Relato escrito por Grant Morrison para el número 13 de la antología "Captain Britain" (Marvel, 1985). Traducido por Frog2000 para su página de facebook.
Dibujos: John Stokes
Nota (y quizá Spoiler): el Capitán GranBretan es uno más de los Capitanes Bretaña del Omniverso. En su realidad, Napoleón conquistó Londres.
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Volar era lo mejor de todo. El resto seguía cargado de más miseria y auto-compasión que las grabaciones completas editadas por Les Smiths, ensambladas todas ellas en un sólo y largo LP.
Reyertas y rescates y gritos y constantes viajes llenaban sus horas de vigilia y lo dejaban demasiado tenso como para poder dormir adecuadamente. De hecho, si se consideraba todo el asunto, para ser franco la vida de un superhéroe era un completo y puro infierno viviente. Excepto por eso de volar...
Mientras gestaba una profunda depresión, el Capitán GranBretan anguló su cuerpo para sumergirse profundamente en un banco de nubes. El interior estaba húmedo, pero la superficie líquida que resbalaba por su uniforme se evaporaba rápidamente gracias a la velocidad del descenso. Aún así el aire se convirtió en un vendaval de primer orden que chocaba contra su cara según empezaba a acelerar. Debajo de él se arrellanaban los grises y verdes de Londra y los Condados de los alrededores como la paleta de un artista indeciso.
Temerario, el Capitán GranBretan se sintió como un ángel kamikaze, los boom sónicos acompañaron su zambullida en los estratos de aire. Según disminuía la altitud, Londra empezó a parecerse exactamente al aspecto que tenía en la Guía A-Z de la ciudad. En segundos dejó detrás de sí cientos de pies. Los detalles se hicieron más característicos, los coches se movían por las calles, las banderas capturaban la brisa, las ventanas se empastaban con el reflejo de los cielos. El suelo se abalanzó hacia él como una imponente señal de Stop, hasta borrar el horizonte convertido en una repentina pared de fuerza implacable que podría hacerle añicos como a un insecto en un retrovisor. Cemento, coches, la suciedad de la calzada. Cerró los ojos.
Y a veinte pies por encima del asfalto de la Rué Lafayette, el Capitán GranBretan volvió a conectar su uniforme, deslizándose libremente y con una tranquilidad insolente lejos de la atracción gravitatoria. Según giraba su cuerpo hacia arriba dibujando una perfecta parábola en el aire, su abdomen se contrajo. Flotó por encima de los Jardines mientras su sonrisa se diluía al mismo tiempo que recordaba sus obligaciones.
Definitivamente, volar era la mejor parte.
Tal y como solía hacer, el Capitán se sentó para inspeccionar los tejados desde la parte superior de la Columna de Napoleón. De hecho, era algo que hacía tan a menudo que los turistas esperaban verlo ocupando su puesto una vez al día por lo menos.
Incluso existía una postal en la que aparecía posado en la Columna, vigilando el mundo como si fuese un objeto oxidado de gran tamaño. Odiaba esa fotografía. Por alguna razón, en el momento exacto en el que la habían tomado estaba pensando en que cuando comías espaguetis parecía estar mordiendo una babosa. La expresión evocada en esa reflexión había sido inmortalizada para siempre en cientos de postales.
El Capitán GranBretan suspiró. Ahora había unos cuántos turistas en Square, y muchos de ellos lo ignoraron, dejando al resto que profirieran los tímidos insultos que fueron capaces de lanzarle. Ya no le importaba lo que pensaban de él.
En el abatido cielo, el sol empezó a jugar al escondite detrás de las nubes grises. En las carreteras, las bocinas de los coches balaron y los conductores blasfemaron. En algún sitio un pájaro empezó a cantar y luego se lo pensó mejor.
Todo era muy deprimente. De repente, el Capitán sintió que el cuero cabelludo de su corte al rape se erizaba cuando el circuito de su casco, interconectado con los campos eléctricos de su cerebro, le envió una alarma que agitó todas sus neuronas. La llamada de socorro crepitó y chasqueó en la micro-computadora que llevaba incorporada, provocándole un dolor de cabeza que desembocó en un pequeño zumbido. Cada vez estaba recibiendo menos llamadas de socorro a diario, y decidió ignorar esta como había hecho con el resto. Ya tenía suficiente.
Como en respuesta a su desgana, el dolor en su cabeza subió de intensidad uno o dos puntos hasta que el yelmo pareció un torniquete que presionaba contra su cráneo. La única cura posible para el dolor era volar más allá del alcance de la llamada de socorro.
