Fu Manchú e Hijo, Inc. Artículo de Lou Mougin para Amazing Heroes nº 12 (1982). Traducido por Frog2000. Parte 1, parte 2.
LA ERA DE GULACY Y MOENCH
Después del "Special
Edition" se lanzó la serie de continuará (renombrada sencillamente como
Master of Kung Fu #17), que durante cuatro números más estuvo bajo
la férula de Steve Englehart. Los dos siguientes episodios los dibujó Jim Starlin, los guionizó Englehart y los entintó Al Milgrom. En su interior unos yonquis violentos eran brutalmente apalizados por
Shang. "¡No fue idea mía, tío!",
replica Starlin simbólicamente mientras repasa la portada.
"¡Ol-ví-da-lo!" Mientras tanto, el protagonista veía
cómo Fu Manchú asesinaba a su hermano carnal Midnight después
de ser elegido como asesino de su propio hermano, y Black Jack
Tarr hacía acto de presencia en "Lair of the Lost". Tarr era un
calvo y fornido agente del MI-6 (al igual que el propio Smith,
por cierto), que tenía un mostacho de morsa y que pronto se convertiría en
un personaje del estilo de Dum-Dum Dugan. Black Jack servía
devotamente a la Reina, a Inglaterra y a Denis Nayland Smith con
sus poderosos brazos de hierro y embotada mente. Cuando finalmente
Smith casi estuvo a punto de asesinar a Shang en la mansión, éste lo
derrotaba en una lucha justa. Shang-Chi y él hacían paces y lo
convencía de que debería levantarse de su silla de ruedas y empezar a pelear.
Finalmente se convertían en grandes aliados, y Black Jack adquiriría
una reticente admiración por un joven al que nunca dejó de
referirse como "el chino". (La brusca coraza de Tarr finalmente sería atravesada en una historia de 1978, cuando revelaba que
tenía un corazón de oro y rompía a llorar.)
Luego apareció el #18. Y Paul
Gulacy.
De todos los cerca de la docena de dibujantes que pasaron por Shang-Chi, Gulacy se sitúa en la cima. Gulacy es un
dibujante del mainstream que empezó como un imitador de James Steranko y
siguió evolucionando desde ese punto, hasta que difícilmente
cualquiera podría degradar su obra comparándola con la de otro
dibujante: sus renderizaciones fotográficas de combates de artes
marciales en papel bombardeaban el ojo con el mismo artificio que el
de una película de espías. En sus dibujos, Shang-Chi y su elenco
deambulan mientras son dibujados desde extraños ángulos, se ciernen
dulcemente por fondos sin rasgos distintivos, con los tendones
estirándose en los huesos mientras pelean en combates que parecen de ballet. Nadie a este lado de Reed Crandall podría rivalizar con la
precisión del dibujo de Gulacy. Todo esto, por supuesto, era reforzado
por un juicioso pedacito de fotografías birladas. Gulacy jugó con su estilo, y sus imitaciones de personajes reales se convirtieron en un
entretenimiento por derecho propio. Shang-Chi combatía con poses
cercanas a las de Bruce Lee. Fu Manchú era interpretado por
Christopher Lee según las caracterizaciones aparecidas en las
películas de la Hammer. El propio Jim Steranko aparecía como Demmy
Marston, un zar del juego, y Ward Sarsfield, un áspero equivalente
del Q de James Bond, era la viva imagen de David Niven. Pero no eran
copias serviles, sino que el dibujo de Gulacy era el dibujo de
Gulacy, punto.
El ritmo impuesto por Englehart
hacía que las peripecias de Shang-Chi tuviesen cierto regusto solitario
y errante que recordaba a El Fugitivo, donde o bien el titular de la
serie acechaba a alguien o era acechado por los esbirros de su padre.
