Stan Lee: Cegado por el “Hype”. Un asesinato de carácter inmediato. Artículo escrito por Alan Moore para Daredevils Magazine nº 3 & 4 (1983). Traducido por Frog2000.
--------------------------------------------------------------------------------
Dudo que cualquiera de los que se encuentran sentados leyendo este artículo no conozcan el nombre de Stan Lee, aunque sea de oídas... a menos, por supuesto, que seas una de esas personas desafortunadas que se han pasado toda su infancia metidas en un cesto de la ropa sucia. Si ese ha sido el caso, por favor, deja que te informe sobre los detalles más básicos.
Stan Lee es el nombre del genio imperfecto responsable del imperio Marvel Comics en su totalidad. Sin Stan Lee no estarías leyendo este artículo. Sin Stan Lee no hubiesen existido ni Cuatro Fantásticos, ni X-Men, ni Hulk ni tampoco ningún Thor, nada de nada. Sin Stan Lee muy probablemente no habría existido la película de Conan, y estoy casi seguro de que la industria del cómic al completo sería muy diferente, eso en el supuesto de que hubiese existido algo parecido a una industria.
Por otra parte, sin Stan Lee no te podrías sentar frente una cosa que produce tantos escalofríos como la serie de TV basada en Spider-Man. Supongo que este es uno de esos casos en los que es mejor estar a las duras y a las maduras.
Mi larga relación con este señor se remonta hasta hace veinte años, en el fatídico día en el que, encamado por culpa de una de esas repugnantes enfermedades infantiles, envié a mi madre para que me comprara mi ración semanal de cómics. El cómic que ese día quería en particular era el Blackhawk de la DC.
Sin embargo, sabiendo que era poco probable que mi madre recordase un título tan enrevesado compuesto por una palabra de dos sílabas como Blackhawk, fui hacia lo seguro y le dije que el cómic que quería mostraba a un montón de gente con uniformes azules en la portada.
Cuando volvió a casa sostenía en sus manos el tercer número de los Cuatro Fantásticos. Imagínate mi sorpresa.
Por supuesto, mi madre se disculpó profusamente. Gracias a eso, tan sólo la tuve que abofetear suavemente y me frené para no soltar a los dobermans detrás suyo, algo que suelo hacer a menudo. Cerca de dos horas después, finalizada la lectura del cómic algo así como por octava vez, empecé a reconocer que en realidad me había hecho un favor tremendo. ¡El cómic era tan estupendo que te hacía echar espumarajos por la boca de una forma delirantemente salvaje!
Bueno, yo no era el tipo de niño que por lo general suele disculparse, pero recuerdo que por la noche arrojé a mi madre un montoncito adicional de carne cruda y decidí anillar un par de eslabones más a su cadena…
Llegados a este punto, quizá debería explicar exactamente lo que me dejó totalmente impresionado de aquel tercer número de los Cuatro Fantásticos. Después de todo, cuando el primer número hizo aparición, la mayoría de vosotros tan sólo erais un montón de genes y cromosomas aleatorios que estaban dando vueltas a la búsqueda de cómo empezar a existir. Pero por encima de todo, habéis crecido en un mundo en el que se puede encontrar una variedad de títulos tan enorme como para poder elegir entre cerca de cuarenta títulos de superhéroes cada mes.
Dudo que te puedas imaginar el enorme impacto que pudo causar este cómic solitario en aquellos tiempos, en los yermos terrenos de la historieta de 1961, o en la fecha que fuese que ocurrió todo esto que te estoy relatando. Especialmente para alguien cuya única exposición a los superhéroes había sido a través del claro y limpio habitáculo de héroes de mandíbula cuadrada de la DC.
Lo más inmediatamente perceptible del tebeo era la absoluta extrañeza que producía el dibujo de Kirby. Tenía una cualidad escarpada, una textura que casi parecía desagradable para unos ojos acostumbrados a las gráciles figuras dibujadas por Carmine Infantino o el suave entintado de Murphy Anderson. Dicho esto, mi gusto por su dibujo empezó a crecer rápidamente en mi interior.
Escasos meses después ya ni siquiera era capaz de mirar el trabajo de Infantino o Kane o Swan o de cualquier otro dibujante de la DC de la época, sin sentir que me encontraba perdido... porque faltaba la crudeza o algo parecido. Como decía, el dibujo era muy, muy extraño. Aquellos de vosotros que sólo os hayáis visto expuestos a la obra de Kirby a través de obras como “Los Eternos”, no podéis ni empezar a imaginaros lo raras que eran el resto de sus obras.
Sin embargo, los guiones eran todavía más raros. Y eso no significa que el argumento fuese demasiado excepcional... Si mal no recuerdo, en la historia aparecía un villano de segunda llamado Hombre Milagro que tenía el poder de crear ilusiones. Atacaba a los Cuatro Fantásticos, los golpeaba, se reagrupaban, lo golpeaban a su vez, fin de la historia. No era nada especial.
Lo que era especial era la caracterización de los personajes… la forma en la que hablaban, pensaban y se comportaban. Quiero decir... piensa en ello por un momento… en la historia aparecía un típico científico noble llamado Reed Richards que solía hacer declaraciones pomposas sobre cualquier cosa, desde la radiación Epsilon hasta el Amor Universal.
Tenía una novia cobarde y pusilánime, Susan Storm, que siempre daba la impresión de que habría sido más feliz si estuviese recostada en el sofá con una botella de valium a su lado y el último número de Vogue, en vez de ser capturada por el Hombre Topo o algún otro por el estilo.
Su delgaducho hermano adolescente se llamaba Johnny, y era temerario, bocazas y ligeramente desagradable. El tipo de persona al que parecía que le resultaría más sencillo pillarse una caravana para vivir que conseguir una novia estable.
Y por último, pero ciertamente no menos importante, también estaba Ben Grimm, La Cosa.
En aquellos primeros tiempos, La Cosa no se parecía en nada a tu peluche, ni era ese simpático “osito anaranjado” en el que se convertiría con los años. En aquellos días lo habían retratado como una especie de Hulk maníaco-depresivo que padecía constantes migrañas, siempre lanzando diálogos del estilo de: “¡Bah! Fuera de mi camino, insignificantes mortales!”, mientras destrozaba coches y edificios con un entusiasmo que hacía que el habitual hooligan futbolístico lo mirase con admiración.
