miércoles, 21 de diciembre de 2011

LA SERPIENTE Y LA ESPADA, por Alan Moore

La Serpiente y la Espada, por Alan Moore. 

Este artículo apareció originalmente en la recopilación “Tales of Midnight, Kosovo Refugee Benefit Comic Special”. El comic book fue editado en “pre-lanzamiento” para la Galaxion '99 Convention, en el “Olympia Exhibition Centre” de Londres por la editorial Blue Silver Entertainment (Octubre de 1999). Estaba compuesto por varias historias realizadas por un puñado de autores. La tirada normal nunca se llegó a editar. Los dibujos que acompañaban el texto eran de Mike Fiamanya. Traducido por Frog2000.
En sus estados más avanzados, el simbolismo mágico y los desvaríos de alcohólico son casi idénticos. Se ven serpientes por todos lados. Los refugiados también serpentean como culebras, como una goteante y viscosa infiltración humana que sangra a través de las fronteras perforadas, por los flancos heridos de Kosovo. Las fronteras de la Conga del Fin del Mundo, los ropajes de aquellos a los que la vida se les está acabando, sus ojos arrugados. Arriba se encuentran las laderas despanzurradas por las cicatrices dejadas por los cohetes y una sinuosa y reptante anaconda negra de humo y carbón transmitido por el viento, residuos mortales. 


Incluso hay serpientes en el corazón figurado del conflicto emitiendo ruidos, silbando y siseando en la retaguardia con sus venenos ancestrales, con sus colmillos desnudos de siglos de antigüedad: si quieres que te muerdan, basta con que las pises.

Más o menos, en el Año 44 de nuestra Era, Mesia, al sur de Danube y justo al norte de Macedonia, se convirtió en una provincia romana. El país, dividido en Mesia Superior e Inferior durante el reinado del Emperador Domiciano (Años 85-86), nunca había sido romanizado gracias a los constantes desplazamientos de sus tribus nativas, que habían recibido la mayoría de su influencia cultural de los griegos. Con la eventual caída de Roma a lo largo del Siglo IV, en la zona se establecieron los Moeso-góticos cristianizados, un volátil nuevo elemento étnico que se añadía a la ya hirviente descendencia de la zona que con el tiempo llegaría hasta un punto de inflamación balcánico. Tomis, una de las ciudades de Mesia más importantes que ahora se encuentra enterrada bajo la moderna ciudad de Constanza, fue en 1962 un lugar de excavaciones arqueológicas mediante las que se desenterró un botín de monedas y esculturas que databan del Siglo II.

La deidad representada de forma más prominente en estos artefactos era una enorme cabeza de serpiente casi humanizada cuyo culto aparentemente había sido profesado durante más de un siglo en la región. Su nombre era Glycon, que significa “La Dulce”.

Glycon, el último y más extraño de todos los dioses romanos, fue la creación de un carismático adivino y negociante de aceite de serpiente del Segundo Siglo Después de Cristo conocido por muchos como Alexandru, o por algunos otros, como el Falso Poeta Alexander. Alto y guapo, de lustrosa piel y barba, con unos ojos que eran descritos como que cuando se posaban sobre ti parecía que habías sido tocado por una magnificencia que bordeaba lo súper-humano, sin embargo Alexander era sin lugar a dudas un plausible y talentoso fraude amoral. Nacido en el pequeño pueblo de Abonotichos (que probablemente sea Inebolu, en la actual Turquía) cerca de la costa este del Mar Negro, los vergonzosos primeros años de vida de Alexander fueron descritos en un relato posiblemente sesgado escrito por el sofista griego Lucian. Parece que Alexander comenzó asociándose con un médico de moral relajada con el que estuvo viajando a lo largo y ancho de Asia Menor vendiendo colirio, mejunjes afrodisíacos, remedios de todo tipo y hechicerías. Después de la muerte de su colega, el falso profeta se asoció con un nuevo cómplice llamado Cocconus. Debido a que vivían de los ingresos de una puta macedonia jubilada, la pareja pudo visitar tanto Tracia como Macedonia. Allí, en Pella, Alexander posó por primera vez sus ojos sobre las enormes pitones domesticadas que adornaban los Templos de Asclepio, el antiguo dios romano de la salud y las plantas medicinales, representado como un hombre sabio con una serpiente viva que se retorcía en su bastón.

