martes, 4 de enero de 2022

LA SENDA DE JENETTE KAHN, UNA ENTREVISTA CON LA EDITORA DE DC COMICS DURANTE MÁS DE DOS DÉCADAS (PARTE 1 DE 7)

Por Robert Greenberger para Back Issue nº 57 (2012). Transcrita por Brian K. Morris. Realizada durante varias semanas entre el 13 de mayo de 2011 y el 16 de septiembre de 2011. Editada por Greenberger y Jenette Kahn. Agradecimientos a Paul Levitz. Traducción: Frog2000.

El medio del cómic nunca había visto algo parecido a lo que ocurrió cuando se anunció que Jenette Kahn iba a ser la nueva editora de DC Comics, reemplazando al aclamado autor Carmine Infantino. Era "ajena" al medio, joven, guapa, y por encima de todo, una mujer. DC Comics llevaba experimentando con contenido variado lo que para nosotros, los lectores, era una serie de enfoques fortuitos, y esos intentos carecían de una identidad distintiva. Un año después de la llegada de Jenette, todo esto comenzó a cambiar, y la empresa trazó un plan e intentó una cosa tras otra para aumentar las ventas y recuperar a los lectores perdidos. También afrontó la concesión de licencias de una manera nunca llevada a cabo hasta entonces por un editor de cómics, creando una división para supervisar la creación de contenido para los puntos de venta al por mayor, y aumentando la supervisión de calidad. Los creadores empezaron a notar que los estaban tratando mejor, recuperando no solo sus originales, sino también recibiendo cuotas por las reimpresiones y, unos años más tarde, genuinos royalties. Se permitió que los temas e historias que se publicaban en los cómics de la editorial fueran más maduros aquí y allá, y se solicitó que los guionistas aportaran ideas, puede que por primera vez desde que Jack Liebowitz pidió un héroe para la editorial tras el éxito de Superman.

DC Comics se convirtió en un refugio para los creadores y la creatividad, y llegó en un momento en que las ventas directas se fueron volviendo cada vez más importantes para los resultados finales de fin de año. DC aumentó sus ventas y lanzó títulos para su nueva audiencia mientras celebraba su Aniversario de Oro con un evento que alteró el status quo de la editorial y que se convirtió en la plantilla para los eventos de la empresa desde entonces. A raíz de dicha celebración, Jenette guio a DC hasta convertirla en una editorial de líneas variadas dirigidas a púbicos diferentes, abriendo el camino de los recopilatorios y las novelas gráficas originales que se ponían a la venta en librerías generalistas.

Lo que los lectores no veían era a Jenette en los pasillos, siempre elegantemente ataviada, una editora que conocía el nombre de todo el mundo y que se paraba a saludar. Fomentó un sentimiento de familia corporativa y permitió eventos para subir la moral, desde la búsqueda de huevos de Pascua hasta los almuerzos comunitarios por Acción de Gracias. Cuando la empresa tenía un buen año, defendía las primas de beneficios para todo el mundo. Pensaba que el éxito de la empresa era el resultado del esfuerzo de todos, desde el empleado de mayor rango hasta el de más abajo.

La editorial se mantuvo estable bajo el mandato de Jenette como presidenta y prosperó sin ninguna duda. Claro, se cometieron errores y aparecieron baches en el camino, pero la DC Comics que dejó hace una década era más grande y más exitosa que como la había encontrado. Si bien no suele ser una persona dada a la introspección, este verano Jenette aceptó amablemente hablar sobre su etapa en DC. Estuvimos charlando largo y tendido y, por eso, se lo agradezco enormemente.

-Robert Greenberger

JENETTE KAHN: Oye, ¿cómo estás, Bobby?

BOB GREENBERGER: ¿Estás lista para viajar por tus recuerdos y desenterrar antiguas historias?

KAHN: Bueno, empecemos. Sin embargo, ya te puedo contar que le he echado un vistazo a las preguntas y hay algunas cosas que no recuerdo [glups] así que me tendré que inventar las respuestas.

GREENBERGER: Entonces, en el principio, [Jenette sonríe] creciste con tu hermano Si, y los cómics formaban ya parte de tu vida. Posiblemente no una parte enorme, pero sí una buena parte.

