener una infancia terriblemente sobre-protegida, estaba bastante familiarizado con las imágenes sexuales que se podían encontrar en las revistas de los quioscos del barrio, que iban desde las del Playboy, pasando por las de “Fríe a los Krauts en el Puente de la Pasión” del “Men´s Sweat” de los periódicos del día, hasta el sof-core titilante de algunos productos de producción local como Parade. A juzgar por los dibujos y fotografías que adornaban la portada de esas revistas, el sexo era una cosa mortalmente seria, por no decir ligeramente miserable, sofocada por el barniz comercial y los pucheros auto-conscientes de las antiguas escenógrafas que se repartían los alrededores de las portadas.

Angelfood era diferente. Vestía, en añadidura a su falda de hierba, una enorme y satisfecha sonrisa en lugar de la ligeramente conmocionada expresión de “recién violada” que parecía que las chicas de portada contemporáneas estaban empezando a adoptar. Fue mi primera cata de apertura sexual del movimiento psicodélico, y aunque tenga poca relevancia en cuanto a mi impresión general sobre la obra de Crumb, me parece necesario mencionarla bajo estos términos por el impacto que me produjo. Aunque eso no quiere decir que su efecto en otras áreas no tuviese una consideración menor. Además del aspecto sexual, su dibujo también parecía subversivo.

Por un lado, era subversivo en su forma de hablar sobre las razas. Muchos historietistas a partir de Crumb se han referido (irónicamente) a la raza negra mediante las imágenes estereotipadas que dominaban los “cartoons” del pasado, pero esta era la primera vez que veían que alguien lo hacía de verdad, la primera que pude ver una descripción tan exagerada de la gente negra en un “cartoon”, porque llamaba la atención sobre el racismo que se podía encontrar de forma inherente en todas sus representaciones.
Por otro lado, la imagen era subversiva de una forma mucho más intrínseca que el comentario racial que se podía observar claramente en su contenido. El estilo era tan familiar como para provocar una sensación de déjá vú: era el gomoso estilo “cartoon” americano de los cuarenta y los cincuenta que asociaba a los Terrytoons y a otras notables aventuras del medio de la animación. Como estilo parecía muy familiar, como si siempre hubiese estado presente, el epítome de todo lo que era convencional y seguro en los dibujos contemporáneos... excepto que, por supuesto, un personaje “cartoon” que hiciese gala de una carnalidad tan obvia habría sido impensable entonces. Como el ácido lisérgico disfrazado de aspirina infantil, el envoltorio parecía tranquilizadoramente inocuo, pero el contenido era capaz de afectar a cualquiera de una forma extraña. Para mí era la esencia de lo que se puede encontrar en la primera obra de Crumb, este acto equilibrado entre un trazo que podría ser encantador hasta para el mayor paleto de nariz callosa, y las ideas capaces de sobrecoger al radical más extremo. Es un enfoque que logra que incluso las creaciones más extravagantes de Crumb se desliguen de los arquetipos del S. XX, y más importante aún, hagan más accesibles incluso sus visiones personales a un público que va más allá de los confines privilegiados y reducidos de los visitantes de galerías de arte... pero me estoy adelantando en mi relato.

La verdad es que no me compré aquel número de "Oz", por lo menos no en ese momento. Mi limitada economía hacía que incluso un gasto inesperado de dos chelines y seis peniques pareciese imprudente, y por encima de todo, tenía la fuerte sospecha de que seguramente mis padres se cabrearían mucho cuando descubriesen que una publicación tan abiertamente depravada reposaba escondida entre la colección casi completa de los Cuatro Fantásticos de su hijo. (Y tal y como resultó más tarde, estaba en lo cierto. Pero sin embargo, entonces era más alto que cualquiera de ellos, por lo que pude resolver la disputa sin problemas.) Por otro lado, aunque para sumergirme totalmente en la obra de Crumb y el resto de historietistas underground tendrían que pasar algunos meses, esa imagen de portada continuó martirizándome, porque implicaba todo un mundo sin descubrir de delicias similares.

Cuando por fin llegó, mi entrada en ese mundo vino acompañada por un fenómeno que entonces fue toda una novedad, y éste fueron las tiendas de cómics. Me doy cuenta de que en 1988 esos pequeños diablos están por todas partes, pero en el ´67 y en el ´68 sólo había un establecimiento parecido en toda Inglaterra, el “Dark They Were and Golden Eyed” de Londres. Tal y como su nombre sugiere, como muchas otras tiendas de la época estaba montado a horcajadas y sin dificultad encima de dos cometidos similares: vender libros de fantasía y ejercer como “headshop”. Así que no fue demasiado sorprendente que cuando los primeros comix underground americanos empezaron a filtrarse hacia este lado del Atlántico, apareciesen en las estanterías de estas tiendas, o por lo menos bajo sus mostradores.

