Sin embargo, hay ciertos conceptos equivocados a los que sí que me gustaría referirme, porque definitivamente su función parece resultarles conveniente a los que los utilizan. Uno de ellos es la idea de que los artistas del comix en realidad aspiran a entrar "por la puerta grande" del negocio y que su trabajo en el underground no es más que una incómoda etapa en sus carreras. Tradicionalmente (en la industria), los artistas primero han trabajado como aprendices (un eufemismo de "chico de los recados"), y gradualmente han ido escalando puestos en la organización hasta que un día, en el cénit de sus poderes creativos, se han sentado detrás de una mesa y han hecho frente a complicaciones tales como las fechas de entrega y otros detalles parecidos. No sé si alguno de los dibujantes que trabajan en los comix aspirarán a dicha forma de estar muerto. Y no parece que la industria sea capaz de convencer a cualquiera de estos artistas para que trabajen para ella, a menos que se lleven a cabo drásticos cambios en su jerárquico enfoque sobre el cómic.
Otra noción falsa es la de que
nos contentamos con mantener una distribución equivalente
a una mota de polvo, y que nunca hemos considerado hacer las cosas a
una escala similar a la de la industria. Es probable que a la industria
le guste pensar de esa forma, a juzgar por la suerte que corrió una
próspera EC cuando cayó en manos de sus celosos competidores, pero
estamos tirando ediciones de cientos de miles, no sólo de cientos.
Estamos explorando métodos alternativos de distribución para
proseguir con nuestra expansión, basándonos en la convicción de
que las rutas habituales se han quedado obsoletas.
Otra idea todavía más equivocada
que ha ganado bastante credibilidad es la de que somos un "grupo
cerrado" y hostil con el resto de dibujantes que se encuentran fuera de
nuestra "escena". Creo que cualquier dibujante con una
chispa de fuego que haya intentado entrar en los comix, ha podido
hacerlo sin problemas, y además se le habrá dado la bienvenida con
los brazos abiertos. Eso no quiere decir que no tengamos nuestros
propios criterios, aunque estén basados en el intercambio de ideas
creativo, no en trivialidades como el estilo de vida, raza, género,
etc.
Pero quizá el concepto más
erróneo sobre los comix y que "explica" o
"justifica" cosas para la gran mayoría de los que lo critican sea el de su aparente
preocupación por el sexo, la violencia y las drogas. No sé si seré capaz de ofrecer una respuesta aceptable a toda esa gente que se hace la pregunta de cuál es el derecho que tienen los comix para tratar estos (u otros) tópicos "prohibidos". Sé que en el
fondo de sus objeciones no está la preocupación por la forma en la
que describimos estos temas, sino nuestro derecho a hacerlo.
Podría estar tentado de ofrecer
una respuesta, como hizo el Mr. Natural de Robert Crumb cuando le
preguntaron por el significado de "diddy-wah-diddy": "Señora, si
no sabe lo que significa, NO LO CRITIQUE". Pero
si los inquisidores hubiesen sido también fans, probablemente les habría preguntado si se han imaginado alguna vez lo que habría ocurrido si
Frazetta, Wood o Williamson hubiesen podido describir el sexo con total
libertad en una tira. O si creen que si hubiesen podido hacer lo que quisieran con total libertad, quizá Alex
Raymond habría hecho algo con Flash Gordon y la Reina Frigia cuando se quedaron solos
allá, en la cueva de hielo (excepto que ella sí que vestía con un ceñido abrigo). O que piensen qué habría hecho Hal Foster en el momento en el que el Príncipe Valiente se llevaba a la Princesa Aleta de las Islas Brumosas para arrastrarla a la fuerza por todo el Lejano Oriente.
Me alegro del rico tapiz que
hemos heredado de estos artistas, pero también me gustaría mucho
que hubiesen tenido la oportunidad, como nosotros, de elaborar sus
propias fantasías sexuales. Tengo la sensación de que habría sido increíblemente hermoso y que nunca habría desembocado en una
sociedad ni con la mitad de psicóticos que tenemos en la actualidad.
Lo mismo tengo que decir para el
retrato explícito de la violencia en los comix. Como ya han dicho
otros antes que yo (a los que por supuesto, se ha desatendido completamente), se podría pensar que una buena forma de disuadir a alguien de que utilice la violencia
podría ser mostrando lo que ocurre realmente cuando le pones a
alguien una pistola en la cabeza o un cuchillo en la garganta, en
lugar de enseñar decorosamente que no deja ni una sola marca. Si las víctimas de los cómics no sangran nunca, ¿qué es lo
que provocará en las almas más impresionables esa falsa idea de que matar
o mutilar no está tan mal, ya que, obviamente, la víctima no
sufre daño alguno? Esta forma de hipocresía proviene del Comics
Code: "Si pretendemos que no pase nada, entonces nunca pasará".
La realidad es muy diferente, y la verdadera pregunta es la de si
los cómics deberían tratar de hacer frente a estas cuestiones o
ignorarlas, pretendiendo hacer como que no existen.
Aparte de estos conceptos erróneos y objeciones sobre el sexo y la violencia en los
comix, aunque en verdad los dos resulten bastante próximos y queridos por todos los americanos de sangre roja, todavía nos quedan
las objeciones sobre el tema de la droga. Creo que los
artistas han mostrado sus efectos de multitud de formas a lo
largo de cientos de años. Un breve estudio de los artefactos artísticos de la
Antigüedad puede hacer que cualquiera se pregunte si la gente de "recta" mente sería capaz de crear algo tan diferente. Probablemente no podrán, porque por lo general estarán colocados con algo que va desde un simple zumo hasta otra cosa un poco más químicamente
compleja.
