Una serie de artículos que he ido escribiendo en facebook durante el confinamiento.
Primero Marvel se hizo en los setenta con las licencias de Battlestar Galactica, Star Trek, Star Wars, e incluso editó cómics protagonizados por el grupo Kiss, y todos ellos alcanzaron buenas ventas. De hecho, según Jim Shooter las ventas de la saga de George Lucas salvaron a la compañía de una catástrofe económica, por lo que los capitostes se dieron cuenta de que las licencias de productos y series podían ser un buen filón: llegaban a más público en el mercado. Si un niño se compraba un juguete, o veía una película en el cine, puede que a continuación les pidiese a sus padres que le comprasen el tebeo como "souvenir", e incluso que lo siguiese coleccionando mes tras mes. Los jóvenes y no tan jóvenes lectores, acostumbrados a sus dietas de superhéroes cósmicos, a sus héroes de acción que más parecían soldados que enmascarados, y a que la cultura popular había evolucionado en televisión, novelas, y en el resto de soportes culturales hasta abrazar una bizarra extrañeza en la que productos tan extravagantes en un principio como la nueva Patrulla-X se podían convertir en todo un fenómeno, estaban listos para comprar un tebeo protagonizado por muñecos robóticos gigantes.
A finales de la década, Mattel licenció una nueva línea de juguetes que se basaban en el manga y anime "mecha" al estilo Robotech. Se llamaban Shogun Warriors, y llegaron demasiado pronto para la fiebre por lo nipón que inundaría el mundo década y pico después, aunque los estadounidenses estaban ya degustando los primeros coletazos con las importaciones de las películas de Godzilla, y acababan de empaparse de filosofía oriental a través de la moda del kung-fu chino, pero lo japonés todavía les quedaba demasiado lejos. Marvel no tardaría mucho en hacer tratos con los propietarios del mega-lagarto, la Toho, y pondría en el mercado una serie de Godzilla de lo más espeluznante, pero esa es otra historia. Los Shogun Warriors eran unos juguetes que portaban shurikens y hachas de combate, eran de metal reluciente, podían expulsar sus puños para atacar, y aunque de diseño muchísimo más tosco que las siguientes generaciones de figuras que se transformaban en otras cosas, también tenían sus propios accesorios en forma de naves y otros vehículos, aunque pareciesen un soberano churro. Su diseño se basaba un poco en Mazinger Z, tanto que en alguna colección el famoso robot gigante formaba parte de la misma. Pero el resto de Shogun Warriors no tenían, por decirlo suavemente, un acabado tan bello a la vista como la creación de Gō Nagai. Eran demasiado industriales y feístas, quizá el verdadero motivo de que en el actual mercado del coleccionismo estén mucho más buscados que otras criaturas parecidas.
En Marvel se liaron la manta a la cabeza y en 1979 empezaron a editar la serie basada en estos mostrencos. Un grupo oculto en la sombra apodado Los Seguidores de la Luz construye a los Shogun Warriors y hace una criba entre humanos de todo el mundo para que los piloten y luchen contra el mal. Los Shogun Warriors principales son Raydeen (pilotado por el especialista Richard Carson), Dangard Ace (pilotado por el oceanógrafo Ilongo Savage), y Combatra (pilotado por Genji Odashu). La serie de Shogun Warriors echó el cierre en su número 20. Los guiones por lo general fueron de Doug Moench, y Herb Trimpe dibujó casi todos los números. En el ante-último, la entidad alienígena malvada (¡oxímoron!) Primal One y su secta de seguidores conseguían atraer desde su nave espacial una amenaza terrible que provenía del hiper-espacio, la nave Starcruiser Nightwind, pilotada a fuerza de voluntad por una sabandija, el Capitán Cymell. La nave era capaz de transformarse en un aplasta-planetas conocido como Gigantauron. La verdad es que mola mucho ver los diseños de Trimpe de todos estos chocantes seres galácticos. El mastodonte alien se pone en marcha para destruir la Tierra, pero los pilotos de los Shogun Warriors van a buscar la ayuda de los Cuatro Fantásticos, también en el punto de mira de Primal One. Gigantauron aterriza en Nueva York... y se pone de pie, revelando que en realidad es un robot con cuatro extremidades que hace sombra a todo Manhattan, aunque viñetas más tarde no parezca tan enorme. Uno de los Shogun Warriors, recién aterrizado encima del Edificio Baxter, parece un simple muñeco a su lado. Menos mal que este robot es Combatras, que se divide en cinco locos cacharros, pilotado cada uno por los protagonistas, para atacar a la mole enemiga por tierra, mar y aire. El Ejército estadounidense también amenaza con echar una manita. Al final, el maloso gargantúa cae derrotado en el río Hudson gracias a que Genji se mete en su interior y lo... desenchufa. Trimpe dibuja de todo y lo dibuja bien: robots, criaturas marinas, la Estatua de la Libertad, la ciudad de Nueva York, aviones del Ejército, seres extra-dimensionales, el Kirby Krackle por todos lados... Doug Moench no tiene por qué envidiarle, y construye un guión acelerado en el que cada actor de la historia da la talla en papel, y extrañamente, aunque hay toneladas de diálogo y muchas explicaciones, el comic book no se hace demasiado pesado, quizá porque en esa época Marvel publicaba tebeos de 17 páginas debido a la inflación y la crisis económica que estaba sufriendo Estados Unidos. El tebeo se publicó en 1980, en el siguiente número se finiquitaría la serie, también con la participación de los 4F, y Marvel nunca lo ha vuelto a reeditar por problemas de derechos, por lo que en nuestro país lo tendremos crudo para verlo traducido.