El Capitán saltó desde la Columna de Napoleón, giró en el aire y salió disparado hacia el Noroeste, lejos del insistente aviso de emergencia. Debajo de él los edificios de Londra fueron reduciéndose hasta convertirse en campos y setos. Finalmente, incluso la ordenada geometría verde limón del cinturón agrícola se rompió en los pedazos de un rompecabezas, para ser reemplazada a continuación por los páramos.
El Capitán GranBretan sabía cuál era su destino. Todo acabaría tal y como había empezado, en el lugar de poder.
Darkmoor era un círculo de piedras neolíticas que se encontraba situado a horcajadas de una intersección de líneas ley. Aunque no era tan impresionante como Stonehenge ni tan extenso como Avebury, el lugar gozaba de cierta notoriedad como uno de los monumentos prehistóricos más extraños de la República de Gran Bretaña. Si se podía creer en los avistamientos, Darkmoor habría sido visitado anualmente por las suficientes naves espaciales como para rellenar un videojuego de buen tamaño. De acuerdo con la Sociedad de Aethyr, Jesús había peregrinado frecuentemente hasta allí desde su hogar en Venus. Las Brujas también se habían acercado a Darkmoor para celebrar sus cuatro festivales más importantes, al igual que algunos druidas actuales. (Los choques por intereses o ideologías no resultaban desconocidos en el lugar.) También se habían visto fantasmas de forma regular, y en una ocasión memorable un autobús atiborrado de turistas de la Confederación Americana fueron testigos de la aparentemente desinhibida manifestación de Cernunnos, el Dios Cornudo de los Celtas.
Pero a pesar de que los más extraños eventos aparecían de forma intermitente en Darkmoor lo largo de su historia, sin embargo el mayor de todos fue el hallazgo de Paul Peltier, un estudiante de Universidad que encontró un uniforme que lucía los tres colores de Gran Bretaña. Colocada como una bandera hecha polvo sobre la piedra central, parecía que el traje casi estaba clamando hacia el joven, instándole a que lo cogiera y se vistiese con él.
Le sentaba tan bien que parecía que su piel había sido pintada de rojo, blanco y azul. Y entonces, como si se amoldara a su cuerpo, el traje empezó a efectuar el primero de muchos otros cambios en su anatomía. Reemplazó meses en el gimnasio por minutos de magia, esculpiendo los músculos de Peltier, ajustando el exceso de peso, cambiando estructuras óseas de sitio y reordenándolas a continuación, incluso eliminó infecciones latentes. Cuando todo acabó, Peltier le dio otro empujón a sus habilidades infundiéndose de un poderoso campo de fuerza personal que le desgajaba de la fuerza de la gravedad. Luego se quedó a la espera para ver qué es lo que pasaba.
Por supuesto, lo que había ocurrido con Paul Peltier es que se había convertido en un superhéroe. Siempre había jugueteado con la idea de lo que ocurriría si alguna vez consiguiese súper-poderes, como los personajes que aparecían en las Bandes Dessinées que había leído cuando era niño. Para él era incluso mejor que ser una estrella del pop o un actor cinematográfico.
Con visiones de fama, fortuna y chicas dándose codazos en su imaginación, el Capitán GranBretan había alcanzado el cielo en ese primer día de su nueva vida, sin sospechar lo que le esperaba.
Y ahora había vuelto al mismo sitio. Al círculo de piedras. Viró a lo largo de una corriente de aire, de cara hacia el sol poniente. Entonces flotó hacia abajo y el césped se levantó hacia su encuentro.
Las piedras de Darkmoor esperaron como si fuesen delincuentes en la esquina de una calle, ignorando las coquetas brisas que competían por su atención. Los colores del cielo se intensificaron. Nubes que soplaban hacia el oeste empezaron a brillar con una última luz. El viento sonó en el páramo de hierba como la larga inspiración y espiración de la garganta de un gigante invisible. En millas a la redonda los páramos se encontraban vacíos, un espacio amplio sin adornos.
Si algún país hubiese sido reservado exclusivamente para ser morada de la depresión, se parecería mucho al aspecto que Darkmoor tenía esa noche.
Satisfecho con la forma en que el entorno armonizaba con su estado de ánimo, el Capitán GranBretan se sentó apoyándose contra el menhir y empezó a considerar el atolladero en que se encontraba.
Todo había empezado muy bien, había hecho todas las cosas que se suponía que debía hacer un superhéroe, y había conseguido fama y respeto. Sin embargo, en lo referente al dinero pronto se dio cuenta de que los superhéroes eran vistos como instituciones de caridad.
Hubo una ocasión en que un hombre, recientemente rescatado de un edificio en llamas, balbuceó con agradecimiento: "Capitán GranBretan, ¿cómo puedo agradecértelo?"
La respuesta de tres cifras del Capitán fue recibida con indignación.