En cuanto a los
cómics, difícilmente me puedo imaginar un historietista del
underground, sin importar lo lejos que haya ido con las drogas,
capaz de producir una tira tan consistentemente extraña como Little Nemo
de Winsor McCay o el Krazy Kat de George Herriman, cuya influencia en
el desarrollo del medio está fuera de toda duda. También han existido otras
“antiguas” tiras igual de extravagantes. Por ejemplo, un puñado de
las tiras de periódico de los treinta y los cuarenta se basaban en los aspectos más humorísticos de la Prohibición, una situación
sin parangón en los comix sobre droga contemporáneos. Sin duda, mucha gente se tuvo que quedar asombrada por lo que hacía Snuffy Smith en sus
comienzos, al igual que ocurre actualmente con Dealer McDope. Creo que no es asunto de nadie si un artista fuma hierba, ni
tampoco si bebe Scotch o le gusta oler asientos de bicicleta. Si a él
le va bien, perfecto. Si le parece una mierda, también es
bastante obvio a quién tiene que importarle.
Hay otro ángulo de los
comix que me parece incluso más revolucionario que los cambios e
innovaciones que han aparecido entre las propias cubiertas de los títulos.
Me refiero a los cambios que se han producido en las estructuras
económicas y editoriales y que los artistas de los comix han
empezado a iniciar y a preocuparse por preservarlos.
El primero es que todos
los editores de comix trabajan con los dibujantes en lo que prácticamente equivale a un acuerdo asociativo. Me refiero a
que los dibujantes se involucran directamente en el éxito
continuo de cada uno de los tomos que se producen. Aparte de los adelantos aportados por los editores, los dibujantes reciben un cierta suma de
royalties por las reediciones de su trabajo. Nunca hemos vendido nuestra obra sobre una cantidad estipulada anteriormente. Preferimos retener nuestro porcentaje por los derechos hasta su eventual éxito, incluso aunque nuestra
compensación inmediata pueda ser menor que si hubiésemos aceptado una cantidad estipulada y renunciado a nuestra propiedad. Me parece un concepto esencial del medio de los comix: que los artistas tengan el derecho
de percibir un beneficio directamente proporcional al éxito
financiero de su trabajo.
También mantenemos el copyright de
nuestra obra publicada, así como los originales. Trabajamos a
nuestro propio ritmo particular. Algunos títulos aparecen cada tres o
cuatro semanas, y otros lleva todo un año prepararlos. Creemos que
es mejor pasarse todo un año produciendo una gema en lugar de tener que hacer frente a las fechas de entrega para producir un
montón de mierda de forma regular.
No reconocemos una autoridad editorial
superior que la de nuestro propio juicio particular. Los comix han
evolucionado como la matriz de un fermento artístico basándose en ideas que han ido alimentándose entre ellas, por lo que han sido capaces de sugerir otras formas más
efectivas de representar escenarios particulares, etcétera. Los comix van emergiendo lentamente, y solo cuando las obras están completamente terminadas, el editor podrá hacerse cargo del producto. Esto no está sujeto a sus gustos ni a su aceptación. En los raros casos que no se
ha querido hacer de esta forma, siempre ha habido otro editor dispuesto a hacerse cargo.
Creemos (y en este punto nuestros
editores también lo hacen) que es labor de los artistas saber lo que
quieren decir y que saben la mejor forma de hacerlo. Por otro lado, puede que el editor
también se capaz de dibujar la tira él mismo. Esto lo entienden todos, aunque también se debería poder aplicar en el caso de los editores de la
industria mainstream.
Desafortunadamente, la realidad es bastante diferente. La industria mainstream no trabaja CON sus artistas. No
está interesada en el crecimiento personal ni en la individualidad
artística. De hecho, teme ese crecimiento, porque supondría una amenaza a su propia posición de poder. En consecuencia,
la industria ha hecho todo lo posible por asegurarse de que todos esos
artistas sean unidades intercambiables que pueden mover de un
personaje a otro, de un título a otro, sin que exista una diferencia
apreciable entre ellos, basándose en los mandatos de las respectivas
fechas de entrega.
Por alguna extraña razón la industria
ha decidido que no tiene interés en potenciar la diferencia entre
sus dibujantes de cómic. Está claro que la mejor forma de mantener
la vitalidad y las ventas, y quizá la única forma de que los
dibujantes sigan sanos y tengan autoestima, es haciendo
justo todo lo contrario: permitir al artista que persiga libremente
sus propias inclinaciones naturales y sus aspiraciones. ¿Y qué hay
sobre las actitudes de los propios artistas del
“establishment”? ¿Podemos aceptarlas porque así continúan
ganándose diariamente el pan trabajando en la industria, ratificando necesariamente su situación laboral como la mejor de todas las
estructuras posibles? Me parece que no. Irónicamente, los
artistas que “acatan las normas” pero que se enorgullecen de su trabajo y se toman más tiempo para realizarlo, parecen sufrir más que los
dibujantes que no hacen más que un trabajo pasable, por lo que no parece este el mejor sistema de incentivos para promocionar la
excelencia. Resulta indudable que al igual que a cualquier otro trabajador asalariado, a los historietistas de este país
se les ha animado a pensar en sí mismos como “profesionales”: que cumplan con sus fechas
de entrega y que no se hagan muchas preguntas o demuestren demasiada
iniciativa.
Mientras que esta forma de pensar no tiene demasiado que ver
con la idea histórica sobre el temperamento artístico, sus ventajas para la industria son indudables.
(Continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario