Introducción de Alan Moore para "Erotic Comics: A Graphic History" Volume 2, 2008. Traducción: Frog2000.
La pornografía, del griego pórnë, o ramera, más graphos, que significa dibujar o escribir, es un impulso tan antiguo como la Humanidad. La encontramos durante nuestra infancia cultural, nos agachamos en nuestras cuevas agarrando una Venus de Willendorf como compañía, y estuvo allí durante nuestras infancias, garabateada apresuradamente con un bolígrafo en las paredes del lavabo o sumergida en chistes juguetones, sucios y confusos. Incluso entonces, detrás de los cobertizos para bicicletas, nos informaron que incluso si no las entendíamos del todo, estas narraciones no se debían compartir con nuestros padres. Eran rutinas que podían meternos en problemas, aunque qué tipo de problemas podían ser no estaba del todo claro. Tal vez se redujera a: "¿Qué ocurriría si tu madre te escuchase contar esa historia? ¿Qué pasaría si encontrase esa copia doblada de The Carpetbaggers que siempre cae abierta por la escena lésbica? ¿Y si se topase con ese sucio dibujo que has hecho?" Por dejarlo claro: "¿Qué pasa si alguien como tu madre, alguien decente, se enterase que piensas en el sexo y que tienes una identidad sexual en pleno desarrollo? ¿Qué ocurriría entonces?"
Por lo tanto, moderamos nuestro lenguaje y reservamos nuestra lascivia para aquellos congéneres de nuestra misma edad y género que sabemos que son tan secretamente depravados como nosotros. Asumimos una selectiva actitud furtiva y, con ello, toda una plétora de ideas y suposiciones: aceptamos que por un lado existe una clase de personas, personas decentes donde incluimos a nuestros padres, clérigos y maestros en su mayor parte, a los que no se les ha ocurrido una idea lasciva en toda su vida. Además, nos convencemos de que nosotros mismos formamos parte de la minoría indecente y degradada más propensa a tales nociones, y que sería mejor que nos las guardásemos para nosotros, sin darnos cuenta de que es exactamente lo mismo que están haciendo todos los demás. Por lo tanto, incorporamos diferentes grados de vergüenza en nuestros esquemas sexuales de una forma innecesaria, tanto en cuanto como individuos como sociedades, conceptos de los que resulta difícil despojarnos más tarde, incluso aunque sepamos perfectamente lo que son.
La historia de los intentos de la Iglesia o del Estado de eliminar o controlar los impulsos eróticos en el Arte se puede encontrar bien documentada en otra parte, y probablemente se resume perfectamente señalando que es evidente que dichos intentos nunca han funcionado, o lo han hecho de una forma imperfecta: la pornografía esta ahora más generalizada y extendida que nunca y, sin embargo, todavía se crea y se "goza" en el anonimato culpable. Efectivamente, se nos oferta una mayor variedad de material para poder sentirnos mal, lo peor de ambos mundos. Aun así, parece estar claro que al igual que en la guerra contra el terror, las drogas, o cualquier otra abstracción similar, en la larga guerra de desgaste emprendida contra la pornografía no se puede vencer. El debate sobre si debería haber pornografía o no se convierte en irrelevante por el simple hecho de su existencia continuada. Legislarla resulta inútil, porque ni siquiera es una cuestión de leyes. Sería mejor emplazar la discusión hacia el terreno ético y estético, aceptando que la pornografía existe y preguntarnos sencillamente si es o no buena en cuanto a su ejecución, o contemplarla desde una perspectiva sociopolítica.
Me sorprende que el medio del cómic, con su larga historia de relación con el erotismo, disponga de una ventaja particular sobre el resto de medios al acometer de forma exitosa la representación visual del acto sexual: al igual que el cuidadoso posado de desnudos en un extravagante teatrillo en vivo victoriano, las figuras en la viñeta de un cómic no tienen movimiento. Todas las contorsiones poco elegantes e incluso, a veces, cómicas del acto en sí se pueden eliminar, imaginando que ocurren en algún lugar entre viñetas, dejando solo las imágenes y los momentos más perfectamente construidos que nos interesan. Esto le permite tanto al autor como al espectador asumir la distancia estética necesaria, por lo que pueden contar o disfrutar de una historia sin la distracción de las desafortunadas expresiones faciales del hombre protagonista, o los arrebatos guturales y la percusión cárnica de la banda sonora. Y lo que es más importante, ya que todos los participantes son imaginarios y están hechos de nada, excepto tinta y papel, sin la necesidad de modelos / actrices / o lo que sea, entonces el espectador puede estar seguro de que no existe una fea y coercitiva intra-historia detrás de la falsa sonrisa placentera de la mujer. Todo lo que vemos verdaderamente desnudo y expuesto en una historia erótica contada en un cómic es la imaginación sexual de los autores, y eso, en última instancia, es lo único por lo que deberíamos criticar o juzgar la obra. Si una idea sexual es mórbida o banal, si está mal expresada, indiquémoslo sin temor a terminar del lado de la censura, la negación o la represión.
Si debemos tomarnos seriamente el erotismo como un género, para hacerlo prosperar y que evolucione, entonces tiene que convertirse en uno discriminatorio y mostrar que posee algún tipo de normas, algo por lo que aún podamos respetarlo a la mañana siguiente. Dado que todos estos juicios estéticos son subjetivos, discutamos ferozmente sobre dónde establecer el listón, siempre que todos estemos de acuerdo en que existe uno, una línea divisoria que separa las obras capaces de provocar genuino deleite de las que no tienen más valor que el arrugado kleenex que acompañó su génesis.
Es probable que respondiendo a sus gustos individuales, el lector encuentre obras de ambas categorías en el interior de este tomo de bella presentación. Cuando intente decidir cuál es cuál, debería intentar ser misericordioso y recordar que crear una obra pornográfica graciosa o satisfactoria es mucho más difícil de lo que parece, tal vez porque hasta el momento, existen pocos buenos ejemplos del género como modelo. La pornografía es muy parecida a la poesía adolescente: hay gran cantidad porque es algo muy fácil de hacer, y gran parte de la misma es absolutamente terrible porque es muy difícil hacerlo bien. Por favor, que tenga también en cuenta que, al estar casado con la exquisita Melinda Gebbie, me he convertido en un esnob del porno con unos estándares poco prácticos.
Dicho esto, la amplitud del material incluido debería garantizar que cada lector será recompensado con alguna gema de mérito duradero, si no varias. La mera profusión de los trabajos en este documento, expresados con diferentes materiales y gran variedad de estilos, sugieren que, si eres capaz de ver más allá de todos los gusanos y el estiércol, te encontrarás con un campo saludable y lleno de vitalidad. Por mi parte, me ha complacido encontrar ofertas inteligentes y generosamente maduras de autores favoritos personales como Howard Cruse, junto con nuevos descubrimientos como Jess Fink y sus formas líquidas y elegantemente estilizadas. Artistas como ellos se las arreglan para brindar el ímpetu progresivo que, con suerte, permitirá que el cómic erótico crezca y prospere en el Siglo venidero, y se alce por encima del atolondramiento de los DVDs de Animadoras Anales y los más dudosos rincones de Internet y su potencial de depredación o subyugamiento. Menuda red informática mundial estamos tejiendo. [Juego de palabras, en el original: "What a tangled world wide web we weave.]
A modo de conclusión, recuerdo un incidente que me sucedió ayer cuando estaba sentado en una sucursal del Café Nero (¿por qué no Café Heliogábalo?, me suelo preguntar, ¿o Café Calígula?). Una chica que conozco de un establecimiento cercano donde compro cantidades industriales de un champú que promete detener el tráfico por lo brillante que deja el pelo entró en la cafetería acompañada de su madre, y me dijo que acababa de comprar una copia firmada de "Lost Girls", el maratón pornográfico que mi esposa y yo habíamos completado recientemente. La madre de la joven también fue muy efusiva en sus elogios, quedando muy impresionada por las florituras en la presentación y el diseño del libro. Aunque breve, nuestra conversación fue un agradable y civilizado ejemplo de una charla transgeneracional en público sobre el tema de la pornografía que hubiera sido improbable celebrar incluso hace solo cinco años. Lo que quiero decir es que debes absorber el contenido de este libro, y hacerlo sin sentir vergüenza. Puede que algunas cosas te recuerden los garabatos de inodoro y las anécdotas insondables de patio de recreo que fueron nuestra puerta de entrada, pero otras tienen una calidad y una procedencia más deslumbrantes que cualquier otra cosa que puedas encontrar en un escondrijo misterioso entre los arbustos de tu parque más cercano. Deberías sentirte absolutamente libre de reaccionar como mejor te parezca, ya sea riendo, vomitando con disgusto, o simplemente liberando estrés en privado rememorando tus anhelos prohibidos. E independientemente de cómo reacciones, por favor, no te preocupes si te pilla tu madre. Si la conozco bien, sé que se conseguirá su propia copia.
