miércoles, 11 de mayo de 2016

LOST IN TRANSLATION: ALCANZANDO LA DIVINIDAD A TRAVÉS DE LA TINTA Y EL PINCEL, por Bill Randall (PARTE 4 de 4)

Alcanzando la divinidad a través de la tinta y el pincel, por Bill Randall. Artículo aparecido en The Comics Journal nº 246 (2002). Traducido por Frog2000. Parte 1parte 2, parte 3.

Un artículo sobre Fénix (obra publicada por Planeta DeAgostini en 12 tomos.)

La cuestión de la fantasía se convierte en la preocupación central de este tomo de Fénix. A lo largo de la historia los personajes intentan escapar de sus realidades utilizando la creación y la fantasía. Por ejemplo, el horrible Dr. Saruta intenta sanar las heridas que ha experimentado como consecuencia de su condena al ostracismo social mediante la creación de una plétora de hijas y amantes robóticos. Rock, el principal rival de Masato, termina aceptando dogmáticamente todo lo que le ordena la computadora Hallelujah, incluso qué actitud tomar respecto al amor de su vida. De esa forma evitará, por lo tanto, cualquier responsabilidad o acción moral alguna. Cuando Masato hace aparición en la historia, lo vemos disfrutando de unas vacaciones en Waikiki junto a su amante Tamami. Pero de repente se desvela que ella es una moopie que ha creado todo lo que podemos ver a su alrededor. Tiempo después se pasará miles de años de su inmortalidad intentando recrear cómo fueron Tamami y el mundo que conocía, como excusa para escapar no solo de la desolación que le rodea, sino del verdadero propósito que reside detrás de su continuada existencia. En la visión de Tezuka del mundo, las fantasías son tan fascinantes que las personas solo se dan cuenta de la realidad en el último momento, cuando a menudo ya es demasiado tarde.

Sin embargo, Tamami es un personaje que nos cae simpático de inmediato. Su relación con Masato es auténtica, y las fantasías que reproduce por lo general son moderadas. Tamami utiliza sus habilidades para recrear lugares que han desaparecido por el paso del tiempo. Cuando ambos empiezan a experimentar el mundo de Waikiki, no parece que estén disfrutando tanto de unas vacaciones de ensueño en pareja como lo que en realidad se desvela como una intentona de preservar el mundo tal y como era antes de que comenzara su decadencia. Por eso recrean su Waikiki de una forma meticulosa, y en un momento dado, Masato se queda trastornado y se enfurece porque Tamami no recuerda cómo eran exactamente las medusas del mundo real. En lugar de una escapatoria, las fantasías sirven como una forma especial de recuerdo y memoria. Se convierten en Arte. Al final de su vida Tamami recrea una imagen de su juventud para Masato, y dicha secuencia es uno de los momentos más bellos de todo el tomo. Puede que no les haga olvidar los dolorosos reveses que han sufrido en la vida, pero por lo menos les permite un momento de tranquila gracia que los aísla y recubre en sus últimos momentos juntos. En ese momento Tamami se convierte en un creador cuyo talento es capaz de reproducir un recuerdo verosímil de la realidad en lugar de hacer que su receptor experimente un facsímil falso y vacío de la existencia. Es capaz de hacerlo porque a diferencia del resto de los moopies no es una mascota o un juguete, sino una persona que ha entrado en estado de comunión con Masato.

Además, en su obra Tezuka desvela su propio papel como artista. El autor no le teme a los problemas inherentes de la ficción escapista, aunque sí que considera sus complejidades y tradiciones de una forma honesta. Sus propias narraciones son vistas como literatura para niños, inicialmente diseñadas para que chavales japoneses con pocos recursos económicos puedan experimentar un entretenimiento completamente satisfactorio. Sin embargo, Tezuka entiende muy bien que no puede ni debe reemplazar el imperfecto mundo real con su ficción, y en su trabajo se puede observar bastante bien cómo le da vueltas a dicha cuestión. 

