lunes, 30 de enero de 2012

LA POLÍTICA Y LA MORALIDAD DE LAS CLASIFICACIONES Y LA AUTO-CENSURA, por Alan Moore.

La política y moralidad de las clasificaciones y la auto-censura, por Alan Moore. The Comics Journal nº 117, Septiembre de 1987. Traducido por Frog2000.

El siguiente artículo, aparecido previamente como editorial invitada en la edición del 13 de febrero del Comics Buyer´s Guide, intentaba formar parte del clamor general que levantaron muchos de los creadores de comic book acerca de las directrices sobre la censura enarboladas por parte de DC y su sistema de clasificaciones. Aunque algunos de estos creadores también se indignaron por no haber sido consultados para poder formular ellos mismos esas directrices, otros estimaron que el tema era mucho más profundo que todo esto, porque pudieron observar que el motivo de que DC hubiese dado el paso era toda una capitulación frente la presión ejercida por la derecha religiosa, consiguiendo mediante este proceso una represión de la creatividad, la libertad de expresión y la responsabilidad personal.

En el siguiente editorial, Alan Moore (guionista de La Cosa del Pantano y Watchmen), se cuestiona las maniobras morales y políticas detrás del posicionamiento que acababa de tomar la Industria a favor de la censura.

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A pesar de la distancia geográfica, después de observar lo más detenidamente que me ha sido posible cómo ha ido evolucionando el debate sobre las clasificaciones, me he podido dar cuenta de cómo los distintos creadores de cómic, contándome presumiblemente a mí mismo entre ellos, hemos sido insultados por casualidad como parte de lo que sólo puede ser percibido como una maniobra impulsada por la política más cruenta posible.

Se nos ha etiquetado como gente inmadura, irresponsable y carente de integridad. Hemos sido acusados de producir un material negativo e insalubre, y probablemente dañino, para el bienestar mental de los niños. También hemos sido acusados de crear material que “a cualquier persona cabal le haría retroceder con gesto de disgusto,” y además de todo esto, nos han achacado que lo hacemos con la única y simple intención de explotar este medio en busca de dinero fácil.

Como decía, no tengo ningún deseo de evangelizar ni convencer a nadie, ni tampoco ningún anhelo de manipular de alguna forma la opinión del lector medio de comic book, opinión supuestamente maleable que parece estar conformada por masilla blanda. Supongo que los lectores de este texto serán capaces de formar y mantener sus propias opiniones. Ese no es mi problema, y si sus opiniones coinciden con la mías tampoco creo que me vaya a interesar ni que sea durante un segundo. Aún así he sentido que frente a dichos abusos decepcionantemente personales, quizá debería explicar cuál es mi posicionamiento y por qué debo restringir severamente la futura aparición de mi obra en el mercado mainstream de los comics books. Por decirlo de alguna forma, tenía el deber de exteriorizar mi despedida.Ni por un momento he dudado de que otros puedan haber dicho lo mismo que yo de una forma mucho más clara. Hace poco, Steven Grant exponía 
en una magnífica carta de forma tan clara y lúcidamente cualquier pronunciamiento que yo mismo pueda emitir, y doy por cierto que su misiva consigue que mis declaraciones parezcan redundantes. Después de haberle dado bastantes vueltas a este debate sobre las calificaciones en el que nos han mezclado de la forma en que lo han hecho, he llegado a la conclusión de que no es un asunto ni simple ni de poca importancia. En realidad exige una reflexión más cuidadosa y no unos eslóganes repetitivos, por lo que teniendo en cuenta lo dicho, intentaré delinear la forma en que yo veo todo este asunto en todos sus variados aspectos y sin recurrir en ningún momento a la simplificación.

La forma más directa en la que me afecta este tema es como padre. Tengo dos hijas y mis responsabilidades personales hacia ellas las siento de forma muy intensa, aunque rara vez me he sentido impelido a mencionarlo en público, sea sentado en un comedor, en una columna editorial o en una revista sobre comic books. Quiero ofrecerlas el mayor número de oportunidades morales y psicológicas para que sean capaces de sobrevivir en un mundo que se encuentra en continuo cambio y en el que cada vez hay un incremento mayor de la precariedad.