La última entrega del guionista, en el #19, terminó con Shang-Chi
haciendo extraño equipo con El Hombre-Cosa, que era forzado a quemar
a Si-Fans encapuchados. Incapaz de manejar la carga que suponía
Shang-Chi en su propia serie y en Deadly Hands of Kung Fu, sobre la
que luego hablaremos un poco más, Englehart le pasó la serie a Doug
Moench, que con todo su aplomo se encargó tanto de ambas como de los Giant-Size Master of Kung Fu.
Doug Moench era perfecto tanto
para hacer equipo con Gulacy como para el personaje de Shang-Chi.
Moench era un escritor profesional que había desembarcado en los
cómics a través de la Warren y luego había llegado a Marvel. Sus
guiones para el medio estaban adecuadamente libres de clichés.
Los personajes de Moench parecían reales, gente compleja que
necesitaba dormir, amar y comer, y que sufrían cuando no lo conseguían hacer, o peor aún, cuando lo conseguían de la forma
equivocada. Los villanos no eran simples matones de artes marciales
con una neurona, sino que lo más común es que fuesen manipuladores
como los de Ian Fleming. Gradualmente fue cambiando el estilo del
personaje a lo David Carradine/ Kung Fu de Englehart hacia el
thriller de espías moldeado en las películas y novelas de James
Bond… una evolución que Englehart nunca le perdonaría.
Para compensar, Moench
presentó a Shang como un fugitivo errante en la revista en blanco y
negro de mayor tamaño, Deadly Hands of Kung Fu, también con
historias de Englehart, Starlin y Alan Weiss. A menudo Moench hizo
equipo con Mike Vosburg en ese título y contó una larga saga de
Shang-Chi en San Francisco, historias que eran una combinación
de discurso moral y combate a puñetazos. Algunas eran buenas y otras
no tanto, y eso es todo lo que puedo decir de ellas. Más tarde, por
supuesto, Moench se juntaría con Rudy Nebres para acometer el serial
en seis partes titulado “Golden Dragon”, que fue excelente.
De vuelta en su propia
colección, Shang-Chi se encaró y enfrentó a los ejércitos de
Si-Fan que le atacaban con sus sais, sables y su actitud contra el
progreso, derrotándolos de vez en cuando. Las mejores historias
aparecieron en Giant Size MOKF, donde Doug y Paul colaboraban
narrando prolongadas batallas entre Shang-Chi y Fu Manchú. En el
segundo número se presentó el amor de Shang Chi, una sexy
instructora de Kung Fu llamada Sandy Ling. “¿No te parece mágico,
Shang-Chi?”, le preguntaba mientras lo abrazaba en un banco del
parque. “¿O es que tu espíritu desea abrazar falsos
cúlmenes imposibles? ¿Crees que esto es mágico en sí mismo,
o algo creado por dos personas cuyas almas se encuentran
solas?” “Esas son preguntas que nadie debería responder”,
replicaba Shang. “No,” decía Sandy, “Sencillamente son
preguntas escalofriantes. ¿Es que no quieres afrontarlas? ¿O es que
temes llegar a…?” Todo esto precedido por el ataque
de un grupo de malos tipos de los Si-Fan durante una página. Al
final, Fu Manchú conseguía que él se pusiera en contra de su amor con un
ardid, causándole no poco dolor. Como ocurría con el resto de los
personajes de Gulacy, al protagonista todo se le hacía cuesta
arriba.
Gulacy y su compañero se esforzaron
por meter a Shang-Chi en las trampas que habían visto en cada
película de artes marciales que se hubiese rodado alguna vez, y más
aún. Shang-Chi caía en arenas movedizas, dentro de un reloj de
sol gigante lleno de pinchos, entonces daba un salto mortal y se
agarraba de dos de los pinchos y saltaba sobre un foso relleno de
ácido. Shang-Chi era el pasajero de un avión lleno de asesinos
Si-Fan, pero los derrotaba casi sin tomarse un respiro. Shang
liberaba a una bella chica que se encontraba atada en un techo lleno
de cuchillas y con el suelo repleto de cobras, eliminaba a todo un
ejército de asesinos con un solo nunchaku, y desafiaba a Fu Manchú en su mismísima guarida mientras machacaba a siete asesinos expertos
en artes marciales armados hasta los dientes, para luego encararse a
su padre y escabullirse. Golpeaba a cinco tipos malos a la vez y si
alguno seguía en pie después de una única patada, es que ese era
el villano principal del número del mes. Nunca se enfrentó a un
maníaco con una pistola, pero si hubiese tenido que hacerlo estoy
seguro de que hubiese esquivado hábilmente las balas.