Por ejemplo, dicha reflexión se pone de manifiesto en el momento en el que Saruta intenta recrear el mundo, pero no a través de la ficción, sino utilizando la ciencia. La fantasía que Saruta ha aceptado demanda que el conocimiento científico sea capaz de restaurar un planeta moribundo, y el científico llega bastante lejos en su intento. En su laboratorio se pueden ver varios tubos de contención donde reposan especies extinguidas que ha sido capaz de devolver a la vida, inventando incluso algunas nuevas en el proceso y bautizándolas con los nombres de sus personajes de ficción y escritores favoritos. Una de ellas es Bradbury, una forma de recordar al autor de Fahrenheit 451. Bradbury es un sátiro que se divierte leyendo "El joven Werther" de Goethe. Seducido por su visión del mundo, Bradbury exige salir de su jaula y experimentar la vida en libertad. Saruta se resiste, aduciendo que "la Tierra se está muriendo, ¡por lo que será mejor que apartes esos libros y dejes de soñar sobre cómo solían ser las cosas antes!"

Cuando Bradbury le insiste, Saruta se apresta a complacerlo, incluso aunque el resto de cada una de sus criaturas empiecen a disolverse en cuanto salen del líquido amniótico al exterior. Excitado mientras da sus primeros pasos en libertad, Bradbury rápidamente se empieza a fundir en la nada. La imagen es capaz de golpear al lector no sólo por su cruda brutalidad, sino también porque pone tajantemente de manifiesto la fragilidad de la ficción. Cuando exponemos a la ficción a las demandas del día a día de la realidad, entonces puede convertirse en algo pequeño y débil, por lo que deberíamos mitigar y medir mucho más su utilización. 

Incluso aunque Tezuka ponga en solfa los problemas de la ficción y el escapismo de una forma tan implacable, la vida del autor siguió entregada devotamente a la ficción. Tezuka confiaba en sus habilidades para ofrecer paz y una visión positiva del mundo, o por lo menos dar una visión de cómo podríamos ser capaces de arreglar el planeta en el que vivimos. Sus ficciones están plagadas de dilemas éticos demasiado implacablemente como para funcionar como sencillo y fugaz escapismo. Además, Tezuka no emplea el "efecto enmascarador" descubierto por Scott McCloud en sus ensayos: en lugar de crear personajes planos con los que el lector se pueda identificar, utiliza un "star system" de personajes recurrentes que utiliza en varias de sus obras. Por ejemplo, Saruta ocupa un lugar destacado tanto en Hou-Ou ("Karma" según el libro Dreamland Japan) como en Resurrection. Por su parte, el corrupto director de hotel que aparece en A Tale of the Future también es Akabane, uno de los villanos principales de Adolf. Cada uno de estos personajes dispone de rasgos claramente definidos que aumentan su significancia a lo largo del grueso de la obra del autor. No solo son avatares para que el lector se pueda identificar con ellos. Cada uno es una persona definida que bien nos podemos encontrar en cualquiera de sus trabajos, y siempre con una profunda intencionalidad. Para Tezuka el escapismo que definitivamente proporciona la ficción debería llevarnos a considerar profundas cuestiones morales. 

Donde mejor se demuestra el talento de Osamu Tezuka es en los momentos en los que el autor es capaz de abordar todas estas cuestiones con completa naturalidad, usando un idioma personal que ha ido desarrollando a lo largo de toda su carrera artística. Tezuka es Tezuka. No quiere producir literatura de prestigio en la estela de Yukio Mishima o Historia de Genji. En su lugar opera desde el extraño espacio que se le ha concedido a un artista que elabora ficción para niños, desde el cuál formula preguntas fundamentales y existenciales. Por eso me acuerdo de Malcolm Muggeridge asegurando que todo lo que ha producido la Humanidad, incluídas las catedrales más impresionantes y la Misa en si menor de Bach pueden parecer un juego de niños ante la mirada de Dios. El trabajo de Tezuka en esta serie provoca las mismas sensaciones: a pesar de su habilidad, inventiva y fervor, lo suyo es un mundo de personitas que actúan como cartoons diminutos moviéndose por un universo de papel y tinta. Pero es la urgencia de las preguntas y cuestiones que ponen de manifiesto estas personitas lo que le otorgan a su trabajo la frescura y la potencia de las que hace gala. Son esas tensiones básicas (entre forma y contenido, entre la mirada infantil y el alma del adulto) lo que Tezuka explota de una forma tan efectiva. Puede que no acepte plenamente la ficción, pero tampoco es capaz de escapar de ella. De alguna forma se las arregla para simplificar los problemas de la Humanidad de una manera que hasta un niño podría entender, pero no los niega ni los rehúye. En su diminuto mundo cartoon se alternan los detalles a escala microscópica y el alcance de proporción cósmica, a veces en la misma página. Por eso la importancia de su obra es de tan tremenda envergadura.

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