KAHN: En realidad, los cómics fueron un elemento importante en mi crecimiento, no en la forma en que los conocemos hoy, con todas esas tiendas de cómics a las que vas corriendo cuando aparecen los nuevos números y sellas tus tebeos en bolsas de plástico, y miras cuánto podrían costar en el futuro. En su lugar, en mi pequeña ciudad de State College, Pensilvania, corríamos con nuestros cinco o diez centavos hasta un lugar en el que tenían una pared llena de cómics y donde intentábamos leer tantos como pudiésemos antes de que el dueño de la tienda nos empezara a exigir que los comprásemos o nos largáramos de allí con viento fresco [risas mutuas].

Así que, por supuesto, los comprábamos y siempre los intercambiábamos con amigos del vecindario. Con el tiempo, mi hermano y yo acumulamos toda una colección, no una que fuera particularmente valiosa o que podría ser mejor preservar para la posteridad, pero sencillamente eran cómics que amábamos y con los que disfrutábamos mucho. Nuestros gustos eran muy amplios y entre los que más apreciábamos de la colección estaban Tío Gilito y la Pequeña Lulú. Pero también nos leíamos gran cantidad de cómics de superhéroes y mi favorito según fui creciendo fue, sin lugar a dudas, Batman.

GREENBERGER: Está bien, no lo sabía.

KAHN: Oh, mm-mm, por supuesto. Por eso en nuestras oficinas de DC Comics yo tenía una reproducción del Detective nº 27 en la puerta, mientras que Paul Levitz tenía una del Action nº 1 en la suya. Paul creció siendo fan de Superman, pero yo lo era de Batman. Pero también me leía los cómics de Archie, y fue ahí donde aprendí la palabra "prevaricadora", en un número en el que Betty entraba corriendo a la casa de Verónica y la decía: "Te lo ruego, mi linda prevaricadora". Años más tarde, leí la introducción de Jules Feiffer de Los grandes héroes del cómic y escribió que cuando tenía seis años era capaz de deletrear "gato", "perro" e "invulnerable". Y así es como me sentí al pensar en la palabra "prevaricador". En los cómics, a veces aprendías cosas que te sobrepasaban por completo.

Como he mencionado, también era fan del Tío Gilito y me encantaban los Apandadores. Me parecía gracioso que todos se parecieran, se vistieran igual y tuviesen los mismos números en sus uniformes de prisión, pero en orden diferente. También me encantaba la Guía para jóvenes castores y que Jorgito, Jaimito y Juanito fueran mucho más inteligentes que su tío Donald. En aquel entonces, no sabía que Carl Barks era el ingenioso creador del Tío Gilito, pero me atraían su dibujo y las aventuras de los patos en tierras exóticas con los Apandadores detrás suyo persiguiéndolos.

Mi hermano y yo no conocíamos la palabra "existencial", pero comprendimos que los cómics de la Pequeña Lulú eran diferentes del resto: fuera de lo común, estrafalarios y poco convencionales. Recuerdo un número en el que Tubby entraba en la casa de Lulú y se ponía un pequeño cono puntiagudo sobre la nariz que estaba atado con una cuerda a su espalda. Tubby proclamaba: "Aquí llega el gran detective disfrazado". Y Lulú le contestaba: "Hola, Tubby". Y luego entraba a la cocina y anunciaba: "Aquí llega el gran detective disfrazado", y la madre de Lulú respondía: "Hola, Tubby". Esa idea de que nadie te podría reconocer si te ponías un cono en la nariz estaba tan equivocada...

GREENBERGER: Oh, claro.

KAHN: A mi hermano y a mí nos encantaba otra historia clásica de la Pequeña Lulú que todavía seguimos citando a día de hoy. Lulú e lggy van caminando por la calle y uno de ellos se da cuenta de que le parece muy gracioso que cuando dices una palabra con la suficiente frecuencia, pierde por completo su significado. Y empiezan a decir: "Pies, pies, pies, pies, pies, pies, pies, pies, pies, pies", y dicen "pies" con tanta frecuencia que se agarran los costados de la risa, y se caen al suelo, y se percataban de que estaban tumbados en la calle, riendo y riendo y riendo sin parar mientras los adultos los miran boquiabiertos con absoluto desconcierto. Luego, Lulú e lggy se enjuagaban los ojos, se levantaban y continuaban caminando por la calle. Fue como... oh, Dios mío, era tan vanguardista. Perdona por decir la palabra "vanguardia", [se ríe] pero nos preguntábamos: "¿Quién habrá guionizado esto?" No era el típico cómic, para nada.