Lo mejor de todo es que Shang-Chi nunca
hablaba durante la pelea. En los cómics de Marvel, donde Spider-Man
se pasaba más tiempo ensayando chistes que escalando muros, suponía un cambio muy refrescante. De hecho, a menudo los textos de apoyo narrados en primera persona eran demasiado extensos. (“Aterrizo en mitad de fragmentos de memoria
distorsionada… sabiendo que la galería está siendo vigilada.”)
Simplemente era una narrativa que no se entrometía con lo que pasaba
en la viñeta, porque tu atención estaba completamente obnubilada
por la pelea. “Master of Kung Fu” era tan única como
cualquiera de las colecciones de mediados de los setenta, y se
mantiene orgullosamente en el podio junto a titanes como Warlock,
Killraven y Drácula. De hecho, se ha convertido en un “anciano
respetable” en mayor medida que cualquier número
mensual de Conan.
ARTES MARCIALES SOBREALIMENTADAS
De nuevo, en MoKF #26 Shang-Chi se
reunía con su medio hermana Fah Lo Suee. La presentaban como
una perra fría y despiadada, menos exigente que su hermano y
ciertamente menos brillante, aunque probablemente un cincuenta por
ciento más desagradable. Después de su derrota en los épicos
números 44 a 50, cambió de papel y se convirtió en un agente del
MI-6 de aristas más amables, e incluso esta vez tenía cosas bonitas
que decirle a Smith, su antiguo amante. La historia presentaba a Lord
Robert Greville, el hijo de uno de los personajes de Sax Rohmer, que
tenía una sobrina llamada Melissa que terminaría siendo la secretaria
de Sir Denis y que en los siguientes números se convertiría en un
importante personaje de la serie. También aparecía su hermana
Mandy, que acabaría como otro de los personajes
secundarios de la colección… y así sucesivamente.
El tercer Giant-Size presentaba a la
segunda estrella de importancia creada por Moench, Clive Reston. Un
valiente clon de Sean Connery/ James Bond que fumaba en pipa y vestía
una gabardina, de competentes habilidades deductivas, ducho en armas
de fuego y con una volátil verborrea que acababa cruzando espadas
con Shang-Chi a lo largo de toda la carrera del personaje. Le gustaba
dejar caer comentarios acerca de que su padre era James Bond y su tío
Sherlock Holmes. De hecho, tanto le gustaba hacerlo que continuó de igual forma durante casi cien números, y se convirtió en una de las marcas de
fábrica clásicas de Master of Kung Fu. Cuando Reston se fue a
visitar a su padre en 1981, el dibujante Mike Zeck siguió con la
broma dibujando a Reston Sr. como una silueta sin definir.
Como hemos dicho, Reston cruzó su
camino bastante a menudo con Shang, y chocaron más de una vez a
cuenta de Leiko Wu. Ella era una bella agente oriental y una
luchadora de Kung Fu de primera categoría por derecho propio.
Semanas antes de su presentación en el número 33, había terminado su relación con Clive, tomándose a continuación un relajante baño
bajo una lámpara de lava en el apartamento del mismo. Era un amor de
comic book a primera vista, y Leiko se convirtió en una de las
mayores celebridades amorosas de Marvel. Al menos era capaz de patear
sin problemas a la mayoría de los asesinos Si-Fan, de dos en dos ¡ni Sue Storm podría con ella! La tensión entre Leiko, Shang y
Clive se mantuvo durante mucho más tiempo de lo que nadie se podría
esperar. Si Shang y ella se hubiesen casado, se habrían divorciado
dos números después. Y luego habrían continuado viviendo su vida
como si tal cosa.