Creo que la primera publicación underground completa por la que pagué un buen dinero fue una antología pirata holandesa de Real Free Press titulada “Gung-Ho!”, que reimprimía (presumiblemente sin pagar, acorde con el espíritu de los tiempos) un amplio muestrario de tiras de diferentes luminarias de la primera escena underground. El tomo contenía primeros ejemplos de "Spain", Gilbert Shelton, Kim Deitch y Robert Williams, junto con Wilson, Lynch, Griffin y Moscoso, y otra pandilla de artistas que rápidamente se convertirían en favoritos perdurables y fuente de inspiración. Sin embargo, el puesto de honor era para Crumb, porque disponía de cierto número de historias vintage que incluían el clásico “Meatball”, que abría la antología. Decir que este tomo me produjo una profunda impresión sería atenuar las cosas. Las frases que aparecían en él empezaron a formar parte de mi vocabulario, extrañeces ilógicas que se podían insertar sin esfuerzo y con toda impunidad en las conversaciones de cualquier fiesta de adolescentes llena de porros y cerveza, expresiones que iban desde el grito de guerra de Crumb en “Meatball!” hasta el inmortal clasicismo “I cant´s see jackshit! Got an eyeful of busted shades!” de S. Clay Wilson.

Me enganché de la peor forma posible, y a partir de ese momento busqué vorazmente cualquier título al que se pudiese aplicar la palabra “underground”, a pesar de los méritos que pudiese poseer realmente. Joven e impresionable como era, los diferentes favoritismos aumentaban y disminuían. Mi enamoramiento por el deslizamiento opiáceo de Dave Sheridan podía dar paso a los esquizofrénicos paisajes de cromo de Robert Williams, o a los fluidos y metamórficos continuos dibujados por Víctor Moscoso.

Pero sin embargo, Crumb permanecía sobre todos ellos como la espina dorsal del género, y aunque otros dibujantes pudiesen cautivarme y fascinarme en su respectivo momento, siempre existía un lado extra de excitación cuando veía el último número de Zap, ya sobado, asomando desde el estante de cómics en el rincón más oscuro de la tienda.

Si el desarrollo de Crumb se hubiese detenido, si se hubiese parado exactamente tal y como se encontraba en los sesenta, entonces probablemente hubiese permanecido como mi favorito, una rodaja de nostalgia despedazada en el tiempo que podría coger y admirar de vez en cuando. Pero por supuesto, no se detuvo ni por un segundo, y creo que es en esa evolución donde reside su mayor triunfo.
Recapitular dicho desarrollo puede plantear un problema por culpa de la desigual distribución que ha sufrido la obra de Crumb por mi tierra, y no tengo duda alguna de que el historiador de Crumb (¿existe tal cosa? Así lo creo. Debería.) encontrará muchas cosas con las que no estará de acuerdo en el siguiente resumen, pero después de todo, esto es un artículo subjetivo, así que lo contaré tal y como yo lo pude vivir.

Los primeros trabajos de Crumb ofrecen una plena sensación juvenil de deleite y exuberancia, una sensación de júbilo de estar trabajando en el medio del cómic con acceso total a todos sus variados iconos y encantos. Los personajes de estas primeras historias aún resultan extraños, macabros o ridículos, pero parecen ser apropiados personajes de cómic en dos dimensiones. Sus personalidades, situaciones y diálogos están estilizados hasta el punto de que comparten el mismo territorio “slapstick” que, por decir algo, “Heckle and Jeckle”. En oposición a los cuervos listillos propensos a las travesuras, Forky O´Donnell es un desagradable chico gordito propenso a apuñalar a la gente con un cuchillo de cortar. Sus grotescas bromas están narradas de la misma forma que las más inocuas bromas presentadas por los personajes de los dibujos animados, hasta en los momentos de camaradería y de guiño al lector de las viñetas finales. Creo que en las historias de Crumb esta jocosa presentación queda desmentida por las violentas y perturbadoras temáticas que aparecen en la historia, convirtiéndose así en un producto oscuro y diferente, levantando todo tipo de nuevas e inquietantes cuestiones sobre la propia naturaleza de la forma: ¿trinchar con los dientes de un tenedor las cuencas de los ojos de alguien es un acto de violencia irracional más perturbador que el de Jerry Mouse decidiendo caprichosamente que la mejor forma de aplastar el frágil cráneo de Tom Cat es tirándole una pesada bola de acero de los bolos? Sencillamente, ¿nos perturba más la tira de Crumb porque Forky es reconocible como humano después de todo, mientras que Tom y Jerry, a pesar de todos sus obvios rasgos humanos, al menos tienen el buen gusto y el decoro de disfrazarse con trajes animales antes de mutilarse el uno al otro? Cualquiera que sea la respuesta a estas difíciles preguntas, la ironía que desencadenan siempre reposará en la yuxtaposición de las peligrosas sensibilidades de Crumb, su casi servil recreación de las tradiciones del “mainstream” y sus astracanadas de humor juvenil. Sus figuras pueden golpearse las cabezas, ver las estrellas, decir “¿Qué demonios...!!?” y expulsar gotas de sudor cuando están consternadas, justo como lo harían los personajes de dibujos animados que se supone que son. Y luego cogen y se follan a su hija apenas adolescente, o denuncian la perversidad del capitalismo internacional, todo sin el menor cambio en el ritmo.