GREENBERGER: ¿Tuvo tu interés en los cómics algo que ver con que fueses a estudiar arte a la Universidad?

KAHN: No, no, en absoluto. A mi madre le encantaba el arte y cuando podía, se ponía a pintar. Vivíamos en una pequeña ciudad donde no había galerías de arte, pero allí teníamos la Universidad Penn State, y cuando yo era pequeña, Sidney Janis, la galerista de Nueva York, montó una exposición de expresionismo abstracto en Penn State. El expresionismo abstracto fue un movimiento de arte moderno de vanguardia de los años 50 y, como todos los movimientos de vanguardia de su época, tuvo un gran número de detractores. Pero a mi madre le encantaba, y ella y yo visitamos la galería Penn State una y otra vez para poder ver la exposición. No recuerdo exactamente qué pintores formaban parte, pero definitivamente estaban las obras de Franz Klein y tal vez también las de Pollock y Rothko. Como mi madre amaba profundamente el arte, al igual que yo, fue una visita muy especial, y desarrollé una tremenda afinidad por el arte moderno que surgió de esa experiencia emocional compartida.

En mi dormitorio tenía un póster de Matisse que me había comprado mi madre, y que mi padre había colgado. Pensaba que era la cosa más hermosa del mundo y me acostaba en la cama por la mañana y por la noche contemplándolo. Ese póster, con sus colores vibrantes y formas simplificadas, realzó mi amor por el arte y reafirmó mi propia estética personal. Así que, en realidad, fue el amor por el arte, el placer de ver los colores y las formas, lo que me convirtió en una estudiante de Historia del Arte.

La Historia del Arte, a su vez, me llevó a apreciar los cómics como forma de arte.

 GREENBERGER: Y después de graduarte en Harvard, ¿qué pensabas hacer?

KAHN: Obtuve una beca del Museo de Arte Moderno nada más graduarme. Creo que era el primer verano que concedían becas y para mí fue muy estimulante trabajar allí. Pero a pesar de que me encantó la experiencia, también me di cuenta de que no quería trabajar en un museo, que esa no podía ser mi carrera. Había mucha burocracia y muchos cotilleos también. Los comisarios eran mucho mayores que yo, y estaban compitiendo por los puestos, así que pensé: "Oh, la verdad es que no es el mejor entorno para trabajar". 

GREENBERGER: No.

KAHN: No [risas]. Aunque realmente no sabía lo que quería hacer, sabía que quería tener autonomía para desarrollar mis propias ideas. Quería ser una pensadora independiente y pensaba que nunca podría suceder en un museo hasta que tuviera al menos 40 años, y en ese momento solo tenía 21. No podía esperar hasta cumplir los 40, asumiendo que sobreviviese a todas esas luchas internas hasta llegar a esa edad.

Así que empecé a escribir crítica de arte, pero aunque me publicaban en Art in America, no ganaba el dinero suficiente como para mantenerme. Me dije: "Bueno, podría volver a la Universidad. Podría conseguir un doctorado. Entonces podría enseñar y eso apoyaría mis escritos".

En Harvard había un profesor que me había apoyado enormemente a pesar de que yo nunca había ido a ninguna clase suya. Se llamaba profesor John Rosenfield y era profesor de arte japonés, pero también estaba a cargo de las tutorías y por eso conocía lo que yo hacía. Durante la primavera en la que me gradué, el Museo de Arte Moderno inauguró su programa de becas y se puso en contacto con varias Universidades para preguntar qué estudiantes les podían recomendar.

El profesor Rosenfeld me llamó y me dijo: "Si quieres el puesto, es tuyo, porque eres nuestra mejor alumna". Y yo le dije: "Profesor Rosenfeld, gracias, pero no sé de qué está hablando. He tenido bastantes notables". Y me dijo: "Ah, eso es exactamente lo que quiero decir. Nunca te lo has currado para subir nota, sino que te lo has trabajado porque te apasionaba la asignatura, y para mí eso es ser una estudiante de verdad". Y yo me puse en plan [con muchos  nervios]: "Oh, está bien".

GREENBERGER: Vaya, qué bueno.

LA JOVEN EDITORA

KAHN: Fue todo un regalo. Fue tan asombroso que un profesor dijera algo así y me creyera y me apoyara... Así que empecé a pensar que la solución para ganarme la vida podría estar en sacarme un doctorado. Pensaba que podría llamar al profesor Rosenfield y que me recibiría de nuevo en Harvard con los brazos abiertos.