En lo que concernía a las chicas era igual de desafortunado: la mayoría profesaba tal temor por sus poderes que incluso las impedía tocarle para darle un beso, y siempre estaba demasiado cansado como para responder a las insinuaciones de las mujeres que lo perseguían activamente.
Al final, lo único que tenía era una terrible responsabilidad que lo estaba aplastando.
Debía acabar con la situación aquí y ahora.
Una lluvia ligera empezó a caer chocando contra su campo de fuerza y evaporándose. Ordenó retirar la protección del traje y permitió que la lluvia fluyese helada sobre su cara. El traje tenía que irse. No había otra alternativa. Echaría de menos el vuelo, pero era un pequeño precio a pagar para poder tener una vida normal.
Alzó sus manos hacia el yelmo.
"¡Detente! ¡Recobra la compostura, Paul!"
El Capitán GranBretan se giró reactivando su campo protector, listo para atacar. Pero allí no había nada, sólo la piedra húmeda y el terreno desolado. Casi estaba listo para creer en la existencia de los fantasmas de Darkmoor cuando una voz le habló de nuevo. Esta vez iba acompañada de un hormigueo familiar en su cráneo.
"¡Realmente ya tengo bastante de todo este sinsentido!"
"¿Quién eres?", dijo el Capitán, según los ecos de la voz recorrían las bóvedas de su cerebro.
"¿Quién te crees que soy?", dijo la voz con irritación. "Soy tu casco. No me digas que no me reconoces. ¡Llevamos usándonos uno al otro durante un año y medio!"
"Oh, Dios mío", dijo el Capitán.
"Bien, no quería decirlo de forma tan extravagante", le respondió precipitadamente el yelmo, "pero soy alguien bastante especial."
"¿Qué es lo que quieres?", preguntó el Capitán GranBretan, empezando a sentirse de forma tan incómoda como un personaje de una obra de Harold Pinter en su momento más obtuso.
El yelmo examinó la pregunta. "Bueno, lo primero que quiero es convencerte de que no te me quites. Me refiero a que, ¿dónde te crees que vas a encontrar un traje a medida que se ajuste tan bien como lo hago yo? Y de todas formas... ¿en serio que quieres volverte caminando desnudo hasta casa?"
"¿Qué más? ¿Qué más quieres?", dijo el Capitán con voz temblorosa.
"¡Ah! bien, ahora ya estamos hablando de lo mismo, Paul," respondió el yelmo. "¡Quiero acción, eso es lo que quiero! ¡Quiero emociones! Fui fabricado para cumplir ciertas funciones específicas." La voz subió de tono, haciendo que el cuero cabelludo del Capitán se erizase como un hormiguero. "¡Sencillamente, lo que estoy demandando es mi derecho a trabajar!"
"No entiendo..."
"Es muy obvio", observó el yelmo. "Escúchame, fui diseñado para ser la armadura de un superhéroe, pero no me estás dejando alcanzar todo mi potencial. En lugar de salvar vidas e impedir desastres, te pasas todo el tiempo quejándote de lo difícil que es tu vida. Pues bien, ¡me he acabado por aburrir! Ha llegado la hora de que pienses en mí para variar. Te he dado poderes maravillosos y ahora te pido que me des algo a cambio".
El Capitán empezó a transpirar. "¿Y por qué no me has comentado nada de todo esto antes?"
"No podía. Sencillamente aún estaba desarrollando la consciencia," dijo el yelmo. "Probablemente como resultado de no tener nada mejor que hacer."
"Pero seguro que puedes ver cómo son las cosas desde mi punto de vista," declaró el Capitán. "No puedo seguir haciendo esto. ¿Te das cuenta de cuántos crímenes se cometen en el mundo? ¿De cuántos terremotos, mareas negras y accidentes aéreos se producen? ¿De cuánto terrorismo? Sólo soy un hombre. Esperaba que con estos poderes pudiese resolverlo todo por mi cuenta, pero sólo estoy yo, ¿me entiendes? No puedo hacerle frente."
Casi empezó a llorar mientras pronunciaba su apasionado discurso, pero la red de milagrosos circuitos del yelmo hizo contacto con sus dedos electrónicos en los barorreceptores de su cerebro y alteró sus respuestas emocionales, tan fácilmente como cualquiera podría cambiar los canales de un televisor".
"Cálmate, Paul," le tranquilizó el yelmo. "Somos dos. Tú y yo."
"Y además la gente ha empezado a sentirse molesta conmigo", continuó el Capitán GranBretan.
"Londra Match sacó un artículo de dos páginas muy crítico. Se titulaba "Cabeza en las Nubes". No entienden por todo lo que estoy pasando. Ese es el motivo por el que iba a alejarte de mí. Mi vida ya no me pertenece."
"Eso es cierto", dijo simplemente el yelmo, y un fino escalofrío se deslizó por la columna vertebral del Capitán.
