jueves, 16 de mayo de 2013

PARA JULIE SCHWARTZ, por Alan Moore

Nada más aterrizar el avión con el que viajamos desde Inglaterra salimos del Aeropuerto Kennedy. En una o dos horas todos nosotros, primeros inmigrantes económicos de los ochenta, conoceremos a Julie y nos quedaremos atónitos y con los ojos como platos, protagonizando ese momento como si fuésemos unos lémures reconvertidos a la religión que por fin se han encontrado con el dios de su infancia, el taxista intergaláctico charlatán, el conservador del museo espacial. Amamos a Julie de la misma forma que amamos a alguien que conocemos desde que éramos pequeños, un autor que compartió con nosotros el secreto, que nos lo susurró al oído mientras la linterna alumbraba el espacio bajo la colcha a medianoche. Lo amamos de la misma forma que amamos las portadas con gorilas. 

Vamos detrás suyo pisándole los talones, como una bandada graznando, a lo largo de los pasillos punteados de motas amarillas capaces de producir migrañas de las oficinas de DC, y si él piensa de nosotros que somos irritantes sobrinos de Carl Barks, como los Juanitos, Jorgitos y Jaimitos que realmente nunca quiso tener que aguantar, no deja que nos demos cuenta. Todo lo contrario. Julie nos acoge como si fuésemos una pálida y tuberculosa pandilla de huérfanos ingleses, frágiles e inválidos que tosen mientras visitan el Campamento lleno de Aire Fresco. Nos pasa copias de archivo de algún apreciado Mistery in Space a hurtadillas, sacándolo de los cajones de la morgue que están en su oficina, un lugar donde se puede aspirar el perfume de su vida, largas décadas de páginas "pulp", cincuenta mil estanterías llenas de los cómics de todas las tiendas de revistas de la esquina que has visitado o con las que has soñado alguna vez. 

Sabía reconocer un público cautivo cuando lo veía, y apreciaba el respeto que le profesábamos. Todas sus anécdotas nos resultaban novedosas, estupendas bromas que lograban hacernos agitar en las sillas, frescas como el salmón de aquella mañana. El funeral que relató de su temido colega editor, durante el cuál, en el momento reservado para los testimonios y las palabras amables sobre la persona fallecida se estiró tanto que se produjo un largo e incómodo silencio, y alguien que se encontraba en la parte de atrás se puso en pie y aventuró la opinión, de forma lastímera, acerca de que el hermano del finado había sido mucho peor. Éramos presa fácil. Nos hizo sonreír, hizo que nos cayera bien, y luego nos pasó aquel álbum de recortes con las páginas repletas de cartas, dibujos y firmas. "Señor, soy su más devoto siervo, H.P. Lovecraft". Fotografías de Julie, un joven con los ojos refulgiendo como diamantes detrás de unas gafas de gruesa montura. Fotografías de hombres vestidos con abrigos oscuros y sombreros Homburg posando en una esquina durante el invierno de Nueva York, vapores grises desprendiéndose de las tapas de las alcantarillas y de los cigarrillos, retorciéndose hacia el cielo. "¿Veis al chaval con el pelo al rape, el repartidor de periódicos? Ese es Bradbury." Boquiabiertos y asintiendo, no podríamos habernos impresionado más ni aunque nos hubiese dicho: "¿Veis a ese viejo tipo vestido con una toga, junto a Ed Hamilton? Ese es Zeus."

Y ahora nos enteramos de que Julie ha sido... ¿suspendido? ¿cancelado? Pero también nos lo dijeron de Green Lantern y Flash allá a comienzos de los cincuenta, así que no podemos estar seguros. Estos son cómics. Habrá alguna forma de evitarlo, alguna Tierra-4 paralela donde Julie ha nacido treinta años más tarde para informar de los problemas de continuidad existentes, engalanándolos con hechuras más aerodinámicas y llamativas. 

Un Julie divertido, brillante y con un entusiasmo sin fin de veinte años, alzándose vestido con su traje de persona mayor. 

Julie se pasó su vida excavando la veta dorada del futuro, por lo que sería demasiado cruel tener que afrontar que ha sido engullido por el pasado. Era un amigo, una persona capaz de inspirar, el fundador de nuestros sueños. Arruinó mi reputación de benévolo pacifista al alegar que yo lo había agarrado por el cuello y lo había amenazado con asesinarle si no me permitía escribir los episodios finales de Superman, ¿y cómo se supone que voy a contradecir ahora una de las clásicas historias de Schwartz? Así que sí, todo es cierto, es verdad. Lo enganché y lo agité como si fuese una niñera inglesa, y espero que allá donde se encuentre esté satisfecho por haberme hecho confesarlo de forma vergonzosa.

Buenas noches, Julie. Ha sido todo un privilegio haberte conocido.

Eras el mejor.

*** Publicado en DC Comics Presents: Flash 1 (2004)
*** Julie Schwartz (1915-2004) fue editor de varias series de DC, además de guionista, editor de revistas "pulp" y agente de escritores de ciencia ficción.

4 comentarios:

Carlos J. Eguren dijo...

Gracias por la traducción, sin duda un hermoso homenaje a Julie Schwartz por el Bardo de Northampton.

El momento de Bradbury me ha dejado boquiabierto. Me ha recordado a aquella carta donde Bradbury reconocía que había roto sus tebeos porque se burlaban de él y que después de haberlo hecho, se puso a llorar por haber perdido una parte única de su vida.

MEMENTO MORI dijo...

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