En más de una ocasión estuvo peligrosamente cerca de asesinar a la Antorcha Humana por culpa de su tremendo mal humor, pero en general, daba la impresión de que siempre estaba a punto de convertirse en un villano en toda regla y que al final terminaría dejando a los Cuatro Fantásticos para siempre.
Para alguien que ha echado los dientes con la aséptica cordialidad de la Liga de la Justicia de América, resultaba embriagador. Me refiero a que si alguna vez Superman hubiese dicho algo remotamente desagradable a Batman o a Wonder Woman en DC Comics, podías tener la certeza de que lo que ocurría es que estaba sufriendo los efectos imprevisibles de la Kriptonita Roja o estaba siendo controlado por la última versión del "Rayo Letal" de Lex Luthor.
En su lugar, parecía que Ben Grimm iba a arrancarle a alguien los brazos y piernas en cualquier momento, sin otro motivo mejor que porque sus cereales se habían quedado empapados antes de aparecer para el desayuno.
Había una escena memorable en ese mismo tercer número que mostraba a la Mujer Invisible ofreciendo con orgullo a sus compañeros de equipo unos nuevos uniformes que había diseñado. (Hasta ese momento, los Cuatro Fantásticos vestían con ropa de calle normal y corriente.)
El uniforme de La Cosa era un traje de color azul muy ceñido que se completaba con botas negras y un yelmo azul que a lo mejor se lo ponía para ocultar su horrible rostro de color anaranjado lleno de grumos. Al final del número lo rompía en pedazos en un acceso de furia, quedándose sólo con las botas negras y los calzoncillos modificados que hemos conocido y amado hasta hoy mismo.
Al mismo tiempo, la Antorcha se ponía gritar como consecuencia de un berrinche que tendría mejor pinta en un niño de cinco años, por lo que decidía abandonar a los Cuatro Fantásticos para siempre. Se puede entender por qué estaba mucho menos interesado en el Hombre Milagro y su ilusoria horda de monstruos que en la vida privada del cuarteto.
Fue la primera vez que pude degustar los guiones de Stan Lee y me quedé enganchado.
Los números posteriores no me defraudaron. En el cuarto, el Sub-Mariner hacía su primera aparición desde los cincuenta, presentándose con la pinta de un vagabundo totalmente ido y amnésico que se estaba pudriendo sosegadamente en una casa medio derruida, hasta que el establecimiento era visitado por la Antorcha Humana después de dejar atrás a sus otros tres compañeros.
En la que para mí sigue siendo una de las escenas cómicas más electrizantes que haya visto nunca, un asombrado Johnny encendía una llama en uno de sus dedos y comenzaba a rasurar la hirsuta melena y la barba enmarañada del vagabundo hasta terminar revelando el sobrenatural rostro triangular y la elegante curva de las cejas del Príncipe Namor, el legendario Hombre Submarino.
Y así continuaron las cosas. Y no sólo en las páginas de los Cuatro Fantásticos: durante ese período, Lee expandió toda la línea Marvel, modernizó los títulos bandera de la casa e incrementó constantemente su zoo de animales super-humanos, y todavía más recamarcable, escribió él mismo todos los títulos. Thor, Hombre Hormiga, Daredevil, Iron Man, Hulk, Los Vengadores... si tienes bien presente que todos los títulos eran mensuales, quizá te gustaría sentarte y coger papel y lápiz y empezar a pensar cuántas páginas de argumentos tenía que escribir Stan The Man cada mes, además de ejercer de jefe de redacción de un Imperio del Cómic Book que estaba creciendo con la misma velocidad que un bola de nieve que ha echado a rodar.
Me refiero a que en mi caso también soy bastante conocido por escribir una página o dos a tiempo, pero la idea de tener una carga de trabajo como la que tenía él me hace temblar sin control mientras emito divertidos ruiditos chirriantes. El tío debía de tener como ocho litros de café negro ahí donde la mayoría de nosotros tenemos sangre.
Naturalmente, no todos los guiones eran igual de buenos, aunque si alguien me hubiese dicho algo parecido en aquella época, le habría sacado la espina dorsal para mostrársela a continuación.
Al igual que le pasó a la mayoría de los lectores de la época, me convertí en una persona con el cerebro absolutamente lavado por culpa del rugido excesivo y gigantesco de la maquinaria promocional de la Marvel. Si en algún momento su palabrería propagandística me hubiese informado de que el próximo cruce entre Millie la Modelo y Rawhide Kid iba a ser “La mayor aventura épica de todos los tiempos”, entonces, por la gracia de Dios, lo sería y no me importaban nada ni Guerra y Paz, ni La Biblia, ni Las Minas del Rey Salomón, ni Moby Dick. Por lo que a mí respecta, si no estaba escrito por Stan Lee no me hacía falta tenerlo en consideración.
Es probable que uno de los logros más notables de Stan Lee fuese lograr amarrar a su público a sus series, y eso que el rango de edad de sus lectores era bastante más alto del de los que usualmente se les suele asociar. Y lo hizo aplicando cambios constantes, modificando sus series y haciéndolas evolucionar.
Ninguno de los títulos tenía permitido permanecer estático durante demasiado tiempo. Iron Man empezó como un juggernaut vestido con una armadura gris para pasar a convertirse en una persona con otra elegante armadura roja y dorada que se convertiría gradualmente en el uniforme actual que conocemos. Hulk dejó a los Vengadores y nunca más volvió al grupo. Cada cierto tiempo asesinaban a un Comando Aullador. Puedes criticar lo que quieras del Universo Marvel de los inicios, pero también se puede afirmar que no era aburrido.
Según se asentaban los sesenta, los guiones de Lee empezaron a reflejar los cambios que estaban teniendo lugar en la Sociedad. El duro realismo callejero dio paso lentamente al sentido de la aventura y la maravilla a una escala cósmica enorme, al mismo tiempo que miles de niños de la clase media americana empezaron a vestirse con caftanes, se dejaron crecer el pelo y partieron hacia San Francisco para poder vivir sus propias aventuras cósmicas.
Para muchos, este período “visionario” de los guiones de Lee sigue siendo su mejor trabajo. Personalmente, aunque me dejó completamente asombrado durante un tiempo, cuando lo he revisado en retrospectiva he podido darme cuenta de que a varios niveles tan solo suponía el principio del fin. Dicho esto, es probable que mientras estuvo funcionando fuese lo más divertido que se podía experimentar sin riesgo de ser encarcelado.