Después de comprar la más grande y dócil de esas serpientes, el exhibicionista regresó a su ciudad Abonotichos para anunciar que sería capaz de llevar a cabo una antigua profecía (que realmente había sido tallada en tablas de bronce por el propio Alexander algunas semanas antes) que anticipaba el Segundo Advenimiento del dios Asclepio. Ante una turba de pueblerinos y figurantes contratados, desenterró de la tierra un huevo de oca que previamente había enterrado allí y del que Alexander había quitado el contenido para ocultar una pequeña serpiente viva en su interior, rellenando cuidadosamente el agujero a continuación y escondiendo de esa forma la manipulación realizada. Al romper el huevo, dejó que la serpiente reptase en espiral hasta su mano tendida hacia ella, y afirmando que era la nueva encarnación de Asclepio, se llevó a la prodigiosa criatura a sus aposentos para poder supervisar su posterior desarrollo.

Días más tarde, Alexander reapareció portando a una serpiente monstruosa y anunciando que era la evolución de la pequeña serpiente que había sido incubada en un huevo de ganso. Con él portaba la serpiente constrictora que había comprado en Pella, manteniendo su cabeza oculta bajo un brazo. En lugar de esta, una cabeza falsa hecha de harapos con un tubo acústico escondido a su espalda creaba la ilusión de que llevaba una monstruosa serpiente viviente con una cabeza que parecía mitad humana y mitad animal, quizá la cabeza de un carnero o posiblemente de un perro. Los ojos entrecerrados parecían poseer una sabiduría infinita. De la coronilla de la criatura caía en cascada una melena de pelo dorado parecida a la de un león que colgaba en forma de rizos cubriendo las orejas casi-humanas a cada lado del alargado y reptilesco cráneo. Dentro del oscurecido santuario de Alexander, alumbrado por un brasero encendido, nadie podía ver la delicada maquinaria que conseguía que los labios del monstruo se movieran al mismo tiempo que los extraños tonos de ventrílocuo emitidos a través del tubo acústico. Retorciéndose y brillando en la penumbra, el nuevo dios pronunció sus primeras palabras: “Soy Glycon, primer descendiente de Júpiter, Luz de la Tierra.”

Esto aconteció en el año 145 después de Cristo. La nueva religión prosperó, el antiguo culto de Asclepio fue abandonado en su favor. “El Gran Pontífice Alexandru” y su dios mascota eran capaces de predecir el futuro, curar enfermedades e interpretar los sueños, quizás ayudados por Selene, Diosa de la Luna y de los Sueños, con lo que el profeta tenía entre manos una fuente de ingresos muy rentable. Tan pronto como el culto a Glycon se extendió con éxito a través de Mesia y Bizancio, muchos personajes poderosos e influyentes empezaron a formar parte de sus filas. Marco Aurelio le pidió consejo a Glycon antes de su batalla con Quazi y Marcomania en el año 166. La recomendación de arrojar dos leones al Danubio que el dios serpiente le ofreció al gran filósofo estoico y Emperador pareció servir de bien poco, ya que la batalla terminó con la derrota de Roma.

Rutilianus, Gobernador de Mesia Superior en el año 167, pidió a menudo consejo a Glycon para administrar su provincia, y al poco tiempo se terminó casando con la hija de Alexander, convirtiéndose en el yerno del profeta. Incluso llegó a utilizar su poder para esparcir la influencia del culto y autorizar la acuñación de medallas con la efigie del dios serpiente.

Es bastante probable que Rutilianus y su patrocinado fuesen los responsables de la construcción de la estatua de Glycon, de casi cinco metros de alto, que fue encontrada a principios de los sesenta en una tumba de Tomis, con la cabeza incrustada entre otras representaciones de la diosa lunar Hécate, la cara oscura de la luna, una aterradora reina bruja de un submundo de ensueño Jungiano donde reinaba la muerte. La madre de los cráneos. De esa forma, en la exhumada cámara funeraria, se encontraban enterrados juntos por debajo de la Humanidad dos de los símbolos étnicos de poder oculto más resonantes y antiguos de todos. La luna. La serpiente. Alexander falleció en el año 171, su culto persistió un siglo más tras su muerte. Imperturbable en sus bobinas de frío mármol, el dios glifo dormía en su tumba largos siglos mientras la ciudad suspendida encima suyo se convertía, en parte, en Kosovo.

De una forma u otra, el dios serpiente ha impregnado la mayoría de los Mitos del Mundo, su folklore y religiones. A veces se le ha asociado con las plantas medicinales o la salud. Con la misma regularidad, también ha ocupado una plaza en nuestras leyendas inventadas. En su libro “The Cosmic Serpent”, el biólogo Jeremy Narby expone la idea de que estas aparentemente ubicuas deidades-serpiente son proyecciones de un icono que casi se encuentra conectado al organismo humano, como una especie de representación de las reptilescas y zigzagueantes espirales dobles del ADN, la substancia a partir de la cuál todas las formas de vida orgánica pueden ser vistas como meras extensiones. En el bastón de Hermes dos serpientes se deslizan entrelazadas hacia el disco alado de la conciencia que se encuentra cubriendo su cabeza, similar a las cintas helicoidales de amino-ácidos en espiral que desde el principio de la historia avanzan desde el inerte barro primordial hacia la iluminada conciencia superior. Una larga y alentadora sinfonía de música genética interpretada con un retorcido bastón, sin que todavía hayamos descubierto en ningún lugar de esta franja de código biológico algo que pueda separar o definir lo que percibimos que separa a las razas humanas. El Cáliz Sagrado, ese gran tótem fascista, la “Sangreal”, la Sangre Real Pura, tan sólo son ilusiones. Nunca ha existido nada parecido a la pureza genética. Puede que estén descoloridos o hayan sido lavados a la piedra, pero nuestros genes nunca han sido ensuciados.