El único rasgo de tremenda utilidad que veo que podría servirles de verdad es el conocimiento, incluyendo el conocimiento relacionado con las realidades de la vida a las que se van a ver inevitablemente arrojadas al inicio de su pubertad. Ese es el motivo por el que las permito leer todo lo que deseen. Si algo en concreto se encuentra más allá de su capacidad, suelen perder rápidamente el interés o terminan desechándolo. En el caso de que se topen con un tema que puede confundirlas o molestarlas (por cierto, algo que es mucho más probable que ocurra con el contenido de un periódico que con el de un comic book), entonces, sencillamente, lo mejor que puedo hacer es explicarlas el origen de su angustia o desconcierto de forma tan honesta y precisa como me sea posible. Mi hija de ocho años disfruta de aquellas partes de Watchmen que no son muy aburridas de leer y también la encanta todo “El Regreso del Señor de la Noche”, un tomo que se habrá leído algo así como una docena de veces. La pasada noche estuvo hojeando la obra, sin duda completamente negativa, insalubre y todavía sin clasificar creada por Will Eisner a la que tituló “Contrato con Dios”. Si os interesa, en particular disfrutó un montón con la historia titulada “The Super”. No creo que solo sea orgullo paterno lo que me lleva a describir a mis dos hijas como chicas creativas, brillantes, y sobre todo, felices.
Claro que conocen lo que es la violencia y el sexo. Una vez, cuando mi hija mayor tenía cinco años, volvió del colegio y me pidió dinero para empezar una colección. Cuando le pregunté para qué serie quería el dinero, me contestó que era para una que había enloquecido a uno de los hermanos mayores de una amiga del colegio y había asesinado a su madre con un cuchillo de cocina antes de darse la vuelta y dirigirse hacia su hermana menor, que afortunadamente había podido escapar, aunque con heridas graves. Esa era la colección que se le había antojado leer.

En ese mismo momento decidí que, si no podía evitar exponer a mis hijas a la brutalidad que van a tener que afrontar a lo largo de toda su vida, entonces, por lo menos las daría tanta información como necesitaran y de la que yo dispusiera para que pudiesen afrontarla. ¿Realmente les hacemos algún favor a los niños al mantenerlos ignorantes sobre aquellos aspectos del mundo de los adultos que nos avergüenzan, o que nos resultan demasiado embarazosos como para contárselos, y que de todas formas están abocados a heredar?

Si le hubiesen permitido a la editorial E.C. mostrar algunas historias más del estilo de la titulada “The Monkey” (
Shock SuspenStories nº 12) a más chicos en lugar de ser expulsada del negocio por personas a las que en realidad no les preocupaba demasiado los aspectos negativos de esos relatos, es posible que treinta años después Nancy Reagan hubiese tenido que patrocinar menos cómics en contra de las drogas.
Obviamente, todo lo que he escrito es una opinión personal que tan sólo aplico en mi propia casa, dentro de los límites comprendidos por mi propia familia. Reconozco que el resto de personas tienen otra forma de hacer las cosas y puede que encuentren que mi postura es demasiado extremista. Pero esa es su prerrogativa. Tienen todo el derecho a educar a sus hijos como ellos quieren, y si se toman la molestia de pasar un rato en contacto con lo que sus hijos leen y llegan a experimentarlo de la misma forma en que lo hago yo, supongo que podrán hablar con sus hijos sobre cualquier elemento que les parezca dudoso o incluso verse obligados a eliminarlo por completo, siempre según sus propias convicciones. Esos son sus derechos y obligaciones como padres, y ahí acaban, los míos incluidos.

Si por ejemplo yo descubriese que una de mis hijas está leyendo algo que yo encuentro sexual o políticamente ofensivo, por ejemplo, una novela romántica o uno de esos horribles textos sobre sexo y bondage ambientados en plantaciones de esclavos y que suelen enmascararse como ficción histórica, entonces o bien hablaré con ella sobre el tema, o intentaré mantener el libro alejado de su vista, y eso es todo.

Escribir a los editores de Barbara Cartland y solicitarles la inclusión de una pegatina en la portada de sus libros con la intención de avisar de que los materiales que contienen son descripciones de las relaciones humanas ofensivas y peligrosamente irreales sería algo tan absurdo como arrogante por mi parte. Ir más allá de eso podría suponer una invasión del derecho que tienen todos aquellos padres a sentir que las heroínas de Barbara Cartland representan buenos modelos de comportamiento para sus hijos, y además, atropellar el derecho que tienen sus hijos a disfrutar de dichas lecturas es algo que supongo que les molestaría mucho, y con razón.

Esta cuestión sobre la responsabilidad personal se termina revelando como el núcleo de todo este tema. Si algunos padres no quieren que sus hijos lean cierto tipo de publicaciones, o que vean cierto tipo de películas, entonces deberían prohibírselo, aunque a continuación tengan que hacer frente a todo el estrés familiar posterior que esa actitud podría provocar. Esperar que los creadores de cómics o las editoriales realicen la labor de policía de la moral es todo un acto de cobardía por parte de los cabezas de familia.

Para todos aquellos involucrados en la venta al por menor de los comic books o en su distribución, su posicionamiento resulta todavía más sencillo. Si algún distribuidor o minorista de los que se encuentran ahí fuera se siente moralmente angustiado por tener que vender algo escrito por mí, entonces él o ella son totalmente libres de dejar de venderlo o de distribuirlo, según sea el caso. Si están más preocupados por el dinero que pueden llegar a perder al aplicar sus principios, en lugar de por los riesgos éticos aludidos, entonces, para empezar les sugiero que es posible que estén haciendo alarde de un conjunto de pensamientos éticos bastante miserables. Lo mismo ocurre con los propios lectores de comic books.