Pero cuando llamé por teléfono, me dijo: "Oh, esa es la peor idea que he escuchado nunca. Los doctorados son tan angostos y aburridos". [Se ríe]. Le dije: "Profesor Rosenfeld, usted mismo tiene un doctorado. No puede ser tan malo". Y me respondió: "Deberías haberme visto antes de sacármelo". Después de presionarlo un poco más, finalmente me dijo: "Mira, acepto tu solicitud a regañadientes, pero estamos a mediados de año, y ahora no aceptamos a nadie. Tendrás que esperar hasta septiembre".

Estaba tan ansiosa por encontrar un lugar donde aterrizar que solicité plaza en la U.B. [Universidad de Boston], y aunque estábamos a mitad de año, me aceptaron. Pero la verdad es que el profesor Rosenfeld tenía razón y que ir a las clases no era lo que quería hacer realmente. El profesor Rosenfeld me había aconsejado algo más: "Debes ser más ambiciosa. Si insistes en entrar en el mundo del arte, conviértete en crítica de la cultura, pero no seas profesora, no seas solo una historiadora del arte". De nuevo, le estoy muy agradecido. Me lo dijo cuando aparecieron las primeras becas del Museo de Arte Moderno, y era algo completamente fuera de lo común. (Sonríe.) Por segunda vez me estaba diciendo algo mucho mejor y completamente útil. El profesor Rosenfeld vio algo en mí que yo todavía no había visto, un enamoramiento por algo más grande, por lograr que sucediera algo a una escala mayor. Pero todavía tenía que entenderlo. Todavía estaba yendo a las clases para sacarme un doctorado, aunque no me lo tomase demasiado en serio.

Al mismo tiempo, un amigo mío, James Robinson, estaba matriculado en Harvard, donde, como parte del plan de estudios, también ejercía de profesor. A James le encantaba todo lo que tuviese que ver con el proceso de publicación: elegir el tipo de letra, el papel, el aspecto final, y solía imprimir los trabajos de los aspirantes a escritor de la zona de Cambridge. Cuando descubría lo que habían escrito algunos niños, también quería publicarlos. Su idea era imprimir una serie de libros llamados Palabras e imágenes de los jóvenes que estarían completamente escritos e ilustrados por niños.

Así que un día estábamos charlando sobre el tema y me ofrecí como voluntaria: "Me parece una gran idea. Pero solo porque me gusten los libros de Jim Robinson no significa que me vayan a gustar los libros de Jenette Kahn. Lo que significa que cada vez que publique una novedad, voy a tener que gastarme una buena cantidad de dinero para promoverla y comercializarla. Pero si en su lugar sacamos una revista con elementos sorpresivos y queremos intentar mantenerla fresca y con unas características determinadas que los niños esperen con ansia, podríamos conseguir una audiencia habitual que la comprase todos los meses. Desde un punto de vista empresarial, creo que tendría más éxito". De repente, yo, que no sabía absolutamente nada de negocios, ¡era una experta! Y James me dijo:" Bueno, me parece genial. Escribe un plan". [Bob se ríe.]

Ni siquiera ahora sé cómo se hace, y todo lo que escribí seguramente no tenía mucho que ver, creo que en su lugar redacté algo sobre la revista en sí. Mi propio estilo artístico alcanzó su punto máximo, así que pude hacer reproducciones razonablemente fieles del estilo de dibujo de esos niños y pegarlas en una maqueta ridículamente mal realizada para acompañar mi seudo-plan [risas]. Young Words and Pictures sonaba un poco estirado, así que cambiamos el título de la revista por Kids.

James y yo fuimos capaces de persuadir a dos hombres de negocios de Boston, Charlie Rheault y Steve Alpert, para que se subieran a bordo del proyecto, y ellos, a su vez, pudieron conseguirnos un préstamo de 15.000 dólares del First National Bank de Boston. Uno de ellos conocía una gran imprenta de Lowell, Massachusetts, llamada Courier Color. Supongo que hubo algo de karma, porque muchos años antes, cuando mi padre era un niño, solía vender periódicos Courier Color en las esquinas de Lowell. En Courier Color trabajaba una persona encantadora llamada Dale Bowman, que era el capataz de planta. Se enamoró de Kids y generosamente hizo los arreglos necesarios para que se imprimiera a crédito.