Los Cuatro Fantásticos se toparon en rápida sucesión con el impresionante devorador de planetas llamado Galactus, con el iluminado y pulimentado Estela Plateada, con la Utopía tecnológica incrustada en el corazón de las junglas africanas de la Pantera Negra, con los Inhumanos, con el Vigilante y con otra enorme plétora de personajes que nos nublaron el juicio de manera similar.
Thor se encontró con los colonizadores Rigelianos y, más memorable aún, con Ego el Planeta Viviente. Nunca voy a olvidar el momento en el que pasé la página de ese número de “Journey into Mistery” en particular y me enfrenté con la splash-page de un gigantesco planeta orgánico donde se podía ver la cara injertada de un octogenario maligno.
Créeme, cuando la gente de mi edad narra con intención poética el sentido de la maravilla que se podían encontrar en esos viejos cómics, saben perfectamente de lo que están hablando. Era de ese tipo de cosas que sólo se ven una vez en la vida. El tipo de conceptos que te dejan el cerebro machacado y te hacen preguntarte por el tiempo que iban a lograr mantener Lee y sus colegas del Bullpen el mismo ritmo y estilo.
Tristemente, la respuesta es que no pudieron hacerlo durante mucho más.
En cuanto Marvel empezó a ramificarse, cada vez de forma más compleja, empezó a parecer que Lee estaba demasiado ocupado durante la mayor parte de su tiempo con las decisiones editoriales del día a día inherentes a la labor que ejercía en una empresa tan grande, por lo que no tenía tiempo libre suficiente para ponerse a escribir.
Entonces empezaron a aparecer otros guionistas. En realidad, algunos de ellos, como Roy Thomas, eran muy competentes. Otros lo eran menos. Pero algo que todos estos nuevos guionistas tenían en común era que se habían criado leyendo los guiones de Stan Lee.
Y eso era positivo, porque les prestó a todos los títulos una continuidad muy agradable. Roy Thomas continuó lo que había hecho Stan Lee con un estilo muy parecido... pero que los guionistas viniesen amamantados por Stan Lee también tenía su parte negativa, porque se tuvo que afrontar un panorama en plan Qué-Es-Lo-Que-Ocurre-Una-Vez-Que-Hemos-Eliminado-a-Stan-Lee-De-La-Ecuación. Fue una especie de proceso mediante el que las cosas empezaron a diluirse.
Con el tiempo siguieron apareciendo otros guionistas que habían echado los dientes con Roy Thomas, y la idea original se diluyó aún más. Algunos guionistas con pocas ideas para argumentar sus historias y caracterizar a los personajes, y con la habilidad propia de una lombriz de tierra común, empezaron a creer que todo lo que se necesitaba para escribir guiones era una buena y sólida historia al estilo Stan Lee, con el Dr. Muerte o Galactus retornando de nuevo y con los héroes discutiendo obligatoriamente en un par de viñetas.
Pero gracias al ingenio de Lee para la publicidad, la máquina de Marvel seguía cogiendo cierto impulso. Cada portada del mes se jactaba de que lo que contenía estaba destinado a ser “¡la pelea super-heróica más grande jamás contada, con la Mítica Forma de hacer de los Cómics Marvel!” Y como éramos unos bobos, nos lo tragábamos. Después de todo, ¿nos había mentido Stan Lee alguna vez?
No importaba mucho que el número en cuestión nos volviese a contar las mismas viejas escenas de lucha sin sentido que ya nos habían pasado por la cara un centenar de veces. No importaba que los personajes hubiesen degenerado hasta convertirse en parodias poco profundas de lo que habían sido alguna vez. Nos habíamos comprado nuestros equipamientos de la Merry Marvel Marching Society y habíamos alzado cruces de fuego en los jardines de aquellas personas sospechosas de leer cómics de DC o de la marca “Brand Ecch”, tal y como nuestro intrépido líder sugirió alguna vez que debíamos referirnos cuando hablásemos sobre la distinguida competencia.Éramos fanáticos de ojos desorbitados que competían con sectarios asesinos dementes o con miembros de la familia Manson. Éramos verdaderos creyentes.
Lo peor de todo era que las cosas se habían quedado paralizadas. Los títulos habían dejado de evolucionar. Si echas un vistazo al último número de Spider-Man, te podrás dar cuenta de que el personaje quizá haya cumplido los veinte años de edad, y que sigue preocupado por saber qué es correcto o incorrecto, y que sigue metiéndose en un montón de problemas con sus novias.
En el lado positivo se podría asegurar que casi todos los que actualmente trabajamos en el medio, especialmente aquellos de nosotros que somos guionistas, tenemos una deuda enorme con Stan Lee. Soy el primero en admitir que independientemente de cuál sea mi estilo de escritura, probablemente se pueda rastrear hasta aquella tarde de jueves en la que a mis ocho años me quedé sentado alucinando con aquel cómic de extraño aspecto que estaba tan lejos de Blackhawk como la Madre Teresa de Hugh Hefner. Esa es una deuda que no me tomo a la ligera, y si yo llevase sombrero, sin duda me lo quitaría frente al Señor Lee, para darle las gracias por haberme ofrecido la inspiración que ahora me está ayudando a pagar el alquiler.
Además, como ya he comentado en los párrafos de apertura de este artículo, sin la chispa revitalizadora que Lee se trajo al negocio en aquella época, los cómics actuales serían tremendamente diferentes e incluso puede que ni siquiera existieran.
Es posible que unos cuántos guionistas claramente influidos por Lee… Chris Claremont, Marv Wolfman, Jim Shooter... no estuviesen entre nosotros. Si eso es bueno o malo, todo depende de tu opinión sobre el talento de estos artistas. Stan Lee ha sido un referente en el desarrollo de la industria y no hay forma de negarlo.
Pero también es un arma de doble filo. Me doy cuenta de que a menudo parece como si los ejemplos de guionista más brillantes de la industria, los que están en la cúspide de su talento, finalmente ejerciesen un efecto perjudicial para el medio en su conjunto. Algo similar ocurre con el Mad, por ejemplo. Sin duda, el Mad original de la EC es brillante por sí mismo, pero nos ha condenado a sufrir un panorama en la que casi cualquier nueva revista de humor que aparece se encuentra obligada a acarrear un título asociado con la enfermedad mental (Cracked, Sick, Crazy, Frantic, Panic, Madhouse, etc) y además, cuando en ellas intentan parodiar los diferentes géneros, han de contar con alguna pálida imitación al estilo de Mad, aunque sin lograr igualar la maravillosa forma de manejar las cosas de la revista original o evocar la imaginación de sus autores. Lo mismo ocurre con Stan Lee.
Stan Lee se convirtió en un nombre que era sinónimo de cómic exitoso. Si sus competidores no lo copiaban podían parecer anticuados. Su mayor competidor, DC comics, optó por seguir el primer curso de acción y actualmente está realizando un producto intercambiable con el de su homólogo en Marvel.
Verás, en algún punto, alguien que pertenecía a la casta de editores más novedosos de Marvel... puede que fuese Marv Wolfman o algún otro, llegó con una de esas pequeñas perlas de sabiduría tradicional que suenan increíblemente moderadas y completamente estúpidas y que parece como si algunos editores fuesen capaces de sacarse de la manga de vez en cuando.
Esta pequeña gema en particular sonaba a algo parecido a lo que sigue: “A los lectores no les gusta el cambio. Tan sólo quieren la ilusión de cambio.” Como decía, la primera vez que se escucha suena poco perspicaz, pero parece estar bien razonada. Pero en mi opinión, también es una de las teorías más engañosas y retardadas con la que he tenido ocasión de cruzarme alguna vez.
¿Quién dice que a los lectores no les gusta el cambio? ¿Es que han hecho una encuesta o algo parecido? ¿Por qué no me han consultado?
Si los lectores son tan reacios al cambio, entonces, en primer lugar ¿cómo es que Marvel nunca ha vuelto a ser tan popular como cuando estaban cambiando constantemente y la innovación estaba a la orden del día? Francamente, esa frase hace que me enfurezca.
Puede que estos razonamientos me resultasen más simpáticos si tuviesen una sólida base económica detrás. Por ejemplo, si de repente los títulos de Marvel empezasen a vender más a partir del momento en el que se adopta la política de “no complicar las cosas”, entonces podría estar de acuerdo, aunque fuese a regañadientes, con la idea.
Pero no es ese el caso. El título actual más vendido de Marvel son los X-Men, o lo era cuando he podido fijarme en las listas de ventas. Vende algo así como 300.000 copias y se considera un éxito asombroso.
Escucha esto, en un país que tiene el tamaño de América, vender 300.000 copias es absolutamente patético. Si nos fijamos en los primeros cincuenta, no es ningún secreto que una publicación que en comparación pertenecía a una liga menor, como el Daredevil original de Lev Gleason (sin relación alguna con el de Marvel), vendía limpiamente seis millones de copias cada mes. Incluso en aquellos primeros tiempos del Imperio Marvel, cualquier cómic que tan sólo vendiese 300.000 copias probablemente podría haber sido una grave fuente de preocupación para los que estaban involucrados en su producción, y de hecho, lo más seguro es que hubiese sido cancelado. Actualmente esto es lo mejor que tenemos.
Ahora bien, tampoco quiero causar demasiada alarma o desánimo sugiriendo la inminente caída de Marvel. Algunos de los recientes acontecimientos de la casa de la hamburguesa parecen bastante prometedores, y de hecho, parece que sólo ha sido posible realizarlos para poder salvar los muebles en el último minuto, tal y como siempre ha ocurrido en los cómics. Pero, y este es un gran pero, quizá todos estos movimientos se han hecho muy tarde. Tal vez sea demasiado tarde. Tendremos que esperar y ver qué ocurre.
En cuanto a Stan Lee, releyendo las cada vez más frecuentes declaraciones del hombre, se supone que todo es más brillante y mejor de lo que ha sido nunca antes. Sin embargo, gradualmente está quedando meridianamente claro que Stan Lee ya no está ni siquiera mínimamente relacionado con aquella línea de cómics que le hizo un hombre tan rico. Oh, por supuesto, claro que tenemos el “Stan Lee presenta ...” en la parte superior de cada “splash-page” y el spot invitado de vergonzosos balbuceos geriátricos del propio Stan que aparece en las páginas del Bullpen Bulletin de vez en cuando, pero tengo mis dudas sobre si el Sr. Lee se ha molestado en leer un sólo cómic de Marvel en algún momento desde los primeros setenta. Todo lo que sé es que ocupa alguna especie de puesto ejecutivo en la soleada Costa Oeste de América y está completamente inmerso en un mundo de lingotes de oro y de pelo de color gris en el pecho. En pocas palabras, ya está fuera de viñeta.
Así que finalmente, y volviendo al propósito inicial del artículo, ¿qué tipo de legado ha dejado detrás? ¿Qué tipo de papel representa en la historia del comic book, el de héroe o el de villano?
Bueno, usando un concepto que el propio Señor Lee convirtió en popular durante los primeros sesenta, es un héroe pero también es un villano, igual que Submariner u Ojo de Halcón. Su influencia en el medio es tan benigna como venenosa.
Vemos que en La Liga de la Justicia, Green Arrow y Hawkman discuten trayéndonos pálidos ecos de los originales rapapolvos entre La Cosa y la Antorcha Humana de antaño. Firestorm tiene cerca de veinte años, un montón de problemas y relaciones problemáticas con sus novias. En efecto, tenemos dos grandes empresas que a todos los efectos están fabricando cómics de Marvel, pero sencillamente lo hacen bajo nombres diferentes.
El resto de empresas de mediados de los sesenta... Charlton, ACG, Tower y demás… optaron por no seguir el ejemplo de Marvel para quebrar posteriormente, dejando el campo del cómic poblado únicamente por pálidos fantasmas de las viejas glorias de Lee.
Incluso los editores independientes que recientemente han ido apareciendo parecen incapaces de hacer algo más radical que retocar débilmente las fórmulas básicas promulgadas por Lee. “Captain Victory” es poco más que Los Eternos interpretados a la velocidad equivocada y el “Missing Man” de Ditko no habría estado demasiado fuera de lugar como argumento secundario del Dr. Extraño.
Por extraño que parezca, al imitar superficialmente el “Renacimiento Marvel” del Señor Lee, la mayoría de sus imitadores parecen incapaces de reconocer la cualidad más importante que éste se trajo consigo al medio de la historieta.
Lo que se trajo Stan Lee al medio durante su apogeo fue un punto de vista tan salvaje como radicalmente diferente.
Y en lo que a mí respecta, su trono vacante permanecerá vacío hasta que encontremos a alguien que tenga el coraje y la imaginación suficientes para hacer lo mismo.
¿Alguien se ofrece?
BONUS: ALAN MOORE HABLA SOBRE JACK KIRBY
--------------------------------------------------------------------------------
Dudo que cualquiera de los que se encuentran sentados leyendo este artículo no conozcan el nombre de Stan Lee, aunque sea de oídas... a menos, por supuesto, que seas una de esas personas desafortunadas que se han pasado toda su infancia metidas en un cesto de la ropa sucia. Si ese ha sido el caso, por favor, deja que te informe sobre los detalles más básicos.
Stan Lee es el nombre del genio imperfecto responsable del imperio Marvel Comics en su totalidad. Sin Stan Lee no estarías leyendo este artículo. Sin Stan Lee no hubiesen existido ni Cuatro Fantásticos, ni X-Men, ni Hulk ni tampoco ningún Thor, nada de nada. Sin Stan Lee muy probablemente no habría existido la película de Conan, y estoy casi seguro de que la industria del cómic al completo sería muy diferente, eso en el supuesto de que hubiese existido algo parecido a una industria.
Por otra parte, sin Stan Lee no te podrías sentar frente una cosa que produce tantos escalofríos como la serie de TV basada en Spider-Man. Supongo que este es uno de esos casos en los que es mejor estar a las duras y a las maduras.
Mi larga relación con este señor se remonta hasta hace veinte años, en el fatídico día en el que, encamado por culpa de una de esas repugnantes enfermedades infantiles, envié a mi madre para que me comprara mi ración semanal de cómics. El cómic que ese día quería en particular era el Blackhawk de la DC.
Sin embargo, sabiendo que era poco probable que mi madre recordase un título tan enrevesado compuesto por una palabra de dos sílabas como Blackhawk, fui hacia lo seguro y le dije que el cómic que quería mostraba a un montón de gente con uniformes azules en la portada.
Cuando volvió a casa sostenía en sus manos el tercer número de los Cuatro Fantásticos. Imagínate mi sorpresa.
Por supuesto, mi madre se disculpó profusamente. Gracias a eso, tan sólo la tuve que abofetear suavemente y me frené para no soltar a los dobermans detrás suyo, algo que suelo hacer a menudo. Cerca de dos horas después, finalizada la lectura del cómic algo así como por octava vez, empecé a reconocer que en realidad me había hecho un favor tremendo. ¡El cómic era tan estupendo que te hacía echar espumarajos por la boca de una forma delirantemente salvaje!
Bueno, yo no era el tipo de niño que por lo general suele disculparse, pero recuerdo que por la noche arrojé a mi madre un montoncito adicional de carne cruda y decidí anillar un par de eslabones más a su cadena…
Llegados a este punto, quizá debería explicar exactamente lo que me dejó totalmente impresionado de aquel tercer número de los Cuatro Fantásticos. Después de todo, cuando el primer número hizo aparición, la mayoría de vosotros tan sólo erais un montón de genes y cromosomas aleatorios que estaban dando vueltas a la búsqueda de cómo empezar a existir. Pero por encima de todo, habéis crecido en un mundo en el que se puede encontrar una variedad de títulos tan enorme como para poder elegir entre cerca de cuarenta títulos de superhéroes cada mes.
Dudo que te puedas imaginar el enorme impacto que pudo causar este cómic solitario en aquellos tiempos, en los yermos terrenos de la historieta de 1961, o en la fecha que fuese que ocurrió todo esto que te estoy relatando. Especialmente para alguien cuya única exposición a los superhéroes había sido a través del claro y limpio habitáculo de héroes de mandíbula cuadrada de la DC.
Lo más inmediatamente perceptible del tebeo era la absoluta extrañeza que producía el dibujo de Kirby. Tenía una cualidad escarpada, una textura que casi parecía desagradable para unos ojos acostumbrados a las gráciles figuras dibujadas por Carmine Infantino o el suave entintado de Murphy Anderson. Dicho esto, mi gusto por su dibujo empezó a crecer rápidamente en mi interior.
Escasos meses después ya ni siquiera era capaz de mirar el trabajo de Infantino o Kane o Swan o de cualquier otro dibujante de la DC de la época, sin sentir que me encontraba perdido... porque faltaba la crudeza o algo parecido. Como decía, el dibujo era muy, muy extraño. Aquellos de vosotros que sólo os hayáis visto expuestos a la obra de Kirby a través de obras como “Los Eternos”, no podéis ni empezar a imaginaros lo raras que eran el resto de sus obras.
Sin embargo, los guiones eran todavía más raros. Y eso no significa que el argumento fuese demasiado excepcional... Si mal no recuerdo, en la historia aparecía un villano de segunda llamado Hombre Milagro que tenía el poder de crear ilusiones. Atacaba a los Cuatro Fantásticos, los golpeaba, se reagrupaban, lo golpeaban a su vez, fin de la historia. No era nada especial.
Lo que era especial era la caracterización de los personajes… la forma en la que hablaban, pensaban y se comportaban. Quiero decir... piensa en ello por un momento… en la historia aparecía un típico científico noble llamado Reed Richards que solía hacer declaraciones pomposas sobre cualquier cosa, desde la radiación Epsilon hasta el Amor Universal.
Tenía una novia cobarde y pusilánime, Susan Storm, que siempre daba la impresión de que habría sido más feliz si estuviese recostada en el sofá con una botella de valium a su lado y el último número de Vogue, en vez de ser capturada por el Hombre Topo o algún otro por el estilo.
Su delgaducho hermano adolescente se llamaba Johnny, y era temerario, bocazas y ligeramente desagradable. El tipo de persona al que parecía que le resultaría más sencillo pillarse una caravana para vivir que conseguir una novia estable.
Y por último, pero ciertamente no menos importante, también estaba Ben Grimm, La Cosa.
En aquellos primeros tiempos, La Cosa no se parecía en nada a tu peluche, ni era ese simpático “osito anaranjado” en el que se convertiría con los años. En aquellos días lo habían retratado como una especie de Hulk maníaco-depresivo que padecía constantes migrañas, siempre lanzando diálogos del estilo de: “¡Bah! Fuera de mi camino, insignificantes mortales!”, mientras destrozaba coches y edificios con un entusiasmo que hacía que el habitual hooligan futbolístico lo mirase con admiración.
En más de una ocasión estuvo peligrosamente cerca de asesinar a la Antorcha Humana por culpa de su tremendo mal humor, pero en general, daba la impresión de que siempre estaba a punto de convertirse en un villano en toda regla y que al final terminaría dejando a los Cuatro Fantásticos para siempre.