"¿A qué te refieres?", dijo.
"Creo que ha llegado la hora de volver al trabajo, Paul, ¿no crees? Ya hablaremos de todo esto más tarde."
"No, ¡espera!", dijo el Capitán lleno de pánico. Levantó el brazo para quitarse el yelmo y sintió que los nervios de sus dedos estaban como muertos. "¿Qué me estás haciendo?", gimoteó.
"Estoy dispuesto a darle otra oportunidad a esta relación," dijo el yelmo.
Los brazos del Capitán azotaron inútilmente el aire, como si intentase golpear con fuerza moscas invisibles. Tenía muchas ganas de desplomarse, pero el traje lo mantuvo erguido y no permitió que sus rodillas se doblaran. Atrapado en su propia ropa, el Capitán GranBretan sintió que el suelo se alejaba de sus pies.
"Ven a volar conmigo, vuela conmigo, volemos lejos de aquí...", canturreó el yelmo en tono apagado. "¿Te gusta Frank Sinatra, Paul?", preguntó sin esperar respuesta. "¿Qué me dices sobre esta?", y cambiando a una tonalidad electrónica empezó: "I´ve got you, under my skin..."
El Capitán GranBretan empezó a chillar. El yelmo le hizo cerrar sus dientes de golpe y tuvo que callar.
"¿No te gusta cantar?", le dijo despreocupadamente. "Oh, está bien. Sé que me ajusto a ti como un guante, ¡ja! Era una broma, "ajustar", ¿lo pillas? Puedo notar que las cosas van a ser muy diferentes ahora, Paul. Nos irá mucho mejor."
"Quiero el divorcio", gritó de forma telepática un Paul desesperado. Su yelmo lo hizo callar y lo condujo volando hacia el sur, como un auto-estopista atrapado, hacia donde las luces de Londra manchaban de rojo el cielo nocturno.
Le Soleil fue el primero de los tabloides impresos que sacó la fotografía que se haría famosa en poco tiempo en la que un Capitán GranBretan transportaba un Concorde accidentado hacia zona segura. El pie de foto decía: "La Travesía del Avión: el "Capi" vuelve a la Acción". La historia del periódico detallaba el rescate y agradecía al Capitán su "completa recuperación".
De un solo golpe el Capitán GranBretan vio restaurado el afecto que sentía la República por él. Al terminar la semana sus incansables esfuerzos habían propulsado su popularidad hasta la estratosfera. Parecía que no había emergencia demasiado pequeña o demasiado grande a la que el Capitán no prestase atención, desde gatitos atrapados en árboles hasta petroleros que se habían ido a pique, el Capitán GranBretan siempre estaba presente para salvar el día.
Como lo estuvo de nuevo cuando un tren del metro de Londra descarriló. Desplazando toneladas de barro y escombros con su fuerza sobrehumana, desbloqueó el túnel y liberó a los supervivientes. Poco tiempo después, mientras transportaba a los heridos al exterior para que esperaran a las ambulancias, sólo cinco personas se dieron cuenta de lo cansado y hecho polvo que parecía estar el Capitán, y las cinco lo atribuyeron simplemente a su dedicación al deber. Ninguna de ellas comentó nada sobre su mutismo. Después de todo, los mejores héroes son hombres de pocas palabras.
El Capitán GranBretan quitó el tren de en medio, reparó la vía con sus puños como martillos y a continuación salió disparado como un rayo al aire libre para responder a la angustiosa llamada que había recibido en su buscapersonas. Según subía hacia arriba para poder salir de la estación de Metro, giró para realizar una pasada de la victoria por encima de las cabezas de la alegre y emocionada congregación allí reunida.
El Capitán GranBretan había vuelto con determinación y entusiasmo.
En las nubes, deslizándose entre los bancos de cirros, el yelmo parloteó consigo mismo. Sonaba de forma rápida y engreída, como un cuarto repleto de mecanógrafos ocupados. El casco había empezado a darse cuenta del mal olor y estaba cavilando qué decisión debía tomar respecto a Paul Peltier.
Sabía que sólo podría animarlo durante un tiempo limitado antes de que sus ojos vidriosos y su carne descompuesta destaparan todo el engaño. Una corriente de pensamiento parpadeó a través de la red del ordenador incrustado en la estructura del casco, y entonces tomó una decisión.
Darkmoor. Volvería a Darkmoor, digeriría el cuerpo de Peltier y luego esperaría. Al final aparecería alguien (cualquiera que siempre hubiese estado fascinado con la idea de tener súper-poderes y cuyo cuerpo pudiese ser fácilmente rehecho para llenar los huecos vacíos del asombroso uniforme.)