Todo en la revista estaba escrito e ilustrado por niños y también teníamos niños como editores. Y antes de empezar a lanzar la publicación, reunimos a un consejo asesor con educadores de vanguardia de la época: Dr. Robert Coles, John Holt, Jonathan Kozol, Kenneth Koch, el poeta, y Betty Blayton Taylor del Carnaval de Arte Infantil de Harlem.

Eventualmente, la dinámica de la revista generó que nos propusieran cosas, pero al principio acudíamos a escuelas de Boston y Nueva York para encontrar los primeros dibujos, pinturas, historias, poemas y fotografías que queríamos publicar. Nuestro consejo asesor nos dio credibilidad suficiente y nos ayudó a dar con un cambio radical en el pensamiento educativo. Los maestros de todo el país se estaban dando cuenta de que sus jóvenes estudiantes tenían un tremendo potencial creativo y creían que ese potencial debía validarse y nutrirse. Era el momento adecuado para los niños. Hubo un intervalo de tres semanas entre el momento en que se imprimió Kids y su distribución en el quiosco. Con copias impresas en la mano, usé ese espacio para conseguir publicidad para la revista.

En The New York Times había un columnista maravilloso llamado Joseph Lelyveld. Luego se convirtió en el editor ejecutivo del Times, pero en ese momento estaba escribiendo una serie de artículos de lo más convincente acerca de una clase de cuarto curso en un colegio que estaba situado en la frontera entre Harlem y el Upper East Side. Las historias de Joe eran a menudo reveladoras, siempre conmovedoras y, a veces, muy divertidas. Debido a la inmensa humanidad de sus artículos y su claro respeto por los estudiantes cuyas aventuras en el aula detallaba cada semana, me dije que a Joe le podría interesar Kids y quizá considerar escribir alguna cosa sobre la revista. Mi padre y el padre de Joe habían sido rabinos universitarios de la Fundación B'nai B'rith Hillel, y gracias a eso, me puse en contacto con Joe. "¿Te apetece reunirte conmigo?", le pregunté y Joe amablemente me respondió que sí. Unos días después nos tomamos un café en el New York Times y le mostramos la revista.

"No creo que pueda escribir en el Times sobre esto", me dijo Joe, "pero si apareciese un artículo sobre Kids, yo no sería la persona adecuada para escribirlo. De nuevo, no creo que esto sea material para el Times, pero le pasaré vuestra revista a las personas adecuadas". No esperaba nada de la reunión, pero dos semanas después, un domingo otoñal por la mañana [15 de noviembre de 1970], me desperté y había como unas cinco columnas sobre la revista Kids en The New York Times.

Durante el mismo viaje que hice a Nueva York para ver a Joe, también me reuní con Pat Carbine, de Look Magazine. No mucho después, Look publicó un artículo con nuestros  jóvenes editores y las obras artísticas de Kids, y luego la revista Time siguió su ejemplo con un artículo propio. Después de eso, todo fue como una serie de fichas de dominó que cayeron en el sitio justo cuando los medios de todo el país se apoderaron de la historia. No solo docenas de periódicos cubrieron la revista Kids, sino que nuestros editores aparecieron en el programa de David Frost y yo incluso aparecí en persona en To Tell the Truth [programa concurso en el que cuatro participantes juegan a adivinar la identidad de una persona]. Todo el mundo supo quién era desde el principio, pero me consolé diciendo que si hubiese habido alguien que fuese mejor Jenette Kahn que yo, me hubiese deprimido mucho. [Risas mutuas.]

Y así fue como se lanzó Kids. ¡Consiguió críticas extraordinarias y financieramente fue un desastre! Ni James Robinson ni yo sabíamos nada de negocios y no teníamos dinero para financiar la revista. Pero Kids se continuó publicando porque teníamos a Dale Bowman, nuestro increíble impresor, que creía en nosotros y creyó en Kids y siguió dándonos crédito. Pero a la altura del número 6 ya no se podía permitir seguir adelante. Yo tenía 23 años, debía cien mil dólares y lo sabía todo sobre la bancarrota del Capítulo Diez contra el Capítulo Once. Pero incluso en medio de esta catástrofe, seguía llevando la publicación en mi sangre [risas]. 

GREENBERGER: Oh, Dios. Entonces, basándome en lo que ocurrió en el caso de Kids, ¿crees que aprendiste la lección cuando te metiste a hacer Dynamite?

