Artículo de Bill Randall para The Comics Journal 243. Traducido por Frog2000. Parte 1.
El manga es un rollo de Tokyo. Es donde está toda la industria, y casi todos los artistas y editores que trabajan en ella viven en la ciudad. Yo estaba a 200 kilómetros de allí, en Mikawa Bay (prefectura Aichi), acogido en el hogar de dos amigos que trabajan como profesores de inglés en los pequeños pueblos de Atsumi y Tahara. Es un sitio donde todo el mundo habla Mikawa-ben, un dialecto local, y la mayoría de residentes cultivan coles en lugar de coger el tren todos los días para ir a la oficina. Osamu Tezuka dijo que estábamos "en una época en que los cómics están tan presentes como el aire que respiramos". En Mikawa el aire es un poco más ligero.
Supongo que tampoco es que sea el quinto pino. Nagoya, una ciudad industrial de dos millones de habitantes, se encuentra a un par de horas en coche, y solemos distraernos yendo desde nuestra humilde comunidad agrícola a las ciudades de Toyohashi y Hamamatsu, ambas del mismo tamaño que Cincinnati. Puede que a un japonés le parezcan pueblos pequeños, pero a mí la humilde Louisville me parece una urbe inabarcable. Por supuesto, en estas ciudades hay librerías, tiendas de manga, pero nada parecido a lo que uno se podría esperar, especialmente si uno es un otaku americano destetado con Tenchi Muyo que considera Japón una isla mítica flotando encima de un mar lleno de chicas con poderes mágicos. Pero yo no soy de ese tipo. Tan solo el típico cascarrabias que escribe ensayos que aparecen junto a largos artículos fetichistas de Ken Smith en The Eros Journal. O algo parecido.
UNA CULTURA DE SIGNOS
Mi llegada empieza con un curso acelerado durante el viaje en el pequeño coche de Ian, que se las intenta arreglar para atravesar jadeante las atestadas calles que hacen que te confundas como si fueses un Richard Petty expatriado. Para calmar los nervios, me entretengo curioseando por la ventana la sucesión de carteleras y dibujos animados presentes por todos lados. Cuando llegamos a nuestro destino frente a la playa, una señal indica "En Construcción", con un pequeño policía inclinado dibujado en ella. En la ciudad se está celebrando la apertura de un nuevo santuario con un puesto tras otro llenos de juguetes y globos estampados con las cabezas de los personajes más populares. Mientras nos dirigimos a Coco Ichiban, un restaurante de gofres japonés, apenas me doy cuenta de que hay un Coco Ichi-Kun dibujado en cada pared y estampado en ropas idénticas a las que se llevan en los mejores restaurantes del Medio Oeste. Amablemente, el personaje me da las gracias en la propia carta por comerme el plato de curry número 1.
Dicho claramente, aquí los dibujos animados son una obsesión. Los personajes de dibujos se extienden por todas partes del país, llevando a cabo una guerra para llamar la atención de nuestro aparato de percepción Kantiano, por lo que nuestros sentidos son rebozados con la intención de que nos detengamos a observar cualquier minucia puesta en la cara de un tipo, o el detalle de grasa verdaderamente fractal que se puede encontrar en un plato de fideos udon. Abundan los personajes simpáticos, y están tan preciosamente reproducidos que de hecho dan hasta miedo. Incluso uno de los profesores de la Universidad de Tokyo, Toshio Okada, ha llegado a comentar (en el Toronto Star) que la actual contribución de Japón al mundo cultural es nada más y nada menos que el concepto estético de "lo lindo". Trabajar para el estudio de animación para fans Gainax probablemente le haya llevado a la locura, pero lo que dice tiene su punto: fuera de la Academia Suiza habrá pocos que conozcan a Kenzaburo Oe, pero a todo el mundo le gusta Hello Kitty. Demonios, Sanrio ha montado tiendas enteras en torno a su más famosa propiedad corporativa, y los comercios de merchandising de Kitty continúan humillando implacable y rotundamente los intentos de Disney de conseguir algo similar. Tal y como la gigantesca e icónica cabeza de Hello Kitty bien puede dar fe, esta obsesión por lo bonito ha producido un estilo de arte refinado de trazo más claro y sólido, formas más nítidas y colores más brillantes y lisos. Como se ha observado a menudo, la historia del Arte japonés ha proporcionado una base muy fértil para que la historieta sea aceptada a nivel nacional. Si utilizamos la diferencia que hacen los dibujantes de cómics occidentales entre historieta y dibujo, la mayoría del arte japonés tiende hacia lo historietístico. Tradicionalmente el dibujo a tinta ha sido la forma favorita utilizada. Los artistas trabajaban sin estar constreñidos por las leyes matemáticas de la perspectiva, y la mayoría de los dibujos y retratos parecen cómics sofisticados. Esta tradición continuó hasta que a finales del período Edo (a mediados del S. XIX), las ideas y técnicas occidentales empezaron a influir en los artistas.