Para alguien que ha echado los dientes con la aséptica cordialidad de la Liga de la Justicia de América, resultaba embriagador. Me refiero a que si alguna vez Superman hubiese dicho algo remotamente desagradable a Batman o a Wonder Woman en DC Comics, podías tener la certeza de que lo que ocurría es que estaba sufriendo los efectos imprevisibles de la Kriptonita Roja o estaba siendo controlado por la última versión del "Rayo Letal" de Lex Luthor.
En su lugar, parecía que Ben Grimm iba a arrancarle a alguien los brazos y piernas en cualquier momento, sin otro motivo mejor que porque sus cereales se habían quedado empapados antes de aparecer para el desayuno.
Había una escena memorable en ese mismo tercer número que mostraba a la Mujer Invisible ofreciendo con orgullo a sus compañeros de equipo unos nuevos uniformes que había diseñado. (Hasta ese momento, los Cuatro Fantásticos vestían con ropa de calle normal y corriente.)
El uniforme de La Cosa era un traje de color azul muy ceñido que se completaba con botas negras y un yelmo azul que a lo mejor se lo ponía para ocultar su horrible rostro de color anaranjado lleno de grumos. Al final del número lo rompía en pedazos en un acceso de furia, quedándose sólo con las botas negras y los calzoncillos modificados que hemos conocido y amado hasta hoy mismo.
Al mismo tiempo, la Antorcha se ponía gritar como consecuencia de un berrinche que tendría mejor pinta en un niño de cinco años, por lo que decidía abandonar a los Cuatro Fantásticos para siempre. Se puede entender por qué estaba mucho menos interesado en el Hombre Milagro y su ilusoria horda de monstruos que en la vida privada del cuarteto.
Fue la primera vez que pude degustar los guiones de Stan Lee y me quedé enganchado.
Los números posteriores no me defraudaron. En el cuarto, el Sub-Mariner hacía su primera aparición desde los cincuenta, presentándose con la pinta de un vagabundo totalmente ido y amnésico que se estaba pudriendo sosegadamente en una casa medio derruida, hasta que el establecimiento era visitado por la Antorcha Humana después de dejar atrás a sus otros tres compañeros.
En la que para mí sigue siendo una de las escenas cómicas más electrizantes que haya visto nunca, un asombrado Johnny encendía una llama en uno de sus dedos y comenzaba a rasurar la hirsuta melena y la barba enmarañada del vagabundo hasta terminar revelando el sobrenatural rostro triangular y la elegante curva de las cejas del Príncipe Namor, el legendario Hombre Submarino.
Y así continuaron las cosas. Y no sólo en las páginas de los Cuatro Fantásticos: durante ese período, Lee expandió toda la línea Marvel, modernizó los títulos bandera de la casa e incrementó constantemente su zoo de animales super-humanos, y todavía más recamarcable, escribió él mismo todos los títulos. Thor, Hombre Hormiga, Daredevil, Iron Man, Hulk, Los Vengadores... si tienes bien presente que todos los títulos eran mensuales, quizá te gustaría sentarte y coger papel y lápiz y empezar a pensar cuántas páginas de argumentos tenía que escribir Stan The Man cada mes, además de ejercer de jefe de redacción de un Imperio del Cómic Book que estaba creciendo con la misma velocidad que un bola de nieve que ha echado a rodar.
Me refiero a que en mi caso también soy bastante conocido por escribir una página o dos a tiempo, pero la idea de tener una carga de trabajo como la que tenía él me hace temblar sin control mientras emito divertidos ruiditos chirriantes. El tío debía de tener como ocho litros de café negro ahí donde la mayoría de nosotros tenemos sangre.
Naturalmente, no todos los guiones eran igual de buenos, aunque si alguien me hubiese dicho algo parecido en aquella época, le habría sacado la espina dorsal para mostrársela a continuación.
Al igual que le pasó a la mayoría de los lectores de la época, me convertí en una persona con el cerebro absolutamente lavado por culpa del rugido excesivo y gigantesco de la maquinaria promocional de la Marvel. Si en algún momento su palabrería propagandística me hubiese informado de que el próximo cruce entre Millie la Modelo y Rawhide Kid iba a ser “La mayor aventura épica de todos los tiempos”, entonces, por la gracia de Dios, lo sería y no me importaban nada ni Guerra y Paz, ni La Biblia, ni Las Minas del Rey Salomón, ni Moby Dick. Por lo que a mí respecta, si no estaba escrito por Stan Lee no me hacía falta tenerlo en consideración.
Es probable que uno de los logros más notables de Stan Lee fuese lograr amarrar a su público a sus series, y eso que el rango de edad de sus lectores era bastante más alto del de los que usualmente se les suele asociar. Y lo hizo aplicando cambios constantes, modificando sus series y haciéndolas evolucionar.
Ninguno de los títulos tenía permitido permanecer estático durante demasiado tiempo. Iron Man empezó como un juggernaut vestido con una armadura gris para pasar a convertirse en una persona con otra elegante armadura roja y dorada que se convertiría gradualmente en el uniforme actual que conocemos. Hulk dejó a los Vengadores y nunca más volvió al grupo. Cada cierto tiempo asesinaban a un Comando Aullador. Puedes criticar lo que quieras del Universo Marvel de los inicios, pero también se puede afirmar que no era aburrido.
Según se asentaban los sesenta, los guiones de Lee empezaron a reflejar los cambios que estaban teniendo lugar en la Sociedad. El duro realismo callejero dio paso lentamente al sentido de la aventura y la maravilla a una escala cósmica enorme, al mismo tiempo que miles de niños de la clase media americana empezaron a vestirse con caftanes, se dejaron crecer el pelo y partieron hacia San Francisco para poder vivir sus propias aventuras cósmicas.
Para muchos, este período “visionario” de los guiones de Lee sigue siendo su mejor trabajo. Personalmente, aunque me dejó completamente asombrado durante un tiempo, cuando lo he revisado en retrospectiva he podido darme cuenta de que a varios niveles tan solo suponía el principio del fin. Dicho esto, es probable que mientras estuvo funcionando fuese lo más divertido que se podía experimentar sin riesgo de ser encarcelado.