KAHN: Desafortunadamente, terminé en el lado equivocado de la mesa de un acreedor, conformándome con 20 centavos por cada dólar, así que vendimos Kids a otra empresa. Pero como he dicho, publicar estaba en mi sangre y quería crear una segunda revista. ¡A pesar de que Kids había sido un desastre financiero! Pero había recibido una gran cantidad de atención y estaba muy bien considerada. Los ejecutivos de Scholastic eran muy conscientes de la existencia de Kids y me preguntaron si podría concebir otra revista para ellos. Era justo lo que quería hacer.

Llamé a la revista Dynamite y le presenté el concepto a Dick Robinson, el director de la empresa. Dynamite supuso un punto de partida para Scholastic, aunque Dick no estaba preparado para asumir un compromiso total, pero decidió publicar tres números y juzgar su éxito o fracaso a partir de los mismos.

Uno de nuestros muchos errores con Kids fue llevarla a los quioscos. Las revistas sufrían en los quioscos, porque se devolvían millones, muchas no llegaban a estar expuestas. Para agravarlo, los niños no frecuentaban los quioscos y los padres que lo hacían buscaban Newsweek, Time y Forbes, no revistas para sus hijos. Tuvimos suerte si llegamos a vender el 20 por ciento de nuestra tirada.

Pero Dynamite no la vendimos en los quioscos, sino a través de los Scholastic Book Clubs, un equivalente al mercado directo del mundo de las historietas. Con los maestros como intermediarios, Scholastic enviaba folletos a los colegios con pequeñas reseñas de los libros de ese mes. Los estudiantes tachaban los libros que querían leer y los devolvían poniendo dinero de sus padres para comprarlos. Los maestros recolectaban el dinero y lo enviaban de vuelta a Scholastic. Con ese sistema, Scholastic podía resumir por adelantado el número de solicitudes de cada libro e imprimir cada título por encargo. A diferencia del quiosco, era un negocio envidiable, un negocio sin retornos. A pesar de la vacilación inicial de Dick Robinson, Dynamite cambió la suerte de Scholastic, convirtiéndose en la publicación más vendida de entre sus 32 revistas y la publicación más exitosa de su historia. Aunque no me beneficié económicamente del enorme éxito de Dynamite, también cambió mi suerte, y me abrió nuevas trayectorias profesionales.

GREENBERGER: Durante el primer año de Dynamite se publicó en todos los números de la revista un artículo de tres páginas titulado "Super-Heroes Confidential", donde aparecían extractos originales de personajes de los cómics como Superman, Batman, Spider-Man, Tarzán, etc. ¿Utilizaste tu conocimiento de la infancia para llegar a esos niños?

KAHN: Por supuesto. Tengo un hermano mayor maravilloso que ha sido como mi Daniel Boone. Abrió el camino y yo rápidamente lo seguí. Dynamite estaba dirigida a niños de 9 a 11 años y el concepto era algo así como un gran hermano mayor que te abrazase y te dijese: "Escucha, chaval. Mamá y papá no te van a decir esto que..." y luego se aseguraba de darte una pista sobre todas las cosas realmente geniales que estaban sucediendo.

Al crear la revista, intenté aprovechar todo lo que me había proporcionado un placer incalculable mientras crecía, y una de esas cosas habían sido los cómics. Y por eso, en nuestro primer número había una sección que seguiría apareciendo titulada "Superheroes Confidential", en donde imprimíamos la historia de origen de un personaje y hablábamos sobre algunos datos oscuros con los que poder deslumbrar a a tus amigos y hacer que se sintiesen tontos por no saberlos antes que tú.

Recuerdo que una de las preguntas era: "¿Cómo consiguió Batman su uniforme?" y la respuesta tonta e improbable en ese momento fue que había aprendido a coser en los Sea Scouts [risas]. Entrevistamos a un editor de DC y esa fue la respuesta que nos dio.

GREENBERGER: Claro, suena plausible.

KAHN: [Se ríe de nuevo]. En nuestros dos primeros números destacamos a Superman, Batman, y luego a Spider-Man en el tercero.

Desafortunadamente, solo estuve allí para esos primeros tres números. El contrato con Scholastic era por tres números y tenía entendido que íbamos a forjar un nuevo acuerdo que se basaba en el éxito de la revista. Si no llegábamos a un acuerdo, ni Scholastic ni yo podríamos seguir publicando la revista sin el otro. Pero Dynamite tuvo un éxito tan fenomenal que no pudimos llegar a un acuerdo. Incluso cuando les ofrecí aceptar solo el 1% de los royalties en lugar del 4% que todos los demás autores de una selección de Clubes de lectura recibían, Scholastic dijo que era demasiado dinero y me rechazó.