Era el vuelo. Más que el resto, eso era lo que le tenía enganchado.
Contento de nuevo, el verdadero Capitán GranBretan bajó en picado, planeó un momento y se mantuvo en el aire flotando para después aterrizar suavemente en el círculo de piedras.
Y empezó a alimentarse.
Dibujos: John Stokes
Nota (y quizá Spoiler): el Capitán GranBretan es uno más de los Capitanes Bretaña del Omniverso. En su realidad, Napoleón conquistó Londres.
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Volar era lo mejor de todo. El resto seguía cargado de más miseria y auto-compasión que las grabaciones completas editadas por Les Smiths, ensambladas todas ellas en un sólo y largo LP.
Reyertas y rescates y gritos y constantes viajes llenaban sus horas de vigilia y lo dejaban demasiado tenso como para poder dormir adecuadamente. De hecho, si se consideraba todo el asunto, para ser franco la vida de un superhéroe era un completo y puro infierno viviente. Excepto por eso de volar...
Mientras gestaba una profunda depresión, el Capitán GranBretan anguló su cuerpo para sumergirse profundamente en un banco de nubes. El interior estaba húmedo, pero la superficie líquida que resbalaba por su uniforme se evaporaba rápidamente gracias a la velocidad del descenso. Aún así el aire se convirtió en un vendaval de primer orden que chocaba contra su cara según empezaba a acelerar. Debajo de él se arrellanaban los grises y verdes de Londra y los Condados de los alrededores como la paleta de un artista indeciso.
Temerario, el Capitán GranBretan se sintió como un ángel kamikaze, los boom sónicos acompañaron su zambullida en los estratos de aire. Según disminuía la altitud, Londra empezó a parecerse exactamente al aspecto que tenía en la Guía A-Z de la ciudad. En segundos dejó detrás de sí cientos de pies. Los detalles se hicieron más característicos, los coches se movían por las calles, las banderas capturaban la brisa, las ventanas se empastaban con el reflejo de los cielos. El suelo se abalanzó hacia él como una imponente señal de Stop, hasta borrar el horizonte convertido en una repentina pared de fuerza implacable que podría hacerle añicos como a un insecto en un retrovisor. Cemento, coches, la suciedad de la calzada. Cerró los ojos.
Y a veinte pies por encima del asfalto de la Rué Lafayette, el Capitán GranBretan volvió a conectar su uniforme, deslizándose libremente y con una tranquilidad insolente lejos de la atracción gravitatoria. Según giraba su cuerpo hacia arriba dibujando una perfecta parábola en el aire, su abdomen se contrajo. Flotó por encima de los Jardines mientras su sonrisa se diluía al mismo tiempo que recordaba sus obligaciones.
Definitivamente, volar era la mejor parte.
Tal y como solía hacer, el Capitán se sentó para inspeccionar los tejados desde la parte superior de la Columna de Napoleón. De hecho, era algo que hacía tan a menudo que los turistas esperaban verlo ocupando su puesto una vez al día por lo menos.
Incluso existía una postal en la que aparecía posado en la Columna, vigilando el mundo como si fuese un objeto oxidado de gran tamaño. Odiaba esa fotografía. Por alguna razón, en el momento exacto en el que la habían tomado estaba pensando en que cuando comías espaguetis parecía estar mordiendo una babosa. La expresión evocada en esa reflexión había sido inmortalizada para siempre en cientos de postales.
El Capitán GranBretan suspiró. Ahora había unos cuántos turistas en Square, y muchos de ellos lo ignoraron, dejando al resto que profirieran los tímidos insultos que fueron capaces de lanzarle. Ya no le importaba lo que pensaban de él.
En el abatido cielo, el sol empezó a jugar al escondite detrás de las nubes grises. En las carreteras, las bocinas de los coches balaron y los conductores blasfemaron. En algún sitio un pájaro empezó a cantar y luego se lo pensó mejor.
Todo era muy deprimente. De repente, el Capitán sintió que el cuero cabelludo de su corte al rape se erizaba cuando el circuito de su casco, interconectado con los campos eléctricos de su cerebro, le envió una alarma que agitó todas sus neuronas. La llamada de socorro crepitó y chasqueó en la micro-computadora que llevaba incorporada, provocándole un dolor de cabeza que desembocó en un pequeño zumbido. Cada vez estaba recibiendo menos llamadas de socorro a diario, y decidió ignorar esta como había hecho con el resto. Ya tenía suficiente.
Como en respuesta a su desgana, el dolor en su cabeza subió de intensidad uno o dos puntos hasta que el yelmo pareció un torniquete que presionaba contra su cráneo. La única cura posible para el dolor era volar más allá del alcance de la llamada de socorro.