Sin embargo, según han ido pasando los años el dinamismo en la obra de Crumb parece haber cambiado. No ha ocurrido de la noche a la mañana, pero el aspecto de tiras como “Leonore Goldberg and her Girl Commandos” parecía indicar que el artista se había empezado a inclinar por una nueva especie de naturalismo en los diálogos y la narrativa, junto con algo que casi parecía abordar la seriedad tanto en la forma de narrar como en los contenidos. Efectivamente, parecía que en las tiras seguían disponibles todas las características de los primeros tiempos de Crumb, pero también había cierta sensación gradual, al menos yo la podía ver, de que Crumb se estaba haciendo más impaciente, o que simplemente se había cansado de subvertir los “cartoons” de su juventud. Parecía como si sintiese la necesidad de madurar y estuviese buscando un territorio donde hacerlo.

Los historiadores seguramente desecharán la apreciación referida a continuación sobre una oscura historia de transición de 1972 que he estado examinando, pero apostaría mi dinero a que Crumb encontró en ella lo que estaba buscando para el material que empezó a producir a partir de mediados de los setenta en el ejemplar Arcade, The Comics Review, seguramente el mejor título que haya agraciado el medio desde los días de apogeo del mismísimo Mad.

Encontré los Arcade números 2 y 3 en 1975, después de un largo y sombrío tramo en el que parecía que no había nada con verdadero vigor emergiendo desde el underground, una clasificación que parecía haber fallecido tranquila e ignominiosamente en su lecho de muerte. Atraído por el inusual formato de postal, la portada de Crumb y la lista de participantes, me hice con la revista y me quedé completamente asombrado.
Los logros de Bill Griffith y Art Spiegelman en Arcade eran considerables, y merecerían un comentario más amplio que el que ahora me dejan el espacio y el tiempo, pero por decirlo brevemente, quizá Arcade fuese el último comix underground de la primera oleada original, además de encontrarse en su mejor momento. Al mismo tiempo, gracias a su eclecticismo logró allanar el camino de títulos posteriores al underground que aparecieron a lo largo de los últimos años, incluyendo Raw y el propio Weirdo de Crumb. También introdujo novedades para el público del comix underground, elevando astutamente la competente ilustración psicodélica hacia lo que parecía toda una nueva escuela de brillantes y sorprendentes primitivos como Mark Beyer o Aline Kominsky. Además ejerció de escaparate para artistas nuevos y radicalmente diferentes. De alguna forma Arcade pareció estimular la obra de los artistas underground de largo recorrido de manera que permanecerá como lo mejor que han hecho nunca. Muy cierto en el caso de "Spain Rodriguez", cuyo “Stalin”, en el cuarto número de Arcade, sigue siendo una de mis historias cortas de cómic favoritas de todos los tiempos, y también en el caso de Robert Crumb.