Yo tenía 25 años, los ojos bien abiertos y era confiada, y en mi ingenuidad, nunca había tenido un abogado que revisara el documento original que Scholastic había redactado o que me aconsejara sobre la protección que debería haber pedido. Durante nuestras negociaciones, Scholastic me ofreció un puesto ejecutivo a cargo de todos los proyectos nuevos y estuve muy tentada. ¡Crear nuevos proyectos era lo que más me gustaba! Pero por muy tentadora que fuese la oferta, sabía que también era una forma de discriminarme y negarme los royalties que tenían todos los autores de los Clubes de lectura. Era injusto y no pude aceptarlo.

Así que contacté con Xerox, que tenía su propio programa educativo editorial, para crear una revista para ellos. Aún tenía la esperanza de arreglar las cosas con Scholastic y se lo dejé claro a Xerox, pero ellos sentían envidia del éxito de Dynamite, y me enviaron un coche para que me llevase hasta sus oficinas de Connecticut. Todavía tenía esperanzas de seguir en Dynamite, pero Scholastic y yo nunca nos pusimos de acuerdo, así que seguí adelante y creé Smash para Xerox. La llamé Smash porque en ese momento quería disparar contra Dynamite [risas].

Pero aunque pensaba que ni Scholastic ni yo podríamos continuar con Dynamite sin el otro, Scholastic siguió adelante sin mí y yo no tenía grandes recursos para detenerlos. Finalmente conseguí los derechos de autor, ¡pero no participé del éxito de la revista! Quemada por mi experiencia y un poco más sabia por ello, pude negociar un contrato muy justo con Xerox, ¡con todos los royalties! Pero Dynamite era un monstruo, y a pesar de las ganas que puse en Smash, nunca pude competir con el monstruo que había creado.

Aún así, todavía había muchas cosas por las que estar agradecida. Cuando llegó el tercer número de Smash, pude incorporar a Milton Glaser como director de diseño. Milton era el diseñador más honrado de la época y trabajar con él fue un privilegio y un deleite absolutos. Y aunque la ruptura con Scholastic fue  muy dolorosa, me fortaleció y me hizo mantener una trayectoria independiente. Cuando llegué a DC unos años después, mis propias experiencias me habían hecho generar empatía por los innumerables dibujantes y guionistas que no recibían una parte por sus creaciones y éxitos. Los derechos de los artistas fueron una de las primeras cosas que defendí y por las que luché en mi nuevo trabajo. Sabía lo que era ser un creador y no recibir lo que te corresponde...

GREENBERGER: De nuevo, como Dynamite, Smash se ocupó de los cómics. Cuando revisaste lo que se publicaba en el mundo del cómic en los 70, en comparación con lo que leías años antes, ¿llegaste a notar que las cosas habían cambiado dramáticamente?

KAHN: Hmm... Bobby, realmente no puedo decir que estuviese al tanto de los cambios en los cómics de DC. Pero sí que metíamos algunos cómics de Marvel en Smash y ciertamente, esa editorial había cambiado mucho.

En mi primer año de Universidad, contraje mononucleosis y me enviaron a casa para recuperarme. Ricky Marcus, un chico de la calle que era unos años mayor que yo, regresó a casa de Penn durante las vacaciones, pasó por casa y dejó lo que debieron ser como cien cómics de Marvel. Eso fue en 1964, cuando Marvel estaba cobrando vida. 100 títulos más tarde, y supe que estos no eran los cómics de mi padre.

El alijo de la Marvel de Ricky Marcus me recuerda aquella vez que mi hermano y yo llegamos a casa de la escuela y todos nuestros cómics se habían esfumado [risas]. Preguntamos: "Mami, ¿qué ha pasado? ¿Dónde están nuestros cómics?" Y nuestra mamá respondió alegremente: "Oh, se los he dado a los hijos de los Johnson, porque tú ya los habías leído todos". Nos quedamos horrorizados [jadea burlonamente]. "Mamá, no entiendes nada de nada". (Risas) Y claro que no lo entendía. Se pensaba que un cómic no tenía valor una vez que te lo habías leído. Pero aunque nunca metíamos nuestros cómics en fundas de plástico, los leíamos una y otra vez. Era lo mejor de los cómics.

(Continuará)

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