En realidad, no es mi intención forzar a nadie ni quiero meterle mi material por su reacia garganta, y aconsejo a cualquiera que se sienta ofendido por mis guiones y publicaciones que simplemente deje de leerlas. Si eso los fuerza a tener que escoger entre la valía de su punto de vista moral como ser humano y la valía de aquellos títulos de cómics que conforman su colección, aún así, valiosos, he de decir que tampoco me preocupa gran cosa. Cualquiera que encuentre mi opinión aunque sea levemente espinosa, tiene demasiado poco respeto por sí mismo y por su código moral como para esperar cualquier actitud razonable por mi parte. Si dicha actitud le parece la propia de una persona arrogante, tal y como parecía dar a entender un reciente correo enviado al CBG, entonces bien pueden acusarme de lo que les plazca. Si todo esto no les gusta a determinadas personas acreditadas, por mi parte me lo tomaré como si los susodichos, aún teniendo la inteligencia suficiente para comprenderlo, les faltase sentido común, además de parecerme que únicamente muestran respeto por sus propias responsabilidades.

Más allá de las consideraciones parentales y personales incluidas en todo este debate, los aspectos políticos quizá sean los que me parecen más problemáticos. Cuando los críticos emplazan a los artistas y a las editoriales a que se muestren frente al mundo en general y frente a su patria en particular como el lugar más agradable y feliz en el que poder disfrutar de la mejor experiencia existente, o demandan que los retratos “inmaduros” de figuras autoritarias deberían ser representados como personajes menos corruptos o más decentes, y que en caso contrario deberían prohibirse, entonces tengo la convicción de que estamos siendo sometidos a ataques de cariz político disfrazados bajo la forma de un debate moral o cuasi-religioso, donde se antepone la optimista frase “la moral de la mayoría” a la más bien embarazosa mordedura de serpiente de los evangelistas que tanto parece afectar a sus seguidores.
Mientras que no tengo nada más que un tremendo respeto por la presunta filosofía de Jesucristo, no puedo ofrecer otra cosa que desprecio por toda esa gente que recurre o bien a su nombre o a cualquier otra pretensión de moralidad, mientras que, por ejemplo, atacan a Ed Asner por decir cómo se siente por lo que su país está haciendo en Centro América. Fue todo un auténtico ataque político contra su persona, de la misma forma que la insistencia en la infalibilidad de los líderes y la bondad esencial del mundo retratado en los comic books también me parece otro ataque político. En mi opinión, deberían tener las agallas suficientes como para llamar a las cosas por su nombre y el valor para ser respondidos con los mismos términos.

Todo esto podría explicar por qué, dispuesta a comparecer para hablar claro sobre la decencia moral o las virtudes cristianas, tu propia nación se permite llegar hasta una situación en la que los grupos de presión “morales” y “cristianos” de ciertos estados pueden forzar a quitar “El Mago de Oz” y “El Diario de Ana Frank” de las estanterías de las bibliotecas y luego exigir la eliminación de aquellos libros de texto que incluyan representaciones de dinosaurios.

También podría explicar por qué tu nación (y tampoco es que la mía sea mucho mejor) permita flagrantes idioteces como la literal caza de brujas destinada a descubrir la supuesta conspiración satánica de la industria discográfica y que no fue recibida de otra forma que con la sorna que tan ricamente se merecían. Además puede explicar por qué mis colegas y yo somos presa fácil de cualquiera que pronuncie la palabra "moralidad" con cara de palo y que sea capaz de teclear con éxito en una máquina de escribir. Quizá también explique por qué todos vosotros seréis salvados en breve de la negativa e inmadura obra llamada Watchmen, o peor incluso, de tener que decidir entre la virtud y el guardarse las propias espaldas ahorrando dinero mientras se permanece en un cómodo reducto de descanso para vagos.

Verás, por mi parte pienso que los grupos de presión moral que creen que todos nosotros deberíamos auto-censurarnos son muy peligrosos, y además, al menos en lo que a mí respecta, verdaderamente diabólicos. Creo que sólo puede haber un colectivo capaz de prohibir “El Diario de Ana Frank”, y no me importa mucho cómo se haga llamar actualmente.
Si personas como Jerry Falwell y Lyndon LaRouche quieren hablar sobre campos de concentración para homosexuales mientras de forma simultánea auspician sus diferentes campañas desde una base de moralidad, entonces estarán en su derecho, y me temo que seguiré siendo lo suficientemente “progre”, confundido y anticuado como para no tener ningún deseo de censurar su discurso, a pesar de que personalmente me produzca un intenso asco y me repela un montón. Si los vendedores y distribuidores creen que deberíamos apaciguar a la gente de la que he hablado antes con el fin de evitar su ira, y si cualquier editor de comic book cree que debería apaciguar a estos vendedores y distribuidores prestando atención a sus sugerencias, porque tienen derecho por decreto divino, yo no tengo ningún deseo de interferir en ello.