Después de algunos números con
artistas marciales sobre-alimentados bajo la guisa de villanos
(Phansigars, Shadow-Stalker y otros), Moench y Gulacy idearon una de
sus primeras trilogías en los números 29 a 31 con el atlético
Carlton Velcro. Esa trilogía mostraba a Shang, Reston y Black Jack
unidos peleando en el campo de juegos predilecto de un rey de la
heroína, un lugar repleto de soldados, artillería pesada y montones
de hermosas amantes. El propio Velcro era el perfecto villano de
película de espías, completamente aburrido mientras ordenaba
ejecuciones sin que le temblara la boquilla de su cigarrillo. Sus
coloridos compatriotas incluían a Pavane, una preciosa rubia en un
traje fetichista de cuero que portaba un látigo mortal, y el
musculoso y enmascarado Puños de Navaja, que tenía dos grandes
espadas en lugar de antebrazos. Sus diálogos eran en su mayor
parte muy divertidos: “Mr. Velcro me ha pedido que os salude. Más
concretamente, sus instrucciones fueron que os diera la mano. Estoy
seguro de que apreciaréis el ingenio de Mr. Velcro cuando os reunáis
con él... ¡pedazo a pedazo!”
Después de volar el Paraíso de
Velcro, apareció otra explosiva némesis, el pueril asesino
Mordillo, que quería activar un filtro solar mientras Shang-Chi se
pasaba dos números sin revelar el misterio en una de esas patentadas
historias “crípticas” de Doug Moench donde hacían aparición
Darkstrider y sus Guerreros de la Red. A continuación llegó el
momento de la aplaudida historia con “El Gato” de los números 38
y 39. Esta historia repasaba de forma superficial los filmes de
peleas, pero la caracterización hacía que incluso Operación Dragón
pareciese algo interpretado deprisa y corriendo por Sonny Chiba.
Shang-Chi se iba a Hong Kong para apoderarse de los documentos
secretos de El Gato, un agente libre. En la secuencia de apertura el
héroe salvaba a un felino siamés del ataque de una manada de
merodeadores gatos callejeros en una escena simbólica poco
elaborada. El gato lo seguiría durante toda la saga como contrapunto
que rememoraba a Will Eisner. Shang conocía en un bar a la preciosa
Juliette, una cantante pop. Ella era su contacto, pero también era
la amante de El Gato y no podía traicionarlo. Una pandilla de punks
intentaban asaltar a Shang-Chi, pero al girarse este, en un palco aparecía una
figura vestida con una túnica de seda azul que se
expresaba con un tono tan duro y frío como el mármol: “Soy Shen Kuei”,
decía el recién llegado. “Soy… El… Gato”.
Se abría la túnica y descubría el tatuaje de un felino. No era del
tipo que venía como regalo con los chicles. Con sus botas
callejeras ayudaba a Shang-Chi a diezmar a los punks y luego se
paraba en una pose. Creía que Juliette lo había traicionado y no quería
escuchar sus protestas y ruegos, por lo que ahora Shang y
él tendrían que enfrentarse. Esto llevaría la mayor parte del
siguiente número, mientras el duelo de Shang y El Gato tenía lugar
a lo largo y ancho de los pintorescos y desiertos callejones de un
puerto. Aquí estaba, por fin, el único tío capaz de derrotar al Maestro de Kung Fu. Juliette detenía
la trifulca hundiéndose un cuchillo en el hombro. Shen Kuei se
disculpaba, recogía a su amante y se escabullía. Shang-Chi y
él se encontrarían dos veces más, la segunda quedarían en tablas,
pero en la tercera contienda, El Gato admitiría que Shang-Chi había
ganado, aunque todos estos combates tendrían lugar años después. Por
ahora, Shang se subía al avión con el gato siamés reposando en su
brazo, sin los documentos que había venido a buscar.
(Continuará)
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