El Capitán saltó desde la Columna de Napoleón, giró en el aire y salió disparado hacia el Noroeste, lejos del insistente aviso de emergencia. Debajo de él los edificios de Londra fueron reduciéndose hasta convertirse en campos y setos. Finalmente, incluso la ordenada geometría verde limón del cinturón agrícola se rompió en los pedazos de un rompecabezas, para ser reemplazada a continuación por los páramos.
El Capitán GranBretan sabía cuál era su destino. Todo acabaría tal y como había empezado, en el lugar de poder.
Darkmoor era un círculo de piedras neolíticas que se encontraba situado a horcajadas de una intersección de líneas ley. Aunque no era tan impresionante como Stonehenge ni tan extenso como Avebury, el lugar gozaba de cierta notoriedad como uno de los monumentos prehistóricos más extraños de la República de Gran Bretaña. Si se podía creer en los avistamientos, Darkmoor habría sido visitado anualmente por las suficientes naves espaciales como para rellenar un videojuego de buen tamaño. De acuerdo con la Sociedad de Aethyr, Jesús había peregrinado frecuentemente hasta allí desde su hogar en Venus. Las Brujas también se habían acercado a Darkmoor para celebrar sus cuatro festivales más importantes, al igual que algunos druidas actuales. (Los choques por intereses o ideologías no resultaban desconocidos en el lugar.) También se habían visto fantasmas de forma regular, y en una ocasión memorable un autobús atiborrado de turistas de la Confederación Americana fueron testigos de la aparentemente desinhibida manifestación de Cernunnos, el Dios Cornudo de los Celtas.
Pero a pesar de que los más extraños eventos aparecían de forma intermitente en Darkmoor lo largo de su historia, sin embargo el mayor de todos fue el hallazgo de Paul Peltier, un estudiante de Universidad que encontró un uniforme que lucía los tres colores de Gran Bretaña. Colocada como una bandera hecha polvo sobre la piedra central, parecía que el traje casi estaba clamando hacia el joven, instándole a que lo cogiera y se vistiese con él.
Le sentaba tan bien que parecía que su piel había sido pintada de rojo, blanco y azul. Y entonces, como si se amoldara a su cuerpo, el traje empezó a efectuar el primero de muchos otros cambios en su anatomía. Reemplazó meses en el gimnasio por minutos de magia, esculpiendo los músculos de Peltier, ajustando el exceso de peso, cambiando estructuras óseas de sitio y reordenándolas a continuación, incluso eliminó infecciones latentes. Cuando todo acabó, Peltier le dio otro empujón a sus habilidades infundiéndose de un poderoso campo de fuerza personal que le desgajaba de la fuerza de la gravedad. Luego se quedó a la espera para ver qué es lo que pasaba.
Por supuesto, lo que había ocurrido con Paul Peltier es que se había convertido en un superhéroe. Siempre había jugueteado con la idea de lo que ocurriría si alguna vez consiguiese súper-poderes, como los personajes que aparecían en las Bandes Dessinées que había leído cuando era niño. Para él era incluso mejor que ser una estrella del pop o un actor cinematográfico.
Con visiones de fama, fortuna y chicas dándose codazos en su imaginación, el Capitán GranBretan había alcanzado el cielo en ese primer día de su nueva vida, sin sospechar lo que le esperaba.
Y ahora había vuelto al mismo sitio. Al círculo de piedras. Viró a lo largo de una corriente de aire, de cara hacia el sol poniente. Entonces flotó hacia abajo y el césped se levantó hacia su encuentro.
Las piedras de Darkmoor esperaron como si fuesen delincuentes en la esquina de una calle, ignorando las coquetas brisas que competían por su atención. Los colores del cielo se intensificaron. Nubes que soplaban hacia el oeste empezaron a brillar con una última luz. El viento sonó en el páramo de hierba como la larga inspiración y espiración de la garganta de un gigante invisible. En millas a la redonda los páramos se encontraban vacíos, un espacio amplio sin adornos.
Si algún país hubiese sido reservado exclusivamente para ser morada de la depresión, se parecería mucho al aspecto que Darkmoor tenía esa noche.
Satisfecho con la forma en que el entorno armonizaba con su estado de ánimo, el Capitán GranBretan se sentó apoyándose contra el menhir y empezó a considerar el atolladero en que se encontraba.
Todo había empezado muy bien, había hecho todas las cosas que se suponía que debía hacer un superhéroe, y había conseguido fama y respeto. Sin embargo, en lo referente al dinero pronto se dio cuenta de que los superhéroes eran vistos como instituciones de caridad.
Hubo una ocasión en que un hombre, recientemente rescatado de un edificio en llamas, balbuceó con agradecimiento: "Capitán GranBretan, ¿cómo puedo agradecértelo?"
La respuesta de tres cifras del Capitán fue recibida con indignación.