Alan Moore, Northampton, Reino Unido
La pornografía, del griego pórnë, o ramera, más graphos, que significa dibujar o escribir, es un impulso tan antiguo como la Humanidad. La encontramos durante nuestra infancia cultural, nos agachamos en nuestras cuevas agarrando una Venus de Willendorf como compañía, y estuvo allí durante nuestras infancias, garabateada apresuradamente con un bolígrafo en las paredes del lavabo o sumergida en chistes juguetones, sucios y confusos. Incluso entonces, detrás de los cobertizos para bicicletas, nos informaron que incluso si no las entendíamos del todo, estas narraciones no se debían compartir con nuestros padres. Eran rutinas que podían meternos en problemas, aunque qué tipo de problemas podían ser no estaba del todo claro. Tal vez se redujera a: "¿Qué ocurriría si tu madre te escuchase contar esa historia? ¿Qué pasaría si encontrase esa copia doblada de The Carpetbaggers que siempre cae abierta por la escena lésbica? ¿Y si se topase con ese sucio dibujo que has hecho?" Por dejarlo claro: "¿Qué pasa si alguien como tu madre, alguien decente, se enterase que piensas en el sexo y que tienes una identidad sexual en pleno desarrollo? ¿Qué ocurriría entonces?"
Por lo tanto, moderamos nuestro lenguaje y reservamos nuestra lascivia para aquellos congéneres de nuestra misma edad y género que sabemos que son tan secretamente depravados como nosotros. Asumimos una selectiva actitud furtiva y, con ello, toda una plétora de ideas y suposiciones: aceptamos que por un lado existe una clase de personas, personas decentes donde incluimos a nuestros padres, clérigos y maestros en su mayor parte, a los que no se les ha ocurrido una idea lasciva en toda su vida. Además, nos convencemos de que nosotros mismos formamos parte de la minoría indecente y degradada más propensa a tales nociones, y que sería mejor que nos las guardásemos para nosotros, sin darnos cuenta de que es exactamente lo mismo que están haciendo todos los demás. Por lo tanto, incorporamos diferentes grados de vergüenza en nuestros esquemas sexuales de una forma innecesaria, tanto en cuanto como individuos como sociedades, conceptos de los que resulta difícil despojarnos más tarde, incluso aunque sepamos perfectamente lo que son.
La historia de los intentos de la Iglesia o del Estado de eliminar o controlar los impulsos eróticos en el Arte se puede encontrar bien documentada en otra parte, y probablemente se resume perfectamente señalando que es evidente que dichos intentos nunca han funcionado, o lo han hecho de una forma imperfecta: la pornografía esta ahora más generalizada y extendida que nunca y, sin embargo, todavía se crea y se "goza" en el anonimato culpable. Efectivamente, se nos oferta una mayor variedad de material para poder sentirnos mal, lo peor de ambos mundos. Aun así, parece estar claro que al igual que en la guerra contra el terror, las drogas, o cualquier otra abstracción similar, en la larga guerra de desgaste emprendida contra la pornografía no se puede vencer. El debate sobre si debería haber pornografía o no se convierte en irrelevante por el simple hecho de su existencia continuada. Legislarla resulta inútil, porque ni siquiera es una cuestión de leyes. Sería mejor emplazar la discusión hacia el terreno ético y estético, aceptando que la pornografía existe y preguntarnos sencillamente si es o no buena en cuanto a su ejecución, o contemplarla desde una perspectiva sociopolítica.
Me sorprende que el medio del cómic, con su larga historia de relación con el erotismo, disponga de una ventaja particular sobre el resto de medios al acometer de forma exitosa la representación visual del acto sexual: al igual que el cuidadoso posado de desnudos en un extravagante teatrillo en vivo victoriano, las figuras en la viñeta de un cómic no tienen movimiento. Todas las contorsiones poco elegantes e incluso, a veces, cómicas del acto en sí se pueden eliminar, imaginando que ocurren en algún lugar entre viñetas, dejando solo las imágenes y los momentos más perfectamente construidos que nos interesan. Esto le permite tanto al autor como al espectador asumir la distancia estética necesaria, por lo que pueden contar o disfrutar de una historia sin la distracción de las desafortunadas expresiones faciales del hombre protagonista, o los arrebatos guturales y la percusión cárnica de la banda sonora. Y lo que es más importante, ya que todos los participantes son imaginarios y están hechos de nada, excepto tinta y papel, sin la necesidad de modelos / actrices / o lo que sea, entonces el espectador puede estar seguro de que no existe una fea y coercitiva intra-historia detrás de la falsa sonrisa placentera de la mujer. Todo lo que vemos verdaderamente desnudo y expuesto en una historia erótica contada en un cómic es la imaginación sexual de los autores, y eso, en última instancia, es lo único por lo que deberíamos criticar o juzgar la obra. Si una idea sexual es mórbida o banal, si está mal expresada, indiquémoslo sin temor a terminar del lado de la censura, la negación o la represión.