En Tahara, Holly me guía a lo largo de dicho período. Allí acudimos a un importante museo dedicado al erudito hombre de estado/ artista y científico Kazan Watanabe. "Fue el primer artista que utilizó la forma de modelar y la perspectiva occidentales", me cuenta según vamos examinando rollos colgantes. "A veces sus dibujos siguen teniendo un aspecto "cartoon", pero sus retratos se acercan más al foto-realismo." Ferviente progresista, Watanabe aprendió de forma entusiasta todo lo que se podía hacer con los recursos extranjeros, prefigurando el trabajo de artistas como Leonard Foujita, quien también asimiló ampliamente las técnicas y teorías occidentales. No obstante, todos estos artistas tienen sus raíces firmemente plantadas en una cultura que considera que un arte tan sencillo como la escritura de los caracteres chinos con un pincel se encuentra al mismo nivel que la poesía.
A pesar de su historia, Japón no ha aceptado aún la influencia caligráfica en la estética de sus cómics: la obra de Baudoin para Kodansha parece algo extraña si la comparamos al estilo nacional de Japón, que prefiere la solidez y las formas claramente definidas. Por lo general, los personajes del manga se pueden trasladar perfectamente a la pantalla gracias a que sus diseños ya están compuestos por sombras y rasgos claros y diáfanos. Incluso el arte más áspero de un cómic para niños como Crayon Shinchan, en un principio de apariencia más underground y subversiva, funciona bien en las franjas televisivas vespertinas.
Quizá uno de los motivos de esta forma de proceder sea el interés de los artistas en los personajes como un fin en sí mismos. Snoopy es bastante popular, pero no por su tira. Al público tan solo le gusta el propio Snoopy, y en la tienda Sanrio se le puede encontrar junto a Miffy y Anpanman, cuya cabeza está hecha de pan. Sanrio le ha dado a Japón uno de sus dos primeros ministros, Hello Kitty. El otro es Doraemon, aunque la carrera del gato robot en los cómics palidece frente a sus habilidades como hombre de negocios: su cara ha sido estampada en cualquier producto que uno se pueda imaginar. En realidad todos los miembros de esta colección de bestias son solo personajes, en realidad ideas, que traen disponibles toda una cornucopia de artículos anexos.
(Continuará)
MIS VACACIONES MANGA EN JAPÓN
El manga es un rollo de Tokyo. Es donde está toda la industria, y casi todos los artistas y editores que trabajan en ella viven en la ciudad. Yo estaba a 200 kilómetros de allí, en Mikawa Bay (prefectura Aichi), acogido en el hogar de dos amigos que trabajan como profesores de inglés en los pequeños pueblos de Atsumi y Tahara. Es un sitio donde todo el mundo habla Mikawa-ben, un dialecto local, y la mayoría de residentes cultivan coles en lugar de coger el tren todos los días para ir a la oficina. Osamu Tezuka dijo que estábamos "en una época en que los cómics están tan presentes como el aire que respiramos". En Mikawa el aire es un poco más ligero.
Supongo que tampoco es que sea el quinto pino. Nagoya, una ciudad industrial de dos millones de habitantes, se encuentra a un par de horas en coche, y solemos distraernos yendo desde nuestra humilde comunidad agrícola a las ciudades de Toyohashi y Hamamatsu, ambas del mismo tamaño que Cincinnati. Puede que a un japonés le parezcan pueblos pequeños, pero a mí la humilde Louisville me parece una urbe inabarcable. Por supuesto, en estas ciudades hay librerías, tiendas de manga, pero nada parecido a lo que uno se podría esperar, especialmente si uno es un otaku americano destetado con Tenchi Muyo que considera Japón una isla mítica flotando encima de un mar lleno de chicas con poderes mágicos. Pero yo no soy de ese tipo. Tan solo el típico cascarrabias que escribe ensayos que aparecen junto a largos artículos fetichistas de Ken Smith en The Eros Journal. O algo parecido.
UNA CULTURA DE SIGNOS
Mi llegada empieza con un curso acelerado durante el viaje en el pequeño coche de Ian, que se las intenta arreglar para atravesar jadeante las atestadas calles que hacen que te confundas como si fueses un Richard Petty expatriado. Para calmar los nervios, me entretengo curioseando por la ventana la sucesión de carteleras y dibujos animados presentes por todos lados. Cuando llegamos a nuestro destino frente a la playa, una señal indica "En Construcción", con un pequeño policía inclinado dibujado en ella. En la ciudad se está celebrando la apertura de un nuevo santuario con un puesto tras otro llenos de juguetes y globos estampados con las cabezas de los personajes más populares. Mientras nos dirigimos a Coco Ichiban, un restaurante de gofres japonés, apenas me doy cuenta de que hay un Coco Ichi-Kun dibujado en cada pared y estampado en ropas idénticas a las que se llevan en los mejores restaurantes del Medio Oeste. Amablemente, el personaje me da las gracias en la propia carta por comerme el plato de curry número 1.