En lo que concernía a las chicas era igual de desafortunado: la mayoría profesaba tal temor por sus poderes que incluso las impedía tocarle para darle un beso, y siempre estaba demasiado cansado como para responder a las insinuaciones de las mujeres que lo perseguían activamente.
Al final, lo único que tenía era una terrible responsabilidad que lo estaba aplastando.
Debía acabar con la situación aquí y ahora.
Una lluvia ligera empezó a caer chocando contra su campo de fuerza y evaporándose. Ordenó retirar la protección del traje y permitió que la lluvia fluyese helada sobre su cara. El traje tenía que irse. No había otra alternativa. Echaría de menos el vuelo, pero era un pequeño precio a pagar para poder tener una vida normal.
Alzó sus manos hacia el yelmo.
"¡Detente! ¡Recobra la compostura, Paul!"
El Capitán GranBretan se giró reactivando su campo protector, listo para atacar. Pero allí no había nada, sólo la piedra húmeda y el terreno desolado. Casi estaba listo para creer en la existencia de los fantasmas de Darkmoor cuando una voz le habló de nuevo. Esta vez iba acompañada de un hormigueo familiar en su cráneo.
"¡Realmente ya tengo bastante de todo este sinsentido!"
"¿Quién eres?", dijo el Capitán, según los ecos de la voz recorrían las bóvedas de su cerebro.
"¿Quién te crees que soy?", dijo la voz con irritación. "Soy tu casco. No me digas que no me reconoces. ¡Llevamos usándonos uno al otro durante un año y medio!"
"Oh, Dios mío", dijo el Capitán.
"Bien, no quería decirlo de forma tan extravagante", le respondió precipitadamente el yelmo, "pero soy alguien bastante especial."
"¿Qué es lo que quieres?", preguntó el Capitán GranBretan, empezando a sentirse de forma tan incómoda como un personaje de una obra de Harold Pinter en su momento más obtuso.
El yelmo examinó la pregunta. "Bueno, lo primero que quiero es convencerte de que no te me quites. Me refiero a que, ¿dónde te crees que vas a encontrar un traje a medida que se ajuste tan bien como lo hago yo? Y de todas formas... ¿en serio que quieres volverte caminando desnudo hasta casa?"
"¿Qué más? ¿Qué más quieres?", dijo el Capitán con voz temblorosa.
"¡Ah! bien, ahora ya estamos hablando de lo mismo, Paul," respondió el yelmo. "¡Quiero acción, eso es lo que quiero! ¡Quiero emociones! Fui fabricado para cumplir ciertas funciones específicas." La voz subió de tono, haciendo que el cuero cabelludo del Capitán se erizase como un hormiguero. "¡Sencillamente, lo que estoy demandando es mi derecho a trabajar!"
"No entiendo..."
"Es muy obvio", observó el yelmo. "Escúchame, fui diseñado para ser la armadura de un superhéroe, pero no me estás dejando alcanzar todo mi potencial. En lugar de salvar vidas e impedir desastres, te pasas todo el tiempo quejándote de lo difícil que es tu vida. Pues bien, ¡me he acabado por aburrir! Ha llegado la hora de que pienses en mí para variar. Te he dado poderes maravillosos y ahora te pido que me des algo a cambio".
El Capitán empezó a transpirar. "¿Y por qué no me has comentado nada de todo esto antes?"
"No podía. Sencillamente aún estaba desarrollando la consciencia," dijo el yelmo. "Probablemente como resultado de no tener nada mejor que hacer."
"Pero seguro que puedes ver cómo son las cosas desde mi punto de vista," declaró el Capitán. "No puedo seguir haciendo esto. ¿Te das cuenta de cuántos crímenes se cometen en el mundo? ¿De cuántos terremotos, mareas negras y accidentes aéreos se producen? ¿De cuánto terrorismo? Sólo soy un hombre. Esperaba que con estos poderes pudiese resolverlo todo por mi cuenta, pero sólo estoy yo, ¿me entiendes? No puedo hacerle frente."
Casi empezó a llorar mientras pronunciaba su apasionado discurso, pero la red de milagrosos circuitos del yelmo hizo contacto con sus dedos electrónicos en los barorreceptores de su cerebro y alteró sus respuestas emocionales, tan fácilmente como cualquiera podría cambiar los canales de un televisor".
"Cálmate, Paul," le tranquilizó el yelmo. "Somos dos. Tú y yo."
"Y además la gente ha empezado a sentirse molesta conmigo", continuó el Capitán GranBretan.
"Londra Match sacó un artículo de dos páginas muy crítico. Se titulaba "Cabeza en las Nubes". No entienden por todo lo que estoy pasando. Ese es el motivo por el que iba a alejarte de mí. Mi vida ya no me pertenece."