Cuando nos fijamos en la seguridad que muestra en cada trazo de su obra para Arcade, nos damos cuenta de que Crumb había encontrado nuevos pastos. Además, con cada nuevo número de Arcade parecía que la obra de Crumb se fortalecía más aún. Apenas me había recuperado del duro pesimismo repleto de sentido producto de la lectura de la historia autobigráfica de Crumb en “This Here Modern America”, cuando llegaba su poderoso y sensible retrato de los primeros bluesman campestres en “That´s Life”. Esta historia, que logra trazar el auge y caída de toda una sección de la industria musical mientras nos cuenta una poderosa historia humana, me parece una de las mejores cosas que Crumb haya hecho nunca. Una crítica triste y amarga que, no obstante, está realizada con verdadero calor humano. Desde un punto de vista más técnico, es probable que la obra más llamativa del período Arcade de Crumb sea la historia “Those Cute Little Bearzy Wearzies”, del sexto Arcade. Un pedazo llano y relativamente sin incidentes de la vida de alquileres miserables contada a través de una secuencia hipnótica de pequeñas viñetas de idéntico tamaño. Se podría leer como una especie de "última estancia en Disneylandia". La monotonía intencionada de su ritmo te mantiene alejado de los grandes eventos emocionantes o las resoluciones dramáticas, obligando al lector a centrarse en los sencillos hechos mundanos de la vida de los personajes. Vemos las descripciones con las que se explican los personajes a sí mismos, sus fortalezas y debilidades, su amor fluctuante por el otro y lo desamparado de su situación. Silenciosa y discreta de una manera que tipifica el resto del último material de Crumb, esta tira me fascinó tanto entonces como lo sigue haciendo ahora.

Después del triste fallecimiento de Arcade y del colapso de los últimos vestigios de la escena original de comix underground, me pude dar cuenta de que como admirador de Crumb, los siguientes años serían magros en comparación, al menos si hablamos en términos de producción disponible. Quizás las cosas fuesen diferentes en ese lado del charco, pero sólo puedo recordar que durante ese período me pillé una antigua copia de Mr. Natural, un Zap, o el excelente “Dirty Laundry”.
Afortunadamente, como fueron años en los que estuve bastante ocupado, me pareció que pasaban rápidamente en un “flash”. Los ochenta y el Weirdo se me echaron encima en lo que me pareció muy poco tiempo, mientras que la nueva década parecía estimular una nueva fase en el trabajo de Crumb. Al leer Weirdo por primera vez, sufrí el choque de la fascinante repulsión que normalmente suele acompañar a una nueva exposición a un estilo al que has acabado siendo irremediablemente adicto. Weirdo me dejó seco. No sólo por el material de Crumb... el resto también era interesante, y en en la mayoría de casos era francamente maravilloso. Peter Bagge, Dori Seda, Raymond Pettibon, Ace Backwords y el resto que habían contribuido con su obra y que estaban cumpliendo la promesa implícita en el Arcade demostrando que había vida sana retorciéndose más allá del comix underground. En cuanto a Crumb... bueno, en mi opinión estaba mejor que nunca. En su producción actual había una madurez y un control ausentes en el material anterior sin perder ni un ápice de su toque experimental limítrofe: el relato “Psychopathia Sexualis”, la historia de las extrañas visiones pentecostales de Phillip K. Dick, la retrospectiva sobre los sesenta, o la crisis de la mediana edad de Crumb, detallada de forma típicamente honesta. Por no hablar de la historia de Boswell, y la de Jelly Roll Morton... mierda. Ha sido justo en este momento cuando me he dado cuenta de que el listado se me ha terminado escapando de las manos, que nunca había pensado en cuántas obras extraordinarias lleva haciendo Crumb en los últimos años. Fácilmente podría añadir a la lista anterior otra media docena de historias del Weirdo, y todas ellas se podrían encontrar entre lo mejor que este hombre ha realizado nunca en papel. ¿Cómo hostias ha podido hacer todo esto?

Resumir todo este lío incoherente me resulta difícil, pero si esto va de algo, es de lo que Crumb significa para mí y sobre lo que ha ido creciendo en-estos-cristo-bendito-no-puede-ser-últimos-veinte-años en la obra de Crumb, y lo que ha significado para todos nosotros: extensiones de la contra-cultura que fueron su origen. A juzgar por sus meditaciones publicadas, Crumb tropezó a mediados de los sesenta con el mismo estado feliz e ingenuo con el que lo hicimos el resto de nosotros. Como nosotros, expulsó la mierda de su interior muy lentamente. Mientras que alguna vez nos pareció posible que el gobierno de los Hombres Blancos iba a poder ser redimido mediante el poder del sexo, de repente todo pareció que se caía en pedazos. Sucedieron Manson y Altamont, ambos fielmente reflejados en el “Jumpin´ Jack Flash” de Crumb. Nixon fue elegido, y todos nos encontramos de repente en la década de Snoid.