Primero Marvel se hizo en los setenta con las licencias de Battlestar Galactica, Star Trek, Star Wars, e incluso editó cómics protagonizados por el grupo Kiss, y todos ellos alcanzaron buenas ventas. De hecho, según Jim Shooter las ventas de la saga de George Lucas salvaron a la compañía de una catástrofe económica, por lo que los capitostes se dieron cuenta de que las licencias de productos y series podían ser un buen filón: llegaban a más público en el mercado. Si un niño se compraba un juguete, o veía una película en el cine, puede que a continuación les pidiese a sus padres que le comprasen el tebeo como "souvenir", e incluso que lo siguiese coleccionando mes tras mes. Los jóvenes y no tan jóvenes lectores, acostumbrados a sus dietas de superhéroes cósmicos, a sus héroes de acción que más parecían soldados que enmascarados, y a que la cultura popular había evolucionado en televisión, novelas, y en el resto de soportes culturales hasta abrazar una bizarra extrañeza en la que productos tan extravagantes en un principio como la nueva Patrulla-X se podían convertir en todo un fenómeno, estaban listos para comprar un tebeo protagonizado por muñecos robóticos gigantes.
A finales de la década, Mattel licenció una nueva línea de juguetes que se basaban en el manga y anime "mecha" al estilo Robotech. Se llamaban Shogun Warriors, y llegaron demasiado pronto para la fiebre por lo nipón que inundaría el mundo década y pico después, aunque los estadounidenses estaban ya degustando los primeros coletazos con las importaciones de las películas de Godzilla, y acababan de empaparse de filosofía oriental a través de la moda del kung-fu chino, pero lo japonés todavía les quedaba demasiado lejos. Marvel no tardaría mucho en hacer tratos con los propietarios del mega-lagarto, la Toho, y pondría en el mercado una serie de Godzilla de lo más espeluznante, pero esa es otra historia. Los Shogun Warriors eran unos juguetes que portaban shurikens y hachas de combate, eran de metal reluciente, podían expulsar sus puños para atacar, y aunque de diseño muchísimo más tosco que las siguientes generaciones de figuras que se transformaban en otras cosas, también tenían sus propios accesorios en forma de naves y otros vehículos, aunque pareciesen un soberano churro. Su diseño se basaba un poco en Mazinger Z, tanto que en alguna colección el famoso robot gigante formaba parte de la misma. Pero el resto de Shogun Warriors no tenían, por decirlo suavemente, un acabado tan bello a la vista como la creación de Gō Nagai. Eran demasiado industriales y feístas, quizá el verdadero motivo de que en el actual mercado del coleccionismo estén mucho más buscados que otras criaturas parecidas.
En Marvel se liaron la manta a la cabeza y en 1979 empezaron a editar la serie basada en estos mostrencos. Un grupo oculto en la sombra apodado Los Seguidores de la Luz construye a los Shogun Warriors y hace una criba entre humanos de todo el mundo para que los piloten y luchen contra el mal. Los Shogun Warriors principales son Raydeen (pilotado por el especialista Richard Carson), Dangard Ace (pilotado por el oceanógrafo Ilongo Savage), y Combatra (pilotado por Genji Odashu). La serie de Shogun Warriors echó el cierre en su número 20. Los guiones por lo general fueron de Doug Moench, y Herb Trimpe dibujó casi todos los números. En el ante-último, la entidad alienígena malvada (¡oxímoron!) Primal One y su secta de seguidores conseguían atraer desde su nave espacial una amenaza terrible que provenía del hiper-espacio, la nave Starcruiser Nightwind, pilotada a fuerza de voluntad por una sabandija, el Capitán Cymell. La nave era capaz de transformarse en un aplasta-planetas conocido como Gigantauron. La verdad es que mola mucho ver los diseños de Trimpe de todos estos chocantes seres galácticos. El mastodonte alien se pone en marcha para destruir la Tierra, pero los pilotos de los Shogun Warriors van a buscar la ayuda de los Cuatro Fantásticos, también en el punto de mira de Primal One. Gigantauron aterriza en Nueva York... y se pone de pie, revelando que en realidad es un robot con cuatro extremidades que hace sombra a todo Manhattan, aunque viñetas más tarde no parezca tan enorme. Uno de los Shogun Warriors, recién aterrizado encima del Edificio Baxter, parece un simple muñeco a su lado. Menos mal que este robot es Combatras, que se divide en cinco locos cacharros, pilotado cada uno por los protagonistas, para atacar a la mole enemiga por tierra, mar y aire. El Ejército estadounidense también amenaza con echar una manita. Al final, el maloso gargantúa cae derrotado en el río Hudson gracias a que Genji se mete en su interior y lo... desenchufa. Trimpe dibuja de todo y lo dibuja bien: robots, criaturas marinas, la Estatua de la Libertad, la ciudad de Nueva York, aviones del Ejército, seres extra-dimensionales, el Kirby Krackle por todos lados... Doug Moench no tiene por qué envidiarle, y construye un guión acelerado en el que cada actor de la historia da la talla en papel, y extrañamente, aunque hay toneladas de diálogo y muchas explicaciones, el comic book no se hace demasiado pesado, quizá porque en esa época Marvel publicaba tebeos de 17 páginas debido a la inflación y la crisis económica que estaba sufriendo Estados Unidos. El tebeo se publicó en 1980, en el siguiente número se finiquitaría la serie, también con la participación de los 4F, y Marvel nunca lo ha vuelto a reeditar por problemas de derechos, por lo que en nuestro país lo tendremos crudo para verlo traducido.
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