"Eso es cierto", dijo simplemente el yelmo, y un fino escalofrío se deslizó por la columna vertebral del Capitán.
"¿A qué te refieres?", dijo.
"Creo que ha llegado la hora de volver al trabajo, Paul, ¿no crees? Ya hablaremos de todo esto más tarde."
"No, ¡espera!", dijo el Capitán lleno de pánico. Levantó el brazo para quitarse el yelmo y sintió que los nervios de sus dedos estaban como muertos. "¿Qué me estás haciendo?", gimoteó.
"Estoy dispuesto a darle otra oportunidad a esta relación," dijo el yelmo.
Los brazos del Capitán azotaron inútilmente el aire, como si intentase golpear con fuerza moscas invisibles. Tenía muchas ganas de desplomarse, pero el traje lo mantuvo erguido y no permitió que sus rodillas se doblaran. Atrapado en su propia ropa, el Capitán GranBretan sintió que el suelo se alejaba de sus pies.
"Ven a volar conmigo, vuela conmigo, volemos lejos de aquí...", canturreó el yelmo en tono apagado. "¿Te gusta Frank Sinatra, Paul?", preguntó sin esperar respuesta. "¿Qué me dices sobre esta?", y cambiando a una tonalidad electrónica empezó: "I´ve got you, under my skin..."
El Capitán GranBretan empezó a chillar. El yelmo le hizo cerrar sus dientes de golpe y tuvo que callar.
"¿No te gusta cantar?", le dijo despreocupadamente. "Oh, está bien. Sé que me ajusto a ti como un guante, ¡ja! Era una broma, "ajustar", ¿lo pillas? Puedo notar que las cosas van a ser muy diferentes ahora, Paul. Nos irá mucho mejor."
"Quiero el divorcio", gritó de forma telepática un Paul desesperado. Su yelmo lo hizo callar y lo condujo volando hacia el sur, como un auto-estopista atrapado, hacia donde las luces de Londra manchaban de rojo el cielo nocturno.
Le Soleil fue el primero de los tabloides impresos que sacó la fotografía que se haría famosa en poco tiempo en la que un Capitán GranBretan transportaba un Concorde accidentado hacia zona segura. El pie de foto decía: "La Travesía del Avión: el "Capi" vuelve a la Acción". La historia del periódico detallaba el rescate y agradecía al Capitán su "completa recuperación".
De un solo golpe el Capitán GranBretan vio restaurado el afecto que sentía la República por él. Al terminar la semana sus incansables esfuerzos habían propulsado su popularidad hasta la estratosfera. Parecía que no había emergencia demasiado pequeña o demasiado grande a la que el Capitán no prestase atención, desde gatitos atrapados en árboles hasta petroleros que se habían ido a pique, el Capitán GranBretan siempre estaba presente para salvar el día.
Como lo estuvo de nuevo cuando un tren del metro de Londra descarriló. Desplazando toneladas de barro y escombros con su fuerza sobrehumana, desbloqueó el túnel y liberó a los supervivientes. Poco tiempo después, mientras transportaba a los heridos al exterior para que esperaran a las ambulancias, sólo cinco personas se dieron cuenta de lo cansado y hecho polvo que parecía estar el Capitán, y las cinco lo atribuyeron simplemente a su dedicación al deber. Ninguna de ellas comentó nada sobre su mutismo. Después de todo, los mejores héroes son hombres de pocas palabras.
El Capitán GranBretan quitó el tren de en medio, reparó la vía con sus puños como martillos y a continuación salió disparado como un rayo al aire libre para responder a la angustiosa llamada que había recibido en su buscapersonas. Según subía hacia arriba para poder salir de la estación de Metro, giró para realizar una pasada de la victoria por encima de las cabezas de la alegre y emocionada congregación allí reunida.
El Capitán GranBretan había vuelto con determinación y entusiasmo.
En las nubes, deslizándose entre los bancos de cirros, el yelmo parloteó consigo mismo. Sonaba de forma rápida y engreída, como un cuarto repleto de mecanógrafos ocupados. El casco había empezado a darse cuenta del mal olor y estaba cavilando qué decisión debía tomar respecto a Paul Peltier.
Darkmoor. Volvería a Darkmoor, digeriría el cuerpo de Peltier y luego esperaría. Al final aparecería alguien (cualquiera que siempre hubiese estado fascinado con la idea de tener súper-poderes y cuyo cuerpo pudiese ser fácilmente rehecho para llenar los huecos vacíos del asombroso uniforme.)
Contento de nuevo, el verdadero Capitán GranBretan bajó en picado, planeó un momento y se mantuvo en el aire flotando para después aterrizar suavemente en el círculo de piedras.
Y empezó a alimentarse.
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