Los setenta, que finalmente empezaron a naufragar en lo que precisamente no fue una carga de caballería de última hora, y aquello que cariñosamente se consideraba como “nuestra” cultura, fueron casi totalmente erradicados en diez años, sorprendiendo a Crumb con un talante fiel reflejo de los tiempos. En su obra para Arcade parecía que Crumb estaba llevando a cabo un vistazo más amplio de la condición humana sin sacar algo positivo en claro. Muchos de nosotros nos sentíamos de igual forma, pero sólo Crumb tuvo la habilidad de articular ese “zeitgeist” particularmente hueco usando lindos ositos para mostrarnos cómo la gente argumenta, jode, aspira y vive sin ninguna razón o propósito claramente definidos, o para hablar sobre la breve carrera del intérprete de blues itinerante que sugería que no sólo el futuro sería probablemente menos amable con nosotros que el presente, sino que también lo convertiría en mierda remasterizada para el mercado de la nostalgia.

La esperanza que se podía encontrar en la obra de Crumb de la época era muy escueta, excepto por el hecho tangible de la existencia de la propia obra. Crumb estaba preparado para observar cómo se hundía toda la basura y afrontar las consecuencias. Muchas personas de la misma edad no se atrevieron a hacer lo mismo, y ahora están conduciendo Porsches y trabajando en bolsa.

De igual forma, aunque el contenido de Weirdo nunca se podría tachar de soleado y optimista, visto bajo el contexto de los tiempos me parece un deslumbrante signo esperanzador. El deslizamiento hacia la visible desesperación que puede verse en el material de los setenta tampoco fue terminal, ni para Crumb ni para nosotros mismos. En algún sitio, entre líneas, esa depresión tocó fondo y empezamos a llegar a un acuerdo sobre lo que había pasado y pudimos empezar a construir a partir de ese punto. Si el descenso hasta las profundidades hubiese sido definitivo, habría facilitado que todos nosotros tuviésemos que escuchar a Crumb durante los ochenta en una secuencia de quejas que irían disminuyendo de forma gradual. No fue el caso. En su lugar hemos podido disfrutar de una asombrosa variedad de tiras enlazadas tan sólo por la gracia con la que estaban ejecutadas y su eclecticismo vertiginoso. Fuese contando sueños, reminiscencias, biografías de famosos u oscuras historias sexuales, sus últimas creaciones señalan que es un hombre que se encuentra profundamente interesado por el mundo, y que está decidido a examinar hasta sus rincones más remotos y excéntricos.
Ciertamente, los tiempos que estamos viviendo en la actualidad parecen mucho peores que los que personalmente hemos vivido hasta la fecha. No sé si ese “Los hombres malvados siguen avanzando entre nosotros” es algo que también está ocurriendo en tu país, pero sin duda, aquí los veo dando un paseo de calentamiento por mi manzana. Como se suele decir, estamos comandados por gente de modales muy abruptos (es cierto, la obra de Robert Crumb y la del resto de participantes de Weirdo refleja lo mismo). Sin embargo, como ocurre con Raw, que las cosas puedan parecer una simple postura ocasional de sonrisa nihilista se puede desmentir fácilmente por el simple hecho de que alguien está lo suficientemente preocupado como para haber impreso estas cosas en papel Bristol. El trabajo de Crumb es el epítome de este hecho, mucho más que el de cualquier otro en el que pueda pensar. Echa un vistazo a sus sketchbooks y te darás cuenta de hasta qué punto es capaz de preocuparse por una pila de leña o por la luz reflejada en la frente de su esposa, o por un rincón de su patio trasero, y si eso no te hace sentir mejor con el mundo en el que vivimos, entonces dile a un amigo que te pellizque para comprobar si estás vivo.

Esto es para ti, Bob. Puede que sean trazos en un papel, pero no sólo son trazos en un papel. Sospecho que lo has sabido desde hace mucho tiempo.

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Nota: el artículo de Alan Moore cierra los 28 ensayos que aparecieron en el tercer número de la recomendable (y difunta) revista Blab! Al final del artículo titulado "Comentarios sobre Crumb" que los englobaba aparecían los siguientes agradecimientos:

Gracias especiales a Drew Friedman, Charles Burns, Xno, Joe Coleman, Richard Sala, Carole Sobocinski, Mark Alvarado y a todos los que han contribuido a este número de Blab. Gracias extra especiales a: Ben Spinelli, Jerry Risch y Jerry Risch Jr., Allen Anderskow, Linda M. Zelenick, Laurie Beauchamp y Denis Kitchen.

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