Sin embargo, si alguien espera en serio que yo trague igual que ellos, me temo que se va a quedar bastante decepcionado. Nunca aceptaré que alguien se oponga a un mal social encogiéndose de hombros con sentimiento de culpa y con la esperanza de no llamar la atención. Creo que un sistema de calificaciones, o incluso cualquier tipo de censura, es análogo a dispararse con un arma en el pie con la fervorosa esperanza de que eso hará que la gente que se siente muy mal contigo o con lo que haces no te dispare en la cabeza. Me parece poco práctico y muy estúpido, realmente degradante para el medio, para la gente que trabaja en él y para su público.

Llevo trabajando en este medio, en esta industria, muy duramente y desde hace mucho tiempo, y me parece que se merece algo mejor. Si alguna persona o editor trata de capitular y rendirse frente a todos estos quemadores de libros, por supuesto que tiene la libertad de hacerlo, pero que no cuente conmigo.

Como me resulta imposible formar parte de este grupo y sus comportamientos, en cuanto finalice todos aquellos trabajos para los que he firmado un contrato, sé que no volverá a producir ningún otro trabajo en el futuro para cualquier editorial que imponga un sistema de clasificaciones a sus creadores y lectores.

Francamente, no estoy seguro de si podría ser capaz de guionizar la clase de cómics que sin duda tendría que hacer en cuanto se introduzcan dichas medidas. Me parecería tremendamente hipócrita alimentar a jóvenes lectores con historias de coraje y heroísmo mientras estoy trabajando para una industria aparentemente incapaz de comportarse de la misma forma. O quizá, en consecuencia los cómics ajusten su noción de lo que es la valentía:

“¿Superman? Te llamo por ese ultimátum que nos acaba de dar Luthor. ¡Dice que va destruir América por completo! ¿Qué podemos hacer?”

“No te preocupes, Lois. Borbardearemos New Jersey y esperaremos que eso le satisfaga.”
Para terminar, siento si estoy sonando de forma demasiado encarnizada, enojada, acusadora o arrogante. Dado el estado mental en el que me encuentro mientras estoy escribiendo esto, es cierto que me puedo sentir de todas esas formas, pero me duele mucho despedirme de una industria mainstream en la que me lo he pasado tan bien, y además con unas frases que van a dejar un sabor de boca tan desagradable.

A lo largo de todos estos años he disfrutado de la maravillosa libertad creativa que me ha ofrecido vuestra industria americana, del apoyo y la bienvenida ofertados por editores y directores y por unos agradecidos, madurísimos e inteligentes lectores. Siento mucho si mi pronunciamiento actual significa que tendré que despedirme de gran parte de ellos, pero bajo mi punto de vista es algo que me parece necesario llevar a cabo. Parecer una estridente o sobre-actuada “prima donna” también es algo con lo que tendré que vivir, pero comprometer mi integridad para apaciguar a una pandilla de matones políticos es una actitud que no puedo acatar bajo ningún concepto.

Tal y como algunos corresponsales del CBG han apuntado amablemente, todo esto solo me deja tomar un claro curso de acción: voy calzado con unas robustas y elegantes botas y sé muy bien dónde está la puerta.

Al final, estas deberían ser las únicas "obligaciones" de las que realmente cualquiera de nosotros debería depender.


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Nota: Las imágenes que ilustran este artículo son las seis páginas (colocadas en orden de lectura) de la heroína creada por Alan Moore y Melinda Gebbie "The Cobweb". En un principio esta historia iba a ser publicada en el antológico "Tomorrow Stories" #8, pero DC se echó atrás debido a que la historia retrataba el periplo vital del científico y ocultista John Whiteside Parsons, uno de los amigos personales de L. Ron Hubbard.

Al final, el relato de seis páginas "Brighter Than You Think" (homenaje a "Darker Than You Think", novela de Jack Williamson), sería editado con los cambios superficiales pertinentes (por ejemplo, Cobweb se convierte en "La Toile", la palabra francesa para "Web") en la antología de Top Shelf titulada "Ask The Big Questions" #9.

2 comentarios:

WOLFVILLE dijo...

Fascinante. No es solo un excelente artículo, sino que además es vital en la trayectoria del señor Moore por el momento histórico en el que se ubica (su ruptura con el comic más comercial).

Mixmerik dijo...

Lo peor es que sigue absolutamente vigente 25 años después...

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