Dicho claramente, aquí los dibujos animados son una obsesión. Los personajes de dibujos se extienden por todas partes del país, llevando a cabo una guerra para llamar la atención de nuestro aparato de percepción Kantiano, por lo que nuestros sentidos son rebozados con la intención de que nos detengamos a observar cualquier minucia puesta en la cara de un tipo, o el detalle de grasa verdaderamente fractal que se puede encontrar en un plato de fideos udon. Abundan los personajes simpáticos, y están tan preciosamente reproducidos que de hecho dan hasta miedo. Incluso uno de los profesores de la Universidad de Tokyo, Toshio Okada, ha llegado a comentar (en el Toronto Star) que la actual contribución de Japón al mundo cultural es nada más y nada menos que el concepto estético de "lo lindo". Trabajar para el estudio de animación para fans Gainax probablemente le haya llevado a la locura, pero lo que dice tiene su punto: fuera de la Academia Suiza habrá pocos que conozcan a Kenzaburo Oe, pero a todo el mundo le gusta Hello Kitty. Demonios, Sanrio ha montado tiendas enteras en torno a su más famosa propiedad corporativa, y los comercios de merchandising de Kitty continúan humillando implacable y rotundamente los intentos de Disney de conseguir algo similar. Tal y como la gigantesca e icónica cabeza de Hello Kitty bien puede dar fe, esta obsesión por lo bonito ha producido un estilo de arte refinado de trazo más claro y sólido, formas más nítidas y colores más brillantes y lisos. Como se ha observado a menudo, la historia del Arte japonés ha proporcionado una base muy fértil para que la historieta sea aceptada a nivel nacional. Si utilizamos la diferencia que hacen los dibujantes de cómics occidentales entre historieta y dibujo, la mayoría del arte japonés tiende hacia lo historietístico. Tradicionalmente el dibujo a tinta ha sido la forma favorita utilizada. Los artistas trabajaban sin estar constreñidos por las leyes matemáticas de la perspectiva, y la mayoría de los dibujos y retratos parecen cómics sofisticados. Esta tradición continuó hasta que a finales del período Edo (a mediados del S. XIX), las ideas y técnicas occidentales empezaron a influir en los artistas.
En Tahara, Holly me guía a lo largo de dicho período. Allí acudimos a un importante museo dedicado al erudito hombre de estado/ artista y científico Kazan Watanabe. "Fue el primer artista que utilizó la forma de modelar y la perspectiva occidentales", me cuenta según vamos examinando rollos colgantes. "A veces sus dibujos siguen teniendo un aspecto "cartoon", pero sus retratos se acercan más al foto-realismo." Ferviente progresista, Watanabe aprendió de forma entusiasta todo lo que se podía hacer con los recursos extranjeros, prefigurando el trabajo de artistas como Leonard Foujita, quien también asimiló ampliamente las técnicas y teorías occidentales. No obstante, todos estos artistas tienen sus raíces firmemente plantadas en una cultura que considera que un arte tan sencillo como la escritura de los caracteres chinos con un pincel se encuentra al mismo nivel que la poesía.
A pesar de su historia, Japón no ha aceptado aún la influencia caligráfica en la estética de sus cómics: la obra de Baudoin para Kodansha parece algo extraña si la comparamos al estilo nacional de Japón, que prefiere la solidez y las formas claramente definidas. Por lo general, los personajes del manga se pueden trasladar perfectamente a la pantalla gracias a que sus diseños ya están compuestos por sombras y rasgos claros y diáfanos. Incluso el arte más áspero de un cómic para niños como Crayon Shinchan, en un principio de apariencia más underground y subversiva, funciona bien en las franjas televisivas vespertinas.
Quizá uno de los motivos de esta forma de proceder sea el interés de los artistas en los personajes como un fin en sí mismos. Snoopy es bastante popular, pero no por su tira. Al público tan solo le gusta el propio Snoopy, y en la tienda Sanrio se le puede encontrar junto a Miffy y Anpanman, cuya cabeza está hecha de pan. Sanrio le ha dado a Japón uno de sus dos primeros ministros, Hello Kitty. El otro es Doraemon, aunque la carrera del gato robot en los cómics palidece frente a sus habilidades como hombre de negocios: su cara ha sido estampada en cualquier producto que uno se pueda imaginar. En realidad todos los miembros de esta colección de bestias son solo personajes, en realidad ideas, que traen disponibles toda una cornucopia de artículos anexos.
(Continuará)
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