En la leyenda cristiana de la Creación, o al menos en algunas de las lecturas más esotéricas que existen sobre la leyenda, Adam y Eva son interpretados como hermafroditas, como seres asexuales en estado de gracia y por lo tanto, inmortales (aunque posiblemente sin demasiado potencial de crecimiento) que se encuentran en su Edén hasta que, tentados por la serpiente, acometen el primer pecado. Dándose inmediatamente cuenta de sus diferentes sexos distintivos, el primer hombre y la primera mujer caerán en desgracia y serán expulsados de su perfecto jardín inmortal, convirtiéndose así en mortales. Tendrán hijos, y al final uno de los chicos asesinará al otro, como si fuese una limpieza étnica preventiva. Nada de esto tiene el más mínimo sentido. A menos que la primera pareja hubiesen sido amebas, una idea más lógica, ni siquiera tiene sentido el detalle insignificante de que Eva surgiese de la costilla de su marido. Asexuados, inmortales y hermafroditas, ciertamente tendrían que ser descartados de entre los que disponen del Conocimiento sobre el Bien y el Mal o (ahora que lo pienso) de los que conocen algo superior a la simple división celular. El Edén estaba hecho de limo, como un charco surgido de un parto. A menos que la breve historia de la Vida terminase allí y creciese igualmente estancada, entonces la serpenteante y ambiciosa culebra del ADN habría tenido que tomar una decisión pragmática, fría y matemática. Si queremos progresar, entonces tiene que existir la reproducción sexual e, inevitablemente, la muerte. Expulsados del amniótico y cálido barro de la inmortalidad, la vida se redujo a: descender hacia la evolución, la reproducción y esperar el propio declive. Y todos los niños del mundo han ido naciendo desde entonces como Caínes o como Abeles, como asesinos o víctimas que debían morir o comerse al otro para buscar su supervivencia. Todo de lo que estamos enamorados y todo por lo que hacemos la guerra ya estaba allí escrito. Al escoger la serpiente, el contrato humano ha quedado sellado mucho antes de nuestros mismísimos orígenes, rubricado en cursiva con una mano helicoidal. Las serpenteantes líneas trazadas por los refugiados y las retorcidas columnas de humo también estaban completamente prefiguradas en ese mismo momento. Seguirán reptilescas trayectorias, pensamientos curvos integrados en el paisaje humano, y por lo tanto, lo harán mediante pasos tácitos y oscuros entresacados de una añeja coreografía.

En Sarajevo, durante Junio de 1914, los nacionalistas Serbios dispararon al Archiduque Franz Ferdinand, lo que terminaría desencadenando diversos eventos que culminarían en la Primera Guerra Mundial, factor primordial a su vez de los sucesos que provocarían unas cuántas décadas después los horrores genocidas de la Segunda Guerra Mundial. Parece ser que el Archiduque tenía un tatuaje, la imagen de una serpiente grabada en su pecho. De acuerdo con la evidencia anecdótica registrada, el pistoletazo de salida provocado por la bala disparada por el asesino que impulsó los conflictos más apocalípticos del siglo, atravesó en principio la cabeza pintada de la serpiente para luego llegar al corazón del Archiduque, que se encontraba directamente debajo del tatuaje.

A veces, la violenta historia de los Balcanes parece menos una línea recta y progresiva que una cosa que se curva y se retuerce, enroscándose sin fin en sí misma, sus únicos y alarmantes contornos repitiéndose de forma indefinida. Mientras su cansada población soporta la ciega obediencia que sus líderes profesan por el áspero pasado, los escarmientos aprendidos son oscurecidos por el vaho de las armas.


Con la intención de quitarnos el velo que nos ciega los ojos,

Alan Moore. Northampton, Agosto de 1999.


2 comentarios:

WOLFVILLE dijo...

Siempre es bueno recuperar textos raros del maestro. Y como siempre ante estas excelentes traducciones no podemos más que quitarnos el sombrero. Chapeau!

Un saludo.

frog2000 dijo...

Muchas gracias! Y en el avance de contenidos para el próximo año que haré el día 27, adelantaré sorpresas...

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