jueves, 16 de noviembre de 2017

LOST IN TRANSLATION: MÁS ALLÁ DE LA SIMPLE ACCIÓN, LA LEYENDA DE KAMUI, por Bill Randall (1 de 4)

Artículo de Bill Randall para The Comics Journal nº 227 (2000). Traducción: Frog2000.

Tanto el cowboy como el samurái tienen mucho que decir sobre las culturas que los han engendrado. Los dos provienen de géneros literarios que revelan profundas tendencias subyacentes sobre cómo estas culturas son capaces de reflexionar sobre lo que son. En los Estados Unidos, artistas como John Ford y Cormac McCarthy han utilizado tiroteos y ladrones de ganado para descubrir el individualismo feroz prioritario en la imagen que tienen los estadounidenses de sí mismos. En Japón no es muy diferente: las historias de samuráis y ninjas aprovechan los rudimentos feudales residentes en las infraestructuras de la sociedad para configurar un punto de referencia universal para los ciudadanos que forman parte de la cultura, siendo capaz de absorberlos mucho más que los referentes de los occidentales estadounidenses. El Bushido, el código de honor del samurái, se ha adaptado para todo, desde la Segunda Guerra Mundial hasta las prácticas empresariales actuales. Esto ha proporcionado una base fecunda para los artistas del género. De entre todas las épocas, la más conocida son los cincuenta, cuando Akira Kurosawa estuvo rodando películas de forma habitual sobre el tema. Una década después, otro artista de primera fila empezó a utilizar el medio de una forma bastante diferente. En las páginas del legendario y avantgarde magazine manga GARO, el autor Sanpei Shirato creó una historieta que no solo revitalizó el género, sino que añadió gasolina al entonces incendiario movimiento estudiantil.

Era la época más adecuada para el renacimiento del género, porque los sesenta en Japón supusieron una era de grandes cambios en las estructuras de poder y culturales, mucho más que en los Estados Unidos. En el país oriental gran parte de la contienda fue resultado del activismo marxista. El marxismo impregnó la vida intelectual japonesa durante los sesenta, y aún sigue figurando en el pensamiento y la política nacionales. Incluso hoy, el Partido Comunista de Japón (JCP) tiene sitio en la Dieta Nacional. Para comprender la extensión del pensamiento marxista en Japón, basta con mirar al actual rey indiscutido de su mundo cinematográfico, Hayao Miyazaki. Más conocido como el director de la película japonesa más exitosa desde el punto de vista financiero, Mononoke Hime (La Princesa Mononoke), de 1997, Miyazaki desempeñó un papel fundamental en la unión de animadores del estudio de cine Toei Doga durante los cincuenta y sesenta. Además, alguna vez ha comentado que su trabajo en "Nausicaä del valle del viento" (disponible en seis tomos por Planeta) narra su desilusión y su total desaprobación de la ideología marxista. El manga llegó a su finalización en 1994.

Para alguien de la estatura cultural de Miyazaki (en 1993 incluso fue presentado junto a Kurosawa en un programa especial de entrevistas en Nihon TV), mantener públicamente durante mucho tiempo las creencias marxistas demuestra claramente su grado de aceptación en Japón. Quizás la mejor analogía con un estadounidense podría ser imaginarse a Stephen Spielberg deshaciéndose de su copia de Das Kapital.
Claramente, Japón no sufrió ni a Joseph McCarthy ni el Temor Rojo. De hecho, durante la Segunda Guerra Mundial muchos marxistas fueron héroes. El PCJ fue uno de los pocos que denunció públicamente las agresiones imperiales de Japón, una postura que llevó a muchos de ellos a la cárcel. Después de la devastación de la guerra, la posición del PCJ atrajo a jóvenes estudiantes idealistas que se oponían al imperialismo y el nacionalismo. Además, el PCJ llevaba asociado desde hacía tiempo con movimientos estudiantiles como el Shinjinkai o "New Man Society", un grupo que empezó en 1918, muchos de cuyos miembros ascendieron a posiciones influyentes en el PCJ. Por lo tanto, los movimientos estudiantiles se centraron en las reformas sociales, a menudo relacionadas con el trabajo. De hecho, la inquietud estudiantil a lo largo de los años 1920 y 1930 principalmente residía en las preocupaciones laborales: un graduado universitario en 1930 tenía menos del 50 por ciento de posibilidades de encontrar trabajo en comparación con el 81% de 1923. Los estudiantes se fijaron en las promesas realizadas por el sistema universitario sobre el estilo de vida seguro, y se rebelaron cuando dichas promesas fracasaron. Las perspectivas en la situación de posguerra eran peores. El sistema universitario se había vuelto obsoleto y corrupto, plagado de profesores incompetentes y dificultades financieras. Los grupos marxistas de largo recorrido proporcionaron una salida para las crecientes frustraciones. El erudito Henry DeWitt Smith señala que las actuaciones de estos grupos entre los años 20 y los 60 mantuvieron una consistencia asombrosa. Por lo tanto, la mezcla de rebelión juvenil y las teorías contra el sistema establecido fueron fermentado largamente a lo largo de los sesenta.

Esta mezcla pronto se volvió volátil. La primera gran revuelta estudiantil contra las autoridades estalló en 1960, cuando la Zengakuren (Federación de estudiantes de todo Japón) encabezó una protesta contra la renovación del Tratado de San Francisco o Tratado de Paz de San Francisco entre las Fuerzas Aliadas y Japón de 1951. La protesta evolucionó en batallas callejeras contra la policía. Esta tensión continuó durante los sesenta hasta que finalmente detonó en el año lectivo de 1968-1969. En junio de 1968, una huelga por las reformas en el sistema interno de la Facultad de Medicina cerró la universidad y los estudiantes se atrincheraron en los edificios. Pronto empezaron las huelgas por todo el país: de las 110 Universidades en huelga, 65 no lograron una resolución hasta finales de año.

(Continuará)

Notas de: "University upheavals of 1968-69", Henry DeWitt II Smith, de "Kodansha Encyclopedia of Japan", "Japan´s First Student Radicals" (Harvard University Press), de Henry DeWitt II Smith.

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