Los Cuatro Fantásticos se toparon en rápida sucesión con el impresionante devorador de planetas llamado Galactus, con el iluminado y pulimentado Estela Plateada, con la Utopía tecnológica incrustada en el corazón de las junglas africanas de la Pantera Negra, con los Inhumanos, con el Vigilante y con otra enorme plétora de personajes que nos nublaron el juicio de manera similar.
Thor se encontró con los colonizadores Rigelianos y, más memorable aún, con Ego el Planeta Viviente. Nunca voy a olvidar el momento en el que pasé la página de ese número de “Journey into Mistery” en particular y me enfrenté con la splash-page de un gigantesco planeta orgánico donde se podía ver la cara injertada de un octogenario maligno.
Créeme, cuando la gente de mi edad narra con intención poética el sentido de la maravilla que se podían encontrar en esos viejos cómics, saben perfectamente de lo que están hablando. Era de ese tipo de cosas que sólo se ven una vez en la vida. El tipo de conceptos que te dejan el cerebro machacado y te hacen preguntarte por el tiempo que iban a lograr mantener Lee y sus colegas del Bullpen el mismo ritmo y estilo.
Tristemente, la respuesta es que no pudieron hacerlo durante mucho más.
En cuanto Marvel empezó a ramificarse, cada vez de forma más compleja, empezó a parecer que Lee estaba demasiado ocupado durante la mayor parte de su tiempo con las decisiones editoriales del día a día inherentes a la labor que ejercía en una empresa tan grande, por lo que no tenía tiempo libre suficiente para ponerse a escribir.
Entonces empezaron a aparecer otros guionistas. En realidad, algunos de ellos, como Roy Thomas, eran muy competentes. Otros lo eran menos. Pero algo que todos estos nuevos guionistas tenían en común era que se habían criado leyendo los guiones de Stan Lee.
Y eso era positivo, porque les prestó a todos los títulos una continuidad muy agradable. Roy Thomas continuó lo que había hecho Stan Lee con un estilo muy parecido... pero que los guionistas viniesen amamantados por Stan Lee también tenía su parte negativa, porque se tuvo que afrontar un panorama en plan Qué-Es-Lo-Que-Ocurre-Una-Vez-Que-Hemos-Eliminado-a-Stan-Lee-De-La-Ecuación. Fue una especie de proceso mediante el que las cosas empezaron a diluirse.
Con el tiempo siguieron apareciendo otros guionistas que habían echado los dientes con Roy Thomas, y la idea original se diluyó aún más. Algunos guionistas con pocas ideas para argumentar sus historias y caracterizar a los personajes, y con la habilidad propia de una lombriz de tierra común, empezaron a creer que todo lo que se necesitaba para escribir guiones era una buena y sólida historia al estilo Stan Lee, con el Dr. Muerte o Galactus retornando de nuevo y con los héroes discutiendo obligatoriamente en un par de viñetas.
Pero gracias al ingenio de Lee para la publicidad, la máquina de Marvel seguía cogiendo cierto impulso. Cada portada del mes se jactaba de que lo que contenía estaba destinado a ser “¡la pelea super-heróica más grande jamás contada, con la Mítica Forma de hacer de los Cómics Marvel!” Y como éramos unos bobos, nos lo tragábamos. Después de todo, ¿nos había mentido Stan Lee alguna vez?
No importaba mucho que el número en cuestión nos volviese a contar las mismas viejas escenas de lucha sin sentido que ya nos habían pasado por la cara un centenar de veces. No importaba que los personajes hubiesen degenerado hasta convertirse en parodias poco profundas de lo que habían sido alguna vez. Nos habíamos comprado nuestros equipamientos de la Merry Marvel Marching Society y habíamos alzado cruces de fuego en los jardines de aquellas personas sospechosas de leer cómics de DC o de la marca “Brand Ecch”, tal y como nuestro intrépido líder sugirió alguna vez que debíamos referirnos cuando hablásemos sobre la distinguida competencia.Éramos fanáticos de ojos desorbitados que competían con sectarios asesinos dementes o con miembros de la familia Manson. Éramos verdaderos creyentes.
Lo peor de todo era que las cosas se habían quedado paralizadas. Los títulos habían dejado de evolucionar. Si echas un vistazo al último número de Spider-Man, te podrás dar cuenta de que el personaje quizá haya cumplido los veinte años de edad, y que sigue preocupado por saber qué es correcto o incorrecto, y que sigue metiéndose en un montón de problemas con sus novias.
En el lado positivo se podría asegurar que casi todos los que actualmente trabajamos en el medio, especialmente aquellos de nosotros que somos guionistas, tenemos una deuda enorme con Stan Lee. Soy el primero en admitir que independientemente de cuál sea mi estilo de escritura, probablemente se pueda rastrear hasta aquella tarde de jueves en la que a mis ocho años me quedé sentado alucinando con aquel cómic de extraño aspecto que estaba tan lejos de Blackhawk como la Madre Teresa de Hugh Hefner. Esa es una deuda que no me tomo a la ligera, y si yo llevase sombrero, sin duda me lo quitaría frente al Señor Lee, para darle las gracias por haberme ofrecido la inspiración que ahora me está ayudando a pagar el alquiler.
Además, como ya he comentado en los párrafos de apertura de este artículo, sin la chispa revitalizadora que Lee se trajo al negocio en aquella época, los cómics actuales serían tremendamente diferentes e incluso puede que ni siquiera existieran.
Es posible que unos cuántos guionistas claramente influidos por Lee… Chris Claremont, Marv Wolfman, Jim Shooter... no estuviesen entre nosotros. Si eso es bueno o malo, todo depende de tu opinión sobre el talento de estos artistas. Stan Lee ha sido un referente en el desarrollo de la industria y no hay forma de negarlo.
Pero también es un arma de doble filo. Me doy cuenta de que a menudo parece como si los ejemplos de guionista más brillantes de la industria, los que están en la cúspide de su talento, finalmente ejerciesen un efecto perjudicial para el medio en su conjunto. Algo similar ocurre con el Mad, por ejemplo. Sin duda, el Mad original de la EC es brillante por sí mismo, pero nos ha condenado a sufrir un panorama en la que casi cualquier nueva revista de humor que aparece se encuentra obligada a acarrear un título asociado con la enfermedad mental (Cracked, Sick, Crazy, Frantic, Panic, Madhouse, etc) y además, cuando en ellas intentan parodiar los diferentes géneros, han de contar con alguna pálida imitación al estilo de Mad, aunque sin lograr igualar la maravillosa forma de manejar las cosas de la revista original o evocar la imaginación de sus autores. Lo mismo ocurre con Stan Lee.