Si debemos tomarnos seriamente el erotismo como un género, para hacerlo prosperar y que evolucione, entonces tiene que convertirse en uno discriminatorio y mostrar que posee algún tipo de normas, algo por lo que aún podamos respetarlo a la mañana siguiente. Dado que todos estos juicios estéticos son subjetivos, discutamos ferozmente sobre dónde establecer el listón, siempre que todos estemos de acuerdo en que existe uno, una línea divisoria que separa las obras capaces de provocar genuino deleite de las que no tienen más valor que el arrugado kleenex que acompañó su génesis.
Es probable que respondiendo a sus gustos individuales, el lector encuentre obras de ambas categorías en el interior de este tomo de bella presentación. Cuando intente decidir cuál es cuál, debería intentar ser misericordioso y recordar que crear una obra pornográfica graciosa o satisfactoria es mucho más difícil de lo que parece, tal vez porque hasta el momento, existen pocos buenos ejemplos del género como modelo. La pornografía es muy parecida a la poesía adolescente: hay gran cantidad porque es algo muy fácil de hacer, y gran parte de la misma es absolutamente terrible porque es muy difícil hacerlo bien. Por favor, que tenga también en cuenta que, al estar casado con la exquisita Melinda Gebbie, me he convertido en un esnob del porno con unos estándares poco prácticos.
Dicho esto, la amplitud del material incluido debería garantizar que cada lector será recompensado con alguna gema de mérito duradero, si no varias. La mera profusión de los trabajos en este documento, expresados con diferentes materiales y gran variedad de estilos, sugieren que, si eres capaz de ver más allá de todos los gusanos y el estiércol, te encontrarás con un campo saludable y lleno de vitalidad. Por mi parte, me ha complacido encontrar ofertas inteligentes y generosamente maduras de autores favoritos personales como Howard Cruse, junto con nuevos descubrimientos como Jess Fink y sus formas líquidas y elegantemente estilizadas. Artistas como ellos se las arreglan para brindar el ímpetu progresivo que, con suerte, permitirá que el cómic erótico crezca y prospere en el Siglo venidero, y se alce por encima del atolondramiento de los DVDs de Animadoras Anales y los más dudosos rincones de Internet y su potencial de depredación o subyugamiento. Menuda red informática mundial estamos tejiendo. [Juego de palabras, en el original: "What a tangled world wide web we weave.]
A modo de conclusión, recuerdo un incidente que me sucedió ayer cuando estaba sentado en una sucursal del Café Nero (¿por qué no Café Heliogábalo?, me suelo preguntar, ¿o Café Calígula?). Una chica que conozco de un establecimiento cercano donde compro cantidades industriales de un champú que promete detener el tráfico por lo brillante que deja el pelo entró en la cafetería acompañada de su madre, y me dijo que acababa de comprar una copia firmada de "Lost Girls", el maratón pornográfico que mi esposa y yo habíamos completado recientemente. La madre de la joven también fue muy efusiva en sus elogios, quedando muy impresionada por las florituras en la presentación y el diseño del libro. Aunque breve, nuestra conversación fue un agradable y civilizado ejemplo de una charla transgeneracional en público sobre el tema de la pornografía que hubiera sido improbable celebrar incluso hace solo cinco años. Lo que quiero decir es que debes absorber el contenido de este libro, y hacerlo sin sentir vergüenza. Puede que algunas cosas te recuerden los garabatos de inodoro y las anécdotas insondables de patio de recreo que fueron nuestra puerta de entrada, pero otras tienen una calidad y una procedencia más deslumbrantes que cualquier otra cosa que puedas encontrar en un escondrijo misterioso entre los arbustos de tu parque más cercano. Deberías sentirte absolutamente libre de reaccionar como mejor te parezca, ya sea riendo, vomitando con disgusto, o simplemente liberando estrés en privado rememorando tus anhelos prohibidos. E independientemente de cómo reacciones, por favor, no te preocupes si te pilla tu madre. Si la conozco bien, sé que se conseguirá su propia copia.
Alan Moore, Northampton, Reino Unido
No hay comentarios:
Publicar un comentario