Stan Lee se convirtió en un nombre que era sinónimo de cómic exitoso. Si sus competidores no lo copiaban podían parecer anticuados. Su mayor competidor, DC comics, optó por seguir el primer curso de acción y actualmente está realizando un producto intercambiable con el de su homólogo en Marvel.
Verás, en algún punto, alguien que pertenecía a la casta de editores más novedosos de Marvel... puede que fuese Marv Wolfman o algún otro, llegó con una de esas pequeñas perlas de sabiduría tradicional que suenan increíblemente moderadas y completamente estúpidas y que parece como si algunos editores fuesen capaces de sacarse de la manga de vez en cuando.
Esta pequeña gema en particular sonaba a algo parecido a lo que sigue: “A los lectores no les gusta el cambio. Tan sólo quieren la ilusión de cambio.” Como decía, la primera vez que se escucha suena poco perspicaz, pero parece estar bien razonada. Pero en mi opinión, también es una de las teorías más engañosas y retardadas con la que he tenido ocasión de cruzarme alguna vez.
¿Quién dice que a los lectores no les gusta el cambio? ¿Es que han hecho una encuesta o algo parecido? ¿Por qué no me han consultado?
Si los lectores son tan reacios al cambio, entonces, en primer lugar ¿cómo es que Marvel nunca ha vuelto a ser tan popular como cuando estaban cambiando constantemente y la innovación estaba a la orden del día? Francamente, esa frase hace que me enfurezca.
Puede que estos razonamientos me resultasen más simpáticos si tuviesen una sólida base económica detrás. Por ejemplo, si de repente los títulos de Marvel empezasen a vender más a partir del momento en el que se adopta la política de “no complicar las cosas”, entonces podría estar de acuerdo, aunque fuese a regañadientes, con la idea.
Pero no es ese el caso. El título actual más vendido de Marvel son los X-Men, o lo era cuando he podido fijarme en las listas de ventas. Vende algo así como 300.000 copias y se considera un éxito asombroso.
Escucha esto, en un país que tiene el tamaño de América, vender 300.000 copias es absolutamente patético. Si nos fijamos en los primeros cincuenta, no es ningún secreto que una publicación que en comparación pertenecía a una liga menor, como el Daredevil original de Lev Gleason (sin relación alguna con el de Marvel), vendía limpiamente seis millones de copias cada mes. Incluso en aquellos primeros tiempos del Imperio Marvel, cualquier cómic que tan sólo vendiese 300.000 copias probablemente podría haber sido una grave fuente de preocupación para los que estaban involucrados en su producción, y de hecho, lo más seguro es que hubiese sido cancelado. Actualmente esto es lo mejor que tenemos.
Ahora bien, tampoco quiero causar demasiada alarma o desánimo sugiriendo la inminente caída de Marvel. Algunos de los recientes acontecimientos de la casa de la hamburguesa parecen bastante prometedores, y de hecho, parece que sólo ha sido posible realizarlos para poder salvar los muebles en el último minuto, tal y como siempre ha ocurrido en los cómics. Pero, y este es un gran pero, quizá todos estos movimientos se han hecho muy tarde. Tal vez sea demasiado tarde. Tendremos que esperar y ver qué ocurre.
En cuanto a Stan Lee, releyendo las cada vez más frecuentes declaraciones del hombre, se supone que todo es más brillante y mejor de lo que ha sido nunca antes. Sin embargo, gradualmente está quedando meridianamente claro que Stan Lee ya no está ni siquiera mínimamente relacionado con aquella línea de cómics que le hizo un hombre tan rico. Oh, por supuesto, claro que tenemos el “Stan Lee presenta ...” en la parte superior de cada “splash-page” y el spot invitado de vergonzosos balbuceos geriátricos del propio Stan que aparece en las páginas del Bullpen Bulletin de vez en cuando, pero tengo mis dudas sobre si el Sr. Lee se ha molestado en leer un sólo cómic de Marvel en algún momento desde los primeros setenta. Todo lo que sé es que ocupa alguna especie de puesto ejecutivo en la soleada Costa Oeste de América y está completamente inmerso en un mundo de lingotes de oro y de pelo de color gris en el pecho. En pocas palabras, ya está fuera de viñeta.
Así que finalmente, y volviendo al propósito inicial del artículo, ¿qué tipo de legado ha dejado detrás? ¿Qué tipo de papel representa en la historia del comic book, el de héroe o el de villano?
Bueno, usando un concepto que el propio Señor Lee convirtió en popular durante los primeros sesenta, es un héroe pero también es un villano, igual que Submariner u Ojo de Halcón. Su influencia en el medio es tan benigna como venenosa.
Vemos que en La Liga de la Justicia, Green Arrow y Hawkman discuten trayéndonos pálidos ecos de los originales rapapolvos entre La Cosa y la Antorcha Humana de antaño. Firestorm tiene cerca de veinte años, un montón de problemas y relaciones problemáticas con sus novias. En efecto, tenemos dos grandes empresas que a todos los efectos están fabricando cómics de Marvel, pero sencillamente lo hacen bajo nombres diferentes.
El resto de empresas de mediados de los sesenta... Charlton, ACG, Tower y demás… optaron por no seguir el ejemplo de Marvel para quebrar posteriormente, dejando el campo del cómic poblado únicamente por pálidos fantasmas de las viejas glorias de Lee.
Incluso los editores independientes que recientemente han ido apareciendo parecen incapaces de hacer algo más radical que retocar débilmente las fórmulas básicas promulgadas por Lee. “Captain Victory” es poco más que Los Eternos interpretados a la velocidad equivocada y el “Missing Man” de Ditko no habría estado demasiado fuera de lugar como argumento secundario del Dr. Extraño.
Por extraño que parezca, al imitar superficialmente el “Renacimiento Marvel” del Señor Lee, la mayoría de sus imitadores parecen incapaces de reconocer la cualidad más importante que éste se trajo consigo al medio de la historieta.
Lo que se trajo Stan Lee al medio durante su apogeo fue un punto de vista tan salvaje como radicalmente diferente.
Y en lo que a mí respecta, su trono vacante permanecerá vacío hasta que encontremos a alguien que tenga el coraje y la imaginación suficientes para hacer lo mismo.
¿Alguien se ofrece?
BONUS: ALAN MOORE HABLA SOBRE JACK KIRBY
No hay comentarios:
Publicar un comentario